“Este es un viaje de supervivencia”: Nathali comienza la búsqueda de empleo

Nathali lo tenía claro. Lo que venía a continuación era conseguir, lo más pronto posible, un trabajo que le permitiera reunir suficiente dinero para poder traerse a su familia. Lo importante era que estuvieran juntos otra vez.

Nathali llegó a Lima, capital de Perú, el 26 de diciembre de 2017. Viajó unos 1.970 kilómetros con un bolso mochilero durante seis días. Pero no tenía a dónde llegar, ni suficiente dinero para rentar siquiera una habitación. 

La alternativa, para no quedarse en la calle, era su hermano, Daniel. Él ya tenía un año viviendo en Perú, pero habían pasado, aproximadamente, dos años desde la última vez que hablaron.

El esposo de Nathali, René, picó adelante porque ella había viajado sin teléfono. Así que desde Maracay logró contactarlo y coordinar.

“Todo estaba calculado. Un tío le ofreció 50 dólares, pero los transfirió mal y no pudo retirarlos. Échale una mano, ella te quería dar una sorpresa y no molestarte, pero ocurrió esto. Este viaje es por supervivencia, Dani”, le escribió René a su cuñado.

Ese mismo martes, Nathali se reunió en el Terminal con Jhonny Ramírez, un ex compañero de trabajo que la recibió. “Lo abracé, nos abrazamos…. Tenía mucho tiempo sin verlo”.

Jhonny, que tenía un par de años en Perú, fue quien acompañó a Nathali hasta la casa de su hermano, en Chosica. “Yo le dije que no me dejara sola. Le pagué el pasaje con los últimos 20 soles ($5 dólares aproximadamente) que me quedaban”.

Aunque Nathali llegó a casa de su hermano con cierto recelo porque temía importunar, el encuentro lo recuerda como emotivo. “Yo soy muy cariñosa, así que también lo abracé y me alegró verlo. Después pudimos comer algo y lo que quedaba era prepararme para lo que venía: establecerme en un país distinto y hacer dinero”.

Los contactos y los primeros trabajos de Nathali

Nathali se enfrentaba a un mercado laboral complejo. En el Perú, de acuerdo con el informe “Impacto de la inmigración venezolana en el mercado laboral de tres ciudades: Lima, Arequipa y Piura”, realizado por la OIM, el 92,1% de los trabajadores venezolanos no contaban con un contrato de trabajo. Es decir, se encuentran en una relación laboral informal.

Al día siguiente y con total motivación, Nathali salió a las calles de la capital con lo que consideraba su mejor currículum: presentarse, dar la cara y comunicar su disposición para trabajar. “Así fue como llegué a un restaurante y hablé con la señora, que parecía la dueña. Fue muy amable al recibirme. La convencí y me dejó trabajando”. Allí fue ayudante de cocina, preparaba la comida y también debía limpiar y dejar las mesas listas para el día siguiente.

Nathali se sintió tranquila, ya había encontrado algo.

Dos días después recibió una llamada. Su esposo, desde Maracay, seguía armando redes y contactando a sus conocidos para ayudarla. En esta historia, como ahora cuentan, cada quien hizo esfuerzos. René logró que una de sus amigas, ya establecidas en Perú, contactara a Nathali para una entrevista. Susana Delgado había emigrado a Perú en el 2015 y trabajaba con Yulitza Rueda, una peruana dueña de una peluquería. Susana estaba ahí, detrás del teléfono para decirle a Nathali que se apurara y tomara nota de una dirección. “Yo estaba trabajando ese día, así que no pude arreglarme ni peinarme. El restaurante donde estaba era en Chosica y debía dirigirme rápidamente a San Juan de Lurigancho, un distrito ubicado al otro extremo de la ciudad, como a una hora y media”.

Nathali partió doblemente agradecida; no solo por la entrevista a la que iría sino porque la señora del restaurante le dio 60 soles por los días de trabajo. “Para entonces yo no tenía idea de direcciones. Solo me acuerdo que me subí al metro en la estación más cercana y partí. Llegué media hora tarde a mi entrevista. ¡Pero lo logré!”.

La oferta que le hicieron a Nathali fue la siguiente: durante medio día debía dedicarse  a la venta de membresías en un gimnasio y luego debía trasladarse hasta el distrito de Miraflores, una hora y media aproximadamente, para trabajar en la peluquería. Nathali aceptó.

