El defensor del pueblo de Panamá, Eduardo Leblanc González, le preguntó a un niño migrante cómo le fue en el trayecto por el Darién.
«Vi varios muertos», respondió el niño de unos 7 años.
Leblanc recogió aquel testimonio el pasado martes 11 de abril, durante una visita al Tapón del Darién junto con su homólogo colombiano Carlos Camargo Assis.
Al día siguiente, los gobiernos de Panamá, Colombia y Estados Unidos anunciaron una «declaración conjunta para abordar la migración irregular en el Darién», a través de «una campaña coordinada de 2 meses» para «acabar con el movimiento ilícito de personas» que buscan llegar a territorio estadounidense.
El Tapón del Darién es un bosque tropical que ocupa el este de Panamá y la frontera terrestre que comparte con Colombia.
A pesar de las adversas condiciones de la selva y la amenaza de grupos armados, según las autoridades panameñas al menos 250.000 personas cruzaron el año pasado esta barrera natural entre Centroamérica y Sudamérica.
Y el flujo migratorio aumenta.
Para inicios de abril de 2023 ya habían cruzado más de 100.000 personas, casi 1.000 por día, a pesar de que el gobierno estadounidense cerró la frontera sur a los venezolanos, haitianos y cubanos, algunas de las nacionalidades que encabezan las estadísticas de tránsito por esta ruta.
En entrevista con BBC Mundo, Leblanc explica por qué Panamá no está en condiciones de afrontar este incremento y cuáles son los costos económicos, sociales y ambientales que le acarrea al país centroamericano ser parte del corredor que miles de migrantes transitan cada año en su travesía hacia EE.UU.
¿Cuál es la situación de los migrantes que cruzan el Darién en este momento?
Visitamos los centros de recepción de migrantes de San Vicente y Lajas Blancas, que son las estaciones donde el gobierno panameño recibe a los migrantes y les da asistencia. También está la Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras y otras ONG para dar el auxilio médico correspondiente.
100.000 personas han cruzado el Darién en 102 días del año. 20% de ellos son niños, niñas y adolescentes. De ellos, el 5% tiene de 0 a 5 años.
Aproximadamente 980 migrantes atraviesan ese camino cada día. Aunque hubo una baja durante unos meses después de que el gobierno de Estados Unidos cambió su política en octubre del año pasado, la cantidad de personas que vienen se ha mantenido en alza.
Pensamos que este año más de 300.000 personas pueden pasar por el Darién. Eso es más de lo que vimos en 2021 y 2022.
Es un récord que hace mella en la economía del área. También en nosotros, en el trabajo, el presupuesto y el esfuerzo de las instituciones.
La Defensoría del Pueblo del Panamá tiene una oficina regional en el área y grupos de derechos humanos destacados en las estaciones de recepción de inmigrantes. Estamos visitando la zona constantemente.
Y por qué no, hay que decirlo, creo que ni Panamá, ni ninguna nación por lo menos en Centroamérica, está preparada para un grupo tan importante y tan grande de personas en movimiento.
¿Tuvo oportunidad de hablar con migrantes?
Los testimonios son desgarradores. Cómo son estafados desde que salen de sus países, cómo son atracados en el área colombiana y en el área panameña, cómo cruzan el Darién y se enfrentan a situaciones difíciles de montaña, selva, el peligro de los animales.
Ven a personas difuntas en el camino, afrontan el peligro de grupos armados.
Conversábamos con unos niños y cuando les preguntamos cómo les había ido en la travesía por el Darién, un niño contestó: «Vi varios muertos». No dijo: «Vine con mi mamá». Dijo: «Varios muertos».
Es difícil el shock para los niños. Un hecho que nos preocupa muchísimo es que hay un tema psicológico grande e importante de vulneración a ese niño que pasa por el Darién.
Cada vez que visitas el Darién te queda en la mente las caras de los niños. Se te parte el alma cuando le preguntas a un niño cómo le fue y te responde que vio muchos muertos.
En el caso de las mujeres, hay algunos registros de violaciones en el camino, tocamientos y conductas degradantes.
Sin embargo, a pesar de la presencia del Ministerio Público en el área, lo que ocurre es que hay personas que no están poniendo la denuncia por varios motivos.
Uno es que van a detener a su grupo porque probablemente les van a pedir que se sometan a exámenes y otras diligencias judiciales.
También, y eso se ha comentado a nuestros oficiales de derechos humanos, es que en el camino vienen familiares de la víctima y si delata, los pueden matar.
Como contratan al coyote desde que salen y esto es una red criminal hasta llegar a la frontera, les puede pasar algo en el camino.
¿Qué representa para Panamá el tránsito de tanta gente por una zona como el Darién?
Estamos viendo el efecto de la migración en el Darién y en las poblaciones autóctonas que se han abocado a atender a los migrantes.
Lo primero es que en la parte indígena hay un ingreso económico importante para las personas [por la venta de comida e insumos a los migrantes]. ¿Pero qué produce eso?
El abandono de la cultura, del cultivo y de las actividades comerciales, el abandono de las escuelas por parte de los niños y los adolescentes para dedicarse al tema migratorio, para proveer lugares para dormir e insumos.
También tiene efecto en los fondos que Panamá tenía destinados para atender a 250 personas en una zona como Bajo Chiquito, por ejemplo.
En este momento, en 30 minutos ya llegan 250 personas. En un día llegan 1.250, lo cual hace que nuestros recursos, los de las ONG y los del gobierno, sean consumidos rápidamente por esta cantidad de personas.
