“A nosotros los venezolanos nos conocen por las misses, por el petróleo y por Chávez. Pero ¿qué nos identifica a todos? ¡La hallaca! Ahí no hay distinción de raza, edad, religión o ideología”.
Esa fue la reflexión que hizo Eugenia Adam, diez años atrás, cuando decidió organizar por primera vez el Concurso de la hallaca en Madrid, España; concurso que ha sido replicado también en Galicia y otros países como Alemania y Francia.
“Yo el primer año me hice mis 12 hallaquitas, que además me recuerdan los sabores de mi abuela. Desde que llegué decidí hacer para vender. También el concurso ha representado una fuente de ingreso para quienes lo ganan porque después a ellos también lo contactan para encargos”, dice.
Ella, nacida en el estado Zulia, al occidente de Venezuela, confiesa que le resulta difícil explicar a un extranjero de qué va este plato tradicional venezolano que muchos añoran en la festividad decembrina. “Es como un tamal pero tiene un parecido a la empanada gallega por el guiso. Eso va con una masa de maíz sazonada y envuelta en una hoja de plátano que sirve de plato”, describe.
Aunque este año no pudo celebrar la edición número 11 del concurso por la pandemia de la Covid-19, Adam se entusiasma al recordar el interés y la fascinación con la que terminan muchos al deleitar este laborioso plato navideño venezolano.
“En Madrid la ven con recelo. Pero en Galicia la aman. En Alemania casi que no se comen la hoja, de broma. Los otros latinos, como los colombianos, por ejemplo, la comparan con el tamal. Pero después de que la prueban, saben que va más allá”, suelta Adam, quien estuvo ligada a la radio y a la televisión en Venezuela por muchos años. Ella emigró en 2003 por una relación amorosa que aún mantiene.
Aunque explica que todos los ingredientes los consigue en la ciudad española, jocosamente hace la salvedad que fue con el tiempo que descubrió que algunos de ellos se consiguen pero con otros nombres. “Por ejemplo, lo que nosotros conocemos como pabilo acá se consigue como hilo bramante; o lo que nosotros conocemos como onoto, acá le llaman achiote”, cuenta.
Como anécdota del concurso, recuerda a un joven finalista español que participó porque aprendió a hacer las hallacas para su novia venezolana para quitarle la tristeza.
“Cuando uno está fuera de Venezuela, aunque uno sea de palo, uno necesita la hallaca en la mesa del 24 de diciembre. Porque además no es solo comerla. Es hacer la fiesta de la preparación e invitar a los amigos, ‘echarse unos tragos’ y hasta decir que la mejor hallaca la hace mi mamá”, dice.
En sus ininterrumpidas ediciones anteriores, el concurso llegó a reunir a casi 400 personas, con el respaldo y patrocinio, según relata Adam, de españoles y ecuatorianos; por ello lamenta la poco inversión de sus coterráneos.
«La reina de los tamales»
Para Adam, la hallaca es la columna vertebral de la celebración decembrina de un venezolano. En ello coincide su prima Ana María Méndez, quien en Francia replica el concurso y también ofrece un taller para la elaboración de hallacas. “El taller era previo al concurso. Había mucha gente que iba por curiosidad. Los franceses iban a probar y a aprenderse la receta; y los venezolanos iban también porque querían aprender para concursar. Tuvimos colombianos, chilenos, nicaragüenses…”, recuerda Méndez.
“Inicialmente queríamos mostrar nuestra parte cultural, gastronómica, nuestro folklore, nuestra música, nuestro baile. Y esa fue la sensación porque no todos los franceses conocían nuestra gastronomía navideña. La hallaca es un sobre, es un pastel relleno. Eso les sorprende. Que sea una cosa tan elaborada, tan fina. Eso les maravilla”.
Méndez, al igual que Adam, también refiere a la comparación que suelen hacer muchos con el tamal pero advierte que «la hallaca es la reina de los tamales”.
El legado
Por la pandemia, en este 2020, tampoco pudo realizar el concurso. Pero de igual modo realizó sus hallacas para la familia.
Para la licenciada en Educación, tampoco le resultó difícil conseguir los ingredientes. Los resolvió, según cuenta, en algunas tiendas latinas, asiáticas y africanas. Sin embargo, advierte que conseguir el ají dulce es sumamente complicado, aunque este año los resolvió con un señor que está cerca de Madrid y los envía.
“Nosotros hacemos la receta de mi abuela. Ella era de Guárico pero las hacía como las hacen en Caracas. Le damos el toque dulce con las almendras, y también le colocamos las alcaparras. La mayoría de los tamales no la tienen. Utilizamos las tres carnes: res, cochino y gallina (las de Francia son pequeñas y las de Alemania son enormes, gordas). Acá, además, tengo el aplanador de mi abuela y una olla hallaquera para cocinar al vapor”.
Este año, precisa, hizo 130 hallacas tradicionales, 30 vegetarianas y 110 bollitos. “Esos fueron kilos y kilos de hojas de plátano. Un día las estuvimos limpiando desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde”. El esfuerzo y la dedicación valen la pena cuando se trata de ilusión y de tradición.
En su caso, migró desde hace 15 años, y ha vivido entre Alemania, Francia y España, junto a sus dos hijos y esposo. Y desde que se estableció en el país ha velado por converger y reunir a sus connacionales. Es hoy día una de las fundadoras de la organización sin fines de lucro, Association Watunna Venezuela.
“Mantener nuestras costumbres es una forma noble de resistencia. Es mantener viva nuestra memoria, no solo inculcando en casa a nuestros hijos, sino también reagrupándonos, esos venezolanos que estamos en la misma dinámica y con el mismo sentimiento”, señala.
En ello coincide Adam cuando dice que “la hallaca es mantener una tradición y dejarle un legado a los que están creciendo fuera de Venezuela. De esa generación que no conoce al país pero la conocerá a través de los sabores, del guiso…¡en esa hallaca! Llevar la hallaca a cualquier rincón del mundo es llevar nuestro espíritu navideño y esa alegría de hacer hallaca, aunque sea un trabajón”.
Para ambas, el emigrar ha sido la oportunidad de reinvención, adaptación, esfuerzo y persistencia para no solo abrirse camino en un país ajeno sino también para permanecer unidos en un solo latido: ser venezolano.