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Gerente de fronteras en Colombia: Nos mantendremos como un país de puertas abiertas

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El 9 de octubre, Lucas Gómez se juramentó en Colombia como Gerente para la frontera y la migración desde Venezuela, luego que Felipe Muñoz renunciara al cargo en julio para asumir como Jefe de la Unidad de Migración del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Antes de asumir el nuevo cargo, Gómez se desempeñaba como Director de Asuntos Económicos, Sociales y Ambientales en la Cancillería. El profesional en Geografía e Historia de la Universidad de La Rochelle, en Francia, tiene una maestría y un doctorado en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de París – Sciences Po Paris. Se ha desempeñado en varias posiciones como experto en análisis de políticas públicas y consultor para entidades gubernamentales internacionales y nacionales como la Organización de los Estados Americanos (OEA), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), el Ministerio del Interior y la Oficina del Contralor General de la República, entre otros. 

Durante sus primeras semanas en gestión, Gómez ha recorrido La Guajira y Norte de Santander para conocer in situ, según señala, el fenómeno migratorio que se da en Colombia, uno de los países receptores con mayor número de migrantes venezolanos. Dentro de sus primeras medidas resalta el refuerzo policial que se implementó en la frontera para evitar el paso irregular de migrantes.

En entrevista para Venezuela Migrante, el ex Director de Asuntos Económicos, Sociales y Ambientales en la Cancillería conversó no sólo del complejo reto que tiene de manejar el flujo de migrantes venezolanos sino también sobre las solicitudes de refugio en el país.

A su juicio, la aprobación, en segundo debate, del proyecto de ley de la nueva política migratoria, «es un paso en la consolidación de una visión incluyente y moderna de nuestra migración».

En su período que, en principio, culminará en 2022 cuando se abra un nuevo período presidencial que lo ratifique o no en el cargo, Gómez espera implementar una nueva política migratoria que logre “la regularización masiva” de venezolanos en el país.

Asumió el cargo el pasado 09 de octubre. Desde entonces ha estado usted en constantes recorridos. ¿Cuál es la situación actual en la frontera?

La instrucción del Presidente, al momento de nombrarme, es que él quería un gerente de fronteras en región. Ese ha sido el primer elemento: hemos estado encontrando realidades, descubriendo un poco también el fenómeno, viendo cómo en frontera comenzamos ya a percibir el flujo migratorio o lo que hemos denominado “reflujo”. Cada vez hay más caminantes que buscan entrar al interior del país y ya no es una migración pendular sino que buscan ingresar para quedarse.

Centro de atención sanitaria, en Tienditas.

¿A qué cree usted se deba este “reflujo”?

Yo creo que hay varios factores. El primero es que Colombia ya ha iniciado su reactivación después de la pandemia que fue algo que realmente cambió todos los planes, cambió un poco todas las percepciones que se tenían, todos los programas que iban andando se transformaron un poco. 

El segundo elemento es que yo creo que muchos de los venezolanos que retornaron durante la pandemia, porque aquí los comercios estaban cerrados, encontraron condiciones muy difíciles del otro lado de la frontera. Entonces, pues, decidieron volver porque aquí finalmente hay un poco más de oportunidades. Y en ese escenario el cálculo que hemos hecho junto a Migración Colombia es que están retornando en una lógica de 1+1 o  incluso 1+2, y yo creo que eso es muy significativo. Ese es más o menos el panorama que hemos visto.

¿Y a usted qué es lo que más le ha llamado la atención de la situación actual de los migrantes venezolanos?

Hay un par de elementos que me ha llamado mucho la atención. El primero es la gran vulnerabilidad con la que están regresando nuestros hermanos venezolanos. Son poblaciones que sentimos muy vulnerables, con unas condiciones incluso particulares. Estamos viendo más niños de los que se veían antes, que eso ha sido bien impactante porque implica un esfuerzo desde el punto de vista humanitario muy grande. 

Lo segundo es que yo sí creo que hay mucha esperanza de que aquí en Colombia hay más oportunidades o incluso en otros países. Un poco las discusiones que hemos tenido es que hay muchos que tienen vocación de quedarse. Están buscando posibilidades en Medellín, Cali, Barranquilla, Bucaramanga. Pero hay otros que hablan de ir hasta Ecuador, Perú, e incluso Chile.

¿Se debe hablar de migrantes o de refugiados?

Las diferencias son particulares. Porque el estatuto de refugiado también se otorga a quien lo solicita. Aquí estos migrantes no están solicitando ese estatuto de refugiado. En ese contexto, hablar de refugiados no es acertado porque, digamos, no hay una solicitud explícita. Nosotros lo tratamos como migrantes. Colombia ha mantenido esa política de puertas abiertas con nuestros hermanos venezolanos. Además es muy interesante porque en el pasado fuimos nosotros los que pasábamos la frontera. Éramos nosotros los que íbamos del otro lado.

Yo creo que dentro de esta lógica nosotros los vemos como migrantes. Las personas que han solicitado el concepto de refugiado son muy minoritarias. Tenemos la responsabilidad de integrarlos de la mejor manera. Esa es la gran apuesta que tenemos.

En ese sentido, Brasil es uno de los países receptores de población migrante venezolana con mayor aprobación de solicitudes de refugio, ¿maneja usted cifras de las solicitudes de refugio en Colombia? 

Yo no tengo exactamente las cifras. Pero sí realmente hay una diferencia entre el tema de Brasil, que ha adoptado una política migratoria enfocada en ese sentido. Y pues, obviamente, las características de la migración que tenemos, con incluso una migración pendular, quedaría muy difícil que nosotros adoptáramos las políticas de Brasil. Yo creo que las personas que están llegando acá, no digo que no hay ninguna que solicite el estatuto de refugiado pero realmente lo que sí vemos es más un migrante que viene con motivaciones económicas, de instalarse en el territorio, más que por motivaciones políticas y solicitando refugio.

Sin embargo, la declaración de Cartagena de 1984 define el concepto de refugio como aquellas personas que han huido de sus países porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por la violencia generalizada o los conflictos internos. ¿Cree usted que muchos de los migrantes venezolanos no solicitan refugio por desconocimiento?

La declaración de Cartagena es un referente que nosotros tenemos y que obviamente debemos tener en cuenta porque hablamos de desplazamiento forzado o del desplazamiento de todas aquellas personas que se ven obligadas a salir de un territorio en razón de un conflicto armado o incluso de otros contextos. Pero, digamos, para el estatuto de refugiado como tal sí entramos dentro de un contexto jurídico que para nosotros sí es muy importante desde Colombia hacer énfasis en que finalmente lo mantenemos como una figura jurídica que hay que solicitar. Porque nuestra política de puertas abiertas es para recibir a los migrantes dentro de las diferentes condiciones. 

No creo que sea un tema de desconocimiento porque estuve visitando incluso los espacios de apoyo de toda la cooperación internacional. Estuve visitando los albergues y los refugios en donde los caminantes pasan. Yo creo que si ellos tuviesen esa vocación lo harían porque hay una institucionalidad presta, incluso la ACNUR juega un papel fundamental en ese sentido para que aquellos que deciden hacer la solicitud. Hay un acompañamiento. No creo sea un tema de desconocimiento, sino que responde a las motivaciones con las que ellos llegan. Y esas motivaciones tienen que ver con una mejor calidad de vida y mejores oportunidades.

inauguración del espacio de apoyo en Puerto Santander, Norte de Santander.

