La situación de muchos venezolanos en Perú se vuelve cada vez más precaria como consecuencia de la pandemia. Quedarse en casa, como cuentan, no es una opción. Así, decidieron romper la cuarentena, al igual que cientos de peruanos que trabajan en la informalidad para llevar algo de comer a casa. Un tapabocas con la bandera de Venezuela. Ese es el elemento cada vez más común entre quienes salen a la calle a limpiar los vidrios de los autos, a cargar bolsas en los supermercados cercanos, a llevar pasajeros en motos y vender lo que se pueda. Porque como afirman: «con la buena voluntad no se pagan deudas ni se compra comida».
Iris Bermúdez es una de ellas. No se puede quedar en su casa a cumplir con la disposición del estado de emergencia. En la esquina de la avenida Canta Callao con Dominicos ofrece pollos frescos. Ella asegura que aun cuando las empresas prestadoras de servicios (luz, agua y gas) dieron facilidades para pagos fraccionados, debe cumplir con el alquiler y cubrir su alimentación. «Algo hay que hacer… porque o nos mata el hambre o el virus”.
Es creyente. Se aferra hasta el llanto a Dios y reza para mantenerse sana. «Debo trabajar porque, a pesar de que tengo a mi hijo y un sobrino en Perú, no es suficiente. Es como si tuviera sola”. No lleva guantes, tampoco alcohol gel, pero sí su mascarilla para no llamar la atención de las autoridades.
Romper la cuarentena, ser adolescente y trabajar
Una realidad similar vive un jovencito que igualmente vive del día a día. A los 16 años decidió dejar su hogar. En 2019, en contra de lo que le decía su familia, se fue de Catia, en Caracas. El objetivo: cambiar su realidad y ayudar a sus seres queridos. Para lograrlo este adolescente venezolano tuvo que viajar durante un mes, pernoctando en diferentes países por falta de recursos. Como identificación, su cédula de venezolana. Así pudo cruzar países y llegó hasta Lima.
Desde entonces, de lunes a sábado ha trabajado en las calles. Ahora, a pesar de las restricciones, se arriesga a salir a limpiar vidrios desde la mañana hasta el inicio del toque de queda. Necesita obtener algo que le permita cubrir su alimentación, habitación y, además, enviar para Venezuela.
Empezó vendiendo agua en las avenidas Canta Callao y Elmer Faucett, en los distritos San Martín de Porres y Callao. Más tarde, aupado por otros paisanos incursionó en el oficio de limpiar vidrios. «Más mal que bien, pero me ha funcionado para ganarme la vida honradamente».
Cuenta que ha buscado trabajo formal, pero se lo niegan por ser adolescente y migrante. «He conocido gente que me apoya. Hasta tuve la suerte de que me llevaran a migraciones durante mis primeros meses en el país. También a la embajada para buscar la manera de regularizar mi situación migratoria. Pero nada ha servido porque me piden tener un familiar directo que me represente acá. Y yo estoy solo».
Está consciente de que es una situación temporal, pues afirma que tiene planes concretos. «En lo que cumpla los 18, en diciembre, buscaré cómo regularizar mis papeles y retomaré mis estudios de mecánica. Cuando reúna suficiente dinero, regresaré a casa y compraré una propia».
En algunas jornadas utiliza una gorra con las 7 estrellas para cubrirse del sol. «El sol es muy fuerte, así que solo lo hago por protegerme y porque estoy orgulloso de mis raíces. Pero yo trabajo, así que no es para generar lástima».
También cuenta que por su oficio ha sido víctima de maltratos. Afirma haber recibido insultos de ciudadanos que a veces, como una forma de humillarlo, le lanzan monedas de 10 céntimos. «Yo las levanto del piso, pues todo suma. Así que doy gracias a Dios porque si no trabajo, no como».