El otro tema es que esto crea xenofobia, porque el panameño común ve que a la persona que entra a Panamá, en atención al derecho humanitario, se le da apoyo. Pero el que está al otro lado de la cerca, que es el panameño, no tiene esa capacidad y esos accesos.
Es un problema complejo que estamos atacando de una manera humanitaria para lograr que los beneficios que lleguen a los migrantes también lleguen a la población.
¿Panamá tiene capacidad para asumiren solitario los costos de esta crisis o llegó a un punto en el que requiere la ayuda de otros países?
Sin lugar a dudas necesita ayuda.
Le voy a hablar de mi institución, que es independiente y autónoma del gobierno central. Para mayo ya debo haber consumido el 95% de mi presupuesto a nivel nacional, porque evidentemente las campañas para ir para allá, el desplazamiento, el pago de gasolina, agua, el pago de viáticos, todo se incrementa exponencialmente.
De igual forma, Panamá está llena de desigualdades y también tiene otras necesidades. Por eso aplaudimos esa reunión tripartita, porque el tema de la migración no es de un gobierno, no es un Estado.
Tenemos que trabajar en por qué la persona tiene que salir caminando y enfrentarse a eso. También en el tránsito.
Por ejemplo, Colombia debe apoyarnos con información, en poner recursos y seguridad. Recalco siempre que es necesario que el ejército colombiano esté en el área del Darién.
Tienen que ayudarnos también los países de destino. Los de origen, los de tránsito sumarnos todos, y los de destino final, ayudarnos a naciones que tienen múltiples necesidades como Panamá.
¿En qué consiste el plan que discuten Panamá, Colombia y Estados Unidos para atender la crisis en el Darién?
Van a trabajar en forma conjunta para combatir las redes de trata de personas y los grupos ilegales, y van a desarrollar políticas públicas para buscar el bienestar de las comunidades autóctonas.
Se trata de darle ese empuje social y económico a las poblaciones de acogida, a fin de cuentas muchas son olvidadas por el Estado y buscan sustento a través de operaciones ilegales y clandestinas.
Allí hay una combinación: del lado colombiano hay población afrodescendiente y algo de población indígena.
En Panamá los principales puestos por donde pasan [los migrantes] son dos grandes comarcas: Guna Yala, en el área del Caribe, y Emberá-Wounaan, donde hay movimiento en la frontera.
También van a trabajar en algo que veníamos alertando, y que aplaudimos que haya sido un tema de conversación entre países, que es el enfoque ambiental.
El Tapón del Darién es el reservorio forestal más grande de Centroamérica y está siendo impactado duramente. Tiene que ver con lo que se vende en el camino, lo que va quedando como las botas, el machete.
Hay unas estufitas, por ejemplo, que venden en Necoclí y en Capurganá, que se quedan en el camino. Eso queda en nuestros ríos.
Es la parte que conversamos con las autoridades autóctonas: «Si ustedes les venden comida [a los migrantes] en [envases] plásticos eso queda en sus ríos». Y esa es la fuente hídrica de la pesca, de la toma de agua y del agua para lavar.
Con eso no queremos desincentivar la migración, queremos que sea más regular y más segura.
La diferencia en este momento es que no solamente nos estamos enfocando en los 100.000 migrantes que han pasado, sino que también hemos advertido sobre el impacto en la población autóctona panameña y el enfoque ambiental.
¿Qué consecuencias ha tenido la decisión del gobierno del presidente de EE.UU., Joe Biden, de bloquear la frontera sur para migrantes de algunas nacionalidades como la venezolana?
El año pasado, en noviembre y diciembre, hubo días de cero entrada. Sin embargo, han seguido sumándose personas hacia Estados Unidos, no la cantidad de venezolanos que teníamos en agosto, septiembre o antes, pero todavía se mantiene.
También hay que recordar que la persona que emigra a veces viene de un segundo país.
¿Cómo una persona nacional de Haití baja hasta Colombia para luego subir? Probablemente viene de Chile o de Brasil, de construir en los estadios o trabajar en las minas, y viene con otras nacionalidades.
Durante los dos años que lleva al frente de la Defensoría del Pueblo panameña, ¿qué es lo más conmovedor que ha visto o escuchado en sus viajes al Darién?
Es una pregunta difícil porque todas las historias son conmovedoras. Hay familias enteras que se han muerto de inmersión, desde el abuelo hasta el hijo, siete u ocho familiares que se los lleva la corriente del río. Eso es difícil.
Cuando se dan estos casos, tanto la Defensoría del Pueblo como Migración alertan al Servicio Nacional de Fronteras y se hace el levantamiento con el Ministerio Público.
Sin embargo, no se trata sólo de que sea [una zona] de difícil acceso en helicóptero o en piraguas o dos días caminando, sino también de que las referencias son muy vagas.
Recordemos que el coyote no va a decir el lugar. Usualmente lo dice el migrante. Por ejemplo, calcula a tantos días o a tantas horas de haber pasado por un sitio o en tal mañana. Es muy difícil porque es relativo.
Por eso contar la cantidad de personas fallecidas es muy difícil. Como la República de Colombia no nos da información de quiénes vienen en el camino, no sabemos cuánto estamos dejando atrás. Cuando llegan a Panamá no tenemos forma de contar cuántos llegaron, cuántos faltan.
Nada más ayer [martes 11 de abril], que regresamos de allá, en diferentes entrevistas a diferentes personas nos decían que habían visto a una pareja de una niña en brazos de su madre, muertas en un lugar. Otros contaban que incluso vieron partes humanas.