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ACNUR busca un país para el boxeador venezolano Eldric Sella

“Trinidad y Tobago le negó la posibilidad de entrar al país” declaraba Edward Sella, padre y entrenador del boxeador, Eldric Sella, sobre el regreso de su hijo a la isla, tras competir en los Juegos Olímpicos Tokio 2020

El pugilista, quien forma parte de la delegación de atletas refugiados, no puede regresar a Trinidad y Tobago por tener el pasaporte vencido, según explicaba su padre, Edward Sella, en entrevista con VPI

Sergio Novelli entrevistó a Edward Sella, padre y entrenador del boxeador

“El tema de nosotros es que tenemos los pasaportes vencidos, y ha sido complicada su renovación y el Gobierno de Trinidad y Tobago dice que no tiene un documento válido para otorgar la visa” cuenta Sella.  

Eldric llega a Japón tras recibir una visa americana para hacer el tránsito por EE UU, que fue tramitada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el Comité Olímpico Internacional (COI). 

“ACNUR está sobre el caso y busca un país que reciba a Eldric. Tengo esperanza de que el organismo consiga un tercer país, y nosotros ir con él de inmediato” dijo su padre. 

Sella participó este lunes en las Olimpiadas, pero sufrió un Knock Out técnico con 67 segundos de combate ante el dominicano Euri Cedeño en el peso mediano (69-75 kg).

Así llegaron las “carabinas” venezolanas a Madrid

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Comerse una “carabina” es algo tradicional en la región andina de Venezuela. La “carabina” es una especie de hallaca o bollo de maíz que lleva por relleno un guiso cocido a base de granos, especialmente de caraotas. Es un plato típico de los Andes venezolanos y se come durante todo el año. Esta comida, que tanto se come en los estados de Trujillo, Mérida y Táchira, llegó a España gracias a la migración venezolana.

Lilia y Luis se fueron de Venezuela en búsqueda de mejores oportunidades en otro país. La pareja eligió España y, una vez allí, se les ocurrió la idea de hacer “carabinas” para su primera navidad juntos en tierras europeas.

Esta publicación es parte de Sabor Migrante, un esfuerzo editorial de Venezuela Migrante y Efecto Cocuyo, para contar la migración venezolana desde otra perspectiva.

Una relación que se hizo a distancia debido a la migración

Lilia y Luis vivían en Venezuela. La pareja, que tiene una hija pequeña llamada Lia, se separó físicamente en 2018 debido a un plan en común: emigrar a España. Luis, cocinero, diseñador y maratonista, se fue primero. “La idea era hacer nido”, recuerda el oriundo de Barquisimeto. Sin embargo, al llegar a la capital española se dio cuenta que la historia no sería tan sencilla.

“Decidimos que yo venía y, a los tres meses, ellas (Lilia y Lia) llegaban. Ya yo tendría donde vivir y trabajo. Pero cuando llegas a Madrid te das cuenta que la historia es totalmente diferente”, comentó Luis.

Mientras Luis estaba en España, Lilia seguía en Venezuela con su hija. Sin embargo, a pesar de la distancia, el plan seguía intacto: volver a reunirse en Madrid. Lilia cuenta su versión de la historia y lo reconoce como un acto de terquedad. Luego de pasar año y medio separados físicamente, Lilia, Lia y Luis se volvieron a encontrar.

Fue en diciembre de 2019, cuando la pareja pasó su primera navidad junta, que decidieron que su plato navideño serían las “carabinas”. Para Luis preparar hallacas es sumamente laborioso, pero recordó que en uno de sus viajes a la costa de Miranda (Venezuela) aprendió a hacer caraotas con leche de coco.  Precisamente son las caraotas la base principal de las «carabinas» y por suerte para la familia, las caraotas de Luis son sumamente sabrosas.

Puede ver la historia completa en el siguiente video:

Más de 100 mil venezolanos han aplicado al Estatus de Protección Temporal

Solo 115 mil venezolanos han presentado su solicitud para obtener el Estatus de Protección Temporal (TPS) en Estados Unidos, según el más reciente informe del Servicio de Migración y Ciudadanía (USCIS). 

La cifra se traduce que solo uno de cada tres venezolanos que califican para TPS habría aplicado a esta medida. Se estima que en EE UU cerca de 323 mil venezolanos cualifican para el amparo migratorio. 

