Inicio Blog Página 17

El boom cocalero de Colombia atrae a indígenas venezolanos

Durante décadas esta economía ilegal ha sido una fuente de ingresos para miles de familias dentro del país. Ahora, con la crisis al otro lado de la frontera, el narcotráfico ha incorporado una mano de obra extranjera que resulta más vulnerable en medio de un conflicto armado ajeno. Personas de las etnias yukpa y barí en Perijá se están sumando a tareas hasta ahora desconocidas.

Por La Liga Contra el Silencio

Después de tres meses fuera de su comunidad en Venezuela, José*, un indígena de 19 años, cruzó la frontera con las manos y las piernas manchadas de negro. Tenía la piel herida con grietas profundas en sus palmas y sus dedos. Los brazos con sarpullido y también con heridas como de arañazos. Pero en el bolsillo llevaba tres millones de pesos colombianos, un ingreso difícil de conseguir donde vive.

José venía de un lugar que todos en su comunidad han escuchado; algunos lo conocen y pocos quieren decirlo en voz alta. Él cuenta que todo comenzó cuando unos hombres con acento colombiano llegaron en 2018 a su territorio en la Sierra de Perijá, contrataron a algunos indígenas y les dijeron que se fueran a raspar coca.  En esta región habitan los pueblos yukpa, barí y japreria, ubicados principalmente en el municipio Machiques. “No entendíamos mucho de qué se trataba. Primero se fueron algunos a riesgo, y luego que volvieron nos contaron a los otros”, dice José.

En el grupo de pioneros estaba su hermano. De allá vino vestido “diferente”, recuerda José. Cuando volvió a la comunidad le llamó la atención que su hermano tenía unos pantalones nuevos enrollados en la pantorrilla, unos zapatos de goma que veía en la televisión cuando bajaba al pueblo y una camiseta con colores llamativos. “Yo también quise ir para ganar dinero. Le dije que me llevara hasta donde estaba trabajando para poder comprarme lo mismo”, recuerda ahora.

José vive en la Sierra de Perijá, en el estado Zulia, al occidente de Venezuela. Esta es una zona que limita en Colombia con La Guajira, el Cesar, Catatumbo y Norte de Santander. Este último es el departamento de Colombia más afectado por la coca. Allí, con 40.116 hectáreas registradas en 2020, están cuatro de los diez municipios con más arbustos, incluido Tibú, que encabeza la lista nacional. Allí se concentra el 13,5 % del total cultivado en el país.

En las primeras vacaciones que tuvo de sus clases en 2019, José decidió cruzar la frontera con varios compañeros yukpas y otros de la etnia barí. El trayecto duró entre 10 y 12 horas. Una hora desde su comunidad hasta la carretera Machiques, Colón en el estado Zulia; entre tres y cuatro horas en un bus que los llevó hasta el sector El Cruce, en el municipio Jesús María Semprum. Desde allí 15 minutos hasta llegar al puente del río de Oro. Hasta este punto es territorio venezolano. En ese lugar esperaron unas canoas que los llevarían por el río de Oro y, en adelante, el trayecto puede durar entre seis y ocho horas, dependiendo de la crecida del agua, hasta llegar a territorio colombiano. 

A partir de ese momento van pidiendo “listas y nombres” en varios puntos del recorrido, recuerda José. No todos pueden viajar: solo pasan los que van a trabajar con coca. Cuando José llegó a una zona llamada La Cooperativa, en Colombia, se sumó a otras nueve personas. Había indígenas barí, yukpas y wayuu. Otros de los hombres que integraban el grupo eran de los estados Mérida, Trujillo y Zulia.

Allí los dividen según el trabajo. “Deciden quién va a ser raspador, fumigador, abonador, machetero o recolector. Te dicen lo que vas a hacer, pero debes tener un combo, ir con otros compañeros. Si eres nuevo, te unes a un combo de siete, de ocho o de 12 personas”, explica José. Los “combos” dependen del tamaño de las hectáreas que tiene cada “patrón” o dueño de finca. “Los patrones pueden tener de ocho a 10 hectáreas de coca. La raspa puede durar hasta tres semanas”, dice.  

Cuando escoge a los hombres, “el patrón” informa que del pago se descuenta el dinero de la comida y el hospedaje. “La jornada comienza a las siete de la mañana y termina a las once, la primera ronda. Paramos para descansar y comer, y volvemos a las dos de la tarde y hasta las cuatro”, cuenta José. En la finca, los trabajadores más antiguos le explicaron cómo era el procedimiento: tomar la rama y jalar la hoja. “Los primeros días me saqué sangre en las manos”, recuerda. 

“Los primeros días me saqué sangre en las manos”, recuerda José. / ilustración por Rowena Neme

Algunos son más expertos. “De una sola agarrada dejan la mata limpia. Uno puede tardarse en raspar, dependiendo de la hoja. Las matas son del mismo tamaño, pero hay tres tipos de hojas: la tempranera, la cuarentena, y otra más pequeña. La más difícil es la tempranera, es la hoja más seca”, explica José. 

El pago se hace por arroba o 12 kilos. “No nos dan cantidad límite y solo nos dicen que quien saca más, gana más. Mi primera semana saqué 45 kilos en la mañana y en la tarde 24. Por cada arroba te pagan entre 8.000 y 10.000 pesos. Los días siguientes me puse las pilas”, cuenta. 

José llegó sin saber nada, pero aprendió a raspar y a reunir las hojas en una cesta como las que se usan en los cultivos de café. Todo va a un saco que llevan a pesar y a cada quien le suman su trabajo del día. También le pagan por abonar, por machetear o cortar. “A los que machetean les pagan 40.000 pesos diarios y a ellos no les dan descanso. Por abonar también pagan 40.000 pesos el día, y por la fumigada 60.000 pesos, porque es un proceso muy delicado”, dice. 

Carnetizados para raspar

Pronto en las comunidades indígenas de la Sierra de Perijá se corrió la voz: hasta tres millones de pesos mensuales ganaban los raspadores. Entonces la mayoría de los jóvenes quisieron ir. La crisis en Venezuela ha afectado a todo el país, pero especialmente a las zonas alejadas de las ciudades. La Comisión para los Derechos Humanos del estado Zulia (Codhez) ha advertido el “retroceso” de los derechos económicos, sociales y culturales de los pueblos indígenas en regiones como la Sierra del Perijá. Allí sobreviven afectados por la pobreza, las enfermedades, la intermitencia del servicio eléctrico, la falta de agua potable, la escasez de oportunidades laborales y las dificultades de transporte para sacar las pocas cosechas. La mayoría de las comunidades indígenas se alimentan de sus siembras, como plátano y yuca. Pero muchos padecen la desnutrición por falta de proteína.

