Son 5 millones los venezolanos los que migraron, según organismos internacionales, de los cuales 1 millón 43 mil 460 están Perú, de acuerdo con la plataforma R4V. No todos los que llegaron a esa nación tuvieron los medios para traer a los demás miembros de su familia.
En su país natal quedaron abuelos, madres, padres, hijos y nietos que, por diferentes circunstancias, seguirán allá mucho tiempo y mientras no se puedan reencontrar; se niegan a que pierdan sus tradiciones.
Por esta razón, migrantes venezolanos en Perú, a pesar de que su situación no es la más estable, se esfuerzan para que sus seres queridos tengan unas Navidades que puedan recordar con felicidad, a pesar de no celebrarla juntos.
“Es un poco difícil no decirles feliz Navidad, ni abrazarlos en Año Nuevo”
Maria Fernanda es madre de dos hijos. Tiene 35 años y ya lleva tres Navidades lejos de sus pequeños que tienen 10 y 12 años. El menor está al cuidado de su mamá y el mayor de la abuela paterna.
Para ella es cada vez más doloroso que lleguen estas fechas y no pueda estar al lado de ellos. “Me siento mal al no darles el abrazo de Año Nuevo; es un poco difícil no decirles una feliz Navidad porque es a lo que yo estaba acostumbrada”, cuenta tristeza.
Pese a ello, busca que sus hijos tengan cosas positivas que recordar y que los días festivos sean más fáciles de llevar, aunque lo material no cubra lo afectivo. “Este año les voy enviar una encomienda física con los estrenos, zapatos y ropa, objetos materiales que allá no se pueden comprar y dinero para la comida. Y también fuegos artificiales”.
Según explica, destinó aproximadamente 500 soles (138.45 dólares) para la compra de artículos y el envío, además de los 150 soles (41.53 dólares) para los gastos de los niños.
María Fernanda llegó Lima tras conseguir un lugar en el Refugio Amor y Cariño en el distritito San Juan de Lurigancho. De allí pasó a trabajar en un Chifa (restaurante Chino), hasta que consiguió un trabajo como vendedora de campo de la empresa Backus.
Sus hijos están en Guacara, estado Carabobo y su mamá le comenta que están presentando cambios de conducta desde que ella migró. “Están molestos e iracundos por toda esta situación, pero tengo la convicción de que nuevamente estaremos juntos”.
“Estoy luchando para enviarle el niño Jesús a mis nietos”
Lismary Lander Duarte de 49 años es una policía retirada con 27 años de servicio.
Llegó a Perú luego de que su hijo fuera asesinado y dejara en la orfandad a tres niños: Uno de 12, 8 y 3 años. “Me sentía muy triste y me vine porque aquí están mis dos hijas. En Venezuela el sueldo tampoco alcanzaba y preferí venirme para ayudarlos desde aquí”.
Para ella no ha sido fácil, pues la cuarentena la dejó sin una fuente de ingresos, aun así, desde su puesto de venta de empanadas busca reunir algún dinero que pueda enviar a sus nietos, aunque sea poco.
“Estoy luchando para enviarles el niño Jesús vendiendo desayunos. Yo quiero enviarles la ropa que es muy económica porque los zapatos se los enviaron de Chile, pero lo único que tengo seguro ahorita es que les enviaré 30 soles (8.31) por remesas porque es lo que puedo. Aquí la situación no es muy buena que digamos”, reflexiona
Sus nietos están Ocumare del Tuy, estado Miranda y es la segunda Navidad que no están juntos. También espera que sea la última, porque es muy “difícil estar lejos de ellos”.
“Les compré los regalos a mis hijos, pero no se los pude enviar”
Edgardo Camacho tiene 25 años. Se vino desde Carapita hasta Lima hace dos años y tres meses. Es padre de dos hijos de 6 y 4 años. Migró a este país motivado por su hermana. Cuenta que su primer año fue muy productivo, pues trabajó como repartidor de balones de gas (bombonas).
Durante ese periodo tuvo buenos ingresos. Pudo enviar a su mamá hasta 300 soles (83.07) mensuales y, en diciembre le envió su hijo mayor todos sus estrenos y el niño Jesús: “En todo eso invertí como 700 soles (193.82 dólares)”, recuerda. “A pesar de que no la pasamos juntos, me sentía bien de darles todo lo que estaba a mi alcance”.
Este 2020, antes de que todo cambiara, también recuperó comunicación con su hijo menor, que aún no conoce en persona, pero igual asumió la responsabilidad de apoyar en su manutención, pero todo se transformó para él con la llegada de la pandemia.
Desde el mes de marzo, su estabilidad económica empezó a decaer hasta quedar finalmente sin empleo. En el último trimestre del año se empezó a recuperar, pero aún las deudas que mantenía con quienes lo ayudaron seguían siendo una carga económica.
“Así como nos los pude ayudar porque no estaba produciendo plata durante la cuarentena, tampoco les voy a poder enviar su ropita para el 24 y 31”, cuenta con tono melancólico, pero tiene la convicción de que será la última vez que pase.
A pocos días para la Navidad, ya tiene los regalos. Compró tres coloridos carros que aún no ha podido enviar por encomienda. Invirtió 120 soles (33.23 dólares) en ellos y los conserva con mucho cuidado y cariño en su habitación. Cuando se acerquen las celebraciones, enviará a su mamá 100 soles (27.69 dólares) para contribuir con los gastos de la cena navideña.
Si a principios del 2021 no puede enviar los regalos; los guardará y, se los entregará directamente en sus manos, pues piensa viajar a Venezuela para reencontrarse con ellos y con su mamá.
Así como estos tres testimonios, hay tantísimos en este país. No son tema de conversación, pero sí son realidades propias de cada migrante que lo convierten en un aliciente para no sucumbir a la tristeza y la nostalgia que generan las celebraciones decembrinas.