El domingo 19 de diciembre, en dos apartamentos de la Asociación Señor de Los Milagros, en San Martín de Porres, al norte de Lima, se prepararon hallacas. En el quinto piso las hicieron al estilo trujillano y en el sexto con sazón llanero. En ambos hogares había familias incompletas, gaitas y mucha nostalgia. A todos les tocó hacer de todo por la falta de manos y las madres, desde Venezuela, se encargaron de recordarle a sus hijos a través de WhatsApp el secreto de la familia.
“Mis primeras hallacas las preparé en Perú”
Yskra Parma y Ramón González se conocen desde hace más de 15 años. Trabajaron en el aeropuerto de Maiquetía en Vargas y la migración afianzó su amistad. Ramón necesitaba ayuda para las hallacas y Parma se ofreció a poner sus manos, a cambio de que le explicara muy bien cómo era todo el proceso.
“Yo trabajé toda mi vida y mi mamá no era dada a la cocina así que siempre comprábamos. Pero este año siento la necesidad de hacerlas con mis propias manos para compartirlas con mis hijos”, dijo Parma.
En tanto, Ramón, las preparaba con su mamá, este año se impuso a el mismo como reto, mejorar el sabor del año anterior. Estuvieron acompañados de una tercera persona que no quiso participar del reportaje, pero sí de la preparación de las hallacas.
Comenzaron el día anterior picando la carne, el cerdo y el pollo. Fueron cuatro horas que duraron prepararando el guiso y esperar que tuviera listo.
Al día siguiente, la jornada comenzó con el lavado de las hojas de plátano. Yskra estuvo tres horas limpiando, junto a la otra persona. Ramón cortaba pimentón, cebolla, sancochaba huevos y separaba las aceitunas, alcaparras, y pasitas. También preparó el onoto para el color de la hallaca.
Momentos previos al ensamblaje de la hallaca
Las tres personas involucradas en esta preparación compartían experiencias personales sobre las navidades. Ramón le decía a Yskra que su mamá le enseño que todo debía estar bien picado para que se cocinara como lo demandaba el plato y que el secreto estaba en “cuidar los detalles”.
Mientras Parma escuchaba minuciosamente y ponía en práctica lo que le decía su maestro, conversaba con sus hijos. Estaba coordinando el envío de remesas para su mamá que sigue en La Guaria: “Chamo, entre mis hijos y yo le vamos enviar 250 soles. Cada uno hará un aporte, aunque sea poco. En mi caso, yo me quitaría el pan de la boca para dárselo a ella, moriría de solo pensar que mi mamá está pasando necesidades”, dijo.
En la medida que pasaba la tarde y sonaban las gaitas de antaño, los ánimos fueron cambiando. El licor también hacía efecto y todo estaba listo para empezar a armar. Se hizo la grabación de un video explicando el proceso por si quedaba alguna duda.
Luego que las primeras hallacas estuvieron listas, llegó el momento de degustar. “Te pasaste, esto quedó espectacular, le dijo Parma a González, mientras él le tomaba foto al plato para mostrarle a su mamá que la primera hallaca estaba lista. Después le puso mayonesa y se la comió.
“Me siento orgullosa de seguir el legado de mi mamá”.
Daiyuri Materán comandó el equipo conformado Cándida Pérez y su cuñada Andreina Saavedra. “Llamamos a una amiga para que no nos pegue tan duro estar tan lejos de la familia”, dijo la capitana de la cocina, mientras removía lo ingredientes que estaban en la enorme olla.
Sobre la mesa estaban las ´verduritas´ que caracterizan a la hallaca trujillana. “Mi mamá nos enseñó que llevan papas y zanahorias”. En la mesa estaba Cándida con un cuchillo en la mano cortando y escuchando con atención las instrucciones: “Yo también quiero aprender porque yo las hacía con mi mamá y solita aún no me atrevo. Quiero hacerlo para por mis hijos”. Ella tiene 8 meses de embazo y enero nacerá su bebé.
Para Dai, como le dicen sus allegados, preparar este plato significa dos cosas: “Que puedo hacer algo sin mi mamá, aunque no esté segura si me quede como a ella” y soltó una carcajada. Pero, para que no le quedara duda, igual hablaron para repasar todo el proceso.
“También es importante porque uno crea su propio ambiente. Las navidades peruanas son muy diferentes a las venezolanas y es un choque muy fuerte. Creo aún no me adapto”, agrega.
Andreina, otra aprendiz, que aún no se atreve a preparar hallacas sola, asentía con la cabeza y recordaba que en su primer año lo único que prepararon fue un pollo al horno, lo que hizo más tristes sus navidades de ese entonces.
Como todo vecino venezolano, estos migrantes se apoyaron durante la preparación. Del quinto llamaron a alguien del sexto para que les ayudara a abrir una botella de vino para agregar al guiso y después todos volvieron a lo suyo.
Se acordaron entre ellos que el 24 era la cita para reunirse todos, como ya lo hicieron el año pasado.
Al final de la jornada, el número de hallacas no fue lo importante, sino lo que significa para el venezolano, en especial el que está en el extranjero, mantener viva una tradición que acercaba a todos miembros de la familia.