«Sería solo por unos días». Eso era lo que pensaba Isabel Ovalles cuando llegó a Perú el 4 de marzo de 2017. Aprovechó que debía tomarse 72 días hábiles de descanso en su empleo como trabajadora social de la alcaldía de Naguanagua (Carabobo). Ese periodo fuera del país y lejos de su empleo se convirtió en una migración obligada por la situación de Venezuela.
Para ese fecha, como Isabel recuerda, lo habitual eran las protestas en las calles y la represión para quienes salían manifestar. Tras hacer una ruta aérea que la llevó de Maiquetía a Panamá, luego de a Ecuador a Perú, llegó a casa de uno de sus hijos.
Actualmente tiene 65 años y no lo esconde. Agradece a Dios las oportunidades y, a pesar de que, como cuenta, no le ha ido mal como migrante, sí esperaba poder jubilarse después de tantos años de trabajo en Venezuela.
“Como funcionario público de carrera administrativa, esperaba un retiro tranquilo y familiar, que pudiera disfrutar de la pensión de vejez y que bajo ninguna circunstancia fuera conflictivo. Solo aspiraba a disfrutar lo que a uno le queda de tiempo a esta edad, pero no fue así”.
Perú y la tercera edad
Isabel vive en Lima y describe ese país como hermoso, pero con una gran deuda con los adultos mayores, pues su percepción del sistema es que está diseñado para dejarlos fuera del mercado laboral después de los 40 años. “Llegar a esa edad significa no tener oportunidades laborales formales, se considera que eres demasiado adulto para colaborar. Ahora, imagínate a los 60 años, te consideran que debes estar retirado y no toman en cuenta todo lo que tengas para enseñar”, dice la trabajadora social.
Señala que la única opción para las personas de la tercera edad es independizarse, algo que no todos pueden hacer por falta de recursos.
En Perú, según el Instituto de Democracia y Derechos Humanos, se ha dado un incremento en la longevidad de las personas. Según las proyecciones demográficas de esa nación, 3.345.552 de los habitantes del país son personas adultas mayores. Lo que equivale al 10,4% de la población total. Se estima que para 2020 la cifra ascienda a 3.593.054 y para 2050, a 8,7 millones.
De acuerdo a la investigación La situación de la población adulta mayor en el Perú: Camino a una nueva política, desarrollada por el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP), se han identificado varias situaciones problemáticas que vive este grupo en el Perú, entre ellas: «falta de acceso a los servicios de salud, a la educación y a los servicios de pensión, así como los bajos niveles de participación social y la violencia y la discriminación por motivos de edad».
Vivir para servir
Como filosofía de vida ella practica y pregona un histórico pensamiento de la madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Ese mensaje se lo recuerda no solo a sus dos hijos, sino a sus nietos.
“Eso es una ley de vida; hay que ser solidarios, tener vocación de servicio, que el trato con la gente no sea con barreras, siempre hay que integrarse», dice Isabel, quien además se siente favorecida por los “excelentes peruanos y venezolanos” que la migración ha puesto en su camino.
Esto, según ella misma cuenta, lo ha logrado en su trabajo como voluntaria. Una actividad que le permitió reencontrarse con su profesión de trabajadora social y abrirse camino cuando le cerraron las puertas por su edad.
Además, le brinda un sustento para tener una independencia económica. “Aunque el pago es poco, me ha permitido estar tranquila y me permite pasar el tiempo disfrutando de lo que sé hacer. El voluntariado es algo que me apasiona”.
Agrega que vive con uno de sus hijos y su familia: ”Si yo tuviera que pagar todos mis gastos, no podría estar en Perú sola. Trabajo para generar mis propios recursos”.
El placer de ayudar
En el 2019 hizo su primer trabajo como voluntaria. Fue en el distrito de San Juan de Lurigancho. Su misión: apoyar en la que fue una peligrosa inundación de 800 casas afectadas, 138 heridos y un fallecido.
Ha participado en un sinfín de actividades con distintas ONG, como la Unión de Venezolanos en Perú, Paz y Esperanza, Acción contra el Hambre y Acnur. También formó parte de actividades de la Municipalidad de Lima en el marco de apoyo a los migrantes venezolanos.
“En este momento, a mi edad, hacer trabajo voluntariado es hacer lo que me gusta. Dar la mano, compartir instrucciones de cómo salir adelante, ser solidario con nuestros paisanos es una experiencia que me llena como persona”, describe.
De todas las organizaciones a las que ha servido, uno de los trabajos más satisfactorios fue el que realizó durante los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos 2019. “Fue lo más significativo que hecho en este país porque apoyé al Perú en una representación mundial. Eso fue una experiencia muy bonita. Tengo bellísimos recuerdos».
Además de voluntaria, forma parte del coro de voces de la diáspora del Perú y cuando es convocada, también asiste a actividades de protesta para el rescate de la democracia de Venezuela.
Sobre un eventual regreso, afirma que todo dependerá de los resultados de una transición política que garantice el retorno del Estado de derecho. “Sé que habrá mucho trabajo por hacer y yo estaré ahí como voluntaria”.