La oportunidad de obtener ingresos entusiasma a la población. En el grupo que viajó en 2019 también estaba una maestra. El salario que ganaba dando clases, equivalente a cuatro dólares mensuales, no alcanzaba para vivir ni mantener a su familia. Eran 13.600 pesos colombianos. La mujer no regresó. Sigue raspando coca y coordina a quienes llegan al sitio para armar nuevos equipos de trabajo. “Hace como la logística para unir los combos”, explica José.

Otros bachilleres indígenas que habían entrado a la universidad también dejaron los estudios para irse a la faena. “La maestra y otras más se fueron. Algunas no aguantan, pero pueden trabajar en el bar o en las tiendas de La Gabarra”, cuenta José. En esto coinciden dos de sus compañeros indígenas, quienes están raspando desde que se inició la pandemia.  

Subiendo por el río Oro se llega a La Gabarra, en Norte de Santander; uno de los centros poblados más cercanos a grandes cultivos de coca. Su economía depende en buena parte de ellos por la provisión de bienes y servicios, entretenimiento, y otras actividades que se dinamizan por la economía de la coca.

Al terminar los trabajos en la zona, reúnen a los trabajadores para el pago. José cuenta que en La Cooperativa les dan los pesos y algunas veces se van a La Gabarra. “Allá nos divertimos. Hay plaza, cantina, un burdel y hasta un cine. Allá vemos las camionetas de los guerrilleros y sus motos de marca”, dice. 

Jesús*, otro indígena de 19 años, lleva tres trabajando en la zona. Dejó el bachillerato para ayudar en su casa. “Mis padres no estaban de acuerdo, pero cuando se dieron cuenta de que solo estábamos comiendo plátano, yuca, arroz pocas veces, y carne solo cuando un ganadero nos ayudaba, me dejaron ir. Cada vez que vengo comemos mucho”, cuenta ahora.

El interés por trabajar en los cultivos fue creciendo, pero también los indígenas entendieron los riesgos. Las faltas cometidas por otros empezaban a ponerlos en peligro. “Un indígena le robó 50 millones de pesos a un patrón. Lo vinieron a buscar y se lo llevaron. Está desaparecido. Hubo otros que robaron no solo la plata, sino la droga. De esos no se sabe nada”, cuenta Jesús.

Entonces creció la desconfianza, dice Pedro*, un tercer indígena de 22 años que también va a “la raspa”. Desde 2019 empezaron a censar a quienes trabajaban en la zona. Hicieron listas y hasta les dieron un carnet. “Ahí está el nombre, la comunidad y la dirección. Al que se equivoque, lo vienen a buscar”, dice. 

José, Jesús y Pedro cuentan que tuvieron la primera oportunidad de raspar en 2019. En su pueblo antes no se hablaba de indígenas que hicieran eso en Colombia. Ahora los tres raspan, palean y machetean en las fincas, pero no quieren ser captados o reclutados. “La libertad es importante para nuestra cultura y nosotros podemos trabajar, pero no quedarnos a vivir con ellos”, dice José. Su hermano trabaja ahora en una ‘cocina’, donde se produce pasta base y cocaína de alta pureza.

Nosotros no queremos ser de la guerrilla, queremos seguir trabajando en esto y lo que buscamos es que un día podamos trabajar en las cocinas, o en los laboratorios”, dice uno de sus compañeros. En esta estación solo pueden estar quienes llevan años trabajando. “Esos tres millones de pesos que yo me gané en tres meses, ellos se lo pueden ganar en un día”, dice José. 

Estas labores son rentables para los indígenas porque en las zonas donde viven no hay trabajo. La crisis económica en Venezuela no les permite tener empleos estables, o ya no es rentable dedicarse a sembrar o trabajar en las fincas de los ganaderos de Perijá y La Villa del Rosario, en el estado Zulia. La desinversión y falta de apoyo a los productores ha agotado las fuentes de trabajo en las haciendas. 

Forzadas a estar en medio de una guerra ajena

En la región donde trabajan estos tres indígenas manda el Ejército de Liberación Nacional.La guerrilla controla todo. Hay dueños de fincas que aceptan que les siembren coca; otros no, pero lo tienen que hacer. La finca tiene un patrón que es el dueño de la tierra. Los patrones de nosotros son los de la guerrilla”, dice José.

Los indígenas cuentan que los guerrilleros usan pantalones negros con botas altas y camisetas blancas o negras. Solo unos pocos llevan brazalete en el brazo. 

El Catatumbo es una zona en disputa entre grupos armados ilegales (el ELN, el EPL  y disidentes de las FARC) que imponen el terror con masacres, asesinatos y amenazas. Todos ejercen control social con medidas y restricciones a la población. En ese contexto los venezolanos también se han visto inmersos en la guerra. 

“Muchos venezolanos desesperados, y a menudo indocumentados, que cruzan la frontera a Colombia en busca de alimentos, medicinas y trabajo, están expuestos a los abusos que ocurren en el contexto del conflicto armado”, señala un informe de Human Right Watch (HRW) de 2019. Citando a la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA), el documento señala que hasta abril de 2019 al menos 25.000 venezolanos vivían en Catatumbo, aunque no se detallan cifras sobre la población móvil. Sí menciona cifras de asesinatos de venezolanos atribuidos a grupos armados: uno en 2017, cinco en 2018 y 15 entre enero y julio de 2019.

“El conocimiento limitado de los venezolanos sobre el conflicto armado en Colombia, sumado a las condiciones en las que viven y las necesidades que los impulsan a migrar, los vuelve más vulnerables al reclutamiento por parte de los grupos armados en la zona”, señala HRW.

José, Jesús y Pedro han sorteado la violencia, pero en la cadena de la coca hay otros riesgos. Ronald Rodríguez, investigador y vocero del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, explica que los actores del conflicto armado y el crimen organizado aprovechan la llegada de la población vulnerable y la reclutan para diferentes labores en Colombia. “Desde el raspado de coca, la carga de productos de coca dentro de la ruta de caminantes, hasta la comercialización y microtráfico en las ciudades grandes y medianas”, dice.

En la frontera también crecen otros delitos como la explotación sexual de mujeres y niñas venezolanas. Para ellas denunciar o buscar ayuda las puede exponer a deportaciones, discriminación, maltrato y otros riesgos que aprovechan los grupos armados. “Para ellos es mucho más fácil desaparecer a un ciudadano venezolano que no está registrado, que no se tiene precisión de su ubicación. Esto ha generado que sean víctimas de organizaciones”, dice Rodríguez.

