Del Río, Texas
De Puerto Ordaz, de Caracas, de Zulia, de Barinas, de La Guaira. Uno a uno van alzando los brazos y respondiendo a la pregunta: ¿De qué parte de Venezuela vienes? Aún están aturdidos por las últimas horas del viaje. No saben dónde están. ¿Para dónde van? Alzan las manos nuevamente: Miami, Orlando, Tennessee, Texas.
Es miércoles 16 de junio. Durante siete días el ingreso de venezolanos en la población Del Río no cesa. En promedio ingresan unas 500 personas por alguno de los puntos de esta frontera líquida entre México y Estados Unidos, marcada por el Río Grande.
Esta ciudad de unos 35.000 habitantes ha sido impactada por el volumen de ingresos en general. Tan solo en mayo se reportaron 27.980 encuentros con migrantes de 29 nacionalidades. De ellos, el 19,5 por ciento son venezolanos.
Según el oficial Ricardo Moreno, jefe de patrulla fronteriza de la estación Del Río: “Antes no se había visto eso aquí, especialmente, en Del Río. Grupos de hasta 160. La mayoría de las detenciones son (ciudadanos) de Venezuela y de Haití”.
Los migrantes venezolanos a Estados Unidos solían llegar en avión y con planes más o menos estables. Durante algunos años fueron llamados balseros del aire. Desde enero de este año, el ingreso de este grupo por la frontera sur ha crecido más de 25 veces. El estado de Texas lidera de lejos las estadísticas oficiales que le atribuyen 70,6 por ciento de los encuentros registrados. Y de este estado, la población Del Río registra el 86,9 por ciento de los ingresos.
Este grupo que llegó alrededor de las 5: 00 p.m. habla profusamente. Se han cambiado la ropa mojada, luego de cruzar. Esperan que la patrulla fronteriza los recoja. Algunos saldrán en horas del centro de registro de las autoridades migratorias, otros no se sabe cuánto tiempo estarán detenidos. Ellos, de hecho, no saben el nombre de la población donde están. Sólo saben que cruzaron.
En números netos, la frontera sur, integrada por Texas, Arizona, Nuevo México y California registró 17.306 ingresos de venezolanos entre enero y mayo de este año. En 2020 en el mismo período solo se registraron 634 encuentros.
¿Quiénes son?
Durante una semana de cobertura, el equipo de la Voz de América y el proyecto Venezuela migrante han visto pasar a ancianos, mujeres embarazadas, familias, hombres solos y hasta una adolescente. Entran en la tarde, algunos en la mañana y otros en la madrugada. Lo hacen por distintos puntos. En Del Río hay al menos tres puntos de ingreso. En uno de ellos, en apenas tres horas, hubo tres encuentros con migrantes venezolanos y dos con haitianos.
Yaelin viene del estado Barinas. Tiene más de ocho meses de embarazo. Salió por tierra hacia la vecina población colombiana de Arauca. De allí tomó un vuelo a Bogotá. Desde la capital colombiana viajó a Ciudad de México, donde durmió una noche. Luego tomó otro vuelo hasta Monterrey. Durmió una noche. Al día siguiente tomó un bus hacia Ciudad Acuña, donde llegó en la tarde y a las cinco de la mañana cruzó el río.
Afirma que recuerda haber cruzado tres ríos y que otros venezolanos la ayudaron. Viene a reunirse con su esposo, quien con visa, ingresó en marzo pasado y vive en Ohio.
Liberada en horas del centro de registro migratorio, le toca comparecer ante una corte para evaluar si puede aplicar a la solicitud de asilo.
Entre los grupos que ingresaron durante siete días, las familias tradicionales fueron constantes. Madre, padre y hasta dos o tres hijos. Una de ellas dijo haber pagado 10.000 dólares por todo su viaje.
