Cuando se le pregunta a Juan Ponce cuándo y por qué decidió emigrar, no hay una respuesta clara. Para él, piloto profesional, su salida de Venezuela ha sido un impulso para su carrera. Eso sí, siempre agradeciendo a todo lo que aprendió y la experiencia adquirida mientras ejercía en el país.
A sus siete años pilotar un avión era un sueño. Desde esa edad jugaba en simuladores de computadoras hasta que, cumplidos los 18 años, pudo ponerse en marcha: viajó a Daytona Beach, en Florida, para hacer un curso como piloto. Fue un proceso largo, difícil, que se extendió por cuatro años debido al alto costo económico del mismo. Pero el esfuerzo dio sus frutos. En 2012 logró finalizar sus estudios y, oficialmente, se graduó como piloto en Estados Unidos.
Durante ese tiempo, en simultáneo con las horas de vuelo, también volvía a su estado natal, Mérida, a desarrollar sus estudios universitarios. En un comienzo estudió Física, pero desistió: «no era lo mío», cuenta. Luego cambió a Diseño Industrial, que intercaló junto a su pasión por los aviones.
Lo primero que hizo fue ejercer en Venezuela. Comenzó volando un avión privado en Mérida, después en San Cristóbal y, finalmente, terminó en el Aeropuerto Oscar Machado Zuloaga de Caracas, en Charallave, donde había más oportunidades laborales. Así estuvo durante un año, hasta que se le abrió una nueva ventana: «uno de mis instructores en Caracas, de uno de los aviones que yo volaba, me recomendó con un señor que se iba a mudar para París».
Esa familia necesitaba a una persona que les piloteara el avión y que estuviera basado con ellos en la capital francesa durante, al menos, seis meses. Tras evaluar sus opciones, Juan aceptó la propuesta. La travesía comenzó en el año 2014 y, si bien el plan inicial era una estadía de medio año, el dueño del avión, que también era piloto, le pidió a Ponce que lo acompañara en los viajes y lo apoyara en las operaciones en Europa.
«Se dio cuenta de que lo mejor, por razones de seguridad, era mantener a un piloto volando con él, no quedarse solo. Estuve allí trabajando por dos años en París: de 2014 a 2016», recuerda Juan. Luego, ya en 2016, la familia decidió mudarse a Miami. «Me propusieron una oferta y hacer un negocio con ellos en vuelos privados. Allí estuve durante dos años más».
Sin embargo, su rápido auge profesional se frenó, al menos por poco tiempo. A finales de 2018 decidieron vender el avión y, como consecuencia, Juan quedó desempleado. Rápidamente buscó opciones y, en cuestión de meses, ya tenía tres ofertas.
Primero, fue a una entrevista en Saint Martin, en el Caribe, para una compañía de aeroambulancias. «Era el mismo avión que volaba en Miami, pero configurado como ambulancia para desplazarse entre islas», detalló. Una segunda entrevista fue con la empresa Cathay Pacific, la aerolínea más grande basada en Hong Kong y la quinta más importante del mundo. Y, finalmente, una tercera opción en Cebu Pacific para volar entre Filipinas y el sureste asiático.
Si bien tomar una decisión no fue fácil para Juan, en la actualidad no se arrepiente de lo elegido. «Cada sitio tenía sus pro y sus contra», reconoce, pero Cathay Pacific era el lugar que «me permitía hacer una carrera a nivel de años», cuestión que no le convencía de las otras opciones. «Tomé la mejor decisión», dice convencido.
Antes, Juan tuvo que pasar por numerosas pruebas. Pedían un cierto número de horas de vuelo de experiencia, le realizaron exámenes de salud y antidrogas, actividades grupales, de liderazgo y los sometieron a prácticas en un simulador de un Boeing 777. Lo aceptaron. En seguida lo enviaron a Australia a hacer un curso más; esta vez un intensivo de seis semanas de introducción a la aerolínea, donde aprendió desde su funcionamiento hasta la manera de operar.
El 12 de julio de 2019, completado todo el esfuerzo de años, finalmente fue el día de inducción de Juan en Hong Kong. «Allí comenzó mi curso inicial de Airbus a350, que fue la flota a la que fui elegido, y comencé a operar oficialmente como piloto de línea», recuerda. Actualmente, Juan se desempeña como segundo oficial y dirige una flota de los aviones más clásicos del mercado.
La vida para un venezolano en Hong Kong
«La comunidad venezolana en Hong Kong es bastante grande», asegura Juan. Lo dice con buen sustento, pues conoce a varios colegas venezolanos. Estima, en una aproximación básica, que hay al menos 20 pilotos criollos laborando en la ciudad. «Han tenido una trayectoria excelente», sostiene.
Con los pilotos venezolanos, explica Juan, ocurre algo particular: la enseñanza de la carrera en Venezuela es un poco a la inversa de lo que suele ser en el mundo. «En la mayoría de los países, cuando te haces piloto comienzas a volar aviones pequeños, de hélices y vas haciendo tu carrera poco a poco», afirma. Pero en Venezuela, por el contrario, los pilotos salen del curso para ser contratados en aerolíneas como Aeropostal, Laser, Avior, y comienzan a pilotear aviones jet, de línea, con poca experiencia.
Esto, sostiene, pudiera verse de una forma negativa, pero Juan no lo cree así. «Es otra escuela, una forma rápida de crecer, y eso ha hecho que los pilotos venezolanos tengan muy buena experiencia y mucho conocimiento en aviones que no son tan modernos ni automatizados», alega.
Juan cree que ese estilo ha ayudado a sus connacionales a hacerse espacio en las mejores aerolíneas del mundo. Ahora, impulsados por la migración masiva de los últimos años, muchos de sus colegas trabajan en Copa, en Panamá; en aerolíneas europeas; en Asia y, en el caso de Hong Kong, también son numerosos. «Hay quienes vuelan todo el sureste asiático, entre Nueva Zelanda, China, Tailandia», sostiene.
Pero la migración también se ha expandido por el resto de criollos. Tanto así que uno de los productos más tradicionales de la gastronomía venezolana, la Harina PAN, se puede encontrar fácilmente en Hong Kong. Puede comprarse por internet desde China y, en apenas tres días, llega al domicilio. En general se importa desde Italia, en Milano, donde se encuentra la fábrica. También existe un almacén en China que distribuye el producto por toda la región.
La otra cara de la moneda son los quesos. Juan cuenta que son difíciles de conseguir, pero existen alternativas. Por ejemplo, el queso halloumi, elaborado en Chipre, que tiene un parecido con el guayanés; o el queso paneer, originario de la India, que puede usarse para la elaboración de tequeños.