“Yo estaba en Perú y no era migrante, solo estaba visitando a mi hija porque acababa de convertirse en madre. Estuve más de un mes esperando una repuesta de la aerolínea y nada pasó, así que mi esposo y yo decidimos volver por tierra y pagado por cada tramo, con todos los riesgos que eso implicaba”. Así comienza a contar la historia Irene Guzmán* de cómo ella y su esposo, Cristobal Hernández, iniciaron lo que sería el costoso viaje que hicieron entre junio y julio de 2020. en medio del cierre fronterizo que aún mantienen los países que separan al Perú de Venezuela.
Así, en medio del cierre fronterizo que aún se mantiene en la región por la crisis sanitaria, los esposos comenzaron a gestionar los contactos para los transportes privados. Tras haber logrado el propósito del viaje, retornar a Venezuela, pueden sacar cuentas. Fueron, según relatan, 2.000 dólares que destinaron a los transportes privados. Pasaron por cada frontera a través de caminos irregulares y hoy dicen: agradecen a Dios la fortuna de estar sanos y salvos en su casa para poder contarlo.
“En un momento, le dije mi esposo que había que tomarnos la decisión lo más ´light´ posible, que lo viéramos como una aventura. De hecho, en nuestras familias nos decían que yo era Valentina Quintero, la del programa que recorría toda Venezuela y mi esposo el actor Harrison Ford”.
De trocha en trocha
Salieron el sábado 6 de junio de Lima en una gandola y llegaron la mañana del lunes 9 junio a la ciudad fronteriza de Tumbes. «A las 3 de la tarde nos encontramos con el trochero, a quien previamente habíamos contactado por Facebook. Por esa vía fue que coordinamos la hora y el punto de salida», cuenta Irene.
“Empezamos a cruzar como a los 9 de la noche de ese 9 de junio. El trochero nos paseó por una plantación de cambures y el camino era tan difícil de andar que me salieron llagas en los pies, pues las matas tenían puyas que hicieron burbujas, era muy incómodo”, describe Irene.
Después atravesaron por un río de aguas negras durante la madrugada: “Nos tocó ir por la parte más honda y terminé resfriada”. Durante la mañana del 10 de junio ya estaban en Huanquillas, Ecuador.
Después de un descanso, salieron en una camioneta vans hasta la ciudad de San Gabriel, situada en la provincia del Carchi, a tan solo 40 kilómetros de la frontera de Colombia. Por ese recorrido pagaron 400 dólares y por un tramo adicional de 40 dólares, los dejaron en Rumichaca a las puertas de lo describen como su segunda trocha del viaje.
“No sé si en esos 400 dólares estaba el paso por la trocha, pero el muchacho nos acompañó y cargó las maletas. A mí me pareció demasiado fuerte porque esa noche el ejército estaba tumbando los palos que formaban el camino para pasar. Estaba muy asustada, además de las subidas y bajadas, pasamos por otro río y las piedras estaban babosas”.
Irene reconoce que decidió darle una recompensa de 15 dólares. “Sé que no se trata de un trabajo legal. Quizás sí sean careros, pero la situación te lleva a utilizarlos”, describió.
De ese tramo, ella también recuerda la valentía de un niño que iba en el grupo con su mamá y siempre se mantuvo tranquilo, a pesar de aquel panorama. «Es una experiencia traumática, imagínate para un niño», reflexionó Irene.
Colombia, el país donde más tuvieron contratiempos
Durante los primeros días de junio, Nicolás Maduro acusaba a los migrantes de ser las armas infectadas que esparcían el coronavirus y eran enviadas por el presidente de Colombia Iván Duque para sabotear su gestión.
Esas declaraciones generaron preocupación en los esposos, pero no los desviaron de su plan. “Sí, sé las restricciones, pero si me toca seguir pasando por trochas, lo hago. No me ha pasado nada. No tengo síntomas de Covid, me siento bien”, dijo Irene en un audio enviado durante el trayecto cuando tuvo acceso a Internet.
