Alrededor de la 1 de la tarde del 16 de octubre del 2020, salí un rato de la oficina donde trabajo en el este de Caracas con la intención de “cambiar de aire”. En ese instante, escuché a un vigilante joven, al que no había visto antes por allí, conversando con otro compañero. Se llamaba Jesús. Le contaba algo sobre su regreso a Venezuela desde Colombia.
Lo poco que escuché me sacudió. Así que no pude evitar acercarme y decirle que si por favor me podría sumar al relato. Yo también quería escuchar lo que había sido su retorno.
Archivé todo lo que pude en mi memoria, regresé a mi oficina y decidí escribir lo que había escuchado. Quise ver otra vez al joven, salí a buscarlo. Pero me informaron que ya se había retirado.
Días después volví a preguntar por él y me dijeron que lo habían asignado a otra empresa. Nadie pudo decirme algo más sobre él.
La historia quedó así. A veces nos topamos con personas que nos cuentan sus vivencias, incluso las más duras, como si nos conocieran desde toda la vida. Jesús me abrió las puertas a una de sus historias más íntimas.
Y como le dije a él: esto que has vivido, no lo puedes olvidar. Lo tienes que contar a los tuyos porque es parte de ti.
Lo que vivió Jesús es también lo que estamos viviendo como venezolanos, no lo podemos olvidar.
La historia de Jesús, nuestra historia
Jesús Daniel Higuera tenía 26 años cuando dejó su hogar en Guárico. ¿El destino? La capital Colombiana. ¿El propósito? El cambio. En Venezuela solo veía cómo su calidad de vida empeoraba y como contó: “La verdad es que la estaba pasando mal”.
Fue en el año 2019 cuando Jesús decidió migrar y lo hizo a través del llano venezolano. Se dirigió hasta el estado Apure, donde tomó una chalana para cruzar el Arauca. «Fue un viaje rapidito, como de 10 minutos», contó. Corriente abajo y unos 40 minutos después llegó hasta el lado colombiano. La entrada a suelo vecino la hizo en la ciudad de Arauca. Allí tomó un autobús de la línea Libertador que, tras algunos contratiempos, 16 horas y más de 700 kilómetros, lo llevó hasta Bogotá. En la capital lo esperaba un primo. Con él podría vivir hasta afianzarse.
Jesús pronto comenzó a trabajar como ayudante de albañil. Le iba tan bien que pudo alquilar un apartamento de dos habitaciones y cubrir todos sus gastos que incluían enviarle dinero a su mamá y aportar para la manutención de su único hijo que dejó en Venezuela.
Cuenta Jesús que el salario mínimo en Colombia es de 900.000 pesos y que él ganaba 240.000 pesos semanales, lo que equivalía a 960.000 pesos al mes.
Jesús Daniel se sentía encauzado. A la estabilidad laboral que comenzaba a adquirir, se sumó la afectiva: se enamoró de una joven venezolana que ya tenía dos años viviendo en Bogotá y que trabajaba en un restaurante.
Unos meses después, la pandemia del coronavirus trastocó todo. Jesús se quedó sin trabajo ante el cierre de las empresas. Empezó a atrasarse en el alquiler de su vivienda y, como forma de subsistencia, empezó a trabajar en el área de reciclaje. Salía aproximadamente a las siete de la noche y empezaba a recorrer calles para recoger latas, plástico, cartón, lo que encontrara que pudiera tener un segundo uso.
A las 2 de la mañana regresaba a casa. Era entonces el momento de separar y organizar lo recogido en el patio de la casa. Esperaba hasta las 8 de mañana cuando abrían la chatarrera y vendía lo recogido. Le pagaban al instante, lo que podía ir de 20.000 a 80.000 pesos.
Así sorteo los días. Lo hizo hasta que la situación se volvió más ruda y no pudo sino plantearse una salida: el retorno.
Jesús cree que fue un viernes por la mañana. Lo que sí sabe es que fue en junio de 2020. Ese día salió de Bogotá en compañía de su novia y dos hermanas menores de ella. En el camino se sumaron tres personas más, tres que conocieron en la ruta y habían tomado la misma decisión: retornar a Venezuela.
Ahora, el destino inicial era Cúcuta. Dejaron la capital colombiana y se dirigieron hacia el noreste. Hicieron el trayecto a pie, durmieron al borde de las carreteras. Tres veces lograron que les dieran la cola, así acortaron algunos kilómetros. El viaje duró catorce días. Durante esas dos semanas se alimentaron con la comida que les regalaban: los que iban en sus carros, los trabajadores de la Cruz Roja Colombiana… lo que más comieron fue atún en lata y galletas.
Llegaron los 7 a La Parada, no se separaron durante el trayecto. Desde La Parada partieron hacia Las Tienditas (Cúcuta), allí permanecieron veinte días.
En Las Tienditas dormían en carpas. Les dieron colchones y comida. También fue allí donde a todos, por primera vez, les realizaron una prueba de RT-PCR. “Me metieron una cosa por la nariz y también nos hicieron otra prueba, el test que es más rápido”. De la primera nunca se supo el resultado y de la segunda el resultado fue negativo.
De Las Tienditas los trasladaron a San Antonio, (allí estuvieron sólo un día), les volvieron a realizar una prueba rápida y les pusieron dos vacunas. Una de ellas fue la vacuna contra la fiebre amarilla y la otra no recuerda el nombre.
Desde San Antonio los llevaron al terminal de San Antonio donde estuvieron seis días. Recuerda el menú con claridad: el desayuno era una arepita con una lajita de mortadela, el almuerzo era frijolitos chinos y arroz. La cena era igual al almuerzo. Refiere que tomaban agua de un tanque azul que supuestamente contenía agua potable, aunque él se la pasaba con diarrea. Comenta que había baños donde asearse y que tenían un kit que les habían dado del lado colombiano que contenía pasta dental, jabón y un pañito.
Del Terminal de San Antonio pasaron a un Puesto de Atención Social Integral (PASI) donde les repitieron la RT-PCR y la prueba rápida (todas negativas). Allí estuvieron diecinueve días hasta que los montaron en un autobús hacia el Hotel Alba Caracas (les volvieron a hacer la prueba rápida que salió negativa). Jesús no precisó cuándo se separó el grupo. Pero sí me contó que fue desde ese hotel donde él, su novia y las hermanas de su novia pudieron tomar una camioneta hacia la vivienda de familiares de su pareja en la carretera Petare Santa Lucía, Caucagüita, Sector Ramón Brazón.
Durante la travesía de regreso a Venezuela, Jesús Daniel cumplió sus veintisiete años.
Vive con su pareja y consiguió empleo como vigilante en un centro de salud.
Ante la pregunta de si volvería a Colombia al pasar la pandemia, responde categóricamente que no porque algunas veces se sintió maltratado. Pero lo que sí afirma es que se iría de Venezuela rumbo a otro país, que buscaría otros horizontes.
A Jesús D. Higuera, gracias por contar su historia
Foto: EFE