Si en 2020 alguien hubiera dicho que en 2021 estaríamos viviendo una nevada en Madrid, y portando mascarillas, poco le hubieran creído. Pero ocurrió. Algunos esperaban ansiosos, mirando constantemente desde las ventanas, la llegada de Filomena. La borrasca, que habían informado los meteorólogos desde la última semana de diciembre, no paró durante tres días.
Para muchos venezolanos era un hito en sus vidas: por primera vez veían caer la nieve en su máxima expresión. Las calles se tiñeron de blanco en apenas horas; las principales vías se hacían intraficables para los vehículos; y los muñecos, ángeles de nieve y hasta esquiadores comenzaron a apreciarse por doquier.
«Cuando me enteré de que iba a nevar en Madrid, nunca imaginé la magnitud de lo que sería Filomena», recuerda Estefanía Alfonzo. «Fueron días en los que realmente te sentías en otro lugar. Ver las calles por las que transitas, parques, rincones, absolutamente todo cubierto de blanco, eran irreconocibles pero fascinantes, como de película», dijo a Venezuela Migrante.
Filomena, o «la nevada más grande del siglo», según los especialistas, cautivó los recuerdos de los ciudadanos de Madrid. Familiares, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos, todos se unieron para disfrutar de la nieve. Sobre todo en las principales arterias viales de la capital española, como Gran Vía, donde las guerras de bolas de nieve eran la orden del día. Fue precisamente eso lo que más disfrutó Estefanía.
«El 2020 fue un año muy duro, así que fue como una dosis de alegría para todos. Creo que nos recargamos un poco para poder seguir con lo que toca», destaca.
Una «experiencia increíble»
Desde temprano Diego Spitaleri tenía su meta clara: recorrer la ciudad nevada. Corría la mañana del jueves 7 de enero, día en el que inició la temporal, cuando cayeron los primeros copos blancuzcos. Al comienzo eran casi transparentes, solo un poco más voluminosos que una gota de agua durante una llovizna, pero con el pasar de los minutos se afianzó.
De pronto, el grisáceo del asfalto se humedeció y cambiaba a blanco. Abrió su clóset, tomó sus más gruesos abrigos, botas alargadas y emprendió su trayecto al centro de la capital. Pero no lo hizo en su motocicleta, el vehículo con el que usualmente se traslada, sino a través del transporte público. En este caso, con las calles ya resbaladizas, no quiso correr riesgos innecesarios.
Su primera y única parada de ese día, en el parque El Retiro, lo vislumbró. La vegetación se había teñido con el blancuzco de la nevada. Los lagos tenían pequeños bloques de hielo donde los patos intentaban descansar. Los rostros de cualquier persona que en ese momento paseara por el principal pulmón vegetal de la capital, brillaban del deleite. Pero la cúspide surgió a mitad de la tarde, cuando las farolas encendieron sus luces. «Esto es Narnia», exclamó Diego, sorprendido por lo hermoso del lugar.
«La experiencia fue increíble, y más en una ciudad donde casi nunca nieva. He visto nieve antes, pero no en las proporciones de la nevada en Madrid», asegura. Filomena, que se esperaba generara un espesor de hasta 20 centímetros de nieve, terminó ampliándose un poco más. Diego cuenta que la nieve, ya concentrada en la intemperie, llegó a cubrirle la mitad de las piernas.
La nevada en Madrid no solo se quedó en la capital
Luigi Palumbo estaba en el borde de dos Comunidades Autónomas (estados, en Venezuela) el día del inicio de la nevada. Primero se encontró a Filomena en Madrid, y luego en Salamanca, en Castilla y León, a unos 200 kilómetros de la capital española. Esa noche, la del 7 de enero, tomó un bus para hacer el viaje. Sin embargo, la sorpresa fue mayúscula cuando, la mañana siguiente, vio también a su ciudad domicilio cubierta de nieve.
«En casi un año que llevo viviendo en Salamanca, jamás había visto caer tanta nieve en la ciudad. Ver el casco histórico así, cubierto de blanco, es una imagen increíble que causa mucha emoción».
A pesar de que Filomena no se acentuó con fuerza en Salamanca, al contrario de lo que pasó en Madrid, Palumbo explica que se generaron cortes de tráfico y del transporte público. A su juicio, fue la evidencia de la magnitud de la nevada que «agarró totalmente impreparado al país».
La borrasca también se extendió hasta Pamplona, en Navarra, al norte de España. Desde su apartamento, Diego Manrique vio caer los primeros copos de nieve. Apenas unos días antes, durante las fiestas decembrinas, la ciudad estaba bastante soleada y una temperatura que bajaba gradualmente. Así estuvo hasta el viernes, 8 de enero, cuando amaneció nevando.
«Algo muy simpático fue ver cualquier cantidad de niños en la calle jugando con la nieve, haciendo ángeles y muñecos; incluso hubo quienes improvisaron una especie de trineo», cuenta Manrique. Pero lo que más lo sorprendió, sostiene, fue lo «preciosa» que se veía la ciudad bajo nieve.
«Por lo menos aquí, en Pamplona, el día después de una nevada intensa suele salir el sol y el contraste es bellísimo. Es una experiencia preciosa, hasta sublime».