Más de 300 caminantes venezolanos en Ipiales piden apoyo para continuar viaje de retorno

«Aproximadamente 30 niños están durmiendo en el piso o en carpas». Esa es parte de la descripción que hace María Ortega, vocera del grupo de varados en Ipiales (Colombia) que, según cuenta, está integrado por más de 300 caminantes. Se trata de venezolanos que atravesaron Perú, Ecuador y se encuentran en Colombia pidiendo apoyo para retornar a su país. Ortega narra que emplearon sus últimos dólares para cruzar por trochas. Ahora están varados, algunos desde hace casi una semana, en el terminal perteneciente al departamento de Nariño.

Ortega añade que en el grupo también se encuentran personas con movilidad reducida: “Tenemos, por ejemplo, a un paisano que tuvo un accidente en una moto y está mal de salud. Se le abrieron las heridas por el tiempo que tiene durmiendo en el piso, piso que además está muy frío. Necesitamos ayuda”.

El llamado de estas personas es a que la organismos internacionales, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la Organización Internacional de Migraciones (OIM) o la Cruz Roja brinden algún apoyo para facilitar el traslado. “Lo último que teníamos, se lo entregamos a los trocheros. Gente que espera por los inmigrantes en estos parajes. Eso es muy peligroso, nadie nos garantiza seguridad. Hay personas hasta con machetes intentando asaltar a los caminantes”, denunció Ortega.

Agrega que el 95% de los integrantes del grupo se quedó sin capacidad para cubrir los costos de un pasaje en bus, que cuesta hasta 80 dólares.

Atravesar tres países con dos niños

A Gabriel Rivero, padre dos niños, de 9 y 10 años, no le tocó fácil. Este venezolano, oriundo del estado Carabobo, se enfrentó a distintas carencias después del confinamiento decretado por el gobierno peruano. Describe que cuando se acabaron las posibilidades para proveer de techo y comida a su familia, volver al país fue la única opción.

Junto a su esposa e hijos emprendió el viaje de retorno. El 6 de mayo partieron desde la provincia de Huancayo, ubicada a 8 horas de la ciudad de Lima. Relata que, desde entonces, solo hicieron paradas para que los niños descansaran, ya que cruzaron «territorios hostiles que los dejaron extremadamente agostados».

El primer aventón del recorrido se los dio la policía hasta un peaje. Luego, una familia los acercó hasta Lima. Esa noche, al llegar a Chosica, otra familia les regaló una carpa que les sirvió guarecerse el resto del viaje.

El 7 de mayo, tras atravesar Lima metropolitana y pasar caminando por el desierto de Ancón, se embarcaron en un camión que los llevó a la región de Chancay. Allí, una familia peruana que prepara comida con apoyo de las iglesias, les brindó las comodidades para pasar la noche. A la mañana siguiente, abordaron una gandola que trasladaba piedras a una siderúrgica y los dejó en Chimbote. El siguiente aventón los dejó cerca de Tumbes, fue cuando encararon la primera frontera.

«Pasamos por una trocha. Fueron 5 horas caminando. Atravesamos un río y un camino de tierra. Después fueron 6 horas más en las plataneras. Ya por último, debimos cruzar un canal y salimos al lado de los Centros Binacionales de Atención en Frontera (CEBAF), que es la aduana de Ecuador y  Perú. Finalmente, cruzamos la trocha que nos llevó hasta la ciudad Huaquillas. Ese día aprovechamos y nos bañamos en el río. Anteriormente lo hicimos en estaciones de servicio”, contó Rivero.

Pausa obligatoria para los caminantes

Rivero recuerda que el desgaste físico en sus hijos era notorio y en esas condiciones no podían seguir. En la ciudad de Huaquillas desplegaron su carpa frente al Monumento de la Paz. “Tuvimos que pasar la noche allí porque los niños estaban cansados. Por fortuna, nos ayudaron. El dueño del restaurante, ubicado frente a donde estábamos, nos dio alimentos y otro nos abrió las puertas de su casa para que los niños se pudieran bañar”.

