El próximo mes de noviembre, María Elena y Alberto celebrarán 31 años de casados. Llevan al menos unos 370 meses juntos, aunque los últimos nueve estuvieron separados debido a la pandemia, y desde hace seis meses María Elena se sumó a la lista de venezolanos varados en Colombia.
Ambos son economistas egresados de la Universidad de Carabobo. Ella de 57 y él de 59. Son emprendedores dentro y fuera del país: él lleva más de veinte años sumergido en el negocio de neumáticos en Venezuela y ella, ahora, está dedicada a velar por una pequeña empresa en Aruba, dedicada al manejo de programas de rentas de un conjunto de apartamentos. Por tal razón, viaja a la isla al menos dos veces al año.
Como desde 2018 no existe ruta directa para viajar desde Venezuela hacia la isla caribeña, María Elena desde entonces hace escala en Bogotá para así llegar a honrar sus compromisos laborales.
El 13 de enero de 2020, María Elena salió del Aeropuerto Internacional de Maiquetía con destino Colombia y de ahí a Aruba. En la isla estuvo los dos meses que había programado de viaje. El viernes 13 de marzo regresó a Bogotá y al día siguiente, en sus planes estaba retornar a Venezuela. Sin embargo, la pandemia alteró de forma radical sus planes.
Venezolanos varados en Colombia
“Mi vuelo era muy temprano. Yo estuve en el Aeropuerto El Dorado desde las 4:30 am. Minutos después nos informaron que no podíamos abordar porque todos los vuelos estaban suspendidos. Recuerdo los rostros de angustia, desesperación, incertidumbre y preocupación de todos los que estábamos ahí. Fueron vidas las cuales cambiaron radicalmente, sin previo aviso quedamos ahí varados, sin nada. Sin opciones”, dice Maria Elena.
“Yo decía: ‘si estamos todos aquí, móntennos en un avión. Pero ninguna aerolínea se atrevió ese día. Algo que nunca se me olvidará es la imagen de una señora mayor, en silla de ruedas, que ya tenía 48 horas de vuelo porque venía de Europa. Había sufrido un accidente en España y necesitaba ir a Venezuela. Estaba en tránsito. Yo decía ‘¿qué va a hacer esa señora?’. Fue una situación muy compleja. Era la desesperación de todos buscando alternativas con los países que para ese entonces no habían cerrado. Muchos hicieron largas filas en Copa para salir. Yo compré boleto para dos días después viajar con Copa a Panamá y de ahí a Caracas, pero en cuestión de horas, Venezuela anunció también el cierre de sus operaciones aéreas. Todo se iba cerrando y las alternativas se iban mermando”, recuerda.
Desde entonces, María Elena pasó a formar parte de un grupo de al menos 400 venezolanos varados que se censaron para exigir la autorización de un vuelo de carácter humanitario que, incluso seis meses después, y en la actualidad, no se ha concretado debido a la ruptura de relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela desde febrero de 2019.
“Ha sido vivir casi un año completo de postergación. Lamentablemente aquí en Colombia sentimos que estamos castigados. Es un país que es visto como enemigo. Además que acá no tenemos alguna oficina de un Consulado o una Embajada a donde acudir. Hay otros venezolanos que han podido retornar, pero los venezolanos varados en Colombia hemos sido absolutamente ignorados”.
La lista de los casi 400 connacionales varados en Colombia en marzo, ya para septiembre se ha reducido en menos de la mitad. Muchos, aún con el cierre de fronteras, han decidido retornar por las vías alternas. Esa opción para María Elena estaba descartada. La opción era que su esposo llegara a Bogotá.
¿Huir a los 59 años?
Alberto y María Elena habían pasado desde marzo estudiando alternativas de retorno, esperando algún vuelo y esperanzados en la reapertura temprana de la operatividad aérea. Sin embargo, tras haber pasado al menos seis meses así, habían tomado como límite el 12 de septiembre, fecha en la que expiraba la extensión del plazo de suspensión de vuelos en Venezuela, ya sabiendo que Colombia sí reabriría sus aeropuertos a finales de este mes.
Sin embargo, el mismo 12 de septiembre el Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC) anunció la extensión de la medida, por 30 días más, hasta el 12 de octubre.
“Ahí dijimos: No podemos esperar más. Es ahora o nunca. Fue en ese momento cuando decidimos que sería él quien saldría de Venezuela, con todos los riesgos, para reencontrarnos aquí”.
