Para diciembre de 2019 la decisión que había tomado la familia Pérez Carballo ya era irreversible: volverían a Venezuela en cuanto completaran el dinero para los pasajes de retorno. El trayecto lo harían en autobús. Al menos ese era el plan.
Nathali y su familia recibieron el año 2020 en San Juan de Lurigancho, un populoso distrito ubicado al este de Lima. “Llegamos a San Juan porque la mamá de una de las amiguitas de mi hija Isabella nos recomendó con una familia del sector. Nos dijo que estaríamos mejor en ese lugar. Lo bueno era que también nos quedaba cerca de donde ya habíamos hecho clientela para vender los tequeños de nuestro negocio, el que iniciamos en 2018, Venezuela al Toque. Nos quedamos en una habitación pequeña, pero acogedora. Además sabíamos que sería temporal”, relató Nathali.
En la habitación los recibió Avelina, quien les alquiló el espacio por 250 soles mensuales (75 dólares aproximadamente), más el pago de los servicios. “Para nosotros era un lujo, era mucho dinero”, recordó Nathali. En esa habitación celebraron la Navidad, despidieron el año y planificaron el venidero. Proyectos y metas por cumplir. Para Nathali se trataba, otra vez, de seguir la consigna que la llevó a salir de Venezuela: la búsqueda de lo mejor para su familia. Consigna que los llevaba, en vista de la precaria situación económica en la que estaban, a emprender el viaje de vuelta. “Estábamos juntos y eso era importante. Aunque nuestros hijos no tuvieron regalos del niño Jesús, teníamos salud, comida y un techo que nos daba abrigo. Pero ya sabíamos que volveríamos, esperando que Venezuela nos recibiera con algo mejor”.
La decisión se fundamentaba, principalmente, en las dificultades que atravesaba en Perú. Para ese entonces, René no tenía trabajo. Alejandro tenía cuatro meses de nacido y Nathali estaba entregada a su cuidado. Por lo que, para asumir los gastos de la nueva vivienda, tomaron la decisión de incluir a su carta en Venezuela al Toque, empanadas. Nathali se encargaba de preparar el relleno en la habitación, armar las empanadas y René, cada mañana, salía al paradero 8 de la avenida Mariscal Cáceres a venderlas. A mediados de diciembre le surgió una oportunidad de trabajo a René con un amigo de la familia, Jonathan Herrera, quien lo había llamado para realizar una reconstrucción en un reconocido instituto de inglés del Perú. Además, la familia recibió un aporte económico, por parte de la ONG Ret, de casi 300 dólares (mil soles). “Ese dinero lo teníamos bien guardado. Lo íbamos a multiplicar para nuestro viaje de regreso”.
Pero la situación económica no fue la única motivación. Había una razón sentimental que guiaba a la familia Pérez Carballo. “¿Cómo darle lo mejor a mi familia si no la tenía completa? Mi hija Valerie, de mi relación anterior, seguía en Venezuela. Cuando partí a Lima para preparar el terreno, la tuve que dejar con su papá. Yo quería que estuviéramos otra vez todos juntos”. Así, la reunificación familiar, para poder darle lo mejor a ese núcleo, se convirtió en el norte.
Llegó enero y toda la familia estaba contenta. “Nos estábamos preparando porque pronto estaríamos de regreso en nuestro país y podríamos volver a estar con mi hija. René ha querido a mi hija como suya. Somos una sola familia, por eso para todos volver a estar con ella era esencial”.
Así que para concretar el viaje todo contaba. Durante ese mes vendieron lo que no iban a utilizar: ventiladores, un escaparate y otros muebles. Sin embargo, a finales de enero, René recibió una oferta de trabajo que no podía rechazar. El plan inicial estipulaba que se mudaría a Ica, una provincia de Lima, por unos meses y recibiría una buena paga por esto. Esta fue la primera vez que la familia reprogramó su viaje de regreso para aprovechar la puerta que se abría y que serviría para tener más dinero que llevar a Venezuela y establecerse nuevamente.
Mientras esperaban que todo lo de Ica se concretara para que René pudiera salir, ahora era Nathali la que continuaba con el trabajo como vendedora en Venezuela al Toque. Eso les permitía tener el dinero necesario para cubrir los gastos del alquiler y suplir sus necesidades de alimentación y los servicios.
La pandemia, el evento que escapó del control de todos
El 15 de marzo cambió la vida de Nathali y su familia. La reprogramación del viaje de retorno ya no era culpa de alguna posibilidad económica prometedora. Ese domingo de 2020 el ahora expresidente del Perú, Martín Vizcarra, declaraba estado de emergencia nacional y aislamiento social obligatorio por 15 días. Evento que se extendería por más de 9 meses en todo el país. “La pandemia nos cambió todos los planes, todo se nos vino al piso”, recordó Nathali.