En recientes declaraciones usted ha señalado que su política migratoria se basará en tres aspectos: la atención humanitaria, la inserción laboral y también en la dimensión internacional de la crisis. ¿Cómo cree usted logrará esto? De manera concreta, ¿qué proyectos tiene?

Yo creo que aquí tenemos una responsabilidad y es que la política migratoria que se estableció al momento de los primeros grandes flujos migratorios, y digamos casi que desde el año 2017 hacia acá, amerita una modernización de esa política. Y eso viene con una visión un poco más diferente sobre el esquema de regularización. Hoy en día las cifras hablan de más de 1.700.000 venezolanos. Pero eso va subiendo. Y con los cálculos que nosotros tenemos de ese refugio, podemos llegar incluso a dos millones de venezolanos en nuestro territorio, con vocación de permanencia. Yo creo que ahí es donde está el elemento clave. Porque, finalmente, si esta población no tuviese intención de permanencia nos pudiésemos dedicar estrictamente al tema humanitario, mientras se solucione el problema o inclusive haya un cambio político en Venezuela y los migrantes regresarían. Pero aquí el tema es que eso ya no está en la orden del día. Hoy tenemos una migración que tiene vocación a quedarse y que ahí nosotros tenemos la obligación de trabajar en su inserción laboral, su inserción social, para evitar esquemas o escenarios en donde tengamos pronunciamientos xenofóbicos, donde tengamos discriminación al migrante. 

Ahí tenemos que trabajar en cuál es el instrumento que permita esa regularización lo que haría que el migrante ya no estuviese en situación irregular y permitiría también que lo protegiéramos de los abusos, de la trata de personas, de las manipulaciones que se dan por esa misma condición de irregularidad.

Y adicionalmente yo creo que eso permitiría su inserción, su productividad y que nosotros empezáramos a ver aún más al migrante como un factor productivo sobre todo en estos momentos de reactivación económica.

En ese sentido, a su juicio, ¿cuál ha sido el impacto de la migración venezolana en Colombia? ¿Qué aportes cree usted le pueden brindar los venezolanos a este país?

Yo creo que aquí podemos señalar distintas olas. La primera donde grandes capitales venezolanos ingresaron al país, como en los primeros escenarios de una posible crisis. A partir de esta última década ingresaron unos capitales que insertaron recursos en la economía colombiana y la economía colombiana se vio favorecida.

 Luego tuvimos una mano de obra calificada que emigró y está presente. Quedaron en Colombia algunos y otros se fueron a Argentina, Chile, Perú e incluso Uruguay. Pero esa misma mano de obra calificada llegó al país pasando incluso por muchos trabajos temporales como meseros, peluqueros…Poco a poco se fueron ubicando en la empresa y posicionándose como una fuerza productiva.

Y finalmente, ahorita tenemos una mano de obra que podría no ser tan calificada como la ola anterior pero que permite, digamos, por ejemplo, en el tema de agricultura, ofrecer una alterativa para muchos de los agroindustriales que hoy en día se ven faltos de manos de obra. En el sector textil hay grandes demandas que no están siendo ocupadas por los mismos colombianos y que los venezolanos pueden ocupar esos espacios desde el punto de vista de inserción laboral.

Tenemos un escenario y tenemos que ser muy precavidos porque realmente hay un escenario de recesión a nivel mundial en donde pues obviamente hay una contracción de la economía y eso pues obviamente va a afectar a los colombianos y a los venezolanos que están trabajando. En ese sentido debemos ser muy estratégicos para trabajar en políticas de inserción. Pero creo que ha sido un efecto muy provechoso y tenemos que sacarle el jugo a la migración.

Visita a Maicao, La Guajira

Sin embargo, los médicos venezolanos en Colombia, por ejemplo, señalan las dificultades que han tenido para convalidar sus títulos y poder ejercer en el país.

Esa es una realidad con la cual nosotros estamos intentando resolver. Hay que entender que Colombia era un país que no pensaba en la migración, desde esa perspectiva. Siempre hemos sido un país más de emigración que de inmigración. Entonces muchos de nuestros procedimientos o cultura administrativa no estaban listos tampoco para atender y para adaptarse a esa nueva configuración. 

A propósito de esa “nueva configuración”. Dentro de sus primeras medidas destaca el refuerzo de controles en la frontera para evitar el paso irregular de migrantes. Entendiendo que el fenómeno migratorio no se detiene y que, según han advertido los expertos, seguirá motivado por distintas causas, ¿no cree usted que estas medidas invitan a que las rutas migratorias sean más peligrosas y que el negocio de transportar personas ilegalmente sean cada vez más lucrativas?

Yo creo que estamos en una coyuntura muy particular: estamos frente a una pandemia. Aquí lo ideal sería es enviar un mensaje a nuestras venezolanas y venezolanos que están del otro lado de la frontera para que no se arriesguen en este momento. Estamos viviendo una pandemia muy compleja. La frontera está cerrada. Para un país como Colombia, ejercer su soberanía en ese territorio donde hay estructuras criminales que quieren apropiarse y abusar del migrante, pues es una obligación constitucional para nosotros ejercer el control. Hemos enviado un mensaje; un mensaje que realmente no es para el migrante: no es el momento de iniciar el viaje.

En sus primeras semanas de gestión recorrió algunos pasos fronterizos.

Le reitero, ¿no cree usted que reforzar los controles policiales, aún cuando la frontera permanece cerrada,  incita a que sean más frecuentas las violaciones de los derechos humanos de los migrantes y que el paso por las vías no autorizadas, o popularmente denominadas “trochas”, sea más lucrativo?

Obviamente el hecho de no tener pasos oficiales hace que las  estructuras criminales quieran aprovecharse de la frontera y se estén aprovechando los migrantes. Pero el hecho de ejercer control también brinda una permanencia y un mensaje de autoridad en donde el mismo migrante que pueda ser abusado puede acudir a una autoridad. Sabemos que en este escenario es importante para Colombia mantener la soberanía, y esa soberanía también implica que si hay un migrante que está siendo abusado pueda acercarse a la autoridad colombiana para buscar asistencia y protección.

La frontera con Venezuela y otros países permanece cerrada desde mediados de Marzo por la pandemia de la Covid19.

¿Qué estrategia tienen para reabrir fronteras?

Este es un problema muy complejo. Tenemos un decreto que mantiene las fronteras cerradas de todo el país, no solamente con Venezuela, hasta el 31 de octubre. Eso no quiere decir que el primero de noviembre se dé una reapertura. Por el contrario, estamos cerrando un ciclo que nos va a llevar a un nuevo clico de cierre en donde trabajaremos en la definición de protocolos de bioseguridad, en la definición de mecanismos de reapertura, de reactivación económica en la frontera. Es decir, que estamos en un período de alistamiento que no tiene fecha.

¿La proyección del flujo migratorio para diciembre?

Históricamente siempre ha habido un flujo de venezolanos que deciden irse a Venezuela para las fiestas decembrinas. La incertidumbre y el tener las fronteras cerradas hacen que, los cálculos que nosotros hacemos, muchos de aquellos  que buscaban ir a pasar el período de fiesta en Venezuela, pues no lo van a hacer este año. Ha sido un año muy duro, económicamente, para el migrante en condición regular o irregular, y también para el colombiano. 

