Regresar a Venezuela. Los caminantes venezolanos que han dejado Perú, Ecuador y los que pretenden dejar Colombia esperan ser trasladados a la Estación Sanitaria Transitoria (EST) de Tienditas. Pero antes de cumplir con ese paso, se ven obligados a permanecer a un costado de la autopista internacional, en La Parada, del departamento Norte de Santander.
Venezuela sigue limitando el paso de sus connacionales al territorio, aunque en los últimos días ha aumentado ligeramente la cantidad de admitidos, el flujo del retorno no cesa.
Si bien una de las intenciones del campamento en Tienditas era descongestionar la zona, la misión ha sido difícil de cumplir. Así, después de habilitarse el 15 de junio la EST, los caminantes empezaron a concentrarse en un terreno desocupado, pero el sol y la lluvia seguían afectándolos.
Esa semana, como respuesta a la contingencia, se gestionó el uso de un local privado que se encontraba desocupado. Se habilitó como punto de llegada y de transición para los migrantes. Cada venezolano era registrado con sus datos personales, se le tomaba la temperatura corporal, recibía un brazalete, se le asignaba un número y comenzaba el proceso de espera ser trasladado a Tienditas, según explicó un funcionario policial que pidió no ser identificado.
En este mismo lugar recibían kits de aseo, que contenían enseres como papel higiénico, cepillos y cremas dentales, jabones, tapabocas, alcohol, entre otros, y también de alimentación, con pan, atunes y salchichas enlatadas, agua.
Pero la situación ha cambiado. El local techado ya no está habilitado para dar cobijo temporal y los migrantes debieron permanecer durante varios días en las islotes que dividen la autopista.
Para el 4 de julio más de 1.200 personas esperaban por trasladado a Tienditas. Explica Javier, uno de los venezolanos que espera retornar, que se organizan por listas: 300 puestos disponibles y, periódicamente, un agente de la Policía Nacional entrega los brazaletes que aseguran la pronta salida.
Pero la espera en La Parada es dura. Los caminantes no tienen acceso a alimentación segura, tampoco cuentan con la posibilidad de tomar las medidas de prevención sanitaria necesarias en medio de la pandemia y carecen de baños.
En el terreno donde están concentrados han construido carpas improvisadas con estacas de madera y plásticos de bolsas. Algunos se atreven a cocinar en fogatas, pues la alimentación que llega por parte de instituciones religiosas es priorizada para los niños y, si alcanza, para las mujeres también.
Sobre el puente Simón Bolivar: un pie en Venezuela
En el camino del retorno se necesita persistencia. El último objetivo dentro del territorio colombiano resulta ser el puente que pasa sobre el río Táchira. Desde las 7:30 de la mañana salen los migrantes de la EST de Tienditas. Antes de las 8, ya están sobre las moles de asfalto que conectan a los dos países. Allí deben esperar a que Venezuela les permita el paso.
Antes de iniciar el paso, los funcionarios venezolanos piden tener la cédula en la mano, pero hay muchos migrantes que han perdido sus documentos a lo largo de los viajes. A otros se los han robado. Estos son apartados a un lado de la fila, mientras llega otro funcionario para interrogarlos uno por uno: número de documento, nombre completo, ciudad y fecha de nacimiento.
Los funcionarios de Migración Colombia, por iniciativa propia, replican el mensaje de solicitud de documentos a todo lo largo de la fila, para ayudar a agilizar la salida. Así, poco a poco, va fluyendo cada vez más el ingreso a Venezuela.
En sentido contrario, se observa el corredor humanitario en el que Colombia recibe a personas que van a hacerse tratamientos médicos, se ven personas de edad avanzada, en sillas de ruedas, niños, y todos deben llevar algún documento que verifique su estado de salud.
Bajo las cúpulas dispuestas por el Gobierno de Colombia en su lado del puente, hubo aglomeración de migrantes, imposible guardar el distanciamiento necesario en tiempos de coronavirus, menos todavía con el tiempo borrascoso.
A pesar de la desesperación por entrar a su país y el frío que traía el viento de la lluvia de ese día, el puente no perdió su dinámica comercial, la cual allí en los últimos años se ha tornado lamentablemente irregular en su mayoría.
Mientras caían livianas gotas pertinaces, el cuerpo friolento de los migrantes empezaba a pedir algo de café caliente, y una voz desde el sótano del ponteadero no tardó en ofrecerlo, pero muchos al no tener dinero, revisar sus bolsillos y nada, recordaron los enseres de los kits de alimentos y aseo que les habían donado antes.