Todos saben, pocos hablan

En los pueblos de la Sierra de Perijá y en el municipio Jesús María Semprún del Sur del Lago, en Venezuela, la gente en las comunidades sabe de qué se trata el trabajo al otro lado de la frontera y los peligros que implica. Aún así, cada vez se unen más personas a esta actividad. Quienes los convocan están identificados en estos pueblos; muchos les temen, otros simplemente los ignoran. Las promesas que hacen a quienes los ayudan tienen que ver con el estómago. Una persona de la comunidad, que está en contra de estas actividades y ha enfrentado a los reclutadores, recibió amenazas. “Aquí la gente es pobre y lamentablemente el pobre por una bolsa de comida da el alma. Tristemente es así”, dice.

Esta fuente lamenta ver a jóvenes alejándose de sus estudios, por un trabajo que es rudo y afecta su salud. “Parece que eso se les olvida cuando se ven los bolsillos llenos”, dice. Dice que los identifica porque llegan enfermos cuando vienen de Colombia. “Las manos y los brazos cortados e hinchados, las piernas también. Algunos cuentan que quienes van a trabajar en las cocinas se enferman por el olor que despide esa mezcla que es muy fuerte. Se conocen porque siempre tienen las mucosas irritadas, la nariz, los ojos. Siempre tienen los ojos rojos”, cuenta. 

En el trabajo se mantienen los que “sobreviven”, dicen los tres indígenas de la Sierra. Si se enferman deben costear su tratamiento. “Algunos se ponen feos y se hinchan porque lo que bota la hoja de coca los enferma. Tienen que comprarles unas inyecciones que cuestan 8.000 pesos y se las pone la guerrilla. Un hermano de nosotros se iba a morir. Él se tuvo que ir y no pudo volver. Al que le da reacción la coca, no puede volver. Ellos no quieren que se les enferme nadie, mucho menos que se les muera”, señala José.  

*Los nombres fueron cambiados para proteger la identidad de las fuentes.

Cinco8 lanza un especial enfocado en historias de migrantes

Cinco8 anunció el lanzamiento de su especial “Lo Migrados” que recoge testimonios sobre cómo la migración forzada está cambiando a las familias venezolanas.

En la primera entrega se muestra cómo el proceso migratorio alcanza una magnitud tal como para que familias enteras se hayan desplazado de Venezuela.

“Pedazos enteros del tejido social venezolano están siendo trasplantados a otros países debido a la migración forzada. Cada una de las millones de historias es distinta, pero la migración forzada en y desde Venezuela es producto de dramas que se yuxtaponen: el drama de la salud pública, la presión de la escasez, violencia o persecución, pero debajo de todo: la pobreza” señala Cinco8.

Para leer el reportaje completo consulte aquí

Aumenta el número de migrantes venezolanos que cruzan el Tapón del Darién

La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportan que son cada vez más las personas que recorren peligrosos caminos por las junglas del Tapón del Darién en busca de seguridad y estabilidad; entre ellas se encuentra un número creciente de migrantes venezolanos.

Conforme se hace patente el impacto socioeconómico de la pandemia de COVID-19 en la vida de refugiados y migrantes de Venezuela en distintos países de acogida en América Latina y el Caribe, va en aumento el número de venezolanos que se dirige hacia el norte junto a grupos de personas en situación de movilidad humana.

De acuerdo con las estadísticas de las autoridades panameñas, el número de migrantes de Venezuela que cruzó el Tapón del Darién en los primeros dos meses de 2022 (alrededor de 2.500) casi sumó el total de 2021 (2.819 personas).

La cifra total que han cruzado la jungla este año casi se ha triplicado en comparación con el mismo periodo el año pasado: de 2.928 en los primeros dos meses de 2021 a 8.456 en el mismo lapso en 2022. La cifra de este año incluye 1.367 niñas, niños y adolescentes.

El Tapón del Darién, que marca la frontera entre Colombia y Panamá, comprende 5.000 kilómetros cuadrados de junglas, ríos y montañas escarpadas, topografía que la convierte en una de las rutas más peligrosas del mundo para personas refugiadas y migrantes. Cruzar esta región puede tomar hasta diez días para las personas en mayor situación de vulnerabilidad, quienes se encuentran expuestas a amenazas naturales y también a grupos criminales que perpetran violencia, incluyendo abusos sexuales o robos.

Muchas de las personas que cruzan la Región del Darién – por lo general, adultos jóvenes y familias – llegan a comunidades indígenas de difícil acceso con hambre y deshidratación, exhaustas y requiriendo atención médica. ACNUR y OIM reconocen los esfuerzos positivos del Gobierno de Panamá para brindar asistencia y reiteran su compromiso para apoyar a las autoridades con el fin de garantizar el acceso a ayuda y protección para todas las personas con necesidades, incluidas las comunidades de acogida.

Si bien muchos venezolanos que atraviesan esta peligrosa ruta solían vivir en otros países de acogida en América del Sur, un número creciente proviene directamente de Venezuela.

Refugiados y migrantes de diversas nacionalidades han cruzado el Tapón del Darién durante años. En ese sentido, en 2021 se registró una cifra nunca antes vista de personas que pusieron sus vidas en riesgo atravesando la densa jungla entre Centroamérica y América del Sur. Alrededor de 133.000 hicieron la travesía el año pasado, la mayoría de los cuales provenía de Haití, incluyendo su descendencia nacida en Chile y Brasil, seguidos de, cubanos, venezolanos y personas de lugares tan alejados como Bangladesh, Ghana, Uzbekistán y Senegal. Tan solo en 2021, se reportó la muerte o la desaparición de 51 personas.

En respuesta al creciente número de personas que cruzan la Región del Darién, ACNUR, OIM y sus socios están ampliando su respuesta en Panamá, donde apoyan con albergues temporales en centros de recepción que opera el gobierno. Asimismo, entre otras cosas, proporcionan colchones, mantas, lámparas solares y kits de higiene a comunidades locales y personas en situación de movilidad humana. Ambas agencias continúan colaborando estrechamente con las instituciones gubernamentales para garantizar el acceso a los sistemas de asilo en toda la región.

ACNUR y OIM hacen un llamado para aumentar el apoyo y la inversión en comunidades de acogida, con el fin de fortalecer los servicios que benefician tanto a las personas refugiadas y migrantes como a la población local.