¿Qué mensaje comparte hoy día con los venezolanos?

Yo quiero enviarles un mensaje de esperanza. No están solos. Hemos entendido la magnitud de la crisis y hemos buscado ofrecer las garantías. Hemos sido un país de puertas abiertas y nos mantendremos como un país de puertas abiertas. 

Quiero decirles también que cuentan con un gerente de frontera que se va a poner una camiseta por la integración, que yo me la voy a jugar. No solamente porque sea sensible al tema sino porque es un tema de humanidad. Que los colombianos xenófobos son muchos menos que los colombianos buenos que queremos a los venezolanos. Que así como nos recibieron hace unos años en Venezuela, aquí hay muchos colombianos que les están tendiendo la mano a los venezolanos. No caigamos en una lógica de sentirse discriminados porque aquí vamos a trabajar, sin parar, en políticas contra la discriminación de venezolanos.

Gómez apuesta por una política migratoria enfocada a la regularización masiva.

Los caminantes venezolanos vuelven a recorrer las carreteras colombianas

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A pesar de la pandemia, decenas de venezolanos han decidido volver a caminar hacia Colombia. La agencia Associated Press (AP) y el diario El Universo reportaron a venezolanos caminando por las carreteras colombianas en busca de llegar a ciudades del país, pero también con objetivos un poco más al sur.

Durante la pandemia por la COVID-19, al menos 100.000 venezolanos han retornado a su país y la salida de criollos del territorio había disminuido, sin embargo, en los meses de septiembre y octubre se han visto nuevos movimientos desde la frontera venezolana hacia Colombia.

Venezolanos que buscan mayor calidad de vida

La agencia AP cuenta la historia de Eleazar Herrera, de 23 años de edad. El venezolano busca llegar a la ciudad de Medellín y viaja por la carretera junto a su esposa que tiene siete meses de embarazo. Aunque la pareja no comenzó la ruta a pie, se quedó sin dinero para el transporte una vez llegaron a Pamplona, a varios kilómetros de la frontera colombo venezolana. Eleazar puede caminar, pero su esposa prácticamente no puede hacerlo, entonces la pareja decidió permanecer en Pamplona con la esperanza de conseguir un aventón.

La AP cita que “las autoridades colombianas esperan que 200.000 venezolanos entren en Colombia en los meses siguientes”, especialmente debido a la búsqueda de dinero y así poder ayudar a las personas que quedan en Venezuela. Sin embargo, este nuevo auge de caminantes puede ser más adverso que los anteriores. Muchos refugios cerrados debido a la pandemia y menos personas en las vías dispuestas a ayudar.

“El retorno de los migrantes venezolanos ya está pasando incluso con la frontera cerrada”, dijo a AP Ana Milena Guerrero, oficial del Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés).

Mientras tanto, El Universo de Ecuador cuenta la historia de varios caminantes venezolanos que buscan huir del hambre y de los malos momentos que atravesaron en Venezuela. Uno de los entrevistados es Ronald Vásquez, de 26 años de edad. Estudiante de último año de derecho, Vásquez dejó su empleo y a sus dos hijos en Venezuela “por la cuestión económica” y porque su salario ya no llegaba ni a un dólar.

También se cuenta la historia de Carlos Herrera, policía que tiene ocho días caminando. Salió del estado Yaracuy con el objetivo de llegar a Bogotá. En Venezuela, Carlos era funcionario de la Policía Nacional Bolivariana, pero decidió dejar su trabajo y su país para buscar mejor vida en otras tierras.

“El Gobierno es lo menos que nos apoya (…) yo soy policía nacional, siete años de servicio, y mire cómo ando”, comentó Carlos al diario ecuatoriano.

Puede leer el trabajo de la agencia AP haciendo click en aquí

Pulse aquí para leer la publicación del diario El Universo

Los Gómez Cunes sortean la brecha tecnológica y las dificultades del Internet en Venezuela

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Al menos una vez al día, La Pastora y Buenos Aires tienen una conexión directa. Julio Nicolás está en Argentina, sus padres en Venezuela. Magalis, la madre de Julio, todavía llora cuando le preguntan por su hijo. Luego se recompone y dice: “No tengo que estar triste. Él está bien, él es feliz. Lo que pasa es que lo extraño mucho. Yo lo quiero tocar. Yo me lo quiero comer a besos”.

Magalis habla de Julio y espera el momento para poder conversar con él.

Julio Nicolás Gómez Cunes es uno de los más de cinco millones de venezolanos que decidió dejar el país para buscar mejor vida en otras tierras. El viaje inició en La Pastora, Caracas, el 13 de junio de 2018 pasó por Puerto Ordaz, y cruzó por tierra a Brasil; allí tomó un vuelo a Sao Paulo y luego otro a Buenos Aires. Magali lo acompañó hasta el estado Bolívar y recuerda a la perfección esa despedida.

“Yo le dije que me llevara con él. Yo ya tenía pasaporte y le dije que me quería ir con él”, recuerda Magalis sentada en un sillón en la sala de su casa ubicada en la avenida Norte 12 de La Pastora. “Él me dijo que cuando uno se va del país así, se tiene que ir solo. Y tiene razón”.

Su padre permanece en silencio, parece recordar los momentos con él. Julio Nicolás es el menor de los tres hijos de la pareja, y es el que lleva el nombre de su padre. Julio Gómez y Magalis Cunes se reúnen a diario en la sala de su casa y esperan un mensaje de Julio. “Mamá, la voy a llamar”. Julio envía siempre un mensaje antes de iniciar la llamada para que Magalis esté pendiente. Cuando Julio ve el doble check azul de Whastapp, sabe que ya puede marcar. 

Magalis siempre está atenta, siempre quiere hablar con su hijo.

Magalis ha tenido que aprender a manejar equipos de tecnología para poder comunicarse con su hijo

La decisión que llegó en Navidad

Julio Nicolás estudió comunicación social en la Universidad Central de Venezuela. Sus compañeros lo recuerdan, especialmente, por ser sumamente aplicado en clases y por su vocación con la política universitaria. Se postuló y ganó uno de los puestos del Consejo de Facultad, así que los profesores de la Escuela de Comunicación Social, así como de otras carreras, conocían al Julio estudiante y al Julio que gustaba de la política.

Sin embargo, en diciembre de 2017, Julio Nicolás tomó la decisión de irse de Venezuela. “Quizás ese fue el diciembre más negro que hemos tenido los venezolanos”, recuerda. Después de los meses de protestas antigubernamentales en Venezuela que dejaron, al menos 127 muertos, miles de heridos y miles de familias con huellas imborrables.

Julio Nicolás participó en la mayoría de esas protestas. Julio tuvo la esperanza de un cambio político. Corrió, se escondió, respiró gas lacrimógeno hasta casi asfixiarse, pero se levantó y siguió. 

Las protestas de ese año no trajeron el cambio esperado. Nicolás Maduro vio afianzado su poder tras una polémica convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente.

Diciembre 2017. En la casa de los Gómez Cunes no faltaba nada en la mesa. Pero afuera, las calles estaban prácticamente muertas. Esa tristeza que percibía y saber que ese diciembre habría tantas familias que no tendrían unas Navidades plenas, contribuyeron a la decisión de Julio. Se prometió que jamás volvería a vivir un diciembre así. A los 26 años de edad, Julio comenzó a planificar su salida del país. Recuerda que pensó con tiempo su viaje, porque como lo describen sus compañeros de la UCV, «si algo tiene él es que es aplicado y metódico para varias cosas». Escogió una compañía que hacía turismo, pero que debido a la masiva migración de venezolanos, la empresa decidió utilizar sus paquetes de viaje para ofrecer salidas más económicas a los venezolanos que no podían pagarse un pasaje de avión desde Maiquetía.

