El personal de salud venezolano es una de los que más ha migrado de su país. El medio Crónicas del Caribe publicó una historia en la que se cuenta la vida de una médica y una enfermera criolla que no pueden poner sus conocimientos a la orden de Curazao, para luchar contra COVID-19. En cambio, han tenido que buscar trabajos limpiando casas para poder sobrevivir en un país donde todavía no logran establecerse.
Johanna González Clavero, de 28 años de edad y Zorelia Rodríguez, de 44 años, son las dos protagonistas de esta historia. González Clavero es médica egresada de la Universidad del Zulia (LUZ). Zorelia, por su parte, es madre de tres jóvenes, y aunque es licenciada en enfermería, en Venezuela no podría mantenerse ella y a su familia.
Personal de salud venezolano, muy capacitado pero ignorado
Johanna González Clavero se graduó de médica en 2018. Sin embargo, la venezolana recuerda a la perfección las razones que la llevaron a irse del país. “Maracaibo estaba cada vez peor por el racionamiento eléctrico, la falta de agua y la inflación”, recuerda. Ella decidió irse a Caracas para probar suerte, pero solo pudo aguantar ocho meses. Su salario no era suficiente para cubrir sus gastos y mantener a su madre y abuelos. “Me di cuenta que tenía que emigrar”, recordó Johanna. Voló a Curazao el 24 de noviembre de 2019 esperando tener nuevas oportunidades en un mejor lugar.
No obstante, la experiencia de Johanna no ha sido la mejor. Ha trabajado en distintos sitios: restaurantes, resorts, incluso limpiando. Por no conocer el trámite, Johanna no pagó el permiso para extender su permanencia en Curazao y quedó en estatus ilegal ante las leyes curazoleñas.
Johanna necesitaba un contrato de trabajo para poder resolver su estatus en la isla. Aunque consiguió empleo en un consultorio médico, no le dieron contrato y le pagaban menos que a sus colegas. “Les conviene que estés ilegal para no pagar correctamente, es una situación de mucho abuso”, dice.
La médica venezolana pensó en regresar a Venezuela, pero su vuelo de repatriación se suspendió y ahora decidió estudiar papiamento para poder comunicarse mejor en la isla. Mientras tanto, limpia casas y “hace un poco de todo” para seguir viviendo en un lugar, que no le abrió las puertas como ella esperaba.
La lucha de Zorelia
La historia de Zorelia Rodríguez no es muy diferente. Es licenciada en enfermería con diplomado en enfermería cardiovascular y talleres de bioseguridad, y cursos de cuidados intensivos. Nada de esto parece ser suficiente para que Zorelia sea tomada en cuenta para trabajar en el sector salud de Curazao, ni siquiera en plena pandemia por COVID-19.
La venezolana llegó el 12 de marzo a Curazao, justo un día antes de que decretaran cuarentena en el país. “Esto es una lucha constante. Al principio, me puse a vender arepas rellenas y también ayudaba a acomodar las mesas de un restaurante en una plaza. Por eso me daban 5 florines (2.8 dólares)”, comenta Zorelia.
La enfermera buscó trabajo en distintos geriátricos. En el primero le hicieron comprar un uniforme, para luego decirle que no la iban a emplear; en el segundo la rechazaron por su edad y en el tercero tuvo que renunciar por una rivalidad con una colega.
“Después de todo eso, pensé: no me sigo humillando más, yo misma me levanté el ánimo y hoy prefiero quedarme limpiando casas”, contó Rodríguez, quien ahora se ocupa del mantenimiento de dos residencias. Además, recibe una tarjeta que ofrece el gobierno de los Países Bajos a través de la Cruz Roja para comprar alimentos. “Con eso me estoy sustentando ahora”, dice Zorelia.
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Foto: Crónicas del Caribe