El viaje cultural de los Pertiñez: de España a Venezuela, y de regreso a Madrid

A Rosario Pertiñez le brotan lágrimas cada vez que recuerda a sus padres. Ella, ahora en España, recorre las calles de la capital con un pensamiento constante: “me pregunto si mi papá también pasó por aquí”. Su padre, Antonio José Pertiñez, un granadino criado en Madrid, también fue migrante: uno de los miles de españoles que emigraron a Venezuela en los años 50 en busca de oportunidades que su país no le podía ofrecer.

La historia, en ciertas ocasiones, tiene hechos coincidentes en distintos períodos de tiempo. En los procesos migratorios, por ejemplo, el ir y venir durante generaciones ha sido un común denominador. Sobre todo entre europeos que, huyendo de la inestabilidad política, la persecución y los conflictos bélicos del siglo pasado, decidieron partir hacia nuevos destinos. Ahora son sus descendientes, hijos y nietos quienes, por razones parecidas a las de sus padres y abuelos, regresan a las tierras de sus ancestros.

Kiki, como también la conocen sus amistades, asumió el nombre de su tía Rosario en honor a la crianza que dio a Antonio José, su padre, que quedó huérfano de madre desde muy chico. La política, sumergida en las cicatrices dejadas por la Guerra Civil, había separado a la familia entre republicanos y sublevados.

Antonio nació en 1932 y desde pequeño se interesó por el mundo militar. Era aviador, pero su carrera duró poco. Tuvo un accidente durante un vuelo de entrenamiento en la academia, luego de que un pájaro impactara contra la hélice del aeroplano. Se estrellaron contra las montañas y apenas sobrevivió. Su compañero, de nombre desconocido, murió congelado. Lo rescataron seis días después, mientras se alimentaba con pequeñas reservas y agua hervida.

Fue una etapa llena de incógnitas para Kiki. Si bien cree que parte de la historia que le contó su padre tenía un poco de fábula, lo que sí es cierto, es que el percance le generó problemas en la vista que nunca superó. De allí que Antonio José decidiera emprender otra carrera.

Desde su llegada a Venezuela, Antonio Pertiñez se destacó en el área del marketing y la publicidad

Sus posteriores estudios le permitieron hacerse espacio en el departamento de mercadeo de una empresa que lo envió a Hamburgo, Alemania, donde conoció a su futura esposa: Luise Marie Heidenreich. Poco tiempo después, la empresa lo transfirió a Venezuela, a Caracas, donde apenas llegó con un trabajo asegurado. Ambos mantuvieron una relación epistolar durante meses, hasta que en una de ellas, Antonio estableció una postura irreversible: 

“Petisa (apodo que decía por cariño a su esposa), yo te amo. Entiendo si no quieres venir, pero, o vienes o esto termina ya”, escribió a Luise. Ella, que ni siquiera dominaba el español, tomó la decisión de viajar en barco y seguirlo hasta Venezuela.

“Ser extranjero en Venezuela era ser amigo”

Antonio Pertiñez y Luise Heidenreich, poco a poco, consiguieron estabilidad en el país suramericano. “Mi papá llegó desde cero y terminó como presidente de una importante agencia de publicidad: Corpa”, asegura Kiki. Por otra parte, su madre se dedicó a las labores del activismo social: “era una inmigrante que se sentía en su país”.

El Estado venezolano, en ese entonces sumergido en un período de crecimiento económico, acogió al menos a 900.000 inmigrantes europeos –principalmente italianos, españoles y portugueses– entre los años 1948 y 1961, según estudios del profesor Froilán José Ramos Rodríguez. De ellos, la mayoría recibió la cédula de identidad venezolana (DNI, en España) y optó por la nacionalidad, que consiguieron rápidamente. 

Para esa época, correspondiente a la década de los años cincuenta, 207.692 españoles estaban inscritos en el Consulado español en Venezuela. Sin embargo, se estima que el número sea mayor. Principalmente porque muchos españoles no actualizaron sus documentos o perdieron la nacionalidad, sin optar por su recuperación.