“Hay mucho desconocimiento de cómo se aplica el TPS y realmente cuáles son los beneficios que vienen detrás del TPS. Por otro lado, pues siempre, como muchas cosas desconocidas es el temor, el temor a quedar registrado, el temor hasta cuando se va a extender este beneficio”, aseguró a la Voz de América Morella Salazar, abogada de inmigración.

Aún cuando faltan seis semanas para que cierre el plazo de inscripción, la respuesta de la diáspora venezolana al ofrecimiento del TPS preocupa a la misión diplomática del líder opositor Juan Guaidó en Estados Unidos. 

En Washington, defensores de los derechos humanos presionan al Congreso para la aprobación de la Ley Secure. Se trata de una legislación que abriría las puertas a la residencia permanente para los beneficiarios del TPS de 12 países, entre ellos Venezuela.

Con información de la Voz de América 

Tres migrantes venezolanos solicitan al primer ministro de Curazao su libertad

Mediante una carta publicada en Crónicas del Caribe, tres venezolanos detenidos en Curazao piden al primer ministro, Gilmar “Pik” Pisas, su liberación de prisión, tras llevar diez meses detenidos por intentar entrar de manera ilegal a la isla. 

“Tenemos diez meses detenidos por pedir protección a su país. Le queremos notificar que ya cumplimos con todos los requisitos que el gobierno exige. Tenemos nuestras garantías e Inmigración las ha negado en varias ocasiones por razones insignificantes o no contundentes, de acuerdo a lo establecido en las leyes” señalan los detenidos en la carta.

Los tres venezolanos zarparon desde el estado Falcón, epicentro de los viajes clandestinos que parten de Venezuela hacia las islas del Caribe Neerlandés. El plan fracasó y cayeron presos entre septiembre y octubre de 2020. Estando en cautiverio han recibido el apoyo de la fundación Human Rights Defense Curaçao (HRDC), que brinda asistencia a los refugiados.

Para leer la historia completa haga click aquí

Eldric Sella, único venezolano en la delegación de atletas refugiados en los JJ.OO. 2020

El boxeador venezolano, Eldric Sella, forma parte de la delegación de atletas refugiados en los Juegos Olímpicos Tokio 2020. 

El atleta obtuvo medalla de plata en el campeonato realizado por la Asociación de Boxeo de Trinidad y Tobago en el 2019. Luego pudo convertirse en becario del programa para atletas refugiados del Comité Olímpico Internacional (COI), que brinda ayuda a los competidores que debieron salir de su país de origen por situaciones adversas.

En la edición 2020, el equipo de atletas refugiados se encuentra compuesto por 29 deportistas, de los cuales nueve son de origen sirio, cinco de Irán, tres de Afganistán y cuatro de Sudán del Sur. El resto de estos competidores proceden de otros lugares como República del Congo, Camerún, Irak, República democrática del Congo y Eritrea.  

Sella reside en Trinidad y Tobago desde el 2014. 

Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se disputan desde el 23 de julio hasta el 8 de agosto de 2021 en Japón. 

Con información de EFE

Vacunarán a los 2 millones de venezolanos residentes en Colombia

Dos millones de venezolanos residentes en Colombia recibirán la dosis de la vacuna contra el covid-19, según informó la vicepresidenta y canciller, Marta Lucía Ramírez, ante el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), que hace seguimiento a la distribución equitativa del plan de vacunación en la región. 

“Vamos a vacunar a los dos millones de venezolanos. Colombia no puede por ningún motivo, ni siquiera preguntarse el dilema que si primero los colombianos o los venezolanos. Los dos al mismo tiempo, de acuerdo con los criterios etarios, básicamente que son los que se definieron, las edades, los rangos de vacunación, pero exactamente igual, venezolanos y colombianos” señaló Ramírez. 

Marta Lucía Ramírez ante el Consejo Permanente de la OEA

En Colombia se estima que hay 1.742.927 migrantes venezolanos, de los cuales el 54% estarían en condición irregular en el país, según Migración Colombia. 

Para obtener mayor información sobre el plan de vacunación, acceda aquí.