Con el nuevo empleo llegó también la necesidad de encontrar un nuevo espacio para vivir. Una de sus compañeras tenía una habitación cerca del gimnasio. “¡Aquello parecía un regalo, esa era la opción ideal!”.

Un mes después, las cosas cambiaron. “Se me desarmó todo…. Había un encargado que, al parecer, le incomodaba que yo estuviera ahí. Así que un día la señora Yulitza me llamó a una reunión y me botó. No me dio una razón, ni siquiera me dejó terminar mi turno. ¿Qué iba a hacer sin trabajo?”.

Esa noche Nathali no pudo conciliar el sueño. “Estaba deprimida, no quería hablar con nadie. Pero de dónde pude saqué fuerzas para, al día siguiente, retomar la búsqueda de un nuevo trabajo”. Su opción más inmediata fue vender caramelos en los autobuses, actividad que realizó durante una semana.

“¡Un día me llegó otra llamada sorpresa!”. En su paso por el gimnasio, Nathali conoció a Adriana. “Ella me llamó y me dijo que quería verme. Cuando me encontré con ella, tenía un envase para vender tisanas, estaban las frutas, los vasos, todo. ¡Y era un regalo para mi!”.

Nathali, con más ánimo, se preparó para comenzar la venta de las tisanas. “Como a las dos semanas de haber comenzado a vender en la calle, me llamó Vanessa, otra compañera peruana que conocí en el mismo gimnasio. Ella me había dicho que iríamos a Gamarra, y hablaríamos con un ex jefe de ella. Aferrada a Dios, la acompañé”.

El gran regalo sorpresa

Nathali y su amiga llegaron a la Galería el Rey, ubicada en el Emporio Comercial Gamarra, del distrito La Victoria. Conversaron con Juan y Nelly Díaz, unos hermanos peruanos dedicados al trabajo de bordados y que recibieron a Nathali en su taller. Allí comenzó a trabajar el 1 de febrero de 2018. El 5 de ese mes, Nathali estaba celebrando sus 32. “Me compraron una torta, y me cantaron el cumpleaños. Fue un momento bien alegre y triste al mismo tiempo”, dice.

Este era el primer cumpleaños que Nathali pasaba lejos de su familia. “Yo me senté en un sitio aparte y me puse a llorar. En eso, entra el señor Juan y me ve llorando y me preguntó que qué me pasaba. Yo le conté, ¡me desahogué! Mi sorpresa fue que él habló con su hermana y pidieron un crédito al banco y me hicieron el préstamo de mil dólares con los que pude ir a buscar a mi esposo y a mis dos pequeñas a Venezuela”.

Un nuevo viaje de 10 días

El miércoles 25 de abril del 2018, Nathali emprendió un viaje veloz de regreso a Venezuela para buscar a su familia. Aunque en esta ocasión no podría traerse a su hija mayor, Valeria, ya que ella se encontraba con su papá.

Aun así, en tan solo 6 meses, y con apoyo de sus jefes, pudo tener el dinero para cumplir lo que se dijo cuando salió de Venezuela: “vamos a estar juntos otra vez”.

Sin embargo, por un error en las fechas, el viaje de ella se retrasó, mientras que René llegó el día acordado al punto de encuentro: la frontera colombo-venezolana. “Ese fue un momento complicado para ellos, porque tuvieron que dormir en la plaza de San Cristóbal porque ningún hotel aceptaba transferencias, solo efectivo”. 

Sin poder hacer nada para acelerar el viaje, Nathali llegó el domingo y cruzó hacia Venezuela, desde Cúcuta para buscar a su familia. “Isabella no tiene el apellido de René y pensábamos que podría ser un problema si ellos cruzaban la frontera solos”. 

Al momento de cruzar la frontera ocurrió algo que le hizo recordar a Nathali su primera experiencia de viaje en el 2017. “Pasamos como invisibles, no nos pidieron documentos, nada”.

Además de René, Isabella y Renatha, en el viaje estuvo también Blanca, una vecina de ellos, y a quien le pagaron todo el viaje para que cuidara a los niños mientras Nathali y su esposo trabajaban.

Ya en Cúcuta fue todo más sencillo. Nathali estaba junto a su familia. “¡Me sabía el camino! Estaba entusiasmada”. En el viaje las niñas se portaron excelente. Isabella estaba emocionada de ver paisajes nuevos y René  tenía la expectativa de vivir en un nuevo país y con ganas de trabajar.

