«Es muy difícil ver a tu pequeño hijo pasar necesidades», así resume Rosángela Caríaco todo lo que vivió desde que salió de Ecuador con su esposo y su pequeño de apenas dos años, durante la segunda semana de julio.
Llegaron a Ecuador hace un año, aupados por familiares que los esperaron y ayudaron a instalarse. Cuenta que su esposo no logró la anhelada estabilidad laboral y trabajó como albañil hasta que empezó la pandemia que paralizó al mundo y la fuente de ingresos de cientos de personas que vivían del día a día.
“Estábamos en la ciudad de Esmeralda y allí la situación no era muy buena, en la parte que estaba no había trabajo, todo lo que se conseguía era para arriendo y comida. No alcanzaba para más”, recuerda.
Dice que una de las mayores presiones que tenían era que tampoco había recursos para enviar remesas para su hija de 9 años que está bajo los cuidados de la abuela materna.
Inicio del periplo
El 8 de julio tomaron lo poco tenían, dejaron la cama en la habitación que habían rentado y caminaron de regreso a Venezuela los tres. Iban con destino a su casa en Cumaná, estado Sucre.
En el trayecto, cuenta que no hubo ningún contratiempo, pero sí muchas carencias: “No nos daban ni una cola, todo lo teníamos que comprar y ya no teníamos plata”, recuerda.
Rosángela describe lo para ellos fue un duro episodio: la frontera con Colombia. “Por la trocha había un río que estaba crecido y unos muchachos nos ayudaron. Ellos colocaron un palo y cuando nos tocó pasar, me atacaron los nervios. Cuando vi cómo a mi hijo lo pasaban por esas aguas pensé que se me podía caer y ahogar ahí”.
Salir del Ecuador les tomó cuatro días, pero aún faltaba camino por recorrer y el virus seguía sumando contagiados por donde pasaban. “Siempre le pongo a mi niño una mascarilla y su alcohol para que esté siempre desinfectado”.
Dice que se vio obligada pedir baños prestados en el camino para poder asear al niño. Lo que le ha resultado también complejo en el trayecto ha sido el cansancio de su hijo, aún no camina largos tramos y lo han llevado cargado. “Cuando se duerme es más difícil porque se vuelve más pesado ya que es gordito”.
Agrega que, al llegar la noche, ellos no dormían, pues colocaban unas sábanas en la esquina de alguna carretera para que el niño descansara. “Nosotros no podíamos pegar un ojo porque teníamos que cuidarlo, somos sus padres”.
La estafa y llegada a Cúcuta
En la ciudad de Cali otro episodio retrasó el camino. Compraron unos boletos con la empresa Transporte Bolivariano, que les ofreció un traslado humanitario para el día 11 de julio; pero al final resultó ser una estafa que se resolvió en buenos términos, ya que lograron la devolución en efectivo de lo que pagaron por los boletos.
En esa etapa del viaje no solo recibió su dinero de vuelta sino que se hizo parte de un grupo de connacionales que regresaban de Perú y Chile con quienes llegó a Cúcuta y ahora esperan para cruzar a Venezuela de manera legal.
El 25 de julio su familia ya sumaba aproximadamente 15 días en La Parada y por esa fecha recibió el brazalete que le garantizaba un turno para cruzar. Durante ese lapso de espera, el padre del niño trabajó de reciclador de basura y con eso consiguieron el dinero que necesitaban para pagar la comida mientras pernoctan a pocos metro de la frontera.
Pasaban la noche en un cambuche (una carpa que improvisada armada con palos y sábanas). El pequeño juegaba con unos carritos que le regalaron en Ecuador y ella pasaba el día pendiente de que el menor estuviera bien. “A las madres que viajan con niños les pido que los cuiden, que los protejan del virus y que no los dejen solos”.
Finalmente, esta familia cruzó el 8 de agosto y se instaló en uno de los refugios habilitado por Nicolás Maduro en San Antonio del Táchira. Así lo confirmó en un último mensaje, enviado por WhatsApp, justo antes de cruzar hacia Venezuela. Poco tiempo después, el número el número quedó inoperativo.