En un recorrido con la patrulla fronteriza este equipo presenció el encuentro con un grupo familiar que provenía de Maracaibo. Al no tener dinero para pagar a un coyote fueron abandonados en las inmediaciones del río. Cruzaron padre, madre, hija y abuela, con otros tres paisanos. Dos de ellos adultos mayores. Quedaron atrapados en una especie de laberinto cercado por una valla de tres metros. Allí, en medio de una carretera fueron abordados por la policía.
“Mi hija tiene varias horas sin comer”, decía la madre, mientras una anciana vociferaba dentro de una unidad de la patrulla por un medicamento para la tensión. La niña, de unos dos años secaba las lágrimas de su madre. Miraba a su alrededor y sonreía, mientras la abuela intentaba recuperarse del esfuerzo. “Es que ella tiene un parche en el corazón”, dijo su hijo.
Mientras tomaban agua e intentaban calmarse, relataban que iniciaron el cruce sin saber hacia dónde se dirigían. “Solo queríamos llegar”.
El perfil de los que han ingresado incluye a profesionales que van desde ingenieros de la industria petrolera, hasta médicos, abogados y docentes.
La doctora Celene Leal es un ejemplo.
Este aspecto llama la atención del periodista mexicano, Javier Garza, quien es conocedor de esta frontera.
“Para mi es un indicador de cuánto se ha deteriorado la situación en Venezuela. La percepción que se tenía es que el venezolano entraba por avión, sobre todo el venezolano de clase media que podía conseguir una visa de turista y perderse en el sistema. Al ver que profesionales venezolanos están usando los mismos métodos que un campesino centroamericano me parece que es un indicador del grado de desesperación”, sostiene.
Algunos de los entrevistados relataron que intentaron aplicar por visas, pero dado que en Venezuela no hay oficina consular, y al hecho de que algunas citas son pautadas con un año de antelación, decidieron dar el paso.
Este es el caso de Antonio Rojas, un hombre de 56 años, quien solía visitar Estados Unidos.
“Doy gracias a Dios porque estoy acá”, afirma mientras hace un esfuerzo porque la voz no se le quiebre. A diferencia de Yaelin, su travesía fue una odisea que inició el 14 de mayo de 2021.
Luego de cruzar el trecho que separa la población Acuña y llegar con un bolso que apretaba como si en él tuviera su vida, a Del Río, la voz se le ahogaba. Una semana después, en la cafetería de una estación de servicio esperaba por un autobús que lo llevaría a San Antonio, allí tomaría un vuelo a Miami, en un intento de iniciar una nueva vida.
Cuando Rojas, quien es oriundo del estado Guárico, entró a territorio estadounidense, lo precedían dos familiares. Ellos alzaron los brazos como si hubieran cruzado la línea de meta de un maratón. Venezolanos, venezolanos. Somos venezolanos, decían: “Lo logramos, lo logramos”.
El viaje les tomó un mes aproximadamente. Hicieron tres intentos. Primero salieron desde Venezuela a México, vía Cancún. Allí fueron devueltos a Caracas. Un segundo intento lo hicieron por Colombia. Cruzaron la frontera por un paso irregular, pero al tomar un vuelo de Cúcuta a Bogotá fueron nuevamente devueltos ya que no tenían sello de entrada en el pasaporte. A la tercera debía ser la vencida. Esta vez lo haría bien, confiaba. Un nuevo intento de ingresar por México fue exitoso. Llegaron, recibieron su sello de ingreso y luego debían tomar un vuelo a Monterrey. Lo hicieron, pero fueron detenidos por las autoridades policiales quienes los entregaron a las autoridades migratorias. Asegura que pasó 14 días detenido en el Instituto Migratorio de Nuevo León, junto a 80 personas. Cuando finalmente los dejaron en libertad, siguió rumbo a Ciudad Acuña, en el estado de Coahuila.
Luego de entregarse a la Patrulla Fronteriza pasó ocho días en un centro de detención. Fue liberado con la instrucción de presentarse ante una oficina del ICE en el estado de Florida, que es su destino final.
