El repertorio que tocó Lina en su primer solo de violín lo dedicó a su familia que dejó en Caracas. Lina Yamin se presentó como solista, por primera vez, en el pequeño escenario de la sala de conciertos de la Universidad de DePaul, en Estados Unidos, a finales de abril de 2018. Para entonces, su abuela paterna tenía ya casi tres meses de fallecida y Lina ya formaba parte de la diáspora venezolana.
Yamin se mudó por dos motivos fundamentales: perseguir su sueño de ser músico profesional y buscar mejores condiciones de vida, lejos de su país. No obstante, sabía que el sacrificio era separarse de su familia, su tierra.
“Sentía que la falta de libertades era algo que daba claustrofobia. La vida giraba entorno a las necesidades básicas: a detener todo lo que se estaba haciendo porque llegó el agua; pasar el día haciendo colas para tener comida; a que tienes que cuidarte muchísimo en la calle para que no te asalten o te maten; a que por más que trabajabas el dinero no alcanzaba ni para lo necesario”, asevera.
Ella sabía lo que se jugaba cuando se montó en un avión en febrero de 2017 para iniciar una nueva vida lejos de la crisis política, económica y social de Venezuela. Convertirse en la mejor versión de sí misma implicaba correr el riesgo de no estar para su núcleo familiar en momentos cruciales.
Y el peso de esa decisión la derrumbó como un potente terremoto cuando le avisaron que Welina Ndairo, su abuela, había muerto a principios de enero de 2018.
Afinando su futuro
Los primeros meses de su proceso migratorio se engañaba diciéndose a sí misma que se trataba de una gira más. Ella integró la Orquesta Sinfónica Juvenil de Caracas por más de 4 años como Violín I. Su formación la hizo desde pequeña en El Sistema, el reconocido programa de educación musical venezolano, fundado por el economista y músico José Antonio Abreu en 1975.
“La música siempre fue parte de mi vida. Mis abuelas me cantaban; mi mamá tocaba guitarra y siempre estaba cantando. Un día mamá me preguntó si me gustaría tocar algún instrumento, y yo le dije que sí. Fue entonces cuando me llevó al núcleo de El Sistema de Orquestas en Montalbán. Allí empecé mis estudios musicales a los 6 años”, comparte.
Aunque de chica tenía la convicción de tocar la flauta traversa, el destino la obligó a que amara el violín, instrumento que terminó adoptando como parte de su identidad. Su talento la llevó a formarse directamente con el maestro Abreu, quien estaba presente en todos los ensayos y conciertos de la Orquesta Juvenil de Caracas.
“Aprendí de mis compañeros, de maestros de violín como Edgar Aponte e Igor Lara, y directores como Dietrich Paredes, Gregory Carreño, Pablo Castellanos, Gustavo Dudamel, Christian Vásquez y muchos otros con quienes pude trabajar durante esos años”, menciona.
Con el Sistema de Orquesta Venezolano participó en 8 giras internacionales. Entre 2012 y 2016 tocó en los principales escenarios de España, Portugal, Milán, Nueva York, Japón, Salzburgo, Praga y Corea del Sur.
También sabía que formar parte de El Sistema no era suficiente. Para ella, integrar esa reconocida escuela musical era solo la base para aprender.
“Decir que venimos de El Sistema no es beneficioso por sí solo, solo te abre puertas; pero cuando tienes que tocar tú solo es que se ve realmente lo que sabes hacer. El Sistema no toca por ti. Nos dio una base, sí, pero tenemos que mejorar muchísimas cosas para ganar audiciones de orquestas profesionales. Mi esposo y yo sabíamos que necesitábamos terminar de formarnos”, reflexiona.
Además de ser músico profesional, Lina Yamin es licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello. Durante 6 años dividió su tiempo entre las partituras de violinista y las letras de la carrera humanista.
Con esa base académica trazó el camino que seguiría para convertirse en un dígito más de la diáspora venezolana en el mundo, que se cuantifica actualmente en 5.202.270, según la Plataforma Regional de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela de la Organización de Naciones Unidas.
