Mujeres que migran. Yorley, Zulynel Cristina. En los países suramericanos las mujeres se mueven de sus países son más que los hombres. Las razones varían, pero la relación es de 108 de ellas por cada 100 de ellos, según el portal de datos globales sobre migración. Muchas se dedican a los oficios domésticos o a la informalidad, lo cual aumenta su vulnerabilidad.
Estas historias de Proiuris nos cuentan cómo estas mujeres caen y se levantan en medio de la pandemia por #Covid19.
Café por sus hijos
Yorley del Valle Villasmil llevaba tres años vendiendo café en las calles de Barranquilla para sostener a sus hijos Sebastíán, de 11 años de edad y Brayan José, de casi 4 años. La cuarentena por la llegada del COVID-19 vació las calles de la ciudad y la dejó sin trabajo, sin dinero, sin comida…
Ella redujo las raciones de alimentos, sustituyó la carne por los granos y ya no pudo enviar una remesa mensual a sus padres en Venezuela.
“Antes pagaba sola el alquiler, pero ahora mi comadre y su hijo se mudaron con nosotros para compartir los gastos entre las dos”, dice en referencia a un apartamento de dos habitaciones en el barrio La Pradera, al noroccidente de Barranquilla.
Después de permanecer casi tres meses encerrada en casa, dos veces por semana sale a las calles de Barranquilla a vender “tinto”. Ahora lo hace “armada” con tapaboca y gel antibacterial. Son cuatro horas de exposición a una sensación térmica que supera los 30 grados centígrados y, sobre todo, al riesgo de contraer el nuevo coronavirus.
Más que por ella, teme por sus hijos.
» Me da mucho temor contagiarme, pero si no salgo no puedo comprar comida”, afirma en una mezcla de coraje y resignación.
Se atreve a hablar en nombre de otras mujeres venezolanas que no han encontrado un empleo formal formal en Colombia, “ya sea porque no tenemos documentos legales en Colombia o porque no tenemos quien nos cuide nuestros hijos”, explica.
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Tapabocas para vivir
Doce horas suma la jornada laboral diaria de Zulynel Meza. Antes de la cuarentena por la COVID-19, esta costurera venezolana confeccionaba pijamas, franelas y camisas en un taller en Cúcuta, que cerró sus puertas por la pandemia. A partir de la lógica inclemente de la oferta y la demanda, ahora se dedica a confeccionar tapabocas.
Es la única fuente de ingresos con la que cuenta para afrontar las deudas que ha acumulado desde que se decretó aislamiento obligatorio en Colombia.
“La ganancia que recibo por cada tapabocas es de 100 pesos. Pero la confección de cada uno toma trabajo, porque las pinzas deben quedar derechas y la tela bien cortada”, cuenta la mujer que durante 15 años se ha desempeñado como costurera.
En un día “bueno” puede fabricar 200 piezas, que equivalen a una remuneración de 20 mil pesos, muy por debajo de los casi 30 mil que debería recibir esta costurera por 8 horas de trabajo, según las normas de Colombia.
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A lo largo de sus 38 años de vida, Zulynel nunca había salido de Venezuela. Su primer y único viaje al extranjero fue forzado por la precariedad de sus condiciones de vida, por la profundización de la emergencia humanitaria compleja en su país natal.
Con una mezcla de miedo y esperanza, llegó a Cúcuta, la llamada ‘Perla del Norte,’ el miércoles 12 de junio del 2019, con su hijo mayor Jesús. De este lado la esperaba una sobrina que les brindó estadía por un par de días. Unas semanas después, Zulynel logró traerse a su otra hija. En Cúcuta sobreviven otros 107 mil migrantes.
La trocha del día a día
Cristina forma parte de la llamada migración pendular entre Venezuela y Colombia que suma un tráfico promedio diario de 50.000 personas. Es un modo de vida que para algunos y, sobre todo las mujeres que sostienen sus hogares, es difícil de cambiar tan repentinamente como sobrevino la pandemia.
Habitualmente cruzaba la frontera por el Puente Internacional Francisco de Paula Santander para llegar a su puesto de trabajo en una fábrica de pantalones en Cúcuta.
Con la emergencia por el coronavirus y el cierre fronterizo Cristina se quedó varios días en casa de una amiga en Cúcuta. Para colmo, la fábrica donde trabajaba fue una de las que optó por reducir personal.
No podía permanecer indefinidamente en Cúcuta, pues en su casa en Ureña, estado Táchira, la esperaban sus hijos de 16, 14 y 12 años de edad. Por ellos regresó.
Cristina cuenta que en las trochas se encuentran con guerrilleros y paramilitares que se disputan el control territorial en la frontera. Ha oído tiroteos y dice ser consciente de que en cualquier momento pueden ocurrir enfrentamientos entre grupos rivales y ella puede quedar en la línea de fuego.
“La gente pasa corriendo, uno ni conversa. La gente va afanada en llegar a sus trabajos y hacer su mercado. Por la trochas de La Mulata, uno se lleva un tiempo de 30 a 35 minutos a pie; se sale a Santa Cecilia, más abajo de la cárcel modelo de Cúcuta. Y por la de Tato, uno demora 15 minutos a pie y se sale cerca de El Escobal”, precisa la mujer. “Ruego a Dios que pase rápido esto para poder ir a trabajar”, exclama con desesperación.
Ella le tiene más miedo a las trochas que a la Covid-19. Si recupera su empleo en Cúcuta, irá a trabajar. Cree que es suficiente que en los puestos laborales de esa ciudad hagan pruebas para detectar el nuevocoronavirus.
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Los desafíos
En el portal de datos globales sobre migraciónes se indica que hoy en día América del Sur se ve atravesada por diversos patrones migratorios. En cuanto a la migración intrarregional, los corredores han aumentado en número y en dimensión.
«El reciente significativo número de refugiados, migrantes y solicitantes de asilo provenientes de la República Bolivariana de Venezuela requiere esfuerzos significativos por parte de los países receptores para lograr una integración social y económica adecuada, proporcionando el acceso a servicios sociales, educativos y de salud y garantizando entornos de convivencia tolerantes y respetuosos. A pesar de que la región ha tomado medidas ejemplares para gobernar la migración, favoreciendo la migración regular, existe un vasto margen para mejorar la integración de los migrantes.»
Foto referencial. Situación de migrantes venezolanos en Bogotá. Agencia Efe