Los padres que esperan en la distancia

Julio Gómez y Magalis Cunes entendieron la decisión de su hijo menor. La madre no estaba de acuerdo, pero tras varias conversaciones, comprendió que su hijo había decidido marcharse y que lo hacía con la esperanza de conseguir una mejor vida. 

Magalis, de 66 años de edad y su esposo, de 73, pasan sus días juntos en la casa de La Pastora, como relatan, siempre hay algo en la casa que los hace hablar o recordar a Julio.

De sus recuerdos con Julio en la mesa, Magalis y Julio Gómez cuentan el pollo con papas entre los platos preferidos.
Las fotos la Primera Comunión y diplomas de colegios de Julio Nicolás están en las paredes de su casa en La Pastora.

“¡Yo no parí burro!”, suelta Magalis cuando recuerda que Julio Nicolás trabaja más de doce horas al día.

Cada vez que Magalis piensa en lo mucho que trabaja Julio Nicolás, dice que quisiera estar ahí en Buenos Aires para ayudar a su hijo. Aunque reconoce que el joven aprendió desde pequeño a planchar, lavar y cocinar. Magalis se llena los ojos cuando dice que Julio es un joven preparado, pero se ríe cuando recuerda que una vez la llamó para preguntarle cómo se hacía un pollo con papas.

Magalis y Julio Gómez aprendieron a usar la tecnología sobre la marcha y con la ayuda que, de manera remota, les da su hijo.

La conversación entre Julio y sus padres se hace posible, aunque es accidentada. El Internet en Caracas es inestable y, a veces, la imagen queda congelada. O el sonido llega desfasado y la imagen se pixela.

—Bendición, mamá, ¿cómo está?

—Yo bien, hijo. Gracias a dios. Fabulosa. Y ahora que te estoy viendo, mucho mejor

—Mamá, tenía quince minutos llamando

—No caen las llamadas. Aquí estábamos pendientes del teléfono y nada

La voz de Julio Nicolás es suficiente para alegrar a Magalis.

Magalis tiene la esperanza de que, pasada la pandemia por COVID-19, pueda visitar a su hijo en Buenos Aires o que este pueda volver a pasar unos días en Caracas. Julio padre sí pudo visitarlo en Argentina en 2019. “Pasamos juntos 20 días. Anduvimos por la ciudad y nos tomamos varias fotos. Y, por supuesto, la foto con Mafalda”, dice Julio entre risas.

Los recuerdos de Julio padre

Tras más de un año sin verse, los dos Julio pasaron juntos poco más de dos semanas recorriendo Buenos Aires durante 2019.

“Nosotros nos íbamos a caminar a veces, y cuando él estaba más pequeño salíamos a pasear y montábamos bicicleta”, recuerda el padre de Julio Nicolás. 

Julio Gómez trabajó como conductor en la Embajada de Alemania en Caracas, con orgullo dice que fue chofer de ocho embajadores y que, incluso, viajó una vez al país europeo gracias a su destacado trabajo en la embajada.

Luego de retirarse, acompañó a su hijo a varias manifestaciones e incluso lo llevaba a algunos lugares o lo buscaba. Ya tenía más tiempo libre, pero tenía tantos años de costumbre trabajando en la calle, que incluso ahora le cuesta quedarse en casa.

Julio Gómez, ahora retirado, pasa tiempo en su casa y recuerda sus años de trabajo.

Un viaje de despedida entre madre e hijo

Julio Nicolás y su madre llegaron al estado Bolívar con el propósito de despedirse. Magalis y su hijo pasaron dos días en Puerto Ordaz. Pero el viernes 15 de junio, dos días después de haber salido juntos de Caracas, Julio y Magalis se separaron. A Julio Nicolás le tocó pasar por La Gran Sabana, pero no como turista, sino como migrante. El joven que había cumplido 27 años de edad en mayo, se reunió con otros muchachos que también harían la travesía y cruzaron por tierra la frontera entre Venezuela y Brasil. Julio vio los imponentes tepuyes romper con la densa neblina de la sabana para instalarse en sus pupilas. Estuvo en el Macizo Guayanés; respiró ese aire limpio. “Cuando vi el cielo de Buenos Aires fue que caí en cuenta: de verdad me fui”, rememora Julio.

Julio viajó con cuatro personas desconocidas. Entre ellas dos militares que desertaron. Llegaron a Manaos y, desde ahí, volaron a Sao Paulo. Luego, un vuelo a Buenos Aires. Seis días después, Julio ya estaba en el sur del continente. “Esos días no se olvidan. Se quedan en tu mente como el cumpleaños”, recuerda Julio.

La vida de Julio en Buenos Aires

Lo único que Julio tiene fresco en su cabeza de su llegada a Buenos Aires es lo que hizo el primer día. Él y sus amigos que vivían allá, salieron a pasear por el barrio de Palermo. Tomaron cervezas y disfrutaron de la noche. El primer choque de Julio llegó cuando, a las 2:00 de la mañana del 20 de junio de 2018 pudo llegar a su casa caminando. “Caminando sin que nadie te quisiera robar”, resalta. Esta, sin duda, era una nueva sensación para Julio Nicolás, que todavía tenía el miedo en el cuerpo y apuraba el paso cuando caminaba de noche en la capital argentina.

Ahora, dos años y cuatro meses después de su migración, Julio es encargado en un restaurante. El trabajo de Julio le permite ser independiente; paga su alquiler, tiene un espacio para él solo y pudo renovar 70% de su armario. “Acá cobro un sueldo y puedo hacer un mercado decente. Todavía puedo ahorrar para mi y para mandar a mi familia. Mi último salario en Venezuela solo me daba para comprar un cartón de huevos y un kilo de queso”, recuerda Julio.

“Uno extraña a los amigos, a la familia, claro está. Y es porque se extrañan los momentos compartidos. Y claro extrañas una playa caribeña (las de argentina son muy frías, incluso en verano hay que correr con suerte que no haya viento y que no haya frío). Pero… el mal vivir que tenías, eso no lo extrañas. ¿No sé si me sigues? Nuestra juventud fue muy limitada… con muchas restricciones”, comenta Julio Nicolás desde Argentina.

Princesa y una habitación que lo espera

La habitación de Julio permanece intacta: su ropa está doblada en las gavetas; en una de las paredes hay medallas y un par de gorras que solía utilizar cuando salía a la calle. También está su cama, el aire acondicionado, el televisor y el escritorio donde se sentaba a estudiar.

Las pertenencias de Julio Nicolás hacen pensar que él todavía está en su habitación.
Magalis se ha encargado de mantener impecable la habitación de Julio Nicolás.
Julio dejó gran parte de su ropa en Caracas.

Afuera del cuarto está Princesa. Tiene ya 13 años y Julio Nicolás confiesa que la extraña a diario. A ella y a Nube, la otra perra que tiene la familia.

La casa de Princesa está justo afuera de la habitación de Julio Nicolás
Julio Nicolás quisiera llevarse a las perras a Buenos Aires, pero sabe que es algo prácticamente imposible.