En Venezuela, para aquellos que preferían mantener la ciudadanía europea se habilitaba una cédula especial que los mantenía como extranjeros, pero con acceso a los mismos derechos que los nacionales. En total, para una población venezolana de 7.8 millones de habitantes, la llegada de europeos representó una importante mezcla cultural y de mano de obra para el desarrollo industrial.

El padre de Kiki se enamoró tanto de su nuevo país que, según relata su hija, siempre se mostró agradecido por las oportunidades. Tanto así que se dedicó a recorrerlo junto a su familia. “Ustedes tienen que conocer este país con profundidad”, decía Antonio a sus hijos. Había conocido a muchos amigos, entre ellos españoles y venezolanos, durante su integración. Con ellos vacacionaba, trabajaba y compartía experiencias. Es por eso que una frase, que hoy repite Kiki, sea tan conocida y recordada: “Ser extranjero en Venezuela era ser amigo”.

Ese amor también llevó a su madre a enfrascarse en la defensa de los derechos civiles. Su lucha se acrecentó cuando a su yerno, el excomisario Iván Simonovis, lo encarcelaron en 2004 por los sucesos del 11 de abril de 2002, ocurridos en Caracas. Ese día, miles de manifestantes tomaron las calles de la capital venezolana en reclamo por una serie de reformas estructurales, realizadas por el presidente fallecido Hugo Chávez. La protesta, convocada por los principales sindicatos y líderes políticos de la oposición, se dirigió hacia el Palacio de Miraflores, sede del Poder Ejecutivo del país. Los choques, que se tornaron sangrientos entre opositores y chavistas, dejaron saldo de cientos de heridos y decenas de muertos por impactos de bala.

Luise desempeñó una carrera como activista social

El posterior encarcelamiento de Simonovis, criticado por organizaciones de derechos humanos, convirtió a su yerno en preso político durante al menos 15 años, hasta que logró escapar del país en 2019. Luise lo visitó en la cárcel hasta 2013, cuando ella falleció.

De regreso a tierras europeas

Mucho ha cambiado entre la Venezuela que conocieron los padres de Kiki, y la actual. La crisis política, económica y social del país hizo que se revirtiera el ciclo: ahora son los descendientes quienes retornan a las tierras de sus abuelos. La persecución y amenazas a las que fue sometida la familia Pertiñez, más que una elección, los obligó a emigrar.

Corría el año 2017. Kiki dirigía una agencia de marketing y publicidad en Caracas, cuando una llamada telefónica le cambió el panorama drásticamente. La chantajearon desde una organización delictiva. Le dieron información precisa de sus hijos, desde su lugar de residencia, sus recorridos a diario y descripción física de ellos, con la cual amenazaron con secuestrarlos. Se mudaron de hogar y evitaron salidas por un tiempo. Finalmente, el 3 de noviembre de ese año, decidieron dejarlo todo atrás y residenciarse en España.

Más que un viaje de escape, de subsistencia, Kiki lo vio como una oportunidad de dar con el pasado de sus familiares europeos. Logró conocer a la tía Rosario Pertiñez. También encontró a su hermano segundo, un hijo que había dejado Luise antes de abandonar Alemania.

A partir de allí, Kiki y sus hijos vivieron un reinicio. Sentó las bases para comenzar un nuevo emprendimiento, esta vez en Europa: Ekipao, una agencia de marketing relacionada con el mundo gastronómico. En 2019, dos años después de emigrar, tuvo su primera gran experiencia: se encargó del mercadeo del festival de La Ruta de la Arepa

Kiki Pertiñez emigró a España, junto a sus dos hijos, cuatro años después del fallecimiento de su madre

Con su labor unió a chefs italianos, un maestro chocolatero y a un especialista en ron venezolano. Recuerda lo emocionante que le resultaron los rostros de alegría de quienes probaron las arepas. “Es fantástico ver cómo los sabores son como una marea: fueron para allá (Venezuela), tocaron fondo, y regresaron nuevamente”.

Para ella, los sabores también emigran. Es otro de los exponentes de la mezcla cultural. Nunca olvidará que en su casa, en Caracas, se comía cocido madrileño acompañado de arepas los domingos por la tarde.

Este texto también fue publicado en Público. Puedes verlo aquí