Al menos una vez al día, La Pastora y Buenos Aires tienen una conexión directa. Julio Nicolás está en Argentina, sus padres en Venezuela. Magalis, la madre de Julio, todavía llora cuando le preguntan por su hijo. Luego se recompone y dice: “No tengo que estar triste. Él está bien, él es feliz. Lo que pasa es que lo extraño mucho. Yo lo quiero tocar. Yo me lo quiero comer a besos”.
Julio Nicolás Gómez Cunes es uno de los más de cinco millones de venezolanos que decidió dejar el país para buscar mejor vida en otras tierras. El viaje inició en La Pastora, Caracas, el 13 de junio de 2018 pasó por Puerto Ordaz, y cruzó por tierra a Brasil; allí tomó un vuelo a Sao Paulo y luego otro a Buenos Aires. Magali lo acompañó hasta el estado Bolívar y recuerda a la perfección esa despedida.
“Yo le dije que me llevara con él. Yo ya tenía pasaporte y le dije que me quería ir con él”, recuerda Magalis sentada en un sillón en la sala de su casa ubicada en la avenida Norte 12 de La Pastora. “Él me dijo que cuando uno se va del país así, se tiene que ir solo. Y tiene razón”.
Su padre permanece en silencio, parece recordar los momentos con él. Julio Nicolás es el menor de los tres hijos de la pareja, y es el que lleva el nombre de su padre. Julio Gómez y Magalis Cunes se reúnen a diario en la sala de su casa y esperan un mensaje de Julio. “Mamá, la voy a llamar”. Julio envía siempre un mensaje antes de iniciar la llamada para que Magalis esté pendiente. Cuando Julio ve el doble check azul de Whastapp, sabe que ya puede marcar.
Magalis siempre está atenta, siempre quiere hablar con su hijo.
La decisión que llegó en Navidad
Julio Nicolás estudió comunicación social en la Universidad Central de Venezuela. Sus compañeros lo recuerdan, especialmente, por ser sumamente aplicado en clases y por su vocación con la política universitaria. Se postuló y ganó uno de los puestos del Consejo de Facultad, así que los profesores de la Escuela de Comunicación Social, así como de otras carreras, conocían al Julio estudiante y al Julio que gustaba de la política.
Sin embargo, en diciembre de 2017, Julio Nicolás tomó la decisión de irse de Venezuela. “Quizás ese fue el diciembre más negro que hemos tenido los venezolanos”, recuerda. Después de los meses de protestas antigubernamentales en Venezuela que dejaron, al menos 127 muertos, miles de heridos y miles de familias con huellas imborrables.
Julio Nicolás participó en la mayoría de esas protestas. Julio tuvo la esperanza de un cambio político. Corrió, se escondió, respiró gas lacrimógeno hasta casi asfixiarse, pero se levantó y siguió.
Diciembre 2017. En la casa de los Gómez Cunes no faltaba nada en la mesa. Pero afuera, las calles estaban prácticamente muertas. Esa tristeza que percibía y saber que ese diciembre habría tantas familias que no tendrían unas Navidades plenas, contribuyeron a la decisión de Julio. Se prometió que jamás volvería a vivir un diciembre así. A los 26 años de edad, Julio comenzó a planificar su salida del país. Recuerda que pensó con tiempo su viaje, porque como lo describen sus compañeros de la UCV, «si algo tiene él es que es aplicado y metódico para varias cosas». Escogió una compañía que hacía turismo, pero que debido a la masiva migración de venezolanos, la empresa decidió utilizar sus paquetes de viaje para ofrecer salidas más económicas a los venezolanos que no podían pagarse un pasaje de avión desde Maiquetía.
Los padres que esperan en la distancia
Julio Gómez y Magalis Cunes entendieron la decisión de su hijo menor. La madre no estaba de acuerdo, pero tras varias conversaciones, comprendió que su hijo había decidido marcharse y que lo hacía con la esperanza de conseguir una mejor vida.
Magalis, de 66 años de edad y su esposo, de 73, pasan sus días juntos en la casa de La Pastora, como relatan, siempre hay algo en la casa que los hace hablar o recordar a Julio.
“¡Yo no parí burro!”, suelta Magalis cuando recuerda que Julio Nicolás trabaja más de doce horas al día.
Cada vez que Magalis piensa en lo mucho que trabaja Julio Nicolás, dice que quisiera estar ahí en Buenos Aires para ayudar a su hijo. Aunque reconoce que el joven aprendió desde pequeño a planchar, lavar y cocinar. Magalis se llena los ojos cuando dice que Julio es un joven preparado, pero se ríe cuando recuerda que una vez la llamó para preguntarle cómo se hacía un pollo con papas.
La conversación entre Julio y sus padres se hace posible, aunque es accidentada. El Internet en Caracas es inestable y, a veces, la imagen queda congelada. O el sonido llega desfasado y la imagen se pixela.
—Bendición, mamá, ¿cómo está?