“¿Sabes qué quisiera yo? Hacer magia, aparecerle a Julio por allá de sorpresa”. Entre risas, Magalis describe su deseo y espera cumplirlo. Mientras tanto, apela a la tecnología, esa que cada vez más domina; a las historias que vivieron en la casa y a las fotos que narran la vida que Julio fue armando junto a sus padres en La Pastora. 

Para la familia Gómez Cunes mañana será otro día de videollamada, si el Internet lo permite, para conectar a Caracas con Buenos Aires.

Magalis conserva y atesora las fotos de infancia de su hijo Julio Nicolás.

Sabores del éxodo: los tequeños conquistan suelo austral

El tequeño también migró. 

Se puede afirmar que el tequeño viajó con cada uno de los 5 millones de migrantes venezolanos que están repartidos por el mundo. Basta con revisar las propuestas gastronómicas en otros países para encontrar que en el lugar menos esperado los ofrecen.

El tequeño para los migrantes no es un simple pasapalo: es un vuelo directo, y sin escala, hacia Venezuela

Se trata de una suave masa que, además de envolver un trozo de queso blando, protege en nuestra memoria gustativa las experiencias positivas que vivimos en Venezuela.

Para los migrantes degustar un tequeño es revivir un pedazo de la vida que abandonaron. Comerlos significa sentirse en su hogar, aunque estén a cientos de kilómetros de distancia.

El tequeño también ha fungido como salvavidas económico para quienes no han podido conseguir un trabajo estable en las ciudades que los reciben. La fácil producción de la masa y el uso de algún queso, que se acerque al sabor del llanero, es una opción rápida para los que necesitan tener ingresos en el corto plazo mientras consiguen un empleo formal.

Así, la producción de tequeños también se ha convertido en el modelo de negocio con el que viven algunos venezolanos, gracias a que su sabor cautiva cualquier paladar. 

Desde 2016, cuando la salida de venezolanos comenzó a ser más evidente, este entremés caló paulatinamente en la cultura de muchos de los países receptores. 

En Argentina y Uruguay los tequeños ya conquistaron el mercado gastronómico. A pesar de la pandemia del coronavirus, en 2020 se consolidaron en suelo austral los dos primeros centros de producción masiva de tequeños: Tequepops y Tequeños La Rambla.

Tequepops, sabor maracucho

Néstor Briceño es un ingeniero industrial maracucho que llegó a Argentina el 5 de febrero de 2016. Se mudó para buscar mejores condiciones de vida, pese a que trabajaba en la Faja del Orinoco en uno de los proyectos de la empresa más importante de su país: Petróleos de Venezuela (Pdvsa).

Su experiencia profesional siempre estuvo orientada al área de la ingeniería. Eso le valió conseguir trabajo rápidamente en una empresa industrial en Argentina, al poco tiempo de haber migrado. 

Un año después, en 2017, su estabilidad laboral se resquebrajó. La empresa en la que estaba trabajando empezó a tener problemas financieros, por lo que tuvo dificultades para cobrar su salario.

“Cuando vi que solo me estaban pagando por semana, le dije a mi esposa: tengo que buscar otra forma de hacer dinero. En mi casa en Zulia, mi mamá tenía un negocio de comida, eso era de ella. Nunca cociné, solo ayudé ocasionalmente. Así que se me ocurrió que podía salir a vender algo de comida de fácil preparación como los tequeños. Nunca los había hecho y busqué recetas por Internet.”, comenta.

Los primeros clientes de Néstor los consiguió en su trabajo y haciendo publicaciones en los grupos de venezolanos en Facebook. Inicialmente su idea era hacer tequeños hasta que se solucionara la situación de la empresa donde trabajaba o consiguiera otro empleo, pero ese escenario no ocurrió.

“Un punto de inflexión fue cuando tuve que decidir si invertía los mil pesos que me estaban pagando semanalmente en comprar la materia prima para hacer tequeños o usar ese dinero para comprar la comida de la casa. Me arriesgué. Para 2017 esos mil pesos eran aproximadamente 60 dólares. Comencé con 60 dólares”, confiesa.

Con ese primer riesgo de Néstor vino un descubrimiento. Al revisar sus ventas se dio cuenta de que sus tequeños eran rentables. Tenía nuevos clientes constantemente y necesitaba invertir más tiempo en la producción de sus productos. 

Producción de tequeños de Tequepops.

Él confió en su experiencia numérica. Las proyecciones que hizo avalaron su decisión. Desistió trabajar como ingeniero y se planteó que la producción de tequeños sería su nueva fuente de ingresos. 

“La primera vez que me lancé a vender tequeños en la calle no fue una buena experiencia. Tienes que lidiar con que la gente te vea feo, te saquen o te digan que esa no es tu zona, porque los vendedores ambulantes tienen sus zonas. Ahí me dije que esa no era la forma. Seguí mi instinto y continué vendiendo tequeños por las redes sociales. El boca a boca me ayudó mucho.” 

Atender la demanda a través de los grupos de Facebook le valió una invitación a una feria de gastronomía venezolana. Esa sería la llave para terminar de consolidar su emprendimiento

El maracucho explica que su marca de tequeños se creó formalmente en octubre de 2017 porque en la feria gastronómica le pidieron un nombre.

Tequepops nace porque mis amigos me dicen Popu por El Popular. Quería jugar con la palabra tequeños y algo de mi nombre y quedó Tequepops, que al decirlo es hasta pegajoso”, menciona entre risas.

Néstor Briceño, fundador de Tequepops.

Tres años han pasado desde que Néstor participó con Tequepops en su primera feria gastronómica y ahora es el máximo referente de tequeños en Buenos Aires y algunas provincias en Argentina. Es el primer fabricante de tequeños de forma masiva en Argentina.

Actualmente su emprendimiento tiene dos líneas de negocios: la producción de tequeños snacks congelados al mayor y la venta de tequeños a domicilio a través de las principales aplicaciones de delivery

Su negocio ha evolucionado en los últimos tres años. 

Pasó de ser un productor de tequeños casero a tener un centro de producción masivo donde trabajan alrededor de 30 personas para atender la demanda.

Parte del equipo de trabajo de Tequepops.

“En nuestra línea de tequeños snack, que son los que vendemos al mayor y están congelados, estamos produciendo entre 250 y 300 cajas, que serían unos 65 mil tequeños al mes. Tenemos 250 puntos de venta exclusivos en Argentina de tequeños snacks. Estamos en las provincias de Neuquén, Chubut, Mendoza, Tucumán Jujuy y Buenos Aires”.

La próxima meta de Néstor es inaugurar su nuevo centro de producción y distribución masivo. Se trata de una fábrica que contará con una cámara de refrigerado, una sala de fraccionamiento de queso y un área con freidoras industriales para aumentar el tiempo y las cantidades en la producción de tequeños.

“Empecé con 60 dólares y ahora, tres años después, estoy construyendo mi fábrica de tequeños. Lo que hice fue usar mis conocimientos de ingeniero industrial y organizar los procesos. Cuando migré, lo que menos imaginé fue que terminaría trabajando haciendo tequeños”, reflexiona.

Tequeños La Rambla, degustando recuerdos

Tequeños La Rambla nació de una estafa, es lo primero que dicen Oroyelix Lozada y Juliedy Guillen cuando hablan de su emprendimiento en Uruguay. 

