Kenny Buyón, un caminante venezolano, cruzó la frontera entre Perú y Ecuador la madrugada del pasado domingo. Era el momento más adecuado para evitar el ojo de los militares y policías que, según cuenta, cobran a los migrantes unos 15 dólares para dejarlos salir del país por caminos clandestinos.
El negocio ilegal es denunciado por un grupo de venezolanos. No solo se trata de pagar sobornos, los que se aventuran a cruzar están expuestos a múltiples riesgos como contagiarse de enfermedades, ser víctimas de delincuentes y accidentes.
Los pasos limítrofes están cerrados en Perú, como en otras naciones, producto de la pandemia de COVID-19. Ante este panorama muchos migrantes venezolanos que dependían de la economía informal y otros trabajos comenzaron a quedar sin empleos, una situación que obligó a muchos a retornar a su país o acudir a albergues.
Como tantos, Buyón se vio afectado por la crisis generada por el coronavirus. Quedó desempleado y sin vivienda en Lima, motivada por la desesperación decidió emprender un viaje de retorno a Venezuela con los únicos recursos que cuenta: sus pies. El 14 de mayo, se reunió con otros 30 connacionales en el distrito San Martín de Porres de Lima y de ahí se dividieron en reducidos grupos para pedir “aventones”. Así disminuyó un recorrido de 15 días caminando a tres en autos de particulares.
En el pasado, Buyón también había apelado a la solidaridad de conductores para llegar a Perú. De ahí que esta vez preparó con minuciosidad su itinerario de viajes, incluyendo medidas de seguridad para evitar ser víctimas de accidentes como el masivo arrollamiento de caminantes en Barranca, Lima, que dejó 3 muertos y 5 heridos el 1 de mayo. También comenzó a guiar a otras personas que suelen detenerse en los peajes de las carreteras y aguardar por el paso de vehículos de carga pesada que, por lo general, hacen recorridos largos. Fue así que logró concretar rutas como Ancón-Huacho, Huarás-Chimbote y atravesar regiones peruanas como Trujillo, Chiclayo y Tumbes.
Mochila de un caminante
Por recomendaciones de otros caminantes, Buyón metió viajar con una mochila ligera. Para sortear los prolongados viajes se abastecieron con atún enlatado, galletas y agua. Buyón asegura que no comen proteínas por los precarios recursos.
También reforzaron las medidas de protección frente a la pandemia de COVID-19. Muchos viajan con alcohol, gel desinfectante y mascarillas. Aprovechan en los peajes para lavar sus manos.
Es posible que el número de caminantes aumente con la agudización de la crisis. Buyón está en un grupo de Whatsapp conformado por 300 venezolanos, cuyos planes son retornar al país por vías terrestres. “La situación es crítica porque la pandemia avanza y los peruanos no acatan las normas de seguridad. Nosotros no tenemos derecho a nada. No ganamos nada enfermándonos y muriéndonos”, dice.
Sus dos hijos, en Venezuela, dependían económicamente de él, pero al quedar desempleado no tenía modo de enviar remesas. Trabajó en el sector de la construcción, pero sus últimas jornadas laborales no fueron pagadas por sus jefes. Cuando abandonó la habitación donde vivía decidió vender algunas cosas y otras tuvo que dejarlas como forma de pago del alquiler. Tenía dos meses sin pagar, así que dejó una cama y una nevera a sus arrendatarios.
El plan de Buyón es llegar a la ciudad de Quito para solicitar en el consulado de Venezuela en Ecuador: un asiento en un vuelo humanitario. Pero si no consigue apoyo, cree que continuará su camino junto a otros migrantes. Hasta ahora se concentra en seguir sus rutas, resguardarse y recomendar a otros caminantes no estar solos, mantenerse comunicados y estar atentos a las zonas donde pernoctarán durante sus travesías, entre otros consejos.