A mediados de junio ya estaban en Ipiales, una ciudad fronteriza de Colombia. «Lo primero que hicimos fue ponernos en contacto con los trocheros que nos habían recomendado«.
Lo que siguió fue lo que llamaron «un sinfín de contratiempos». «Como pudimos, llegamos a Cali y pasámos las noches en hoteles. Pagamos un boleto de bus hasta Cúcuta que nunca salió. Luego nos cobraron 120.000 pesos en taxi para poder llevarnos a esa ciudad pero, cuando pasamos por Bogotá nos llevamos un susto porque estaba lloviendo, la carretera estaba mojada y el carro, dio tres vueltas tratando de frenar, pero no pasó nada”, relató Irene.
La última frontera
El 17 junio llegó el momento decisivo. Estaban en La Parada y debían prepararse para lo que se convertiría en el tramo más «peligroso de todo el camino», según el testimonio de los esposos.
Allí recibieron advertencias de quienes también harían el recorrido. No podía debían llevar maletas en exceso y tampoco pertenencias que evidenciaran que estuvieron más allá de Colombia. También les dijeron que debían borrar todo registro gráfico que delatara su verdadera procedencia y, muy importante, no mirar a nadie a la cara.
“Dejamos una maleta con ropa que nuestra hija nos había regalado. Teníamos atún, cacao hasta la crema dental porque sabíamos que nos revisarían todo… Nos vimos obligados a rehacer el equipaje y en un maletín de mano metimos pantalones bien enrollados a los que les había quitado la etiqueta de Made in Peru”.
También les dijeron que hicieran unas compras locales para despistar. «Gastamos aproximadamente 40 dólares en puras cosas de comer con marcas colombianas. Nos dijeron que compráramos y si nos llegaban a preguntar solo teníamos que decir habíamos pasado a buscar alimentos. De todas las trochas en la que pasé más trabajo y me llevé la peor sensación fue en la de Colombia-Venezuela. Ver personas con ametralladoras y capuchas fue horrible. Una cosa es contarlo y otra vivirlo”, relató Irene.
A la pareja también le habían explicado que para transitar por las trochas se necesita permiso y que, quienes vayan por allí sin tenerlo son castigados. “A un trochero que cruzaba migrantes lo agarraron y lo amarraron como sanción, pero cuando son personas las que van por allí solas, corren en el riesgo de que los envíen a los refugios de Maduro».
«El último susto»
Irene relató que cuando llegaron a San Antonio del Táchira fueron llevados a una vivienda para que hicieran una pausa, pero no alcanzaron durar mucho tiempo allí.
“Al trochero le pasaron el dato de que el consejo comunal sabía que habíamos llegado por la trocha y venían por nosotros. Nos sacaron de ese lugar para llevarnos a otra casa y todo fue muy traumático porque después nos costó varios días para salir de esa zona”, rememora.
Por ese periodo, la pareja había perdido la cuenta del número de días que llevaba rodando. Pero el 23 de junio, consiguieron un taxi que los llevó a un área más céntrica de San Antonio del Táchira y lograron descansar a medias.
Al día siguiente consiguieron otro taxi que les cobró 330 dólares hasta Barquisimeto y con un adicional de 30 dólares los llevó hasta Acarigua, donde los esperaba un hermano de Irene.
Después de unas semanas, el 1 de julio ya estaban sanos y salvos en su casa en el estado Miranda. Al llegar, ellos se autoconfinaron por unos días antes de reunirse con el resto de sus familiares.
Hasta la fecha, mantienen bajo silencio toda la travesía, pues siguen temiendo de que alguien tome acciones contra ellos.
Esta pareja forma parte de los 31 mil venezolanos que retornaron a su país por los «caminos irregulares», como lo definió la Defensoría del Pueblo en un informe divulgado en agosto, en el que mostró la situación de vulnerabilidad de esa comunidad migrante en el Perú.
- * Los esposos mirandinos decidieron no revelar sus identidades para evitar persecuciones del régimen de Maduro