Ya en Lima, Nathali tuvo que enfrentar otra situación que la desequilibró. “Yo tenía que trabajar durante tres meses sin cobrar un sol para saldar la deuda. Pero a los dos meses, la señora Blanca se fue,  me quedé sin mi trabajo en Gamarra porque no tenía quién me cuidara los niños”.

Con una deuda de 1,300 soles (unos $370) y sin alguien que cuidara a sus hijos, Nathali volvió a preocuparse. Una vez más, las cosas cambiaron.“Yelitza, la dueña de la peluquería, me llamó nuevamente. Ella pagó la deuda que faltaba de mi viaje y me puso de encargada de una nueva peluquería que había inaugurado. ¡Mi esposo fue el encargado de construirla!”.

Pero, tras dos meses de trabajo, un nuevo fin a la relación laboral llegaría. “Como no tenía quien me cuidara a las niñas, la más pequeña tenía 10 meses, yo me la llevaba a la peluquería y eso no le gustó a la dueña”. Por tercera vez, Nathali se había quedado sin trabajo. Aunque René tenía un trabajo eventual con una importante constructora en el Perú, a ella se le ocurrió una idea para generar sus propios ingresos. “Hablé con mis ex jefes, la señora Nelly y el señor Juan. Ellos me financiaron un emprendimiento que tuve”.

Fueron 500 soles ($142) que le prestaron a Nathali y con los que compró un carrito para vender tequeños, además de los materiales que necesitaba para partir. 

Venezuela al toque y la llegada de un nuevo integrante de la familia

Nathali comenzó su emprendimiento a inicios de noviembre en Lima y tuvo éxito casi de inmediato. “Vendíamos entre 10 y 12 paquetes de tequeños diarios. La gente nos apoyó bastante”.  Nathali, con su sazón logró consolidar su clientela, mientras René se dedicaba a la construcción.

Ahora a su familia le iba bien. Estaban juntos. Y en esta ocasión, recibirían una noticia que les cayó como una sorpresa para todos. Nathali se convertiría en madre por cuarta vez. 

“Es algo que no esperábamos, más en un país distinto donde no sabes nada. Pero decidimos afrontarlo. Al menos le pedíamos mucho a Dios que fuese un niño porque así sería una experiencia completamente distinta”, cuenta entre risas.

Sin embargo, la situación se complicó. Unos meses previos al nacimiento de su hijo, Alejandro, el 16 de julio de 2019, la municipalidad de la Victoria, distrito donde vivían, comenzó unos trabajos de instalación de gas en la avenida Mariscal Cáceres, donde ellos ponían el carrito de tequeños, lo que les produjo una baja en sus ventas. Además, el trabajo de René había cesado. “Estábamos decaídos económicamente, a veces no teníamos ni para comer, ya que vivíamos de las ventas diarias”.

En junio de 2019, un mes antes de que naciera Alejandro, la ONG Save The Children, un organismo internacional que trabaja por los derechos de la niñez, les dió un apoyo económico de 1500 soles ($430 aproximadamente).

La llegada de Alejandro fue lo que alegró esos días a la familia Pérez Carballo. “Estábamos felices de tener el primer varón. El consentido de la casa”.

Aún con las ganas de seguir produciendo, Nathali retomó las ventas, en esta ocasión de empanadas. “Yo hacía el guiso y las empanadas, no podía salir a trabajar porque estaba amamantando, pero le dejaba todo listo a René para que lo hiciera”.

Unos meses después, en noviembre de 2019 y con un escenario muy bien analizado por la familia,  tenían un cambio de objetivo.

“René y yo habíamos conversado. La situación era complicada. No salían trabajos para él. Habíamos decidido regresar a Venezuela”. Ahora sería una llamada que recibiría René la que  prolongaría la estancia de la familia Pérez Carballo en Perú, pero sin cambiar el rumbo: dejarían el territorio Inca.

Jonathan Herrera, un amigo de la familia, le ofreció trabajar en un proyecto de construcción. “Con lo que él iba a hacer en ese trabajo, más lo que nos dio la ONG teníamos lo suficiente para regresar. Solo René tenía que hacerlo y organizar todo para nuestra salida”.

La familia de Nathali pasó las Navidades de 2019 en Lima. “Los niños no tuvieron estrenos o juguetes, pero pudimos hacer nuestra cena. Agradecimos a Dios porque teníamos un techo y comida”. 

Con la llegada del Año Nuevo, vinieron también otras crisis, esta vez fuera del control de la familia, que alterarían la vida y los planes ya organizados por René de retornar a Venezuela.

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