Así se inició el trueque: desde abajo, quien vendía el café, lo envasaba en alguna botella vacía y lo lanzaba hacia el pretil con fuerza, un migrante lo atajaba arriba, y a su vez tiraba una lata de salchichas como pago. Los demás vendedores ambulantes de la zona se percataron y se acercaron para ofrecer desde pan hasta cigarrillos, incluso teléfonos celulares.
Las tensiones durante la espera
Expectativa y preocupación. La revisión de los antecedentes penales hace que incluso quienes no tienen deudas con la justicia venezolana, se sientan nerviosos. Temen que los dejen, sin alguna razón, retenidos allí. Otros temen que sus alergias, las que producen también estornudos, puedan llamar la atención y alarmar a las autoridades. «¿Y si creen que es COVID-19?», se escucha decir a algunos.
Olisveida está entre los primeros integrantes de la fila, no alcanzó a pasar en el primer turno, porque el coche donde trasladaba sus pertenencias se dio vuelco y, como cuenta, nadie se detuvo a ayudarla. Perdió su turno cuando avanzó la fila. Pero pero ella no se amilana, organiza su equipaje y asegura todo de nuevo. Continúa la espera.
«¿Quién quiere regresar después de la pandemia a Colombia?». No queda claro quién lo preguntó, pero ya se instaló el tema de conversación.
Olisveida no titubea. “Yo sí. No será ahorita ni será mañana, ni en un mes; pero en algún momento tendré la posibilidad de regresar a Colombia porque se puede trabajar. A mí lo que me hace irme es la pandemia, pero en cuanto pueda, regreso”. Armando, también sin titubear, sentencia lo contrario. «Yo no. Me di cuenta de que mi país es único. Es el mejor del mundo. En Venezuela quiero trabajar, luchar, salir adelante por mi hijo; porque a pesar de todo, así no haya luz, ni haya gasolina, no haya nada… somos el mejor país del mundo. No pagamos arriendo, no nos discriminan y estamos en casa”.
A la conversación se sumaron más voces. Mientras se listaban razones para volver a migrar o quedarse en casa, comenzó a llover y solo ese fuerte eco amainó el debate. Algunos se durmieron sobre sus maletas para esperar hasta que se permitiera el ingreso de otro grupo.
Una mirada al interior de los PASI
Tras cruzar el Puente Simón Bolívar, los migrantes retornados relatan que son trasladados hasta el terminal de San Antonio del Táchira o directamente a los Puntos de Asistencia Social Integral (PASI), donde deben seguir esperando. Allí reciben vacunas y les hacen algunas revisiones médicas.
Estos PASI son escuelas o establecimientos que el gobierno venezolano está haciendo funcionar como refugios o albergues. La mayoría de los migrantes contactados en el lado colombiano, y a quienes se ha hecho seguimiento del lado venezolano, han reportado conformidad con las condiciones generales que les toca sobrellevar: la alimentación suele ser regular y duermen en colchonetas, aunque estas no están en óptimas condiciones.
Uno de los migrantes retornados relató que durante su estadía la experiencia fue diferente. Les entregaron alimentos en mal estado, lo que habría ocasionado malestares estomacales en todas las personas que cumplían cuarentena en ese lugar. Ese día hubo protestas al interior del PASI.
Esa misma noche irrumpieron en el lugar un grupo de encapuchados ataviados con armas largas, quienes habrían amenazado a todos. También se ha informado de riñas con armas blancas y de la práctica de castigos de naturaleza militar a los implicados, tales como plantones durante la noche.
Al respecto, el director del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello, Eduardo Trujillo Ariza, apunta que “ha habido estigmatización y maltrato sobre muchas de las personas que se encuentran en los PASI. Conocemos de situaciones donde se han dado alimentos en mal estado y eso ha provocado que migrantes forzados retornados enfermen; además de todos los procesos de estigmatización como el hecho de decir que son armas biológicas enviadas por Colombia o por Brasil es algo terrible. Totalmente reprochable”.
Así, el paso por la frontera resulta una parada obligada para los caminantes, una espera que puede alargarse sin saber por cuánto. Solo se conoce que responde a las capacidades del gobierno venezolano y a las regulaciones que este imponga al paso de los connacionales. La odisea del retorno no mengua para los migrantes que necesitan volver a sus hogares.