“Sabor Migrante”, integrar la cultura venezolana en países de acogida

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Desde la Patagonia argentina hasta España, pasando por países como Colombia, Perú y Ecuador, Sabor Migrante cuenta la historia de la migración venezolana en clave de cocina y de herencia cultural. El proyecto muestra el cambio de paradigma para muchos venezolanos, que ahora viven en otros países, y cómo las diferentes costumbres influyen en la cocina tradicional criolla.

Vanessa Rolfini (Perú), Adriana Bertorelli (España), Juan Carlos García-Sampedro (España), Belinda Calderón (Colombia), María Laura Chang (Argentina), Jefferson Díaz (Ecuador) y Oriana Flores (Argentina) participaron bajo la coordinación de José Báig para crear Sabor Migrante y ofrecer una mirada diferente sobre la migración venezolana.

Los micros de Sabor Migrante se pueden ver a través del canal de YouTube de Venezuela Migrante. Cada martes se estrenará un micro en el portal de Venezuela Migrante.

“Sabor Migrante” cuenta historias venezolanas desde otra perspectiva

“En Sabor Migrante descubrí algo muy importante para los que nos fuimos de Venezuela, y es que hay que integrarse. Conocer la cultura en la que estás, darle una oportunidad, porque la única manera que puedas continuar con tu vida”, dice Vanessa Rolfini, periodista venezolana que vive en Lima y que forma parte del proyecto.

María Laura Chang, periodista venezolana que vive en Argentina, resaltó la importancia de escuchar y conocer las historias de otras personas que han atravesado un proceso migratorio. “Todos tenemos algo que decir y es un proceso que nos ha marcado de algún modo”, relató Chang.

Desde Colombia, Belinda Calderón destacó que ser parte de Sabor Migrante le permitió “conectar” con el tema migratorio venezolano, pero que también le dio la oportunidad de “reconectar con los sabores» del país a través de las personas entrevistadas.

Adriana Bertorelli, periodista y escritora venezolana que vive en Madrid, resaltó que su participación en el proyecto le permitió acercarse al “alma migrante” de los entrevistados, pero también la llevó a conocer la cocina de estas personas migrantes y sus historias.

Casi medio millón de venezolanos residen en Chile

490 mil venezolanos residen en Chile, según la más reciente encuesta divulgada por la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN). La cifra representa un incremento de 162% con respecto a la registrada en 2017, en el que habían 187 mil migrantes venezolanos

Ahora la población venezolana representa el 41% de toda la población inmigrante en Chile, seguido por los peruanos, con el 15%.

El 76% de los migrantes venezolanos se ubican en la Región Metropolitana, seguida de Valparaíso, con 4,8%. Por sexo, el 52,2% de todas las personas de esa nacionalidad en el país son mujeres (255 mil) y, en promedio, los venezolanos tienen casi 3 años más de escolaridad que el promedio en Chile (14,9 vs 11,7 años). 

Por rubro, los venezolanos se desempeñan principalmente en Comercio (20,9%), Alojamiento y Servicios de Comida (15,6%) e Industria Manufacturera (13,4%).

Sobre las condiciones de vida, el 2,3% vive en condición de “hacinamiento crítico” (5 y más personas por dormitorio u hogar sin dormitorios de uso exclusivo). 94% vive en una vivienda arrendada y solo 4,8% en una propia. Respecto del sistema de salud, el 77,3% está afiliado a Fonasa, 10,5% a Isapre y otro 10% a ninguno. 

Con información de La Tercera

El viaje cultural de los Pertiñez: de España a Venezuela, y de regreso a Madrid

A Rosario Pertiñez le brotan lágrimas cada vez que recuerda a sus padres. Ella, ahora en España, recorre las calles de la capital con un pensamiento constante: “me pregunto si mi papá también pasó por aquí”. Su padre, Antonio José Pertiñez, un granadino criado en Madrid, también fue migrante: uno de los miles de españoles que emigraron a Venezuela en los años 50 en busca de oportunidades que su país no le podía ofrecer.

La historia, en ciertas ocasiones, tiene hechos coincidentes en distintos períodos de tiempo. En los procesos migratorios, por ejemplo, el ir y venir durante generaciones ha sido un común denominador. Sobre todo entre europeos que, huyendo de la inestabilidad política, la persecución y los conflictos bélicos del siglo pasado, decidieron partir hacia nuevos destinos. Ahora son sus descendientes, hijos y nietos quienes, por razones parecidas a las de sus padres y abuelos, regresan a las tierras de sus ancestros.