Ellas residen en Montevideo. Son comunicadoras sociales, especializadas en marketing y periodismo. Migraron porque en Venezuela no podían cumplir con sus metas personales y profesionales. Cuando llegaron en 2016 estaban preparadas para construir su nueva vida, con los altibajos que eso incluía. 

Oroyelix Lozada y Juliedy Guillén frente al primer sitio de producción masiva de tequeños en Uruguay, su emprendimiento.

Buscar trabajo fue el primer obstáculo que debieron sortear. Oroyelix no pudo conseguir, mientras que su esposa sí. 

“Si bien iba a N cantidad de entrevistas no se concretaba nada, además la selección aquí es súper lenta. Mi primer empleo no tenía que ver con mi carrera, me dedicaba a cuidar una niña con necesidades especiales”, comenta.

Antes de cumplir el año en Montevideo, una conocida de Juliedy le preguntó si conocía a alguien que hiciera tequeños. La idea era conseguir un proveedor para venderlos en el hotel donde trabajaba.

Parte de los difernetes sabores que ofrece la carta de Tequeños La Rambla.

“Yo misma soy”, esa fue la respuesta de Juliedy. Aunque Oroyelix no tenía experiencia haciendo tequeños, ella sí. Su tío es conocido como “El Artesano del Pan” en Venezuela, por lo que recurrió a él para que le compartiera la receta.

“Nos encargó 200 tequeños. Se hicieron. Se le enviaron por encomienda hasta Colonia, pero nunca nos pagó. Esa persona desapareció, así como el dinero que se invirtió. A partir de ahí ¿qué pasa? Ya había hecho un trabajo de marketing; había hecho un logo; había construido lo que era la marca. Juli ya tenía trabajo y digamos que los tequeños quedaron en mis manos porque yo no tenía trabajo. De a poquito se fue haciendo todo”, relata Oroyelix.  

El nombre de Tequeños La Rambla surge de la necesidad de combinar la cultura uruguaya con la venezolana. Las caraqueñas sabían que para la mayoría de las personas en Montevideo no sería fácil recordar la palabra “tequeño” por lo que buscaron algo para posicionar en las mentes de sus potenciales clientes el nombre de su marca. 

Tequeños La Rambla en Montevideo.

Con tan solo tres meses en un nuevo país se aventuraron a participar en La Feria de las Migraciones con la marca que habían creado. Hicieron una pequeña inversión, compraron una freidora para vender tequeños recién hechos.

Los resultados del primer día las dejaron anonadadas. 

En un día vendieron las 200 unidades que llevaron. A última hora prepararon más tequeños para satisfacer la demanda que sabían que tendrían al día siguiente. 

Esa experiencia les hizo entender que tenían un excelente producto y una oportunidad de negocio rentable.

“Ese año, en 2016, nos dedicamos a explicarle al uruguayo qué es un tequeño. Después de la participación de la feria, que te expones, nos dimos cuenta de que había potencial en el emprendimiento, empezamos a creérnoslo más, o al menos yo que no tenía trabajo. Seguí haciendo el manejo en redes sociales, seguí haciendo tequeños en casa. Me compré un freezer pequeño con ayuda de mi papá, porque la ventaja es que es un producto congelado y así me dedicaba a hacerle promoción al producto y eso fue lo que seguimos haciendo”, asevera.

El tiempo les demostró a las caraqueñas que sus tequeños habían calado en el mercado gastronómico uruguayo. Los restaurantes y otro tipo de locales empezaron a hacerles pedidos. Sus clientes ya no eran solamente los comensales tradicionales.

La demanda de tequeños aumentó de a poco y Oroyelix fue quien tomó la batuta. Luego, las solicitudes aumentaron exponencialmente. 

Juliedy decidió abandonar su trabajo en marketing digital para acompañar a su esposa en el emprendimiento de su hogar. Las dos se abocaron a producir tequeños en su casa.

Este año cambió la dinámica de ambas. En septiembre de 2020 inauguraron su fábrica, convirtiéndose en las primeras productoras masivas de tequeños en Uruguay. 

Ellas empezaron haciendo 200 tequeños a una persona que las estafó y, ahora, con su centro de producción hacen 17 mil tequeños por mes.

“Formalmente somos Juli y yo trabajando. Pero tenemos a otras 4 personas, todas mujeres, que nos ayudan en la preparación de los tequeños. Estamos estas semanas asesorándonos con un contador uruguayo para formalizarlas porque ahora tenemos más exposición porque tenemos un local que atiende público”, comparte Oroyelix. 

Presentación de un tequeño

—¿Y esos son como dedos de mozzarella?

—No, son diferentes.

—¿Bastones de queso empanados?

—Tampoco, el queso está envuelto en masa y no están empanados.

—Ahhmmm entonces, ¿son como la masa de empanadas, rellenos?

—Menos… simplemente son tequeños.

«¿Qué es un tequeño?». Esa es la típica pregunta que se hacen los argentinos y los uruguayos cuando un venezolano les habla de ellos. Desde que comenzó lo que se ha conocido como la diáspora venezolana es inevitable que el acervo gastronómico se vaya conociendo de a poco. 

La arepa ya no es la única referente de la comida venezolana.

El maracucho Néstor Briceño siente como “una patada en el hígado” cuando le dicen que los tequeños son como los dedos de mozzarella, por lo que se da a la tarea de explica qué son para invitarlos a comer:

—Relativamente son dedos de mozzarella. Se trata de un queso venezolanos que no tiene la contextura de un queso mozzarella y que es un dedito envuelto en masa.

Mientras que para Juliedy y Oroyelix su respuesta se basa en comparar platos que ya conocen los uruguayos para hacerles entender qué es un tequeño:

—Es un palito de queso envuelto en una masa de harina de trigo que se come frito o al horno. La masa es parecida a la de la torta frita.

Uno de los retos a los que se enfrentaron los dos emprendimientos en cada uno de sus países fue el de un producto esencial: el queso. El tequeño se caracteriza por estar relleno de un queso blanco, típico de la región llanera de Venezuela. Por fortuna, para ambos, han conseguido productores de queso semiduro en Argentina y en Uruguay que emula el sabor del queso llanero tradicional.

Los fundadores de ambas marcas coinciden en que más allá del sabor tradicional, los tequeños son recuerdos de la Venezuela que abandonaron. Para los tres, comer tequeños es evocar constantemente las memorias y los momentos felices que vivieron con sus familias y amigos.

Tequepops y Tequeños La Rambla son dos emprendimientos que nacieron de una necesidad temporal. Las caraqueñas y el maracucho no habían previsto, en sus planes migratorios, transformar sus vidas para convertirse en emprendedores gastronómicos, pero las circunstancias los empujó a transitar por ese camino para adaptarse.

Allí es donde está el mensaje en el que coinciden los tres: por mucho que las personas se preparen para migrar, es crucial tener la disposición para adaptarse.

“Al migrar hay que tener paciencia, a veces los planes y las expectativas que tienes no se parecen en nada a lo que pensaste que iba a suceder. Adaptarse es una decisión y avanzar y querer progresar es una decisión. Hay sacrificios de por medio, hay que tener demasiada paciencia y ser demasiado persistente”, reflexiona Oroyelix Lozada.