Además de poder abrazar a su esposa, Alberto tenía otros motivos por los cuales salir. El 31 de octubre vence su pasaporte. Aunque Colombia es uno de los países que recibe a los venezolanos con pasaporte vencido, ambos consideraron que era de muy alto riesgo salir en esas condiciones del país. La solicitud de prórroga nunca estuvo en los planes, pues desde hace meses el SAIME no labora.
Ya ambos habían dado con una agencia de viajes que, desde hace semanas, ofrecía opciones de regreso inmediato. La experiencia de otros servía de referencia pero el costo, en todos los sentidos, era alto.
“Los riegos son todos. Primero está el gran miedo del riesgo personal porque sabes por otros lo que significa aventurarte en este viaje por carretera. Salir de Venezuela hasta Colombia por tierra implica entre 80 y 100 alcabalas. Y los funcionarios que allí te encuentras tienen la potestad de pedirte lo que les dé la gana: desde 10 dólares hasta 200 dólares”, dice María Elena. “Además está en riesgo la vida. Puedes contagiarte de Covid-19, porque lamentablemente estás atravesando caminos verdes”, agrega.
Alberto fue operado en 2019 de un tumor cerebral, en Estados Unidos. Fue diagnosticado con meningioma. Por ello, Albertó decidió meter entre las pocas cosas que trajo en su maleta de 12 kilos, todo su expediente médico que sustentara que, inclusive, se trata de un caso de carácter humanitario.
Salió el 14 de septiembre a las 4:30 am de Valencia. La travesía implicaría un trecho por vía aérea y otra por vía terrestre, junto a otros dos pasajeros: una señora de 78 años, madre de un militar, que había visitado Margarita de vacaciones y un joven de 36 años, quien llegó a Venezuela por asuntos laborales, quedó atrapado por la pandemia, y terminó ausente en el nacimiento de su niña, a quien conoció luego de cuatro meses.
“Nuestras hijas ya crecieron y tienen sus vidas. Así que nosotros dos estamos para acompañarnos. Nunca antes en mi vida habíamos estado separados tanto tiempo. Mi separación familiar tiene dos meses adicionales a lo que ha durado la pandemia porque yo salí desde enero”, subraya.
1.300 dólares tuvo que reunir la pareja con la esperanza puesta en estar juntos.
“Nosotros no sabíamos si estábamos ante una estafa y el miedo era mayor. No es fácil reunir 1.300 dólares. Pero averiguamos sobre esta agencia y resultó ser una empresa de años”.
Fueron 13 horas de trayecto, entre el vuelo desde Maracay hasta Santo Domingo, en Mérida, y el viaje por carretera, hasta llegar al Puente Internacional Simón Bolívar para luego cruzar a Cúcuta. Como no tenía el pasaporte sellado, no pudo volar a la capital colombiana desde ese punto, pues no está permitido. Pero sí desde Bucaramanga. Por eso pernoctó en Cúcuta y al día siguiente viajó por carretera hasta Bucaramanga, y de ahí, a la capital colombiana.
El reencuentro
María Elena no lo podía creer. Lo veía y no salía de su asombro. Luego de nueve meses separados, finalmente Alberto había llegado. Se acabaron los mensajes de Whatsapp y las videollamadas frustradas por falta de luz en Valencia. Su compañero, de carne y hueso, estaba finalmente junto a ella.
“Yo no lo podía creer. Por toda la angustia que había pasado, tantas alternativas analizadas. Tantas cosas que te pasan por el corazón”.
“La primera hora estaba muy callada. Pero pude ver los efectos de la soledad en él y el choque ante una vida y un país normal. No tienes que aprovechar la luz porque no se va ir. No tienes que buscar alternativas para el gas porque no se va ir. Aquí vamos, en el proceso de adaptación”.
“Yo me acuerdo cuando quitaron Directv de Venezuela porque yo decía ‘la televisión es la única compañía que él tiene’. Imagina tú estar solo en una casa que te quiten la luz cada hora y sin televisión”.
Por ahora, ni Alberto ni María Elena tienen claro su posible retorno, aunque advierten que siempre irán al país, pues los padres de ambos están allí. En medio de su migración forzada, María Elena solo confiesa que lo que ha aprendido es “que uno tiene que armarse de humildad y aceptación. Humildad porque estás en una situación en un país que no es el tuyo y tienes que aceptarlo. Está fuera de tus manos y tienes que utilizar internamente lo que tengas de fe en Dios”.
Después de esto, María Elena y Alberto, entienden que el amor no conoce de cuarentenas.
*Debido a las rutas alternas a las que debieron recurrir, ambos nombres fueron modificados para resguardar a los entrevistados.