“Nunca me voy a arrepentir de este camino. Ya he caminado muchos países para que este me venga a dominar. No sé por qué este país se puso contra los migrantes” relata Jesús Salas, carabobeño de 35 años, sobre su transito en Tapachula, Chiapas, al sur de México.
Salas cuenta a Efecto Cocuyo su travesía por ocho países que abarca desde la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, hasta México, donde busca cruzar la frontera para llegar a Estados Unidos. Le acompañan su esposa, Paola Reyes, de 27 años, y sus cuatro hijos: Eudys José, de 18; Marianyelis Kisbel, de 12; Yonaiker Jesús, de 10; y Jhoneiker Antonio, de 10 meses. Este último nació en Quito, Ecuador, donde marcharon en 2018.
Ahora, cansado de malvivir con lo que ganaba cargando frutas y verduras en el mercado de abastos, decidió hacer las maletas y emprender la peligrosa ruta hacia el norte.
“Iré a donde papá dios me lleve, ya que no tengo un familiar allá en Estados Unidos, todo se lo dejamos en manos de dios”, afirma a Efecto Cocuyo.
En Tapachula, Salas pidió asilo, pero ha conseguido una identificación, lo que le permite trabajar. Colabora con la secretaría de Salud visitando los domicilios para buscar personas que no hayan sido vacunadas. Logró rentar un cuarto por 600 pesos.
Ante las dificultades, reconoce que México podría ser una alternativa. “Cualquier lugar que no sea Tapachula está bien” advierte. El problema es que, por el momento, debe permanecer aquí. La ley mexicana establece que quien solicita refugio debe quedarse en el estado donde realizó la petición. La Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (Comar) está colapsada, así que no sabe cuándo concluirá su trámite.
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