Kiki, como también la conocen sus amistades, asumió el nombre de su tía Rosario en honor a la crianza que dio a Antonio José, su padre, que quedó huérfano de madre desde muy chico. La política, sumergida en las cicatrices dejadas por la Guerra Civil, había separado a la familia entre republicanos y sublevados.

Antonio nació en 1932 y desde pequeño se interesó por el mundo militar. Era aviador, pero su carrera duró poco. Tuvo un accidente durante un vuelo de entrenamiento en la academia, luego de que un pájaro impactara contra la hélice del aeroplano. Se estrellaron contra las montañas y apenas sobrevivió. Su compañero, de nombre desconocido, murió congelado. Lo rescataron seis días después, mientras se alimentaba con pequeñas reservas y agua hervida.

Fue una etapa llena de incógnitas para Kiki. Si bien cree que parte de la historia que le contó su padre tenía un poco de fábula, lo que sí es cierto, es que el percance le generó problemas en la vista que nunca superó. De allí que Antonio José decidiera emprender otra carrera.

Desde su llegada a Venezuela, Antonio Pertiñez se destacó en el área del marketing y la publicidad

Sus posteriores estudios le permitieron hacerse espacio en el departamento de mercadeo de una empresa que lo envió a Hamburgo, Alemania, donde conoció a su futura esposa: Luise Marie Heidenreich. Poco tiempo después, la empresa lo transfirió a Venezuela, a Caracas, donde apenas llegó con un trabajo asegurado. Ambos mantuvieron una relación epistolar durante meses, hasta que en una de ellas, Antonio estableció una postura irreversible: 

“Petisa (apodo que decía por cariño a su esposa), yo te amo. Entiendo si no quieres venir, pero, o vienes o esto termina ya”, escribió a Luise. Ella, que ni siquiera dominaba el español, tomó la decisión de viajar en barco y seguirlo hasta Venezuela.

“Ser extranjero en Venezuela era ser amigo”

Antonio Pertiñez y Luise Heidenreich, poco a poco, consiguieron estabilidad en el país suramericano. “Mi papá llegó desde cero y terminó como presidente de una importante agencia de publicidad: Corpa”, asegura Kiki. Por otra parte, su madre se dedicó a las labores del activismo social: “era una inmigrante que se sentía en su país”.

El Estado venezolano, en ese entonces sumergido en un período de crecimiento económico, acogió al menos a 900.000 inmigrantes europeos –principalmente italianos, españoles y portugueses– entre los años 1948 y 1961, según estudios del profesor Froilán José Ramos Rodríguez. De ellos, la mayoría recibió la cédula de identidad venezolana (DNI, en España) y optó por la nacionalidad, que consiguieron rápidamente. 

Para esa época, correspondiente a la década de los años cincuenta, 207.692 españoles estaban inscritos en el Consulado español en Venezuela. Sin embargo, se estima que el número sea mayor. Principalmente porque muchos españoles no actualizaron sus documentos o perdieron la nacionalidad, sin optar por su recuperación.

En Venezuela, para aquellos que preferían mantener la ciudadanía europea se habilitaba una cédula especial que los mantenía como extranjeros, pero con acceso a los mismos derechos que los nacionales. En total, para una población venezolana de 7.8 millones de habitantes, la llegada de europeos representó una importante mezcla cultural y de mano de obra para el desarrollo industrial.

El padre de Kiki se enamoró tanto de su nuevo país que, según relata su hija, siempre se mostró agradecido por las oportunidades. Tanto así que se dedicó a recorrerlo junto a su familia. “Ustedes tienen que conocer este país con profundidad”, decía Antonio a sus hijos. Había conocido a muchos amigos, entre ellos españoles y venezolanos, durante su integración. Con ellos vacacionaba, trabajaba y compartía experiencias. Es por eso que una frase, que hoy repite Kiki, sea tan conocida y recordada: “Ser extranjero en Venezuela era ser amigo”.

