—“¡Tinto, aromática, Instacream!… ¡Tinto, aromática, Instacream!…”.
Con esta frase, la venezolana Sandra Porras solía recorrer, desde hace más de tres años, las calles de Bogotá para vender café y té, o “tintos y aromáticas”, como se le conoce en Colombia.
Ella llegó al país vecino, a sus 39 años de edad, con la intención de poder ayudar a sus padres, sus cinco hijas y nietos en el estado Táchira.
Hoy, se siente “atada de manos”, al no poder hacerlo, debido a las estrictas restricciones de movilidad impuestas por el Gobierno Nacional, por segunda vez desde que se declaró la pandemia del Covid-19 en Colombia, para evitar la propagación del virus en aquella nación, tras la alerta ante el crecimiento masivo de los contagios por coronavirus.
“Nosotras aquí dependemos del sueldo del día a día. Nos ha afectado mucho. Somos trece mujeres que vendemos tintos y ¿a quién le podemos vender si no podemos salir? Es fuerte, con el miedo aquél de que comiencen a sacar de las casas, a sacarnos de los arriendos. Ese es el temor más grande. Eso lo permitieron el año pasado y eso fue muy doloroso para muchas familias. Es un trauma que deja para varias personas. Siempre hay el temor, el miedo de desalojos porque no se pudo pagar el arriendo”, dice con preocupación.
“Casi todas tienen sus hijos acá y es un proceso fuerte. La vez pasada fue un poco más leve, nos planificamos. Esta vez nos agarró así, que no estamos preparados. La primera vez, cuando hubo el rumor de que iba a haber cuarentena, les aconsejé a las muchachas que reunieran para hacer un mercaíto pa’ unos diez o quince días, más o menos. Así fue cuando estuvimos casi dos meses y medio encerrados”, agrega.
Porras explica que en aquella oportunidad no recibieron ayuda del Gobierno Nacional pero sí de colombianos que le brindaron apoyo con algunos alimentos como huevos, arroz, atunes y aceite. Porras teme por revivir esos días, debido a los toques de queda impuesto en algunas ciudades, debido a la alta tasa de ocupación de las Unidades de Cuidado Intensivo (UCI) en los centros hospitalarios.
Desde la primera semana de enero de este año, varias ciudades del país se acogieron al la cuarentena estricta, por lo que la libre movilidad de los ciudadanos quedó restringida a los horarios asignados por las autoridades, siendo pocas las excepciones. Quienes no cuenten con un permiso especial o una justificación de emergencia y se encuentren violando esta norma, podrían recibir una multa de al menos 936.000 pesos (210 dólares, aproximadamente).
Los estragos de la pandemia y el deber a distancia
La dinámica actual de Porras se ha visto afectada. Asegura, además, que también es víctima de los estragos económicos que ha dejado la pandemia, pues explica que hay quienes han optado por dejar de comprar café en las calles.
“Aquí todo está cerrado. Lo único que está abierto son los automercados y algunas farmacias. Ahorita con esto que está pasando, yo salgo con un carrito y no vendo casi nada ¿Por qué? Porque la gente lo piensa para gastar 100, 200 o 300 pesos por la situación”.
Sin embargo, ella se aferra a Dios para sobrellevar la situación y así poder garantizarles una ayuda a su familia, en los Andes Venezolanos.
“A veces llega esa nostalgia a nuestro corazón. Ese dolor del ‘me quiero ir’, ‘quiero estar al lado de mi mamá’. Pero llega esa pregunta ¿Si yo me voy qué les voy a mandar de comer? ¿qué le voy a dar a ellos? Yo, por lo menos, tengo la responsabilidad de mi madre, otra hija y otros nietos. Es la responsabilidad de poderlos ayudar, de que no les falte nada. No se les manda mucho pero tampoco se les manda poco”, confiesa con voz quebrada.
Porras explica que desde que emigró hace todo el esfuerzo para enviarle semanalmente entre 40 mil pesos y 80 mil pesos (10 o 20 dólares, respectivamente), dependiendo de su jornada. “Yo cuando llegué aquí repartí volantes, lavé cabello, limpié casas. Repartí muchísisimos curriculum pero de ninguno me llamaron. Me dieron la oportunidad para vender café y con eso he ayudado a mi familia”, cuenta.
