El cierre fronterizo y las restricciones de viajes aéreos provocados por la pandemia de Covid-19 en 2020, no impidió el flujo migratorio de los venezolanos. A principios de octubre, la Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela de ACNUR contabilizó más de 280.000 venezolanos decidieron emigrar.
Hasta noviembre, la cifra total de venezolanos en condición de migrantes, refugiados y desplazados es de 5.448.441. Abel Saraiba, coordinador adjunto y del Servicio de Atención Psicológica de Cecodap, indica que se trata de «una realidad innegable» y que, aún en las peores condiciones, continúa este proceso. «La realidad de los migrantes venezolanos constituye uno de los flujos más importantes hoy», comenta.
Este psicólogo enumera las razones por las cuales destaca esta crisis migratoria: «Primero, porque no se trata de un país en guerra. Segundo, porque a ella le debemos el reconocimiento internacional de la Emergencia Humanitaria Compleja que atraviesa Venezuela».
Saraiba es autor del Informe especial de peligros y vulneraciones a los derechos humanos en niños y adolescentes en contextos de movilidad humana y pandemia, publicado el 18 de diciembre, en el marco del Día Internacional del Migrante, declarado en 2020 por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), ante el aumento del fenómeno. “La pandemia provocó una desaceleración. Frenó en seco (bruscamente) buena parte de la proyección, pero no detuvo la migración. Las personas siguen saliendo por trochas (caminos clandestinos). Hoy, emigrar es un derecho que se ejerce en contextos adversos”, asegura. Es un nuevo escenario: emigrar en pandemia.
El investigador considera que, actualmente, los migrantes son más vulnerables que ayer, y que esto obedece a que sus «necesidades de sobrevivir siguen siendo las mismas», pero el contexto social, político y económico de América Latina empeoró y hay, incluso, «políticas migratorias más restrictivas». Son las complejidades que supone emigrar en pandemia de Covid-19.
Los resultados de su investigación revelan que la migración venezolana es pendular, en búsqueda de condiciones para sobrevivir. Según el estudio, este año se redujo la intención de emigrar, pasando del 38,6% al 29,4%. Pero Saraiba explica que, en medio del contexto actual, el fenómeno de emigrar en pandemia, se debe analizar de manera relativa.
De acuerdo a sus investigaciones, y en conjunto con Datanálisis, la migración está presente en un 30% de los hogares venezolanos desde 2013. Esto representa, prácticamente, un tercio de las familias y un 18,4% de la población total del país.
Su pronóstico es que la cifra de migrantes venezolanos podría ascender a 6.745.169 en 2021, lo cual coincidiría con la estimación realizada por Naciones Unidas que sitúa la población migrante y refugiada con necesidades de atención en 6,5 millones de personas.
Emigrar en familia
En este informe, destaca que las madres están en el primer lugar como cuidadoras en los hogares impactados por la migración forzada de venezolanos. Se trata de un hecho inédito desde 2018. También revela una disminución en la proporción de abuelos cuidadores, pasando del 55,4% en 2018 a un 41,7% en 2020. «Pareciera que los hombres son los que migran primero y las mujeres tienen una cultura de arraigo con los hijos», señala.
Proyecta que sería el núcleo familiar completo, y no algunos de sus miembros, quienes decidan emigrar, en 2021. «Las familias, inclusive, perciben que no hay condiciones para dejar a los hijos en Venezuela, por la precariedad de los servicios públicos y las condiciones económicas. Puede ocurrir que perciban que podría ser más costoso mantener a los hijos en Venezuela que llevárselos a otro país».
Un país a la deriva
Saraiba destaca otro aspecto de su investigación: la incertidumbre sobre la realidad económica, la cual supone la principal motivación para la migración en un 22,4% de los casos. Además, evidencia una disminución respecto a la aspiración a mejores condiciones de vida.
Señala que «el gran drama de Venezuela» es que está «a la deriva», especialmente cuando se trata de emigrar en pandemia. «A la deriva mientras naufraga. El barco está llenándose de agua y pareciera que no hay un rumbo claro. Y en medio de esto están las personas: unos, dentro del barco, tratando de sacar agua y viendo cómo el mar se le viene encima; y otros ya se han lanzado del barco y están nadando a la orilla».
Saraiba explica que, en este punto, las personas por sus propios medios «no pueden sustituir el rol y la responsabilidad del Estado». Y agrega: «Es decir, por más que tú intentes nadar por tu voluntad, es difícil llegar a la orilla. Hoy el mundo es un terreno hostil para la migración. Muchos migrantes, lamentablemente, no llegan a su destinos. Lo vemos con los más recientas naufragios».
Considera fundamental «entender» que si, bien la migración puede generarse de forma poco planificada, es indispensable «tomar distintas precauciones». Sugiere, en el caso de los adultos, documentarse e informarse respecto de los requisitos y recaudos exigidos por cada país. «No solo basarse en información que le puedan referir amigos o familiares, pues no es la más objetiva».
En relación con los niños, Saraiba aconseja generar los procedimientos legales para su protección, sobre todo si se dejará bajo el cuidado de un tercero. Destaca la medida de colocación familiar, y en el caso de que alguno de que los dos representantes emigren, recomienda tramitar el ejercicio unilateral de la patria potestad, una medida temporal en la que el cuidado se ejerce por el cónyuge a quien se confían los hijos y esto permite, a quien quede en Venezuela, eventualmente viajar sin solicitar un permiso, por ejemplo.
Concluye que, además, de atender la realidad jurídica de protección de los niños resulta fundamental la realidad emocional. «Ese acompañamiento especializado. Si no lo hay, al menos, tenemos las responsabilidad de escuchar y de dar lugar para que el niño o el adolescente pueda hablar de sus sentimientos».
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