Elvimar Yamarthee forma parte de los venezolanos en Brasil. Relata sus días de confinamiento en el turístico barrio de Vidigal, ubicado al sur de Río de Janeiro, donde predomina el silencio y la incertidumbre por el COVID-19.
Por los altavoces se oye una voz que ordena a los ancianos aislarse en hoteles cercanos. Están disponibles para personas de la tercera edad que viven con familiares que no pueden cumplir la cuarentena por trabajo y esto los deja más expuestos al virus. Elvimar ya está familiarizada con el mensaje, lo escucha al menos dos veces al día. Sabe que antes suena un pitido y que al concluir retornará el silencio. La pandemia enmudece, de momentos, a la favela de Vidigal. “Antes, había mucho sonido: gente gritando, vendiendo comida, música, ronroneo de motos, movimiento. Pero, ahora, el único sonido que escucho es una alarma, al vecino y su niño jugar, tal vez un aire acondicionado o un televisor encendido”, comenta.
Para ella, una periodista de 24 años, es una sensación desagradable. Cuando vivía en Zulia, al occidente de Venezuela, vivió varios y prolongados cortes eléctricos. “Por eso el silencio me causa agonía, me recuerda al apagón del año pasado en Venezuela. No se escucha un ventilador prendido o algo, nada. Es como revivir eso”, dice. Cuando salió de su país, en mayo de 2019, quería una vida normal. Su esposo, José Luis Santana, emigró unos ocho meses antes para “abrir el camino”. Pero en enero de 2020 se mudaron a una favela turística de Brasil, para cazar oportunidades de trabajo. Y cuando apenas se estaban instalando en su nuevo barrio, los interpelaron de camino a casa.
– ¿Quiénes son ustedes? –les preguntó un hombre.
–Somos extranjeros, venezolanos, vivimos allá arriba –respondieron.
–Ah, pasen, no les conocía.
Muchas favelas están controladas por bandas criminales. Su dominio sobre las comunidades es tan rígido que, al comienzo de la pandemia en Brasil, impusieron toques de queda en las noches en algunos sectores. Elvimar desconoce si eso sucedió en Vidigal, al que considera seguro, aunque recuerda que, al inicio de la cuarentena parcial, varios vecinos no querían aislarse. “Todavía hacían bailes funky, cerraban una esquina y se aglomeraban. De hecho, a través de grupos de WhatsApp invitaban a la comunidad a distintas actividades. Hasta que alguien dijo ‘no estamos de vacaciones’. No sé si fue la asociación de moradores, o fueron otros”.
Hoy, los rumores se apoderan del barrio. “Dicen que murieron tres personas, que varios están contagiados. Todavía no hay información oficial”, decía esta venezolana el 23 de abril. En Brasil, donde se reportó el primer caso de COVID-19 de América, hasta el 1 de mayo, los contagios ascienden a 91.589 confirmados y 6.329 decesos por la enfermedad. Sin dudas, es de los países más afectado de la región, incluso hace unos días superaron en número de fallecidos a China y un estudio sugiere que sobrepasan a Estados Unidos en cantidad de casos. “¿Y qué? Lo siento, pero ¿qué quieren que haga?”, reaccionó el presidente Jair Bolsonaro al ser consultado sobre el saldo, agregando: “Soy el Mesías (su segundo nombre), pero no hago milagros”.
Además de la profunda crisis política que vive el país, el efecto financiero del coronavirus, como en otras naciones, es demoledor. Según el Banco Central de Brasil, la economía caerá en un 3,3% en 2020. Por no tener ingresos fijos, Elvimar y José Luis comenzaron a recibir una ayuda de la fundación Cáritas, pero la incertidumbre se acentúa durante la cuarentena “blanda”, que no es absoluta y que en Río de Janeiro se extendió hasta el 11 de mayo.
Antes, él vendía bebidas en la playa de Leblón, no le iba mal, y ella comenzaría en un nuevo trabajo, en una cadena de comida rápida. Su historia es ahora común en muchas de las 750 favelas de Brasil, donde viven más de 11 millones de personas, y varias familias dependen del comercio informal.
Diáspora, venezolanos en Brasil
En Vidigal, Elvimar no conoce a otros connacionales, además de su esposo y un amigo con el que viven en una casa. Según ella, una de las mayores dificultades al momento de emigrar a este país fue aprender el idioma portugués. “Cuando llegué solo sabía decir ‘bom día’ (buen día) y ‘obrigado’ (gracias). En ocasiones, mi esposo me anotaba en un papel lo que debía decir. Después de varios meses aprendí”.
Más de 264 mil venezolanos residen en Brasil, de los cuales 37 mil son refugiados. Para Elvimar es una experiencia completamente nueva. “Es la primera vez que vivo en un sitio así. Pero mi marido, no. Él ya había vivido en un barrio y me repetía que esto era como un cerro de Caracas”. Su casa está dentro de un vecindario, desde su ventana puede ver unos islotes y parte del mar. Es por esa ventana por donde también se colaba días atrás otro recordatorio, emitido desde parlantes en un centenar de áreas: “¡Atentos! Combata el coronavirus, evite salir”.