Tchau, Brasil
La odisea de retornar por el sur durante la pandemia

He aquí un relato construido a partir del testimonio de venezolanos que debieron regresar al país por la frontera venezolana con Brasil, durante la pandemia. El primero de ellos recuerda con precisión la expresión con la cual fue recibido al pisar el suelo patrio. En la segunda quedó grabada la bienvenida que le dieron en un hotel que fue bonito, amable y que ahora se encuentra en el abandono.

Santa Elena de Uairén. – Hay una expresión que marcó aquellos primeros minutos de Richard en el espacio dispuesto en la Aduana Ecológica de Santa Elena de Uairén para recibir a los retornados y en general a aquellos venezolanos que, por algún motivo, debieron regresar al país a pesar de las restricciones asociadas a la contingencia provocada por el COVID-19 (CV-19): “Qué bueno que les bajaron la condena. Ahora son solo ocho días”.

Santa Elena de Uairén es la ciudad venezolana en la frontera con Brasil. Se encuentra apenas a 15 kilómetros de distancia de la línea limítrofe y a 1.264 kilómetros de Caracas. De acuerdo con el informe Situación de los venezolanos que han retornado y buscan regresar a su país en el contexto del COVID-19, publicado por la Organización de Estados Americanos (OEA), en septiembre pasado, 6.000 personas de nacionalidad venezolana regresaron a su país a partir de la declaración de la pandemia utilizando esa vía.

Los retornados, en términos migratorios, son aquellos que regresan a su país de origen después de haber pasado un tiempo fuera, con voluntad de permanecer en ese otro país, habiendo cambiado su sitio de residencia. A ellos se suman (en esta odisea) aquellos que, a pesar de la pandemia y sus restricciones, se han visto obligados a volver tomando rutas no convencionales, como esta de la frontera hacia Brasil en el sureste extremo de Venezuela.

Richard pasó casi un año y medio en Brasil, en Foz de Iguazú, trabajando; pero, cuando se declaró la pandemia (marzo, 2020) y quedó desempleado, decidió volver.

En Brasil, el salario mínimo es de 1.045 reales, el equivalente a 254,9 dólares, de acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IGBE). Aun si Richard recibiera el auxilio de emergencia, un pago mensual de Rs. 600 (146$), realizado por el Gobierno Federal para aquellos trabajadores informales, microempresarios o desempleados, incluyendo a los venezolanos con residencia legal en ese país, debido a la pandemia, le hubiera resultado muy difícil tan sólo comer, pagar alquiler y servicios (agua, electricidad, aseo urbano).

Migrante, desempleado y en pandemia, Richard se mudó de Foz, en la frontera brasileña con Argentina y Paraguay, a Boa Vista, la capital del estado de Roraima, en la frontera con Venezuela. Pensó que le sería más fácil pasar este tiempo en una ciudad pequeña —284.313 habitantes (IGBE)— en donde ya residen 83 mil venezolanos, según los datos divulgados a propósito de la inauguración del Centro de Atención al Venezolano, a comienzos de octubre y, además, calculó que, estando más cerca de Venezuela, podría cruzar al abrir la frontera. Trataba así de evitar el tiempo de aislamiento. Pero, entonces, al factor económico se sumó una urgencia familiar, el cuidado de su abuela y, de emergencia, tuvo que retornar.

“Ingresé a Venezuela el día 19 de septiembre. Fui bien atendido por los militares, en un principio, nos recibieron a todos con estas palabras: ‘qué bueno que les bajaron la condena. Ahora son sólo ocho días’. Entonces, nos vinimos todos convencidos de que eran sólo ocho días. Pero ya van siete días y nos están diciendo que van a ser 15”, contó desde el lugar en donde cumplía con el aislamiento preventivo exigido por el Gobierno como parte de las medidas preventivas contra el contagio del CV-19.

Esto definitivamente es un castigo hacia el pueblo, no es una medida preventiva contra el corona. Si el corona fuera como ellos dicen que es, ya estaríamos todos muertos”, cuestionó con respecto a la estrategia sanitaria en su séptimo día sin poder salir.

En la aduana, de los 33 sometidos, en ese momento, a la prueba rápida del CV-19 sólo dos resultaron positivos. Todos los negativos fueron llevados a un mismo Punto de Asistencia Socio Integral (PASI) y los positivos a otro. Richard se fue entre los primeros. Vestía un short, venía de Boa Vista, una ciudad de temperatura promedio de 30 grados centígrados en septiembre. El short entonces le quedaba ajustado a nivel de la cintura.

De la llegada, al primero de los hoteles en donde fue hospedado, recuerda las chiripas. Al entrar a la habitación, contó al menos media docena. Por eso, dijo, “muchos de los que estaban ahí se quejaron porque tenían niños chiquitos y se sentían, así como peligrando, no vaya a ser que le entre en la oreja, en el oído, en la nariz, una chiripa a los niños”.

De esos primeros días y de los siguientes recuerda las porciones de comida: “La comida súper poquita, mal preparada (…) Y, por otro lado, siempre te das cuenta, cómo, quienes sirven la comida, se llevan para el cuarto. Bueno, la otra vez pusieron cochino, que estaba sabroso y nos pusieron cuatro mini pedacitos que no daban ni para media porción de una persona, súper poquito. Se vio claramente cuando la señora que servía agarró y se metió por lo menos un kilo de cochino para adentro. De repente, sus superiores están pensando que mandan suficiente comida, pero los que sirven, sirven muy poquita y se encaletan la que les sobra”.

La dieta de un día cualquiera incluye una arepa de aproximadamente 10 centímetros de diámetro, rellena con un poco de queso, justo en el centro, al desayuno; un gran plato de arroz con mortadela, zanahoria y papa, al almuerzo y una panqueca en la cena. “Todos los días comemos mortadela. A veces, ves la mortadela que está como medio verdecita y todo. La vaina es una locura. Pero con el hambre, uno le mete. Cero frutas, cero jugos. Traen un hielo, que se acaba a la mitad del día”. En la medida de sus posibilidades, Richard les pedía a los militares que le compraran pan y mortadela en la panadería cercana, pero muy pronto se quedó sin dinero porque tenía que invitar tanto a sus compañeros de cuarto como a quien le hiciera el favor e ir y hacer la compra porque “ellos también tienen hambre”. 

El mejor de los almuerzos, juzgo por la voz festiva del comensal, fue una pasta con pescado rallado. “Está buena”, dijo mientras comía.

Un día en aislamiento, contó Richard, es un día de espera: “Esperando órdenes, esperar a ver qué nos dicen y esperar a que llegue la comida”. En el primer hotel, las órdenes eran dadas por un sargento muy gentil de apellido Juárez y en el segundo por un militar de tono hosco de cuyo apellido Richard tal vez prefiere no acordarse. Los lapsos de espera se consumen entre conversas, revisiones y revisiones del teléfono. 

Al igual que al llegar a ese primer hotel, al llegar al segundo, a donde fue llevado después de la primera mitad del tiempo de clausura, tuvo que pagar 10 dólares por el uso del Wifi (20 reales). Mientras los que tocan en una habitación con televisor, ven algún programa, los que no, juegan dominó.

En ese segundo hotel, Richard durmió en una habitación de 3 por 4 metros, es decir de 12 metros cuadrados, con otros tres hombres. El baño no tenía tapa de poceta.

El décimo cuarto día, a Richard, a pesar de sus dos pruebas negativas, lo dejaron un día más. “Actualmente se están violando los derechos humanos de todos porque es como una prisión, sinceramente es como estar preso y ni siquiera respetan la ley que ellos mismos han impuesto”, contó ya casi desesperado por salir.