«Instamos a los países de acogida a mantener el acceso a procedimientos de asilo, ampliar las opciones de estadía regular para personas refugiadas y migrantes en situación de vulnerabilidad y brindar protección y asistencia a partir de las necesidades existentes, incluyendo niñez separada o no acompañada, víctimas de violencia sexual o de género, víctimas de trata de personas, tomar medidas enérgicas contra traficantes y tratantes de personas, y combatir la xenofobia y la discriminación. Las necesidades de las personas en situación de movilidad humana podrán solventarse solo mediante un enfoque regional integral» dice la OIM a través de un comunicado.

Hay más de seis millones de refugiados y migrantes de Venezuela en distintas partes del mundo. La mayoría de ellas – casi cinco millones – reside en América Latina y el Caribe. En 2022, la Plataforma de Coordinación Interagencial para la Situación de Venezuela (R4V) lanzó un plan de 1.790 millones de dólares (USD) para satisfacer las crecientes necesidades de personas refugiadas y migrantes de Venezuela y de las comunidades que les han acogido en 17 países en la región.

Con información de OIM

«El viaje fue traumático, porque uno sufre mucho»: María Pérez al cruzar la frontera a EE UU por Méxicali

0

Las rutas que utilizan los migrantes venezolanos para llegar a Florida están cambiando. Si antes la mayoría viajaba cómodamente en avión, ahora miles de ellos llegan cada mes a través de la siempre peligrosa frontera de Estados Unidos con México, donde corren el riesgo de ser víctimas de asaltos y violaciones o morir en el intento.

René Ravelo acaba de llegar a Doral, ciudad aledaña a Miami conocida como «Doralzuela» por el gran número de ciudadanos venezolanos que alberga, usando las rutas terrestres que hasta hace poco eran casi exclusivas de mexicanos y centroamericanos.

Este joven pagó 4.000 dólares a un «coyote» para que le ayudase a cruzar la frontera sureste de EE.UU. por el río. Lo hizo de noche y caminó durante cerca de dos horas hasta que lo interceptaron las autoridades migratorias estadounidenses.

María Ramírez, originaria de Maracaibo, también cruzó el río Grande, o río Bravo como se lo conoce en el norte de México, previo pago a otro traficante de humanos.

Ramírez asegura a Efe que pasó «miedo» durante su «odisea» de cruzar el río para entrar a EE.UU. y, sobre todo, cuando le tocó correr para que los agentes mexicanos no la detuviesen y deportasen a su país.

Patricia Andrade, responsable del programa Raíces, que ayuda a los venezolanos que llegan a Miami, explicó que están registrando un notable incremento de recién llegados venezolanos, sobre todo los que lo hacen a través de la frontera con México.

Y su percepción está fundamentada.

Según datos oficiales, si en diciembre de 2020 poco más de 200 venezolanos fueron interceptados en la frontera sureste un año después esa cifra se había disparado a 24.805 y en enero pasado se mantuvo en 22.779, de los cuales casi la mitad corresponden a unidades familiares con menores de edad.

Experiencia traumática

«Muchos llegan con mucho daño emocional por todos los peligros que corren cuando cruzan, porque los ´coyotes´ ya sabemos que son personas que están traficando con seres humanos y para ellos una persona es una mercancía, y pueden sufrir violaciones, secuestros, amenazas, extorsiones o los roban nuevamente, y eso les causa un impacto emocional muy fuerte», indica a Efe.

Lo peor que les han contado al llegar a su centro, indica, son los casos de mujeres que sufren una violación, incluso con sus hijos como testigos, o los de «coyotes» que intentan raptar a sus pequeños, un «trauma» que pueden arrastrar durante años.

Ante esta situación, Raíces, que regala ropa y material básico a los recién llegados, próximamente va a contar además con ayuda psicológica para atender en un primer momento ese «daño emocional» y después recomendarlos para una terapia a largo plazo.

Pero todos, ya sea que han sufrido una experiencia tan traumática como esas o no, llegan a Miami con el corazón mellado.

Han tenido que dejar atrás su vida y deben «empezar de cero», no sin antes pasar en muchos casos días detenidos por las autoridades migratorias de Estados Unidos en celdas atestadas de otros indocumentados.

María Milagros Pérez cruzó sin incidentes la frontera por Méxicali (México) junto con su hijo Joseph Santiago, de ocho años. Aunque llegó a Miami hace tres meses sigue llorando cada día.

«El viaje fue traumático, porque uno sufre mucho, el cambio no es fácil. Son tantas cosas que uno deja, tantos sentimientos», relata a Efe esta mujer que tiene problemas para llegar a fin de mes, a pesar de que ya encontró un empleo de limpieza.

En Venezuela trabajó durante 15 años en la banca y llegó a tener su propio negocio de venta de alimentos, pero lo dejó todo por la «calidad de vida» que le puede dar a su hijo en EE.UU.

Apoyo de la comunidad venezolana

Ravelo se vio en similar tesitura. A él le esperaba en Miami su pareja, Zayra Mendoza, embarazada de 33 semanas. Ella tuvo la ventaja de contar con un visado de entrada en EE.UU. y pudo viajar poco antes que él, pero en avión vía República Dominicana.

Alquilan un cuarto por 400 dólares al mes y él ha conseguido un trabajo de reparto de mercancías en el que gana entre 600 y 700 dólares a la semana, de los que apenas le quedan 200 dólares limpios tras pagar el alquiler y el seguro del coche.

Se han visto obligados a recurrir a Raíces, una especie de tienda por departamentos que abre cada viernes en un almacén de Doral para ayudar a los recién llegados venezolanos.

Mientras Joseph Santiago elige en la zona de juguetes una maqueta de grandes dimensiones del Titanic y una colorida tabla de «bodyboard» para navegar sus primeras olas en Miami, su madre se lleva algo de ropa y Revelo y Martínez escogen prendas de recién nacido para su futura hija.

Todo procede de donativos del exilio venezolano y el trabajo de Raíces, aunque Andrade explicó que ante la actual avalancha necesitan todo tipo de productos, especialmente ropa de cama y baño, y «dinero para tener las puertas abiertas».

La pendular migración venezolana en Suramérica mira hacia EE UU

0

La crisis migratoria que genera en América el éxodo de venezolanos, lejos de acabarse, experimenta un movimiento pendular actualmente en Suramérica por el cambio de Gobiernos, y se agudiza en Estados Unidos debido a la ilusión de un posible ablandamiento de las sanciones de la administración de Joe Biden al régimen de Nicolás Maduro.

Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, coliderada por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), hasta el 8 de febrero de 2022 unos 6.041.690 venezolanos habían dejado su país.

De estos, 4.992.215 estaban en América Latina y el Caribe, principalmente distribuidos en Colombia (1,8 millones), Perú (1,3 millones), Ecuador (508.900) y Chile (448.100).