“Porque cada venezolano que se vino para acá es para eso: para sustentar a sus familias allá. Nosotros no nos quedamos con los brazos cruzados porque el sufrimiento que viven allá nosotros lo sentimos acá”.
Sortear las dificultades
El venezolano Pedro Meneses coincide con Porras, pese a que en su caso emigró por otras razones. En 2017, Meneses, de 41 años, acompañó a un grupo de 12 venezolanos que marcharon entre la frontera de los dos países y Bogotá como una manera, en aquél entonces, de llamar la atención sobre la necesidad de ofrecer atención a los migrantes. Ya hecha la cruzada decidió no volver por razones políticas.
Él, ingeniero de profesión, pudo tramitar sus papeles de doble nacionalidad pues sus abuelos paternos son colombianos. Sin embargo, no ha podido ejercer su profesión.
Desde que llegó ha encontrado en la preparación del yogurt artesanal una manera de cubrir con sus gastos y poder enviarles, de manera bimensual, algunos medicamentos y productos de higiene personal a sus padres en Venezuela.
“Yo comencé vendiendo hamburguesas, después fui asesor comercial de una empresa de cosméticos y siempre me tocó vender yogurt. Comencé vendiendo casi que en la calle. Luego, cuando hice contactos y amigos, me fui organizando. Poco a poco fui comprando mis cosas: la nevera, las etiquetas; y yo, por mi parte, fui perfeccionando la receta”, comenta.
Meneses, de 41 años, explica que más allá de las restricciones actuales de la pandemia, le ha afectado la baja demanda a principios de año.
“Lo que dijo la alcaldesa es que tenemos el 85% de la ocupación de las UCI en la ciudad, entonces la cosa no pinta tan fácil. Donde yo estoy, que es Chapinero, las calles están completamente desoladas, no se ve tránsito de gente. Desde la calle 45 a la calle 100 de Bogotá el movimiento es bastante limitado”.
Ahora, bajo este esquema de restricciones, Meneses explica que acumulará todos los pedidos para entregarlos un día definido de la semana, pues él mismo es quien realiza las entregas a domicilio en transporte público.
A diferencia de Meneses, Amilcar Marín, de 25 años, no tiene opción: debe salir todos los días a repartir pedidos en su bicicleta, como delivery.
Oriundo de Barcelona, estado Anzoátegui, y abogado de profesión, explica que durante la pandemia, aún con las restricciones jamás dejó de trabajar, solo dos semanas, cuando contrajo el virus y cumplió su debido aislamiento.
“Fue un golpe duro a las finanzas. Yo siempre tuve un colchón que me cubría al menos un mes de arriendo en caso de una emergencia o algo, y me lo gasté. Y sin producir nada no lo pude reponer”.
Ya incorporado a sus labores, Marín asegura que “el trabajo ha estado flojo”, por lo que, según explica, estudia alternativas para impulsar un proyecto personal y dejar de hacer domicilios.
En lo que va de este 2021, Bogotá, particularmente, se han impuesto al menos dos toques de queda general. Desde el 5 de enero fueron declaradas en cuarentena las localidades de Suba, Usaquén y Engativá, y el 12 se sumaron Kennedy, Fontibón y Teusaquillo. No obstante, este lunes 18 de enero, la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López, anunció que la capital colombiana tendrá un tercer fin de semana consecutivo de cuarentena general, debido a la ocupación de al menos 94% de las Unidades de Cuidados Intensivos se sus clínicas y hospitales.
Además, desde este martes 19 de enero y hasta el 28 de enero, habrán toques de queda nocturno, entre las ocho de la noche y las cuatro de la mañana.
No obstante, en varias ciudades del país continúan restricciones como el “pico y cédula” (que restringe la movilidad, según el terminal de la cédula), “pico y placa”(que restringe la movilidad, según la placa del vehículo) y algunos toque de queda, que en algunos territorios es de manera continua y en otros solo durante horas de la noche y madrugada.
Colombia, recientemente, superó los 20.000 casos diarios por Covid-19, por lo que algunas autoridades han señalado que la nación atraviesa su segundo pico epidemiológico.