Ese amor también llevó a su madre a enfrascarse en la defensa de los derechos civiles. Su lucha se acrecentó cuando a su yerno, el excomisario Iván Simonovis, lo encarcelaron en 2004 por los sucesos del 11 de abril de 2002, ocurridos en Caracas. Ese día, miles de manifestantes tomaron las calles de la capital venezolana en reclamo por una serie de reformas estructurales, realizadas por el presidente fallecido Hugo Chávez. La protesta, convocada por los principales sindicatos y líderes políticos de la oposición, se dirigió hacia el Palacio de Miraflores, sede del Poder Ejecutivo del país. Los choques, que se tornaron sangrientos entre opositores y chavistas, dejaron saldo de cientos de heridos y decenas de muertos por impactos de bala.

Luise desempeñó una carrera como activista social

El posterior encarcelamiento de Simonovis, criticado por organizaciones de derechos humanos, convirtió a su yerno en preso político durante al menos 15 años, hasta que logró escapar del país en 2019. Luise lo visitó en la cárcel hasta 2013, cuando ella falleció.

De regreso a tierras europeas

Mucho ha cambiado entre la Venezuela que conocieron los padres de Kiki, y la actual. La crisis política, económica y social del país hizo que se revirtiera el ciclo: ahora son los descendientes quienes retornan a las tierras de sus abuelos. La persecución y amenazas a las que fue sometida la familia Pertiñez, más que una elección, los obligó a emigrar.

Corría el año 2017. Kiki dirigía una agencia de marketing y publicidad en Caracas, cuando una llamada telefónica le cambió el panorama drásticamente. La chantajearon desde una organización delictiva. Le dieron información precisa de sus hijos, desde su lugar de residencia, sus recorridos a diario y descripción física de ellos, con la cual amenazaron con secuestrarlos. Se mudaron de hogar y evitaron salidas por un tiempo. Finalmente, el 3 de noviembre de ese año, decidieron dejarlo todo atrás y residenciarse en España.

Más que un viaje de escape, de subsistencia, Kiki lo vio como una oportunidad de dar con el pasado de sus familiares europeos. Logró conocer a la tía Rosario Pertiñez. También encontró a su hermano segundo, un hijo que había dejado Luise antes de abandonar Alemania.

A partir de allí, Kiki y sus hijos vivieron un reinicio. Sentó las bases para comenzar un nuevo emprendimiento, esta vez en Europa: Ekipao, una agencia de marketing relacionada con el mundo gastronómico. En 2019, dos años después de emigrar, tuvo su primera gran experiencia: se encargó del mercadeo del festival de La Ruta de la Arepa

Kiki Pertiñez emigró a España, junto a sus dos hijos, cuatro años después del fallecimiento de su madre

Con su labor unió a chefs italianos, un maestro chocolatero y a un especialista en ron venezolano. Recuerda lo emocionante que le resultaron los rostros de alegría de quienes probaron las arepas. “Es fantástico ver cómo los sabores son como una marea: fueron para allá (Venezuela), tocaron fondo, y regresaron nuevamente”.

Para ella, los sabores también emigran. Es otro de los exponentes de la mezcla cultural. Nunca olvidará que en su casa, en Caracas, se comía cocido madrileño acompañado de arepas los domingos por la tarde.

Este texto también fue publicado en Público. Puedes verlo aquí

Las semillas del ‘Nuevo Adán’ regresan a España

José Bautista (@joseantonio_bg) / Fundación por Causa

Marynés Castillo López recorre las calles de Madrid con cara pensativa. Poco a poco empieza a sentir que la capital española es su nuevo hogar, a pesar de las diferencias con su Caracas natal. Está feliz porque tras años de trabajo duro y lucha, su nueva vida en España se estabiliza. Ahora puede dormir más tranquila.

De vuelta a casa tras otra jornada laboral, camina cerca de la plaza de Colón, en pleno centro de la ciudad, mientras recuerda a su abuelo Indalecio, miliciano de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) que, tras la Guerra Civil, emigró a Venezuela. Sesenta años atrás, él mismo recorrió estas calles y les dijo adiós con pena, creyendo que jamás volvería a pisarlas. En la cabeza de Marynés este pensamiento se abre paso entre las preocupaciones del día a día: el trabajo, la educación de su hija, los trámites burocráticos.

Más de medio siglo separa las historias de migración de Marynés y su abuelo. Se llamaba Indalecio Pedro López Madrigal. Dice la periodista Eileen Truax, que la migración es un proceso vital que va mucho más allá del cruce de la frontera. La historia de Marynés y su abuelo, como la de tantas personas que migran, ya abarca cuatro generaciones.