«En estos países la pandemia generó a partir de 2020 un movimiento pendular desde y hacia Venezuela porque las condiciones económicas y la regularización se complejizaron», dijo a Efe Donna Cabrera, docente, investigadora y consultora en migraciones internacionales.

En América Latina, los inmigrantes venezolanos quedaron indefensos porque no tuvieron acceso a los beneficios que otorgaron los diferentes Gobiernos a sus nacionales para paliar la crisis del coronavirus.

De inmediato, Maduro le inyectó combustible al Plan Vuelta a la Patria, que desde 2018 facilita el retorno de migrantes, y mediante el cual, según la Cancillería, hasta el 22 de febrero de 2022 habían regresado solamente 27.816 personas.

Cambio de timón en Suramérica


Una de las razones del movimiento pendular en la migración es, en el caso de Suramérica, la expectativa por el curso que tomará la situación de los venezolanos tras el cambio de timón en los Gobiernos de Perú y Chile, y luego de las elecciones presidenciales del próximo 29 de mayo en Colombia.

«Los nuevos presidentes y su visión sobre la migración y la manera como se integran los migrantes y refugiados venezolanos van a tener un fuerte impacto en la movilidad de estas personas por la región», aclaró Cabrera.

Ya el mandatario peruano, Pedro Castillo, hizo sonar las alarmas el 28 de julio de 2021 al afirmar durante su posesión: «Los delincuentes extranjeros tendrán 72 horas de plazo a partir de la fecha para salir del país».

Aunque el toque xenófobo de estas palabras hizo que los venezolanos pensaran lo peor, lo cierto es que el regreso a su patria está lejos de ser masivo.

«Las estimaciones indicarían que unas 500 personas estarían saliendo diariamente de Perú por la frontera norte, en Tumbes, mientras que los ingresos diarios siguen superando las 1.200 personas», declaró a Efe el representante de Acnur, Federico Luis Agusti.

Para el presidente de la Unión Venezolana en Perú, Óscar Pérez, otro factor relevante en el movimiento migratorio son las multas «desproporcionadas» que se imponen a quienes no prorrogaron a tiempo su residencia.

«Esto evidentemente está llevando a que algunas personas prefieran irse porque jamás van a poder pagar esta multa», declaró Pérez, tras recordar que, en promedio, los venezolanos reciben un salario diario de 31 soles (unos 8 dólares), mientras que la sanción asciende a 46 soles al día (unos 12,2 dólares).

Cuotas que propuso Boric

A su turno, Gabriel Boric, quien llegó a la Presidencia chilena el pasado 11 de marzo, propuso establecer cuotas entre los países de la región para recibir a los inmigrantes.

Sin embargo, por ahora la crisis no entiende de diplomacia. Así pasa en Colchane, una empobrecida localidad de Chile, fronteriza con Bolivia, que no tiene supermercados, bancos, servicios médicos adecuados ni alcantarillado, pero donde se calcula que entre 200 y 330 extranjeros llegan diariamente.

Allí, el negocio que genera la migración irregular, unido a los abusos de los coyotes y las organizaciones criminales que la fomentan, causan desde febrero de este año una intensa presión económica, inseguridad y xenofobia.

Lo mismo ocurrió en la vecina ciudad de Iquique, donde grupos de camioneros interrumpieron el tráfico y exigieron medidas tras varios incidentes violentos protagonizados por extranjeros.

También, de los 1,8 millones de venezolanos que hay en Colombia, el 96 % se ha acogido al Estatuto Temporal de Protección por el que pueden regularizar su situación y permanecer hasta diez años.

Esto «pone de manifiesto uno de los mayores retos» que es «dar cabida a procesos integrales y robustos, que permitan atender las necesidades de los migrantes, haciendo posible que hagan parte integral del mapa social de nuestro país, aportando al desarrollo económico y social», dijo la directora de la Cruz Roja Colombiana, Judith Carvajal.

Al respecto, la vicepresidenta y canciller colombiana, Marta Lucía Ramírez, afirmó que el Gobierno busca dar un giro al criterio con el que se maneja la migración en el país, que en su opinión debe pasar «de la asistencia humanitaria a la inclusión socioeconómica».

Volver a casa

Mientras Maduro insiste en invitar a sus compatriotas a regresar por la supuesta bonanza que vive el país, expertos califican la situación de espejismo debido al incremento de los precios y a la proliferación de establecimientos comerciales dedicados a la venta de productos importados e inaccesibles para la gran mayoría.

Aún así, en el informe «Diagnóstico sobre la situación de los Derechos Humanos de las personas migrantes y refugiadas venezolanas en la República Argentina» quedó en evidencia que el deseo de la mayoría es retornar a su patria.

Entre los entrevistados, «el 83 % dijo que había emigrado porque no podía cubrir sus necesidades básicas. Entonces, si la situación económica mejora es probable que haya un mayor incentivo para que venezolanos que no han logrado insertarse económicamente decidan volver a Venezuela», comentó Ana Paula Penchaszadeh, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

Sin embargo, Penchaszadeh recordó que en el segundo lugar de las razones para dejar Venezuela «estaban la situación política y las violencias, un contexto que no ha sufrido cambios palpables».

El sueño americano

Ante las dificultades existentes en Latinoamérica, un nuevo rumbo ha tomado fuerza para los venezolanos: Estados Unidos, en donde pasaron de ser 256.000 en 2015 a 423.000 en 2019.

«Estamos colapsados, hemos tenido que extender los horarios y estamos buscando voluntarios para ampliar los días de atención», subrayó Patricia Andrade, responsable del programa Raíces, que ayuda a los venezolanos que llegan a Miami, «la mayoría solo con lo que llevan puesto«.

Para ella, decir que los venezolanos están volviendo a su país es «una estrategia del régimen» porque el que logra entrar a EE.UU. no regresa, salvo que no le permitan quedarse, sentenció.

Precisamente, en 2021 el Gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden, aprobó el Estatus de Protección Temporal (TPS, en inglés) para Venezuela, que ofrece permiso de residencia y trabajo durante 18 meses, hasta septiembre de 2022.

Desde que fue lanzado en marzo, y hasta diciembre del año pasado, poco más de 220.000 venezolanos han solicitado el TPS, de acuerdo con el Servicio de Inmigración y Ciudadanía, y se calcula que 323.000 pueden acceder a ese programa.

Freno en México

Prueba de que el éxodo aumenta es que en enero de 2021 había 205 venezolanos en la frontera entre México y EE.UU., y el dato subió a 25.000 en diciembre.