Su plan consistía en que ella, y su esposo, intentarían ingresar en el programa de becas que otorga la Universidad DePaul, ubicada en Chicago, para el Master in Violin Performance.
“Nuestro profesor de violín en Venezuela, Edgar Aponte, nos motivó y nos preparó con gran dedicación y esmero para presentar la audición, nuestro gran amigo Alberto Pomares, nos ayudó grabarla con equipos de alta calidad, tuvimos apoyo para presentar el TOEFL. Siempre estaremos agradecidos con todos aquellos que nos apoyaron de distintas maneras”, recuerda.
Músicos de la diáspora venezolana
Aunque no existen estudios que cuantifiquen la cantidad de músicos venezolanos de El Sistema que integren la diáspora venezolana, el equipo de Venezuela Migrante pudo constatar que la mayoría de los que han salido del país, buscando mejores condiciones de vida y oportunidades, lo hicieron entre 2015 y 2018.
Lina Yamin y Nelson Mendoza, su esposo, migraron hacia Chicago en 2017 luego de conocer que habían obtenido, por mérito propio, una beca para el Master in Violin Performance de la Universidad DePaul, en Estados Unidos.
El primer reto al que se enfrentaron como músicos migrantes fue conocer y adaptarse al país nuevo en el que se estaban estableciendo. Aunque ambos tenían una carrera profesional en Venezuela, el mercado laboral y el sistema educativo musical en EE.UU eran diferentes al de su país natal.
Luego de asimilar el estilo de vida en Chicago, se encontraron con una nueva realidad: el programa de estudios en DePaul exigía un nivel más elevado de sus habilidades. Además, el entorno en el campus es más competitivo de lo que estaban acostumbrados en el Sistema de Orquesta Venezolano.
“Aquí para las audiciones de orquesta se presenta mucha más gente, y de todas partes del mundo, por lo tanto es sumamente competitivo. Pero esa no es la única opción en el campo laboral, puedes decidir ser músico solista que es más competitivo. Puedes dar clases, tener un cuarteto, o lo que muchos hacen: una combinación de todas las anteriores”, explica Lina.
Una de las rutinas que le dejó El Sistema a Lina fue la costumbre de practicar todos los días alrededor de 4 horas con el instrumento y 2 horas sin su instrumento. Diariamente, la violinista venezolana destina 6 horas, como mínimo, a afinar su talento musical.
“Todo el repertorio orquestal que aprendí y las formas de trabajarlo y ensamblarlo en la orquesta. Las cosas que funcionan musical y técnicamente en el ámbito orquestal. Esto es invaluable y me ha servido muchísimo cuando he tocado en orquestas y ensambles de cámara aquí”, reconoce.
La vida nueva de Lina Yamin como músico migrante en Estado Unidos la ha construido ladrillo por ladrillo. Una de las satisfacciones que han recogido con su esfuerzo es la oportunidad de poder alquilar violines de mejor calidad gracias a la oportunidad que les está brindando una fundación de ese país.
“Tuvimos algunas reuniones, tocamos, conversamos y mi esposo y yo fuimos los primeros en recibir un violín de esta fundación. Esto ha significado muchísimo para nosotros y el día en que esto se concretó sólo podíamos sentirnos profundamente agradecidos y felices”, confiesa.
Actualmente, Lina conjuga sus estudios con dos trabajos: da clases de violín en la Escuela de Arte Musical de Chicago y forma parte del equipo de marketing de la Escuela de Música de DePaul. Adicionalmente, es miembro de la Orquesta Sinfónica de la Universidad DePaul y toca en un cuarteto de cuerdas.
Un solo de violín para su familia
Pese a toda esa experiencia que Lina Yamin ganó dentro de El Sistema de Orquesta de Venezuela, como adolescente o adulta nunca había tenido la oportunidad de interpretar un recital como solista de violín.
El programa de estudios del Master in Violin Performance exige a sus estudiantes a presentar un solo con su instrumento, anualmente. Cuando la profesora Janet Sung les comunicó esta exigencia, Lina confiesa que entró en pánico. Pero se calmó recordándose que ese era el motivo por el que había emigrado: para retarse a mejorar su talento.