Algunas cosas han cambiado mucho. Otras, no tanto. El abuelo de Marynés tuvo que emigrar por su propio pie, desde Madrid hasta los Pirineos, y de ahí a un campo de concentración en Francia, para después trasladarse clandestinamente a Gran Canaria, y desde allí hasta Venezuela a bordo de un velero llamado Nuevo Adán.

Marynés solo tardó unas horas en cruzar el Atlántico hasta aterrizar en España y Gran Canaria es ahora el destino de muchas personas que, como su abuelo, se lanzan al mar para que la vida les de una segunda oportunidad. Al llegar a Venezuela, Indalecio encontró a su familia y pudo recibir apoyo. A Marynés no la esperaba nadie cuando llegó al aeropuerto de Barajas, pero la comunidad migrante la recibió con los brazos abiertos.

Marynés muestra el parte médico de su abuelo Indalecio, miliciano de la CNT, herido durante la Guerra Civil. José Bautista / Fundación Por Causa

Indalecio tardó 41 días en cruzar el océano, tomando agua hervida con hierbas y sardinas (jamás las volvió a probar), sin contar los años previos en que anduvo cruzando mesetas y montañas para que no le fusilaran. Marynés pudo tramitar sus papeles porque tiene nacionalidad española. Su abuelo no tuvo esa suerte. Él pidió asilo en México, y lo obtuvo, pero todo se fue al garete con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Marynés habla sin líneas rojas sobre su experiencia migratoria, mientras que su abuelo evitaba el tema siempre que podía. A ambos les impulsó a migrar el mismo motor: el amor a su familia. Él quería reencontrarse con los suyos; ella, encontrar un lugar seguro para su marido y su hija pequeña, y ayudar desde la distancia a otros familiares y seres queridos.

El encuentro con un país que se abrió a los migrantes

“Hace un buen día de viento y llevamos una marcha moderada. Esto nos anima y nos hace pensar en la esperanza de seguir”. Sentada en un café del centro de Madrid, Marynés lee en voz alta y con fascinación las palabras de Indalecio y las interpreta en clave presente. Encuentra un pasaje en el que su abuelo describe la presencia de delfines y cómo jugaban con los surcos del velero. Marynés conserva las memorias y recuerdos de su abuelo como un tesoro.

Indalecio, abuelo de Marynés, junto a otros tripulantes del «Nuevo Adán». José Bautista / Fundación Por Causa

Tras el fiasco de México, Indalecio llegó al puerto de La Guaira en 1955 sin más enseres que su ropa y una libretita en la que anotaba todo. Marynés enseña el diario con orgullo. A bordo del Nuevo Adán iba medio centenar de españoles –la mayoría varones adultos, aunque también una mujer con sus hijos–, con la misma fatiga y heridas que hoy vemos en quienes arriban a las costas españolas a bordo de cayucos y barcas hinchables. En mitad del océano se les rompió el mástil y no tuvieron más remedio que usar tablones de la bodega para repararlo. Al llegar a Venezuela, le esperaban su madre y sus hermanos pequeños. Marynés también muestra la orden de deportación de su abuelo, inmigrante irregular en Venezuela.

La vida da muchas vueltas y nadie sabe a qué lado de la frontera se encontrará en el futuro. Ahora muchas personas llegan a España desde Venezuela en busca de una vida digna. Es el trayecto inverso que muchos españoles emprendieron tras la Guerra Civil y con un mismo objetivo: buscar la vida. En los años 50, más de un millón de personas salieron de España y se instalaron en América Latina, principalmente en Argentina y Venezuela, según la estadística oficial.

Marynés muestra la orden de deportación de su abuelo Indalecio. José Bautista / Fundación Por Causa

Marynés nació y creció en Venezuela, pero su casa y la de su abuelo estaban repletos de elementos que recordaban a España: se dormía la siesta, no comían arepas, sino platos mediterráneos, y en el salón había estatuillas de bailaoras flamencas y toreros.

Indalecio siempre decía que con el miedo no se juega. Lo aprendió en los campos de concentración franceses. Allí, la angustia se daba la mano con la vulnerabilidad y una mala noticia o una noticia mal dada podían provocar infartos mortales. “Con el miedo no se juega”, repite Marynés con vehemencia. No puede esconderse de las malas noticias que llegan desde Venezuela, pero procura administrar las suyas con tacto. No quiere ocasionar infartos al otro lado del charco.

