Por: Luz Mely Reyes
¿Será cierto que el alma viaja más lento que el cuerpo?
Esta frase se la oí a la periodista Alma Guillermoprieto un mediodía de mayo de 2019, mientras caminábamos por el parque El Virrey, de Bogotá. Con Alma hablaba de lo que ya era un tema cotidiano: cómo contar mejor las historias de los migrantes y refugiados venezolanos.
Desde 2016 esta preocupación nos ha rondado a muchos periodistas. En mi caso, en el último lustro he pasado más tiempo fuera de Venezuela que dentro, haciendo escala en distintos países, por razones laborales y personales. En cada viaje converso con venezolanos y con alguien que ha estado cerca de ellos. Las frases se van acumulando. Algunos paisanos le huyen a otros porque, por esa forma de ser nuestra, que a veces atropellamos al otro y no nos damos por enterados, se agotan de los discursos tristes. Otros se han acercado y han intentado organizarse. Varios me han contado lo complicado que es tratar de unir a paisanos que ya vienen separados. Cada uno tiene una historia y algunos dolores.
En general, desde 2016, cuando me acerqué a lo que bauticé como «diáspora de la arepa», con algunas historias de migrantes nuevos en Nueva York, notaba un dolor, tanto de quienes querían hacer algo por el país, como de aquellos que no querían nada con Venezuela. «El país me expulsó. No quiero saber nada de Venezuela», me decía una vez en la calle 14, en Chelsea, un joven que tuvo una carrera en medios. Desde entonces, durante cada viaje, luego de cumplir con mis compromisos, me acerco a algún espacio donde hay paisanos.
Durante mi estadía, en 2019, en Bogotá notaba que era como estar en Caracas. Hasta algunas personas conocidas me encontré en la calle. Sin embargo, en esa ciudad, que es una suerte de refugio para tanto venezolano, llueve casi tan seguido como los días de sol en Caracas. De forma que a más de uno, sin importar lo bien aclimatado que esté, de repente la lluvia se le mete en la mirada. En cambio, algunos que vi en condiciones no muy buenas, estaban recién llegados, aún llevaban puesto el sol.
En medio de algunas divagaciones, mientras caminaba por esas calles, me seguía preguntando: ¿cómo contar las historias de los venezolanos, sin abusar del drama, pero a la vez, sin despojar del drama que significa que te cambien la vida, sin pedirte permiso?
Sigo en mi caminata con Alma, que es una maestra de periodistas y de humanidad. Le estoy contando algunas cuitas. Entonces, ella recuerda a una gran amiga suya que le dijo una vez aquella frase: «El alma viaja más lento que el cuerpo». ¡Que sí! Me digo. ¡Que tal vez ese dolor que percibo es eso! Es el alma de muchos venezolanos que aún permanece en las playas, en los cerros, en el llano. En los miles de kilómetros que han tenido que recorrer para tener una mejor vida. Sus cuerpos están por todas partes, pero sus almas aún siguen en Venezuela.
Y ahí lo supe: hay tareas que hacer para reunir alma y cuerpo. Así nació la idea de Venezuela Migrante, de decenas de conversaciones con paisanos, con colegas periodistas que también tienen historias.
Este es un sitio que quiere servir a los migrantes y refugiados venezolanos. Ofrecer información de utilidad, contar historias y ser un espacio para reunir muchas de las iniciativas que a lo largo del tiempo han ido naciendo.
Se trata de un espacio que tiene una aspiración ambiciosa: ser una especie de patria virtual.
Es una iniciativa del medio digital venezolano Efecto Cocuyo. Como aquel, se esforzará en que —cual cocuyos— todos juntos, los venezolanos que están dentro y los que están fuera, podamos iluminar una nación entera.