En el decreto publicado por el ejecutivo nacional no sólo se limitaba el tránsito de personas en la calle, lo que afectaba las ventas de la familia Pérez Carballo, sino que también se anunció el cierre de las fronteras, y “la suspensión de transporte internacional de pasajeros por medio terrestre, aéreo, marítimo y fluvial”.
Postergación indefinida. Cancelación de la oferta laboral que había recibido René. Imposibilidad de ventas en la calle. Un país confinado, y que para el mes de marzo alcanzaba casi mil infectados por Covid-19 y 24 fallecidos, uno de ellos, venezolano.
“Como habíamos vendido muchas de las cosas tuvimos que ajustarnos con lo que nos quedaba. Lo terrible de la pandemia fue que empezamos a comernos el dinero que teníamos ahorrado para los pasajes”. Entre el alquiler, la comida y los pañales mermaban los ahorros que habían logrado hacer para su viaje de regreso.
Para Nathali fue, de nuevo, un momento de solidaridad. Las muestras de ayuda que la familia había recibido en otras oportunidades volvían a hacerse presente. “Durante el confinamiento, la gente nos apoyaba y nos traía comida. Nosotros empezamos a almacenarla, pero llegó un momento en que era mucha. Así que con esa comida pudimos ayudar a otros compatriotas venezolanos que tampoco tenían. Les dimos arroz, pasta, granos. Siempre estuvimos provistos de alimentos”. A la familia le restaba una gran preocupación: el alquiler de la habitación. Con cada mes que se le sumaba al confinamiento, la deuda ascendía. Hasta llegar a los 1.200 soles (aproximadamente 363 dólares). “¿Qué hacíamos pasando trabajo aquí cuando podíamos ir a Venezuela y enfrentar la situación allá pero cerca de nuestras familias? Estábamos muy presionados por todos los frentes, pero todavía teníamos en mente regresarnos a Venezuela, por mi hija que permanecía allá, por la familia”.
Y fue justo durante una conversación con Valerie que Nathali encontró la valentía necesaria que la motivaría a tomar una decisión determinante. “Mi hija me escribió y me dijo: lo primero que voy a hacer cuando llegues es olerte, porque extraño tu olor”. Ese fue su punto de quiebre.
La familia había pasado duros meses de estar encerrados, pero al finalizar julio, las medidas de confinamiento se fueron flexibilizando, pero con restricciones entre las fronteras para el ingreso y salida de nacionales y extranjeros. Aún así, Nathali y René sostuvieron una nueva conversación que los llevaría al desafío más fuerte que han tenido que afrontar como migrantes: cruzar tres países distintos en medio de una emergencia sanitaria.
“Ya no tenemos más nada que hacer aquí. Nos vamos caminando, pidiendo cola o como sea; pero nos vamos”, esa fue la afirmación que le dio René el 26 de julio a Nathali.
Preparar un viaje en medio de una pandemia
Lo primero que necesitaba la familia Pérez Carballo era reunir el dinero para completar su viaje. Las fuerzas las tenían y la motivación por el deseo de estar todos juntos, nuevamente, eran suficiente.
Previo al decreto de confinamiento social, René había hecho un trabajo con Jhonatan González que no había tenido oportunidad de cobrar. De ese trabajo recibió un pago de 300 soles (un aproximado de 100 dólares), y con eso hicieron un pago para disminuir la deuda de alquiler que tenían.
El 27 de julio, un día después de su conversación con René, Nathali comenzó una campaña boca a boca, entre sus amigos y vecinos, a quienes anunciaba que se regresaría a Venezuela y necesitaba su apoyo. Mucha gente colaboró en este proceso. “Reunimos 180 dólares. Organizamos nuestras maletas, los bolsos y nos encomendamos a Dios”.
El 11 de agosto, Nathali, René, Isabella, Renatha y Alejandro, salieron de San Juan de Lurigancho, hacia el Terminal de Plaza Norte, donde compraron el pasaje de lo que fue el primer trayecto, el que los llevó a Tumbes.
¿Cuál fue el recorrido realizado por la familia Carballo para regresar a Venezuela?
Una nueva visión en el viaje: la travesía de los niños migrantes
“Los niños migrantes son la población más vulnerable que puedes conseguir. Los niños migrantes son doblemente vulnerables por ser niños y ser migrantes”, sostiene Abel Saraiba, coordinador adjunto y del servicio de atención psicológica Crecer Sin Violencia de Cecodap.
Nathali preveía los riesgos a los que la familia se enfrentaría. Aquel 11 de agosto, René, los niños, Isabella, de 8 años; Renatha, de 4; Alejandro, de 1 año; y ella comenzaron una travesía que los puso de frente con diversas dificultades: cruzar territorios en plena crisis sanitaria, atravesar caminos irregulares, largas caminatas y permanecer hasta 15 días de confinamiento en hospedajes a lo largo del camino.
De acuerdo con el Informe Especial “Peligros y vulneraciones a los DDHH de niños, niñas y adolescentes en contexto de movilidad humana y pandemia”, realizado por Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap) son cerca de 105 mil personas que han retornado al país durante la pandemia.