Oportunidades en la migración

De sus antepasados migrantes y su experiencia propia, Marynés ha obtenido varias lecciones vitales. Esta joven periodista y especialista en marketing –ahora trabaja para una gran multinacional francesa– afirma que “migrar es un derecho y es necesario”. Te “enriquece y te enriquece”, y defiende un cambio en el sistema actual, porque no entiende tanta carrera de obstáculos: un sistema burocrático deshumanizado –especialmente con los migrantes–; un profundo desconocimiento a la hora de hablar de derechos y obligaciones; los vacíos legales que excluyen y causan dolor, un problema que durante la pandemia adquirió visibilidad –“el retraso de las citas de Extranjería en la pandemia no se los merece nadie”, explica– pero que sigue sin resolverse.

“Migrar es una de las decisiones más personales que existen”, explica Marynés. Ella tomó la decisión tras despertar de una operación en la que todo fueron complicaciones, en 2014, un año especialmente difícil para los venezolanos. Por entonces tenía 26 años. En España encontró la seguridad y la libertad que Venezuela no le daba. También descubrió un sistema público de salud que hace que su familia y ella se sientan protegidas.

Desde el principio, se volcó con la comunidad migrante de Madrid, en especial con la latina (la más numerosa en llegadas por vía irregular): dan prueba de ello su paso por varias emisoras impulsadas por migrantes (Planeta Latino, Todo Noticias, Radio Tentación). Rememora su labor en los programas ‘Uniendo Sinergias’ y ‘Las Maris: emprendimiento y vida’, centrados en compartir experiencias para facilitar que otras personas migrantes puedan poner en marcha sus propios negocios. Sintió el calor de otros que, como ella, habían llegado a España a probar suerte.

También su abuelo, al llegar a Venezuela, cayó en un barrio en el que vivían muchos españoles y portugueses. El primer hogar de Marynés fue Vallecas, uno de los más diversos de la capital española. A esta joven le indigna que muchas personas asocien la realidad de los migrantes venezolanos a la de los multimillonarios, que hicieron fortuna al calor del chavismo y ahora pasean por los barrios adinerados de Marbella, Barcelona o Madrid.

Con la mente entre España y Venezuela

Como otras personas migrantes, Marynés vive con el corazón dividido. “El día que muera Franco, vuelvo a España”, dijo una vez su abuelo. Y cumplió, pero vino de vacaciones y regresó a Venezuela con su familia. Ahora la nieta mantiene un ojo pegado a su país sin saber si volverá, ni cuándo, ni cómo. Mientras, observa el runrún de la sociedad española, de la que ya forman parte unos 60.000 venezolanos (o 400.000, contando a los que tienen doble nacionalidad).

Le preocupa el auge del racismo y la xenofobia. Sus antepasados también tuvieron que lidiar con cierto rechazo al llegar a Venezuela. En vida, Indalecio contaba que una vez un charcutero le dijo “inmigrante, ¡vete a tu país!”, a lo que él respondió “más venezolano soy yo que tú”. Ahora el odio es más sofisticado. “¿Qué es eso de ‘yo quiero un tipo de migrante’?”, se pregunta, en alusión a quienes insisten en calificar a las personas por su origen o su color de piel. “Cada persona vive la experiencia migratoria de una forma”, opina mientras muestra documentos antiguos y fotos sepia de sus antepasados.

La historia migratoria de Marynés continúa. Toma el testigo su hija Marian, de ocho años. La pequeña se siente muy venezolana, aunque haya pasado la mayor parte de su corta vida en España. “¿A dónde voy yo que no tengo pueblo?”, reclama Marian cuando llegan los días festivos y sus amigos de clase se van de Madrid.

Algún día, cuando la pandemia amaine, Marynés, su marido y Marian visitarán Frailes, el pueblo de Jaén, donde se pierden las raíces de sus abuelos. Marynés tiene el número de teléfono de algunos familiares que podrían seguir en el pueblo, pero todavía no se atreve a marcarlo. Seguro Marian también tendrá “su pueblo” algún día, tarde o temprano.

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