“Empecé a prepararme para el recital. El primer trimestre de ese año fue técnico. Tuvimos que centrarnos en los aspecto técnicos, el siguiente trimestre empezó la preparación del recital”, comenta.
Janet Sung ayudó a Lina a escoger las piezas que tocaría por primera vez sola. Escogieron tres. El recital comenzaría con la Sonata n.º 8 de Ludwig van Beethoven, avanzaría al concierto de violín n° 4 de Wolfgang Amadeus Mozart y cerraría con el nocturno n° 2 de Frédéric Chopin.
Desde entonces dedicó todo su tiempo a practicar las partituras de estas piezas musicales. Inclusive incluyó a su familia en los ensayos. Como una práctica diaria, grababa lo que practicaba y le enviaba el audio a su abuela, Welina Ndairo, para que escuchara en la distancia cómo su nieta se preparaba para su primera vez como solista adulta, y migrante.
Pero su abuela murió y eso quebró sus emociones.
“Fue algo que me pegó muchísimo. Pensé que no podía tocar. Ella muere y fue un choque. El sacrificio más grande de ser migrante es dejar a tu familia y me tocó no poder despedirme de mi abuela. Pero entendí que mi motivación para seguir tocando son ellos, que la forma que tengo para honrar a mi abuela y a mi familia es hacer lo mejor que puedo. Y eso es tocar el violín”, afirma.
Nerviosa y parada frente a un reducido público que esperaba escucharla y ver su presentación con el violín, la mente de Lina estaba concentrada en ofrecer un emotivo concierto para su abuela.
Sus sentimientos se mimetizaron con las tonadas que salían de su violín.
Cada movimiento que hacía con el arco de su violín liberaba las emociones que contenía en su corazón. El sonido que inundaba el ambiente del DePaul Recital Hall tenía virutas invisibles de la felicidad que embargaba a Lina por lograr su primer solo como violinista, tras 1 año y 2 meses de haber migrado. Esa alegría se transmitía en la misma sintonía donde estaba la tristeza de no haberse podido despedir de Welina, su abuela.
Pero a pesar de la potencia de la contradicción de sus emociones, Lina terminó completamente con su recital. En el aplauso de su público, la sonrisa de su esposo y el latido desenfrenado de su corazón vio materializado todo el esfuerzo por el que trabajó desde que abandonó su país.
“Cuando estaba tocando por un segundo me acordé de todo lo que pasamos los meses antes de venir y de todos los sacrificios que hicimos. Esto era una meta súper grande. No sabíamos si teníamos el nivel para hacer un máster. Te haces muchísimas preguntas y de repente te ves tocando. Después de echarle un camión de bolas, tienes tu primer recital”, asevera sonriente la caraqueña.
El Sistema de Orquesta Venezolano le enseñó a Lina Yamin a soñar en grande, a ser disciplinada, y a luchar sin tregua para cumplir con sus metas. Detrás de cada presentación a la que asistió, invirtió mucho tiempo de preparación. Hoy en día aplica la mejor lección que le dio el Maestro Abreu cuando siente que flaquean sus convicciones: “Mis queridos: para el descanso, el descanso eterno”.
La familia de Lina Yamin es migrante, como lo es ella ahora que forma parte de la diáspora venezolana. Sus abuelos maternos son oriundos de España y Portugal, mientras que los paternos son del Líbano.
Ella confiesa que sus abuelas amaban a Venezuela porque era el país que les había dado todo. Además, cada vez que la veían con su violín le pedían que interpretara la melodía de la canción Venezuela, compuesta por los españoles Pablo Herrero Ibarz y José Luis Armenteros Sánchez.
Llevo tu luz y tu aroma en mi piel,
y el cuatro en el corazón,
Llevo en mi sangre la espuma del mar
y tu horizonte en mis ojos.
“Esta canción para mi significa todo lo que dejé, lo que extraño y todo lo que llevo conmigo. Me recuerda de dónde vengo y a donde quiero ir. Solo cuando sales del país y vives lo que vives entiendes lo que realmente significa su letra totalmente, lo vives y lo sientes. Y también sabes que esa luz y ese aroma es de una Venezuela que ya no existe”, reflexiona.