A Uriel Molina le falta poco para llegar a casa. Está en Venezuela, pero cumple una cuarentena en la sede de Fundafar, en el occidente del país, estado Falcón. Su viaje de vuelta, como caminante, comenzó el 16 de abril en el cono norte de Lima, cuando él y otras doce personas iniciaron un periplo.
Los trece caminantes se dividieron en grupos pequeños para abordar camiones en diferentes tramos. Molina fue el líder de uno de estos: decidían en equipo asuntos como dormir cerca de estaciones de servicio para resguardar su seguridad.
Según este venezolano, su historia no era muy diferente a la del resto de sus compatriotas en Perú. No tuvo un empleo formal, pero ganaba suficiente para sostenerse y enviar dinero a sus hijos en Venezuela. Ellos eran su principal motivación para mantener la energía y levantarse cada día.
La pandemia cambió los planes y debió confinarse después del 15 de marzo. Sus ahorros se acabaron rápido y culminado el primer mes de aislamiento social ya no había nada qué hacer. “Me quedé sin empleo y sin dinero para seguir pagando alquiler. Perú estaba paralizado”. Así, decidió aventurarse a caminar de regreso a Venezuela, en medio de un estado de emergencia y una pandemia de COVID-19. Entre los países que atravesaría estaba Ecuador, destino en un profundo colapso por el virus.
La organización de los caminantes
Molina coincidió con venezolanos en su misma situación, a través deWhatsApp coordinaron lograron organizar un grupo que partiría en abril. A mediados de abril, no solo empezaron a caminar, sino que dejaron registros del recorrido. Sus videos se hicieron virales en redes sociales. Periodistas y medios de comunicación documentaron su recorrido, lo que ayudó a que algunas personas los reconocieran y prestaran apoyo.
Para los migrantes caminar sin detenerse desde Lima hasta Ecuador resultó imposible, por lo que decidieron pedir aventones a vehículos pesados. Molina, en alguna oportunidad, se subió en la cajuela superior de un gandola, donde estuvo expuesto varias horas al humo emanado por el tubo de escape. “Si no era así, me tardaría más en llegar”.
Recuerda con agradecimiento cuando una iglesia en Chiclayo, en la ciudad al noroeste peruano, abrió sus puertas para recibirlos en medio de la pandemia. Ese día, junto al reducido grupo de caminantes que dirigía, se bañaron, comieron y durmieron en camas; además, recibieron comida para continuar su viaje.
Entrada a Ecuador
Para el 29 de abril ingresaron a Ecuador. El miedo crecía por el riesgo que significaba pasar por Guayaquil, ciudad que en ese momento estaba colapsada por la COVID-19. Molina relata que se encomendó a Dios para que él y sus amigos de viaje salieran ilesos, también utilizaron todo el arsenal para mantenerse libres de coronavirus: alcohol, mascarillas y lavados de manos.
Cuando atravesaban Ecuador se enteró, a través de otros caminantes, del arrollamiento masivo, donde murieron 3 personas y 5 resultaron heridas, en Barranca, Lima, el 1 de mayo. “Estoy llorando, esto es muy triste”, dijo en ese momento a Efecto Cocuyo.
No los conocía, pero entendía enormemente lo que estaban pasando y “no era justo que terminaran así”. Él debió desmentir que era una de las víctimas del accidente porque algunos medios de comunicación utilizaron sus fotos como referencia y sus familiares estaban preocupados.
Lesiones de un caminante
Después de casi 15 días de caminata, el desgaste físico era notorio. Molina tenía los pies destrozados, muchas horas sin un verdadero descanso y un absceso en la espalda producto de cargar su mochila. Él mismo se curó para evitar una infección y, pese al dolor, siguió su travesía.
En el trayecto recibió medicamentos donados. En Quito, el grupo decidió detenerse porque necesitaban un descanso. Él y otros caminantes se quedaron, pero los demás siguieron a Rumichaca, un paso fronterizo entre Ecuador y Colombia. Fue en esa parada cuando unos amigos le informaron que la embajada de Venezuela en Ecuador estaba recibiendo solicitudes para quienes quisieran regresar al país. Él se acercó porque “no tenía nada que perder”. Describe que al solicitar información, lo mandaron a llenar los formularios que había dispuesto la administración de Nicolás Maduro para que revisaran su caso y ver si calificaba como prioritario.
Antes de que el funcionario se retirará, Molina insistió y mostró las reseñas hechas por los medios y las entrevistas que había ofrecido durante el recorrido. El funcionario cambió de decisión y de inmediato le dijo que conocían su caso, pidieron su número y al día siguiente abordó un avión con otro de sus compañeros. El resto ya estaba en Rumichaca.
Por fin, en Venezuela
La mañana del 7 de mayo, Molina estaba desde temprano en la embajada de Venezuela en Quito. “Tremendo paso el que di», cuenta Molina, pues tras 19 días de caminatas estaba en un avión de regreso a Venezuela. Durante el vuelo, operado por Conviasa. Uriel relata que no podía sentirse más emocionado y feliz. De ahí fue trasladado a Lara y después a Falcón. Todavía faltan días para concluir su confinamiento, que puede extenderse porque varias personas que viajaron en su vuelo resultaron positivas en la prueba del hisopado nasal para detectar el COVID-19.
De momento siente preocupación porque sus resultados aún no llegan. Molina dice que de esta experiencia le quedó una gran lección: “A Venezuela no la cambio por nada y ojalá que no nos toque volver a salir”.