Este auge se explica, en parte, porque Biden, quien llegó a la Casa Blanca en enero de 2021 y mantuvo las sanciones impuestas a Caracas por su predecesor, Donald Trump, que afectan especialmente al sector petrolero, el principal motor económico venezolano, empieza a dar su brazo a torcer luego de la invasión de Rusia a Ucrania.

El boicot de EE.UU. al crudo ruso ha provocado que el precio del petróleo se dispare, contribuyendo a la ya elevada inflación que registra el país, por lo que Washington busca alternativas para mantener la oferta.

Como consecuencia, y por primera vez en años, una delegación de alto nivel, encabezada por el asesor para Latinoamérica de la Casa Blanca, Juan González, viajó este mes a Venezuela para verse con Maduro, a quien EE.UU. sigue sin reconocer como presidente.

Uno de los objetivos era evaluar la posibilidad de levantar parcialmente las sanciones petroleras y facilitar así el flujo de crudo venezolano en los mercados internacionales.

«Claramente el petróleo fue el principal impulso de la visita (…) Dado el alto coste de la gasolina durante un año de elecciones en EE.UU. Pero ese esfuerzo parece haberse estancado, en gran medida por la oposición tanto de republicanos como demócratas», aseveró Eric Farnsworth, del centro de estudios Council of the Americas, en referencia a las legislativas de noviembre.

Giro de Biden

Con el tiempo, Farnsworth señaló a Efe que sí es «concebible» que Biden busque una «agenda más transaccional» con Venezuela, de petróleo a cambio de retirar las sanciones.

A pesar de ello, la producción petrolera venezolana es hoy de apenas 800.000 barriles al día, y el país caribeño cuenta con escaso margen para aumentarla en el corto plazo sin realizar inversiones importantes.

En cambio, Rusia produce más de 11 millones de barriles al día, por lo que el impacto de volver a introducir el crudo venezolano en el mercado global es limitado. 


Por Jorge Gil Ángel desde Bogotá, Alfonso Fernández Sánchez desde Washington, Ana Rosa Mengotti desde Miami, Rodrigo García Melero desde Buenos Aires, Carla Samon Ros desde Perú, Sabella Bello desde Venezuela y Segastián Silva Balcazar desde Chile.

Con información de EFE Noticias

Colombia regulariza a más de 700 mil venezolanos con el Estatuto Temporal de Protección

0

Las autoridades colombianas ya han entregado más de 700.000 carnés con el Estatuto Temporal de Protección para venezolanos, medida destinada a regularizar a los migrantes y que, según afirmó la vicepresidenta y canciller Marta Lucía Ramírez, buscan aplicar otros países.

«El Estatuto de Protección de Colombia es un referente que sí están mirando porque hoy la realidad de la migración obliga a todas las naciones del mundo a recibir migrantes», expresó Ramírez en un encuentro con corresponsales internacionales al ser preguntada sobre cómo la Guerra de Ucrania afecta los recursos que puede recibir el país para atender a los venezolanos.

Colombia ha recibido en los últimos años cerca de dos millones de migrantes venezolanos que dejaron su país por la crisis política, económica y social.

La canciller agregó que todos los países tendrán que «recibir migrantes, adoptarlos, y hacer que vivan en condiciones dignas, que tengan realmente las oportunidades y que no estén en tiendas de campaña indefinidamente por quién sabe cuántos años».

«Hay que ver cómo se les da escolaridad a los niños, posibilidad de acceso al trabajo», expresó.

La tarjeta del Estatuto de Protección Temporal, que se empezó a emitir el pasado 13 de octubre, permitirá a los venezolanos mayor facilidad para acceder a contratos laborales, a las entidades de salud o a los servicios bancarios.

El anterior sistema, llamado Permiso Especial de Permanencia (PEP) era un documento físico que muchos bancos y empresas no aceptaban por su facilidad de falsificación.

Al estatuto se pueden acoger todos los migrantes venezolanos que hayan entrado al país antes de enero de 2021 y busca «desincentivar la irregularidad» y a ese beneficio pueden acceder además quienes ingresen al país en los dos primeros años de vigencia de la norma de forma regular, es decir, con un sello en el pasaporte.

«Esto que ha hecho Colombia en materia de migración, muchos países nos ha pedido recientemente que les compartamos la experiencia de cómo se diseñó el estatuto (…) Hoy el tema de la migración se va a convertir en uno de los temas más importantes del mundo entero», aseguró Ramírez.

La vicepresidenta también criticó el poco apoyo económico que ha recibido Colombia de la comunidad internacional y dijo que con las nuevas migraciones que hay en Europa por la guerra en Ucrania «va a seguir siendo relativo, pequeño».

«De todas maneras insistiremos hasta el último día de Gobierno en dejar organizada la mesa de donantes en el siguiente periodo, porque necesitamos que haya solidaridad», concluyó.

ONU medirá empatía de colombianos con migrantes venezolanos

0

La campaña Somos Panas, de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), presentó su «Empatímetro», una herramienta digital con la que busca medir si los colombianos son empáticos y solidarios, indiferentes, o si están en riesgo de cargar «el peso de la xenofobia» contra los migrantes venezolanos.

La oficial de información pública de Acnur Colombia, Rocío Castañeda, destacó que todo el mundo puede quitarse «el peso de la xenofobia», por lo que «es clave saber quiénes están en riesgo de cargarla».

«La xenofobia limita, impide ver las posibilidades que brinda la integración con otras personas, y lo peor es que causa daño y dolor, no solo a los refugiados y migrantes, sino también a nosotros mismos, cuando tenemos ese tipo de actitudes», agregó.

De qué se trata la herramienta de la ONU

Según Somos Panas, las manifestaciones de xenofobia se pueden presentar en situaciones de presión social y está ligada a los miedos, desinformación y prejuicios, razón por la cual la herramienta busca alertar a la población sobre algunas señales que pueden indicar cuándo «una persona podría estar más susceptible de asumir actitudes de rechazo y discriminación».

Al «Empatímetro» puede acceder cualquier persona desde su teléfono o computador en la web de Somos Panas, donde podrá hacer un autoanálisis que toma unos minutos y, dependiendo de su resultado, quien lo realiza podrá realizar un «entrenamiento antixenofobia».

Igualmente fue presentado como parte de la conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, que según la ONU es una fecha «para hacer un llamado a promover el respeto, la compasión y la igualdad sin distinción de raza, color, sexo, nacionalidad, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole».

Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), hasta agosto pasado había en Colombia 1,8 millones de venezolanos, lo que hace al país andino el principal receptor de personas que han huido de su nación en los últimos años por la crisis.

