Vivir en Estados Unidos era un plan que Norexa Gutiérrez siempre consideró tan ideal como imposible. Allí podría acceder a mejores tratamientos para su hija de 12 años, que padece discapacidad cognitiva. Sin visa americana ni suficientes recursos para obtenerla, viajar era una meta lejana.
En Guatire, estado Miranda, a ella y a su esposo se les dificultaba cada vez más cubrir las consultas neurológicas de su hija. Cada visita al médico costaba 100 dólares, al igual que cada electroencefalograma que debía hacerse con frecuencia.
Trabajaban “haciendo de todo”, pero el dinero tampoco alcanzaba para pagar las terapias psicológicas, conductuales y del lenguaje que su hija necesitaba. Poder inscribirla en un colegio también fue difícil: no la aceptaban y perdió un año escolar.
Para Norexa, todo cambiaría cuando su cuñado, que reside en Estados Unidos, se enteró del proceso de permiso de permanencia temporal (parole), establecido para los venezolanos desde el 12 de octubre de 2022, que los habilita para entrar y trabajar legalmente por dos años, y los llamó.
“Mi esposo siempre fue radical de no dejar su país, jamás, independientemente del problema. Y yo se lo puse así: tenemos esta oportunidad. No tanto para nosotros sino para la niña, allá podemos tener acceso a tratamientos”, recuerda Norexa.
Su esposo cedió, pero con la idea de regresar, pues sus padres también viven en Venezuela.
Ya con un plan, sus parientes en Estados Unidos hicieron los trámites para ser sus patrocinantes. Los “pidieron”. Tras cinco meses de espera, finalmente estaban aprobados para viajar a Estados Unidos. Ahora necesitaban conseguir recursos para pagar los pasajes de avión.
“Vendimos la camioneta una semana antes de venirnos. Nos dieron justo lo que costaban los pasajes”, dice. Un día antes del viaje, compartieron en La Guaira con toda su familia.
Ya en el avión, incrédulos, Norexa y su esposo se veían las caras. “¿Es un sueño?”, le preguntaba él.
En su vuelo, según sus cálculos, había un total de 26 personas que viajaban con la medida del parole o permiso humanitario. De acuerdo con los funcionarios de migración, era uno de los vuelos con menos beneficiarios, ya que viajaron a principios de semana.
Cuando llegaron a Miami, quienes iban con el parole desembarcaron de últimos. Con pasaporte y permiso en mano, tras pasar por el “cuartico de migración”, los recibió la familia de su cuñado.
“La emoción es tan grande que tú te abrazas con la familia que está al lado, con la del frente. Todo el mundo te recibe”, expresa.
Los venezolanos que han llegado con el parole
Norexa, su esposo y su hija son tres de los más de 63.000 venezolanos aprobados para viajar a Estados Unidos con el parole, y tres de los más de 55.000 venezolanos que ingresaron con este permiso humanitario hasta agosto de 2023, según cifras del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés), citadas por Voz de América.
Hasta junio, de acuerdo con el DHS, ya habían ingresado 48.500 venezolanos.
Para agosto, Norexa suma casi dos meses desde que llegó a Estados Unidos. Ahora vive junto a su familia en Florida. Su esposo empezó a trabajar en obras de construcción con su hermano y les alcanza para vivir y darse “un gustico” de vez en cuando.
Esperan mudarse solos pronto e inscribir a su hija en un colegio con todos los servicios de atención que necesita en Haines City.
Además, ya ha podido acceder a un seguro para que su hija pueda recibir atención médica, pues además deben darle un nuevo diagnóstico para que pueda optar por una beca en el colegio para niños, niñas y adolescentes con discapacidad. Ya le han hecho más de 20 estudios y consultas con pediatras, neurólogos y neuropsicólogos, todos cubiertos.
“Llegar aquí te cambia la vida totalmente. Estoy agradecida eternamente por la oportunidad que se nos dio de estar aquí”, dice.
En el futuro, no quieren pedir asilo para así poder mantener sus trabajos y la educación y atención de su hija, y al mismo tiempo regresar a visitar y cuidar a los familiares que todavía viven en Venezuela.
“Queremos ver qué podemos tramitar o cómo podemos hacer para optar por otras oportunidades, que no sea un asilo, para poder seguir trabajando aquí, seguir con su educación aquí, para poder estar aquí y viajar y volver”, resalta.
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