El viaje no termina al cruzar la frontera y pisar suelo venezolano. Antes de llegar casa, quienes retornan deben ingresar a un Puesto de Atención Integral (PASI). El vocero de un grupo de personas que cumple cuarentena en uno de estos puestos, localizado el estado Apure, explica que no todos los espacios están habilitados y tampoco tienen la dotación requerida para evitar la propagación del Covid-19.
“Realmente, las escuelas destinadas como PASI no están aptas para recibir gente en las escuelas no están aptas, ni siquiera para pasar la noche. Los recursos y ayudas no llegan como deberían. Y por eso es que la gente se desespera», relata *Gregorio. Él es uno de los retornados que llegó desde Perú y cumple la cuarentena en la Escuela Básica Ana Rosa de Sosa de la parroquia El Amparo, municipio Páez, estado Apure.
Las deficiencias en los PASI
Gregorio lo resume: “Le falta todo”. Y para precisar explica que en los baños estaban sin luz y en mal estado, y para dormir solo recibieron una colchoneta. “Nos unimos quienes compartíamos la misma aula. Repartimos tareas y reparamos dos luces, también ventiladores. Después conseguimos pintura y arreglamos paredes. Nosotros mismos tuvimos que habilitar el refugio para pasar la cuarentena».
A Gregorio también le preocupa la alimentación porque, según manifiesta en su testimonio «las porciones no alimentan ni a un niño». «La comida no es balanceada y nos dan poca. Arepas chiquiticas, un trozo de yuca sola para cada quien o unas chispitas de arroz». Esa situación la han tratado de solucionar también en equipo. Pidieron apoyo a los militares que resguardan el recinto. Les dan para comprar alimentos, que pagan con sobreprecio, y cambio les dejan algo de propina. Fue lo que aplicaron también para la compra de los suministros: bombillos, pintura y otros materiales para reparar el PASI.
Pero lo que más le preocupa a Gregorio y a quienes comparten con él es el riesgo de contraer Covid-19. Luego de cruzar a través de Colombia por el Arauca, les hicieron las pruebas rápidas y el hisopado, pero transcurridos 20 días no conocían los resultados. De manera que desconocían si había algún contagiado de Covid-19, algún asintomático.
La cotidianidad en el PASI de Apure
Gregorio dice que no hay mucho para hacer. Algunos optan por reunirse y conversar para hacer más llevado el encierro, los niños juegan en la cancha que entre todos pintaron. Así, como cuenta, los días pasan sin que se note la diferencia entre uno y otro. “Nos paramos temprano y conversamos en los bancos. Otros se quedan durmiendo hasta las 9 de la mañana que llega el desayuno”, describe.
Explica que, si bien los militares no son tan severos como en otros PASI, los tienen bien vigilados y no toleran alteración. Cuidan que no se tomen fotografías y advierten de severas sanciones a quienes fomenten amotinamientos por reclamos.
“Si acá se ponen a formar líos o a quejarse nos dejan más tiempo”. Gregorio culmina su relato mientras aprovecha el Internet que paga por horas y en dólares a vecinos del sector. Evita hacer comentarios más detallados o tomar fotografías para evitar represalias. «Ya nos falta poco, a mí y a mi familia. Ya hicimos un largo trecho para poder volver a casa».
* Los nombres que aparecen en este texto fueron cambiados y se omitieron datos como fechas y otros elementos para evitar represalias.