Somos Panas, por su parte, es una campaña que busca desalentar la xenofobia e incentivar la solidaridad hacia la población venezolana que tuvo que dejar su país para buscar protección y un mejor futuro en Colombia. 

Si vives en Colombia pulsa aquí para usar el Empatímetro

«Vemos los bombardeos desde las ventanas», venezolana atrapada en Ucrania

En la casa de Glenda Boscán tiemblan las paredes, los resplandores de las explosiones iluminan por los vidrios congelados de las ventanas y los bombillos no se encienden en las noches para protegerse de posibles ataques. Es su nueva rutina, una que comenzó el pasado 24 de febrero, cuando las tropas del Ejército ruso invadieron Ucrania, y aún no termina.

Konotop, en la provincia de Sumy, al noreste de Ucrania, fue una de las primeras ciudades en ser sitiada. Su posición geográfica, limítrofe con la frontera entre ambos países, la hizo un territorio usado por los militares rusos para su avance hacia Kyev, la capital ucraniana, a solo 257 kilómetros de distancia, que ha sido constantemente bombardeada.

«El primer día de invasión entraron por aquí (por Konotop)», recuerda Glenda, una falconiana que vive en la ciudad desde el 2018. Había pasado menos de 24 horas desde que Vladimir Putin, presidente de Rusia, autorizara la operación militar sobre Ucrania cuando ya las tropas se encontraban en la localidad. A ella, junto a su hija, su esposo y sus suegros, se les ha hecho imposible escapar.

Ante la resistencia activa de la población, compuesta por alrededor de 80.000 personas, las tropas rusas amenazaron con «arrasar hasta el suelo» la ciudad si no había rendición, según Artem Semenikhin, alcalde de Konotop. Con bajas posibilidades para defenderse, la comunidad decidió parar el enfrentamiento y evitar un despliegue aún mayor de invasores.

Desde entonces, el territorio está tomado por las tropas rusas. Glenda lleva la cuenta del tiempo: han sido tres semanas de invasión, de miedo y de angustia. La orden principal de las autoridades locales ha sido resguardarse en los hogares o, de ser necesario, en los refugios. Implantaron un toque de queda para después de las 5 pm y, tras el anochecer, se recomienda apagar las luces para evitar que los militares tengan un blanco al cual apuntar.

Bombardeos destruyeron la estación central de tren de Okhtyrka, en la región de Sumy. Foto: Reuters

«Al salir de casa te encuentras con muchos tanques rusos alrededor. Te mandan a parar para revisar tu documentación y saber si llevas armamentos», dijo Boscán en conversación telefónica con Venezuela Migrante. Todo el transporte de la ciudad está paralizado, incluidos los trenes, cuyas vías fueron destruidas para cortar la circulación.

«El techo pareciera que fuera a salir volando»

Los ataques rusos en Sumy han sido intensos. Decenas de infraestructuras, como escuelas y el ayuntamiento (la sede del gobierno local), han resultado afectadas, según imágenes difundidas por el Ejército ucraniano. Sin embargo, aunque comenzaron siendo lejos de la casa de Glenda, cada vez se sienten más próximos.

«Vemos los destellos de los bombardeos. Se sienten con contundencia. El techo pareciera que fuera a salir volando; las ventanas vibran y pareciera que fueran a reventarse los vidrios. Es desesperante porque uno no sabe si algo de eso va a caer sobre tu hogar», afirma, desesperada por una solución.

Su hija, Sofía, tiene ocho años. Es venezolana, pero habla perfectamente el idioma ucraniano de su padre, un informático al que Glenda conoció en Caracas. Al poco tiempo se comprometieron y se casaron en 2018, en Ucrania, su nuevo país de residencia.

Los estruendosos ruidos, las conversaciones de los adultos y la programación en la televisión han hecho a la niña adecuarse a la nueva realidad. Ya no hay escuela y las salidas son más limitadas, a pesar de los esfuerzos de su madre por entretenerla.

«No quiere comer, está de mal humor, a veces le cuesta mucho dormirse y llora», cuenta Glenda. En ciertas ocasiones la deja salir de la casa para jugar con su mascota, pero igual reconoce sus nervios. Prefiere ocuparla en otras actividades como el dibujo, el estudio y la lectura, dentro de la seguridad del hogar.

«Esto no es fácil vivirlo. Casi no duermo, no descanso mucho con todo esto que está pasando», se lamenta Boscán.

Una complicada evacuación

Los intentos por iniciar la evacuación de la población civil tienen semanas en toda Ucrania. Sin embargo, en algunas regiones, sobre todo las del este del país, la implementación de corredores humanitarios se ha complicado debido al asedio militar.

En los últimos días, el Ejército ruso ha bombardeado edificios residenciales y objetivos civiles. En Chernígov, a unos 170 kilómetros de la residencia de Glenda, un grupo de civiles sufrió un ataque ruso mientras hacía una fila para comprar pan el pasado 16 de marzo. Diez personas murieron, de acuerdo con el Servicio Estatal de Comunicaciones Especiales y Protección de la Información de Ucrania, a causa de disparos infligidos por las tropas invasoras.

Ese mismo día, pero en Mariupol, los rusos bombardearon un teatro que servía como refugio para cientos de vecinos de la ciudad, según el Gobierno ucraniano. Y el 7 de marzo, en un corredor humanitario en Irpin, a las afueras de Kyev, otro bombardeo ruso acabó con la vida de una familia que usaba el trayecto para huir del país.

En la región de Sumy, por su parte, los corredores humanitarios apenas pudieron ampliarse el pasado 14 de marzo. Según Dmytro Zhyvytsky, jefe de la administración regional, las rutas de evacuación se habilitaron en Trostianets, Lebedyn, la capital Sumy, y Konotop, donde reside Glenda y su familia.

Para ellos no es fácil salir de Konotop. Las calles están enlodadas, el transporte es mínimo y los riesgos de encontrarse entre fuego cruzado son altos. «Estamos en medio de dos poblaciones en conflicto», explica Glenda.

Boscán ha hecho varios intentos por salir del país. El más reciente fue el 12 de marzo, junto a su hija, cuando fueron a la estación de autobuses en busca de algún taxi o alguien que les diera un empujón hasta Sumy. Allí permanecieron durante tres horas, bajo un intenso frío de -7 grados, pero no consiguieron transporte.

«Nadie quiere salir de sus casas, y en sus carros mucho menos porque pueden ser atacados», asegura. A Glenda y a su familia le han ofrecido alojamientos temporales en España, donde vive un familiar, o en Luxemburgo, donde una connacional la contactó a través de las redes sociales. Sin embargo, al menos por ahora, lo más complicado es salir de Ucrania.

