Desde el 13 de marzo, el gobierno venezolano suspendió, en principio por un mes, todos los vuelos provenientes de Europa y de Colombia «para sumar a los procesos preventivos a nivel internacional» por el coronavirus. A los pocos días extendió la medida a otros países y, casi ocho meses después, la decisión sigue vigente.
Aunque el 11 de noviembre, el Instituto Nacional de Aeronáutica de Venezuela extendió la restricción hasta febrero de 2021, el país ha habilitado progresivamente siete rutas: México, República Dominicana, Irán, Turquía y recientemente Panamá, Rusia y Bolivia. La mayoría de estos países exige un visado para el ingreso. Es el caso de República Dominicana, Panamá, Bolivia e Irán. Rusia y Turquía no la piden pero sí exigen el pasaporte venezolano con una validez mínima de tres meses. En el caso de México, que ha sido el único país que nunca cerró sus operaciones durante la emergencia sanitaria, no pide visado y tampoco prueba de PCR; el resto de los países anteriormente mencionados, sí; excepto República Dominicana que removió la solicitud desde mediados de septiembre. El costo de dicha prueba, al menos en Colombia —que desde septiembre retomó de manera parcial su actividad aérea comercial—, es un promedio de 200.000 pesos (50 dólares, aproximadamente).
En marzo estaban en el país vecino cerca de 400 venezolanos que no habían podido salir. El número poco a poco ha disminuido por aquellos que se han visto obligados a regresar por los caminos verdes.
Por esta razón, son varios los ciudadanos que, aún varados en Bogotá, han decidido evaluar estas rutas internacionales para regresar a casa.
Viajar con escalas
Incertidumbre y zozobra han vivido estos ciudadanos no solo para conseguir un pasaje de retorno, pues denuncian que están agotados, sino también para informarse sobre cuál de los siete países podría aceptarlos con el pasaporte vencido, pues, en medio de la espera, a algunos se les venció su documento.
Priscila Pic es una mujer de 68 años. Como gran parte de los venezolanos varados que están en Colombia, llegó al país el 10 de marzo para solicitar su visa americana, pues en Venezuela ya ese trámite no puede hacerse, tras la suspensión temporal de las operaciones de la Embajada de EE.UU. en Caracas.
Su plan era retornar a la semana siguiente. Sin embargo, no solo se quedó atrapada en Bogotá sino también con la visa americana negada.
“En Venezuela tengo a mi hermano, mis sobrinos, mis primos y mis tías. Lo más lamentable de todo este tiempo fue que se murió una tía y no pude ir a su entierro”, dice.
Ella y su esposo, en 28 semanas, recorrieron al menos tres hoteles. Sus gastos, según explica, fueron cubiertos por sus hijos que viven en los Estados Unidos, y a quienes tiene dos años sin ver. Ahora, sin visa, no sabe cuándo los volverá a abrazar.
Aunque ese reencuentro, por ahora, lo ve incierto, el que sí está próximo es el que tendrá con sus vecinos y amigos.
Esta pareja de venezolanos viajó el pasado 24 de noviembre en el primer vuelo que se abrió desde Panamá hacia Caracas. Allí hicieron escala antes de llegar a Caracas. Tuvieron la opción de cambiar su boleto que ya tenían en marzo con esta misma ruta y afortunadamente lograron optar por un par de cupos disponibles con la misma aerolínea. Pic asegura que no tuvo que pagar ninguna diferencia.
Su caso no es el denominador común. Hay otros quienes han tenido que comprar un nuevo pasaje que, con esta ruta, ronda aproximadamente, en promedio, unos 400 dólares.
“Es duro estar en otro país sin familia y sin amigos. Pero Dios nos dio mucha fortaleza y sabiduría para llevar esta prueba”, dice ahora la médico pediatra, jubilada del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales (IVSS).
Pic y su compañero permanecen en Caracas, en casa de una prima. Él es de Margarita y ella de Valencia. La primera semana de diciembre —cuando se reactivan los vuelos a ese entidad— esperan volar a la isla, donde desde hace un par de años viven después de jubilarse.
Ante la pregunta: “¿Qué país consiguió, ahora que regresó?”. Priscila responde: “Un país que lo carcome la hiperinflación. Sin gasolina. Sin luz. Sin gas. Sin agua”.
Como ella, también está Víctor Graterol, de 81 años de edad, quien el 3 de diciembre volará en la misma ruta (Bogotá-Panamá-Caracas), para luego tomar otro avión que lo lleve a su casa, también en Margarita.
Su pasaje le costó 790 dólares. “Yo originalmente vine para la renovación de la visa americana. A mí, afortunadamente, me la dieron por diez años. Estoy aquí desde marzo. Los primeros meses fueron duros para mí. Pero en junio, como soy geólogo físico, me llamaron para un empleo y he tenido la suerte de que he hecho un par de trabajos para sacar los gastos de alquiler y comida”, dice.
En su caso, a lo largo de estos casi ocho meses, siempre se mantuvo en comunicación con su esposa y su hija en el estado Nueva Esparta; allá a donde también espera llegar la primera semana de diciembre.
La distancia física
Ha sido precisamente la separación familiar lo más difícil de lidiar para Vincenzo Vecchio, de 59 años. Él es otro venezolano atrapado en la capital colombiana.
Licenciado en Química, y dedicado a la actividad comercial de venta y asistencia técnica en pinturas industriales para latas alimenticias, llegó a Colombia el 8 de marzo por un tema de rutina laboral. Su regreso al país estaba programado para el 21 y, como Priscila y como Víctor, también quedó atrapado con pocas alternativas.
“Las opciones sorteadas para regresar contemplaban salir por algún camino que no me permitiría estar legal en mi Venezuela, y que, por temas de negocios y contratos ,me podrían perjudicar. Siempre estuve atento a la salida legal para tener mi estatus migratorio legal”, dice.
Él regresó recientemente luego de hacer escala en República Dominicana. “Para entrar a República Dominicana no me exigieron nada que no se sabia. A los venezolanos les exigen la visa. Pero en mi caso, por tener doble nacionalidad (italiana), ingresé sin problemas”, señala Vecchio, al tiempo que precisa que su retorno representó un gasto de aproximadamente 1.000 dólares, entre boleto aéreo, prueba PCR, comida y traslados.
Vecchio asegura que pudo cubrir sus gastos de estadía en tierras neogranadinas y sortear las dificultades. Sin embargo, confiesa que se lamenta el no haber podido estar en los cumpleaños de sus dos hijos .“La mayor dificultad que tuve que sortear es la carencia del amor y la atención de mis hijos de 14 y 17 años, que los vi ahora de 15 y 18 años (graduado y mayor de edad). Además del no poder compartir más tiempo con mi madre quien cumplió los 81 sin mi compañía”.
También confiesa que entre las escenas que más le ha impactado a su regreso a Caracas, destacan las largas filas de carros que ha visto a las afueras de las estaciones de servicio para surtir de gasolina. También le ha llamado la atención la baja cifra de casos reportados en Venezuela, en comparación con lo que él vio en Colombia y República Dominicana.
Mientras tanto, advierte, continúa cumpliendo en el país con las medidas de prevención recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS): lavado frecuente de manos con agua y jabón, uso de geles, y toma de temperatura, aun en casa.
Pese a que tanto Priscila como Víctor y Vicente se mantuvieron, por razones ajenas a su voluntad, alejados por ocho meses de su familia y espacios, hoy los tres coinciden en algo: estar agradecidos con Dios y con la vida por tener la oportunidad de volver y ver a los suyos, mientras siguen orando para que sus connacionales puedan pronto también regresar a casa.