Muchos otros testimonios están también cargados de angustia.
¿Por qué viajan a Acuña?
El arribo de venezolanos a Ciudad Acuña tampoco ha pasado inadvertido. Esta ciudad, de unos 300.000 habitantes, tuvo un auge en la década de 1990 con las maquiladoras. Es un centro de atracción turística para estadounidenses. En Del Río, nos dicen algunos, no hay mucha diversión. La fiesta se arma al frente (en Acuña).
Las autoridades de Estados Unidos han identificado un hotel en esta ciudad donde grupos de coyotes hospedan a los migrantes. Ellos suelen ser trasladados en la madrugada a uno de los puntos de cruce, el cual pasan, puntualmente a las 7 am.
La orilla del río en este lado mexicano es pública, mientras que al frente hay terrenos privados o propiedad federal.
Sin embargo, para llegar a la ribera los migrantes deben recorrer algunos kilométros. En el punto de mayor visibilidad de ingreso, hacia la zona de Val Verde, tienen que bajar una cuesta para llegar a la orilla e iniciar el cruce. Del otro extremo llegan a una casa por cuyo patio suelen cruzar rápidamente para luego esperar en un terreno rodeado de caña carrizo a las autoridades migratorias.
Nunguna de las personas consultadas ha podido decir concretamente por qué Acuña se ha convertido en sitio de paso de venezolanos. Tanto el oficial González, de la patrulla fronteriza, como otros, creen que es porque esta zona es más segura.
“Hay un sólo cártel aquí”, comentan habitantes de la ciudad.
¿Qué ocurre con los que cruzan?
“No vengan, no vengan”, dijo hace unas semanas la vicepresidenta Kamala Harris. Sin embargo, ese mensaje al parecer no ha calado. A diferencia de otros migrantes, los venezolanos apenas ponen un pie en territorio estadounidense se entregan a las autoridades para solicitar asilo. Aunque el procedimiento varía, según expertos, lo que suele ocurrir es que les hacen una entrevista en la que deben demostrar “miedo creíble” y luego pueden ser puestos en libertad o no. Tienen un lapso de un año para solicitar asilo ante un juez.
En el caso de los migrantes que ingresan por Del Río, algunos de ellos como Deysi, Gladys, Alfredo y Yomaira, todos adultos mayores, que entraron el miércoles 9 de junio, fueron trasladados, junto a otras 20 personas, al Val Verde Border Humanitarian Coalition. El lugar es de paso porque, en palabras de su directora, Tiffany Burrow, no cuentan con dinero ni apoyo por parte del estado de Texas ni del gobierno federal.
Burrow asegura, que en ocasiones, no dan abasto para la cantidad de personas que atienden a diario. “Antes podíamos tener 20 a 25 personas por semana, ahora tenemos casi 50 por día”, comentó.
Allí, los migrantes hicieron su primera llamada a familiares, lograron bañarse y recibieron instrucciones sobre cómo salir de Del Río. Les entregan en un sobre amarillo los documentos que les autorizan a viajar hasta donde serán recibidos por sus familiares.
Sin embargo, el trámite no es tan sencillo. Mientras muchos muestran un alivio al llegar a territorio estadounidense, su regularización apenas se inicia. En algunos casos, como el del concejal venezolano Francisco Rincón, quien ingresó por San Diego, California, estuvo recluido en un centro de detención migratoria por 18 meses.
Ninfa Argüello, asegura que ningún caso es parecido. Ella trabaja orientando a migrantes venezolanos en Miami. Advierte que conoce de casos en los que a los que ingresan ilegalmente les retienen el pasaporte y eso dificulta los casos.
Hay finales tristes y finales felices, pero todas las historias que empiezan en Venezuela tienen varios capítulos. Los que cruzaron recientemente todavía tienen mucho camino por recorrer.