Independientemente del resultado, su esposo no la podrá acompañar, pues la ley marcial decretada por el Gobierno ucraniano le obliga a quedarse a defender el país. A Glenda, tal como le ocurrió al abandonar Venezuela en 2018, le tocará otra vez dejar familiares atrás.

Cómo tramitar el pasaporte venezolano si estás en EE UU

Los venezolanos radicados en EE UU que deseen tramitar la renovación o prórroga de su pasaporte deberán gestionarlo en la embajada de Venezuela en México. Desde el año 2019, el Gobierno venezolano mantiene cerrada la embajada y sus consulados en EE UU, tras el rompimiento de las relaciones diplomáticas.

De acuerdo con datos de la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, encabezada por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), R4V, hay más de 465 mil venezolanos viviendo en EE UU.

A continuación, cada paso explicado para optar al documento de identificación.

Solicitud de cita

  1. Solicita la cita de renovación o prórroga en la página del SAIME. Deberás estar registrado en la plataforma. https://tramites.saime.gob.ve
  2. Seguidamente, deberás realizar el pago en línea al SAIME del importe correspondiente al trámite, a través de una tarjeta de crédito internacional e imprimir el comprobante de pago. El costo es de 200 dólares.
  3. La cita llegará al correo electrónico que indicaste en el registro del SAIME. Los plazos de espera pueden variar.
  4. El SAIME indica que cada solicitante deberá revisar directamente en la plataforma del sistema para ver el estatus de la solicitud y que la cita puede llegar por la lista de correo no deseado o correo spam.
  5. Una vez que asignen la cita, el plazo de aviso es de una semana de antelación. La cita es presencial en la embajada de Venezuela en México.

Cita presencial en México

  1. Si tienes el pasaporte vencido debes solicitar un salvoconducto a la Embajada de Venezuela en México. La solicitud debe realizarse por e-mail: [email protected] y hacer seguimiento por teléfono.
  2. Una vez que tengas el salvoconducto podrás viajar a México. Preferiblemente la compra del pasaje realízala en una aerolínea mexicana.
  3. Si no tienes estatus legal en EE UU o permiso de viaje no puedes salir y volver a entrar. En este caso, debes preguntarle a un abogado cuáles son las consecuencias de sacar la prórroga o pasaporte si estás por asilo en EE UU.
  4. Si eres residente, para ingresar a EE UU, solo necesitas mostrar tu Green Card. Con eso haces migración solo en EE UU.
  5. El día de la cita deberás pagar 80 dólares por concepto de trámite consular.

Plazo de espera

El pasaporte es elaborado en las oficinas del SAIME en Caracas y enviado a la Misión Diplomática en México en un plazo estimado de ocho (8) semanas continuas o más. El usuario recibirá dos notificaciones a través de su correo electrónico:

  1. El primer aviso del SAIME informa que el documento fue enviado a la Sede Consular y debe retirarlo en quince (15) días. En esa etapa el pasaporte se encuentra en el ministerio del Poder Popular para Relaciones Exteriores, el cual lo remitirá a esta Sección Consular a través de la valija Diplomática.
  2. La segunda notificación se remite desde el correo electrónico manejado por la Sección Consular de esta Sede Diplomática, mediante el cual se notifica que el pasaporte reposa en la Oficina Consular y debe proceder a retirarlo.

Retiro del pasaporte

El retiro del pasaporte puede hacerse en dos formas: presencial o por servicio de correo. En ambos casos, deberá comunicarlo.

a) Si es presencial deberá pedir cita para el retiro del pasaporte, una vez que haya recibido la notificación de la recepción del documento. El día de la cita del retiro, deberá presentar su pasaporte vencido donde le sellarán en cada página la inscripción de “Anulado”, con excepción de aquellas páginas que tengan visas vigentes.

b) Si no puede presentarse en la Misión Diplomática para retirar el pasaporte deberá enviar a la Sección Consular: El pasaporte venezolano a los fines de estamparle en cada página un sello húmedo con la inscripción de “Anulado”, con excepción de aquellas páginas que tengan visas vigentes. La pestaña de tramitación que recibió el día de la cita (Comprobante). Luego le enviaran ambos pasaportes (anulado y nuevo pasaporte, según el caso) y planilla de recepción y solicitud de activación del pasaporte por mensajero.

Con información del Saime y la periodista Carolina Pereira

Chile propone un sistema de cuotas migratorias para el éxodo de migrantes venezolanos

El nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, dijo que su gobierno analiza el sistema de cuotas que implementó la Unión Europea ante la crisis migratoria por la guerra en Siria como propuesta en Latinoamérica para descomprimir la presión que supone el éxodo venezolano.

«Creo que es algo donde todos podríamos ganar, tanto los países profundizando nuestra cooperación, como también muchos migrantes que lo hacen en una situación de mucha desesperación» agregó.

Adelantó que hablará al respecto con sus pares de países latinoamericanos próximamente.

«El punto de fondo es que una crisis migratoria, en este caso de más de seis millones de personas que han inmigrado de Venezuela en particular, la carga de aquello no puede recaer en uno o un grupo de países» dijo al referirse a Colombia, Perú y Chile.

Ampliar zanja en Colchane no detendrá paso de migrantes hacia Chile, advierten organizaciones

Chile vive desde hace un año una crisis migratoria sin parangón, con cientos de venezolanos entrando a diario por pasos fronterizos no habilitados en la frontera con Bolivia y acampando en localidades fronterizas, donde se han registrado además episodios de xenofobia.

En una rueda de prensa con corresponsales extranjeros en La Moneda, habló sobre el éxodo masivo de venezolanos, la crisis climática, las relaciones con Bolivia a las puertas de las audiencias por el río Silala, la guerra en Ucrania y la necesidad de construir organismos regionales sólidos y duraderos.

«Hay que dejar de crear organizaciones en función de las afinidades ideológicas de los mandatarios de turno» sentenció Boric, quien con 36 años se convirtió el pasado 11 de marzo en el presidente más joven de la historia chilena.

Crítica a Unasur, Prosur y el Grupo de Lima

Foros como «Prosur, Unasur o el Grupo de Lima», integrados exclusivamente por Gobiernos del mismo signo político, «han demostrado que no sirven para unir ni para avanzar en la integración» agregó.

El exlíder estudiantil aseguró que la integración regional es «esencial» para solucionar problemas comunes, como la crisis venezolana y el éxodo de más de 6 millones de ciudadanos de ese país a otras naciones vecinas como Colombia, Perú, Ecuador y Chile.

Con información de Efe y AFP