—Yo bien, hijo. Gracias a dios. Fabulosa. Y ahora que te estoy viendo, mucho mejor
—Mamá, tenía quince minutos llamando
—No caen las llamadas. Aquí estábamos pendientes del teléfono y nada
Magalis tiene la esperanza de que, pasada la pandemia por COVID-19, pueda visitar a su hijo en Buenos Aires o que este pueda volver a pasar unos días en Caracas. Julio padre sí pudo visitarlo en Argentina en 2019. “Pasamos juntos 20 días. Anduvimos por la ciudad y nos tomamos varias fotos. Y, por supuesto, la foto con Mafalda”, dice Julio entre risas.
Los recuerdos de Julio padre
“Nosotros nos íbamos a caminar a veces, y cuando él estaba más pequeño salíamos a pasear y montábamos bicicleta”, recuerda el padre de Julio Nicolás.
Julio Gómez trabajó como conductor en la Embajada de Alemania en Caracas, con orgullo dice que fue chofer de ocho embajadores y que, incluso, viajó una vez al país europeo gracias a su destacado trabajo en la embajada.
Luego de retirarse, acompañó a su hijo a varias manifestaciones e incluso lo llevaba a algunos lugares o lo buscaba. Ya tenía más tiempo libre, pero tenía tantos años de costumbre trabajando en la calle, que incluso ahora le cuesta quedarse en casa.
Un viaje de despedida entre madre e hijo
Julio Nicolás y su madre llegaron al estado Bolívar con el propósito de despedirse. Magalis y su hijo pasaron dos días en Puerto Ordaz. Pero el viernes 15 de junio, dos días después de haber salido juntos de Caracas, Julio y Magalis se separaron. A Julio Nicolás le tocó pasar por La Gran Sabana, pero no como turista, sino como migrante. El joven que había cumplido 27 años de edad en mayo, se reunió con otros muchachos que también harían la travesía y cruzaron por tierra la frontera entre Venezuela y Brasil. Julio vio los imponentes tepuyes romper con la densa neblina de la sabana para instalarse en sus pupilas. Estuvo en el Macizo Guayanés; respiró ese aire limpio. “Cuando vi el cielo de Buenos Aires fue que caí en cuenta: de verdad me fui”, rememora Julio.
Julio viajó con cuatro personas desconocidas. Entre ellas dos militares que desertaron. Llegaron a Manaos y, desde ahí, volaron a Sao Paulo. Luego, un vuelo a Buenos Aires. Seis días después, Julio ya estaba en el sur del continente. “Esos días no se olvidan. Se quedan en tu mente como el cumpleaños”, recuerda Julio.
La vida de Julio en Buenos Aires
Lo único que Julio tiene fresco en su cabeza de su llegada a Buenos Aires es lo que hizo el primer día. Él y sus amigos que vivían allá, salieron a pasear por el barrio de Palermo. Tomaron cervezas y disfrutaron de la noche. El primer choque de Julio llegó cuando, a las 2:00 de la mañana del 20 de junio de 2018 pudo llegar a su casa caminando. “Caminando sin que nadie te quisiera robar”, resalta. Esta, sin duda, era una nueva sensación para Julio Nicolás, que todavía tenía el miedo en el cuerpo y apuraba el paso cuando caminaba de noche en la capital argentina.
Ahora, dos años y cuatro meses después de su migración, Julio es encargado en un restaurante. El trabajo de Julio le permite ser independiente; paga su alquiler, tiene un espacio para él solo y pudo renovar 70% de su armario. “Acá cobro un sueldo y puedo hacer un mercado decente. Todavía puedo ahorrar para mi y para mandar a mi familia. Mi último salario en Venezuela solo me daba para comprar un cartón de huevos y un kilo de queso”, recuerda Julio.
“Uno extraña a los amigos, a la familia, claro está. Y es porque se extrañan los momentos compartidos. Y claro extrañas una playa caribeña (las de argentina son muy frías, incluso en verano hay que correr con suerte que no haya viento y que no haya frío). Pero… el mal vivir que tenías, eso no lo extrañas. ¿No sé si me sigues? Nuestra juventud fue muy limitada… con muchas restricciones”, comenta Julio Nicolás desde Argentina.
Princesa y una habitación que lo espera
La habitación de Julio permanece intacta: su ropa está doblada en las gavetas; en una de las paredes hay medallas y un par de gorras que solía utilizar cuando salía a la calle. También está su cama, el aire acondicionado, el televisor y el escritorio donde se sentaba a estudiar.
Afuera del cuarto está Princesa. Tiene ya 13 años y Julio Nicolás confiesa que la extraña a diario. A ella y a Nube, la otra perra que tiene la familia.
“¿Sabes qué quisiera yo? Hacer magia, aparecerle a Julio por allá de sorpresa”. Entre risas, Magalis describe su deseo y espera cumplirlo. Mientras tanto, apela a la tecnología, esa que cada vez más domina; a las historias que vivieron en la casa y a las fotos que narran la vida que Julio fue armando junto a sus padres en La Pastora.
Para la familia Gómez Cunes mañana será otro día de videollamada, si el Internet lo permite, para conectar a Caracas con Buenos Aires.