Saraiba contó para Venezuela Migrante que este proceso migratorio generado en medio de la crisis por el COVID-19 puede generar riesgos de alteración en los estados de ánimo de los niños, producir ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático. “No es un problema social, político, migratorio, es un impacto también para la salud mental”.
En Venezuela, un 4,2% de los niños, niñas y adolescentes que quedan en manos de cuidadores o con uno de los padres por la migración, y menos del 1% de la familias, reciben apoyo psicológico para ver los temas relacionados a la migración forzosa. La realidad con los retornados podría ser más dura por las condiciones en las que se realiza.
“Yo creo que hay que educar a los padres para que entiendan la complejidad que hay detrás de todo esto, cuando a un niño se le cambia el ambiente, la alimentación, el entorno”, recomendó Saraiba. Además, consideró importante que en medio del duro contexto de la migración hay que generar un entorno donde los hijos puedan hablar de lo que les ocurra o cómo se sienten, también sugiere la intervención con juegos o dinámicas para entender lo que ocurre con los niños y niñas.
Aunque Nathali no recibió formación en ese aspecto, destaca que su instinto le guió y que cada vez que se presentaba la oportunidad, ella trataba de implementar actividades que aligeraran el viaje para sus tres hijos.
“El viaje fue una aventura bien grande, pero llegamos a Venezuela. ¿Y cómo me sentí? Bien, alegre porque estábamos en nuestra tierra. Pero seguimos el camino a Mérida, que era donde nos recibirían y vivimos cosas difíciles. Caminamos mucho, me sentí algunas veces cansada. Cuando me sentía así, le decía a mi mamá, nos sentábamos a descansar, para tomar agua… para respirar”, describe Isabella (8 años).
Nathali también rememora algunos episodios durante el viaje y lo que ella como madre hacía para aligerar la carga del viaje de sus hijos. “El día que dormimos en la noche en Ipiales, Colombia, tuvimos que hacer de todo porque imagínate a una familia con tres niños durmiendo en la calle. Así que armamos una especie de carpa, como pudimos, y entre René y yo les hacíamos ver que aunque era parte del viaje, podía ser entretenido dormir afuera”.
Isabella recordó lo bien que la trataban sus padres durante el viaje. “Me tocó varias veces ayudar con el cuidado de mis hermanitos cuando se quedaban dormidos porque todos estábamos pendientes. Me acuerdo de cuando estábamos en el Hotel don Lucho, ahí siempre cantábamos todos juntos. Jugábamos y pintábamos con los colores que nos regalaron. En el pasillo del refugio siempre jugábamos a la doctora”, termina Isabella.
La meta cumplida: juntos otra vez
El 2 de octubre, cerca de la medianoche, Nathali, René, Renatha, Isabella y Alejandro llegaron a Mérida. Allí los recibió un amigo de la familia con quien coordinaron para que los recibiera en su casa por unos días. “Pensábamos dedicarnos al negocio de la comida. Habíamos visto posibilidades y podíamos juntar dinero para hacerlo. Desde que llegamos, estábamos entusiasmados con esa idea. Pero lo más importante era tener a mi Valerie con nosotros”. Así fue como, a pesar de las restricciones de desplazamiento existentes por la crisis sanitaria, René partió a buscar a Valerie, quien estaba con su padre en Caracas. El 18 de diciembre habían logrado la reunificación familiar. Estaban juntos en Mérida.
Y juntos han vuelto a una conversación ya conocida.
Las divisas que han logrado reunir no alcanzan para emprender. Las propuestas laborales de los conocidos que los quieren ayudar, no se han concretado. Lo que le habían contado a Nathali de Venezuela sobre la adaptación de los connacionales a la crisis y el surgimiento de negocios, que era un aliciente para retornar, era cierto pero, “hasta cierto punto”, como sostiene Nathali: “No lo voy a negar, la gente hace lo que puede con lo mínimo. Y nosotros nos sentíamos capaces de resolver y empezar a afirmarnos con un negocio pequeño acá”. Pero Venezuela no era lo que esperaban. Poder emprender se hizo cuesta arriba, sobre todo por no contar con un ingreso fijo de dinero o las dificultades para acceder a implementos necesarios como una nevera para poder elaborar comida y almacenarla mientras la vendían.
Tras cumplir la meta de tener a la familia reunida, vuelve la consigna inicial de Nathali: “Quiero lo mejor para mi familia”. A mediados de diciembre la conversación familiar apuntaba a que sería René quien partiría, de nuevo, a Perú. Pero eso significaba arriesgar la reunificación alcanzada.
¿Una familia retornada, al verse frente a la imposibilidad de crecer y brindar bienestar a sus hijos podrá salir nuevamente a buscar mejores oportunidades? ¿Volver por la ruta andada o apuntar a un nuevo destino?