El COVID-19 cambió muchas de las dinámicas que conocemos. Los refugios en Lima que atienden a los venezolanos sin hogar también han tenido que modificar su funcionamiento. Por ello, se han activado planes se contingencia para la redistribución de alimentos y para atender la salud mental de los migrantes que permanecen confinados.
Debido a las restricciones propias de un estado de emergencia, algunos refugios han reportado dificultades con la llegada los alimentos. Pero, como coinciden sus voceros: «Afortunadamente ningún migrante se ha acostado sin comer».
Oscar Huapaya, representante del refugio Cristo Resucitado, afirmó que la pandemia los tomó por sorpresa y por eso algunas veces necesitan dotación adicional para cubrir las necesidades de todos. «Necesitamos más apoyo con los alimentos y los víveres. Adicionalmente, por la pandemia necesitamos que nos donen alcohol, lejía, artículos de aseo personal, detergente y agua potable para sostenernos y poder llegar hasta el final de esta coyuntura».
Actualmente, 32 personas —distribuidas en 7 habitaciones— comparten los espacios de este refugio ubicado en el distrito de Villa el Salvador, de la capital peruana.
En la Casa de la Esperanza, un refugio metodista ubicado en el distrito limeño de San Miguel, residen temporalmente 33 venezolanos. Antes de la pandemia, a cada familia se le entregaba mensualmente una canasta con los alimentos básicos, que también incluía la harina para las arepas. Como alguno de los miembros de la familia trabajaba de manera informal, tenían la posibilidad de complementar su alimentación con los productos que prefiriesen. Pero debieron hacerse ajustes. «Se estaba haciendo difícil conseguir alimentos. Así que lo que decidimos implementar la alternativa de una olla común», como relata la vocera Carmen Mollo.
Medidas de prevención en los refugios
Actualmente, se tiene como política no recibir a más personas en los albergues donde aún queda disponibilidad para evitar contagios del COVID-19. Tampoco están permitidas las visitas y las labores de limpieza están distribuidas entre todas las personas, según sus capacidades físicas.
Por ejemplo, en el refugio Virgen de Coromoto, ubicado en el distrito limeño Villa María del Triunfo, extremaron las medidas de seguridad. En ese espacio se encuentra una embarazada y solo se autoriza el ingreso al médico de la posta —el ambulatorio de salud de la zona— para que le realice el control de rutina.
Mientras tanto, el resto se encarga —entre otras labores— de desinfectar las áreas comunes. «Acá, la única que entra y sale, además del médico, soy yo. Y eso porque estoy encargada de comprar los alimentos o productos que se necesiten en el albergue», explica Minerva Morales, representante del refugio.
Cuidados emocionales y mentales
La preocupación colectiva, como relatan los representantes de los refugios, no es solo la alimentación. Esa incertidumbre, ese qué va a pasar después de la cuarentena y cómo enviar dinero a Venezuela cuando no están generando ingresos se manifiesta a diario.
En este sentido, en la Casa de la Esperanza se realizan charlas motivacionales para mantener el buen ánimo de todos. «Es verdad que los venezolanos son muy alegres, pero a veces se me deprimen. Por eso también los mantenemos bastante ocupados con la asignación de actividades de mantenimiento del refugio: es importante que se sientan útiles y productivos. Para los que desean, también ofrecemos contención a través de la fe, ese otro apoyo emocional», cuenta Carmen Mollo.
Por esa razón, además de ropa o alimentos, estos refugios necesitan ayuda para crear espacios recreativos: donación libros y cuentos, así como también juguetes en buen estado para los más pequeños.
Se estima que solo en Lima funcionen un aproximado de 22 refugios administrados por iglesias de diferentes credos, 21 de los cuales atienden exclusivamente a migrantes extranjeros y otro a mujeres en situación de violencia.