Después del tercer día y con las energías recargadas, les dieron un aventón que los llevó hasta el desvío de Huanca. Desde ese punto caminaron un kilometro y otro conductor los acercó hasta Guayaquil. “Y después, otra cola más nos llevó hasta la ciudad de Ventana, para caminar dos kilómetros hasta Santo Domingo. Pasamos la noche y después tomamos otro aventón hasta salir de Quito. Dormimos en un pueblo llamado Chachabamba, y allí no tuve cómo darle de comer a los niños porque todo estaba cerrado”.

El viaje continuó hasta Ibarra, rumbo a la ciudad de Los Andes. “En ese pueblo estuvimos hasta las 6 de la tarde. Siempre caminamos solo los cuatro, pero esa vez coincidimos con dos parejas y una de las chicas tenía 8 meses de embarazo. Nos embarcamos en otra cola que nos llevó hasta Tulcán, cerca del paso fronterizo de Rumichaca”.

Esa noche, según recuerda, “fue de un frío infernal” y, a las 6 de la mañana, caminaron 6 kilómetros en bajada. En el trayecto coincidieron con otros caminantes que ya habían conocido e intentaron mediar con los guardias que estaban en el Puente Internacional de Rumichaca para que les dieran facilidades para cruzar. “Pero no accedieron ni porque mis hijos estaban cansados”.

Colombia, trocha costosa y peligrosa

Según cuentan los caminantes que han atravesado por ese lugar, el cruce desde Ecuador hacia Colombia se ha convertido es un lugar cada vez más complejo. Señalan que no hay condiciones mínimas de seguridad y que su integridad física depende de lo que puedan pagarle a alguien que los cuide y los ayude a cargar el equipaje.

“Por mi pareja, mis hijos y yo tuvimos que pagar 65 dólares. Era el dinero que habíamos recibido como ayuda en Ecuador, más una plata que nos dio mi hermana. El camino es peligrosísimo. Primero, nos tocó pasar por una bajada tipo risco. Luego, llegamos al río y ahí estaba un puente hecho como con tres palos bambú. Después, una subida con algo de escalada. Fue muy loco y arriesgado pasar por ese tramo. Duró tres horas y era tan peligroso que nadie sacó los teléfonos para registrar lo que allí ocurre por miedo a que se los fueran a robar”.

Caminantes venezolanos
Caminantes venezolanos piden ayuda desde el terminal de Ipiales, en Colombia, para continuar su retorno al país. Foto cortesía de Gabriel Rivero.

Por fin, Colombia

«Esa trocha fue un calvario para los cuatro». Al concluir ese tramo, tomaron un taxi hasta el Terminal Terrestre de Ipiales. Les habían dicho que allí había un puesto de la Cruz Roja, pero era falso. Se encontraron con una aglomeración de caminantes que ya tenían días allí y, al igual que ellos, se quedaron sin recursos para avanzar. Estaban agotados para seguir caminando.

El 31 de mayo, Rivero cumplió 5 días en el terminal. Explican que en este lugar corren el riesgo de ser desalojados porque ese espacio se puede convertir en un punto de contagio de coronavirus. Él pide que la ayuda humanitaria destinada a los migrantes venezolanos se invierta en buses que los lleven hasta Cúcuta y que la Cruz Roja evalúe a los niños, pues han sido expuestos a diferentes ambientes a lo largo del recorrido.

Rivero relató que el 1 de junio funcionarios de la alcaldía de Ipiales informaron a los caminantes venezolanos que habilitarían autobuses hasta Cúcuta con un precio de 250 mil pesos el boleto. Sin embargo, los migrantes aseguraron que ya no cuentan con recursos. Rivero dijo que tan solo para su familia necesita 1.000 pesos. Reitera el llamado a las autoridades internacionales para que los apoyen buses que los puedan lleven de manera humanitaria para finalmente llegar a Venezuela.