Al final de la quincena, una noche de octubre, Richard, finalmente salió, con el mismo short que entró. Casi se le caía. Lograba introducir tres dedos entre la pretina y su abdomen.

Norte, sur, norte

En Boa Vista, la ciudad brasileña a 230 kilómetros de Santa Elena de Uairén, Mireya apenas almorzó, pasó una tarde cálida y durmió en una cama cómoda, después de haber dormido la noche anterior en un avión de la línea brasileña Azul, que la llevó desde el Aeropuerto Internacional de Fort Lauderdale hasta Sao Paulo, de allí a Manaos y luego a Boa Vista. Fueron 14 horas de vuelo. Once horas más de las que hubiera pasado a bordo de haber volado hacia Maiquetía. Sin embargo, Mireya recuerda que tanto el almuerzo del día en que llegó como el desayuno del día siguiente fueron muy buenos e igualmente la atención. 

Ella, una profesional del área de la salud, viajó a Estados Unidos, Miami, invitada por su hija, para compartir con los nietos. Fue por 10 días. La alcanzó la pandemia y se quedó seis meses. Retornó a finales de agosto, ya desesperada por volver a su casa, en Caracas. El presupuesto, el compartir con los nietos, los paseos, todo lo que había programado para 10 días de vacaciones se fue agotando en 180 días de pandemia. Intentó tomar un vuelo humanitario y no lo consiguió. Intentó salir en un vuelo privado, junto a otros seis pasajeros y la salida fue frustrada por algún motivo del cual no recibió mayores explicaciones. “Yo estaba dispuesta a montarme en lo que fuera”, dijo.

Descartó la posibilidad de viajar por Maiquetía (Caracas) y compró un boleto para viajar por Brasil. “Fue un vuelo nocturno, que me permitió dormir mis ocho horas. Lo hice con gusto, tenía ganas de volver”, dijo una vez más. Por precaución, se hizo una prueba de CV-19 en Estados Unidos. Llevaba ese negativo al alcance de la mano, en el bolso que la acompañó durante el recorrido, pero en tan largo trayecto nadie se la pidió.

En Boa Vista, después de desayuno, subió al carro que ya habían contratado ella y sus dos compañeros de viaje —otros dos venezolanos con quien compartió la odisea— para ir hasta la frontera de Brasil hacia Venezuela. Fueron otras tres horas por la Br-174. 

Llegó a Pacaraima, la ciudad brasilera en la frontera con Venezuela, al mediodía. Selló su salida del Brasil. Como la frontera permanece cerrada, Mireya caminó, arrastrando su equipaje, el trecho que separa las instalaciones de la Policía Federal Brasileña de la Aduana de Santa Elena de Uairén, aproximadamente 500 metros, pasando frente al Monumento de las Banderas, aquel sitio en donde los turistas venezolanos y extranjeros acostumbraban a tomarse una foto y en donde de unos años a la fecha sólo se fotografían los que se van del país con una mochila tricolor.

Al llegar a la aduana venezolana, recibió el número siete y, sin embargo, tuvo que esperar hasta que llegó la última persona del día para que se iniciara la jornada de despistaje de CV-19. Eran ya las 5:00 de la tarde. De los 42 retornados de ese día, sólo tres dieron positivo. Por tanto, fue enviada a uno de los PASI negativos. 

De la llegada al hotel, junto a los otros 39 viajeros de resultados negativos, recuerda aquella impresión casi fantasmal que produce un lugar que fue bonito, amable y que, debido a la caída del turismo, se encuentra abandonado y aquellas palabras pronunciadas por un efectivo de la Milicia Nacional Bolivariana ya casi a medianoche a manera de saludo, pero con un tono que a Mireya le resulto de sutil sarcasmo: “Bienvenidos a Venezuela. Lamentablemente, los connacionales, así nos llamaban, ‘los connacionales’, que estuvieron en el hotel antes dejaron las habitaciones en malas condiciones y ustedes mismos tendrán que acondicionarlo todo”.

La cena llegó poco después en una caja plástica con tapa. Comieron pasteles con agua servida de un termo con dispensador.

Como Mireya expuso que sufría una dolencia crónica, que le impedía compartir la habitación, fue conducida a una habitación individual, no obstante, oscura, es decir, sin bombillo, sin sábanas; abrió la puerta del baño y se topó con una papelera y una poceta inmundas; en la ducha, el jabón estaba cubierto de pelos y las baldosas estaban pobladas por hongos que habían ido colonizando aquel sitio durante días.

Un miliciano le facilitó su tendido de cama —una colcha y una almohada satinadas— que ella utilizó para pasar esa primera noche. Durmió. Estaba agotada.

Al amanecer, desayunaron nuevamente pasteles y así lo hicieron durante los cuatro días que pasaron en ese primer hotel. Eran llamados a levantarse a las cinco de la mañana para que tomaran sus pasteles. Los almuerzos eran, por ejemplo, arroz blanco con una mínima porción de sardinitas refritas servidas en el centro. Mireya optó por utilizar diariamente un servicio de comida a domicilio que por 10 a 12 dólares diarios le llevaba al hotel desayuno y almuerzo; adicionalmente, también trataba de disponer de pan, queso, jugos y cambures para la cena. “Yo lo tomé como un retiro. Tenía libros, me gusta escribir. La mayoría de la gente pasaba el día en los celulares. Todo el mundo con sus mascarillas y su distanciamiento”, contó luego. La lencería limpia también llegó al segundo día, al igual que los productos, implementos de limpieza y dos mujeres que se encargaron de acondicionar las doce habitaciones y sus baños. Fue aseo rápido y sin esmero, según Mireya.

Mireya admite que realizó un contacto con el gobierno regional y que ese contacto le garantizó que la dejarían salir en tres días. Pero, al cumplirse los tres días, le dijeron que debía permanecer uno más y después ir a una posada pagada por ella hasta realizar la segunda prueba de CV-19 y tramitar el salvoconducto para salir del municipio Gran Sabana.

Al cuarto día de estar en Santa Elena, Mireya y sus dos compañeros fueron trasladados a lo que ella define como “una posada rural. Una infraestructura fea, pero cómoda, con sábanas limpias, agua fría y caliente”, localizada en una zona de mucha tierra y escaso asfalto, cerca de una panadería. Ya en el sitio, dijo, “nos dimos cuenta de que teníamos que pagar 20$ diarios”. Más 10$ o 15$ por concepto de comida a domicilio. Pasaron cuatro días más allí.

Recuerda también que en la parte frontal de la edificación había una bodega de venta de víveres alimenticios nacionales y brasileños. Contó que quienes atendían aquel segundo hospedaje eran parte del equipo que apoya el operativo cívico militar de recepción de los venezolanos que retornan en tiempo de pandemia. Esas mismas personas les comunicaron, una y otra vez, que debían esperar pues aún no tenían los salvoconductos ni el combustible para realizar el larguísimo viaje a Puerto Ordaz. “Yo me sentía ‘matraquiada’”, dijo Mireya, utilizando una expresión que en venezolano cotidiano podríamos traducir como una mezcla de burla y robo. “No sabía si estar agradecida o no”, dijo recordando al contacto.

Al cuarto día de estar en ese segundo alojamiento, el octavo día de aislamiento, finalmente le repitieron la prueba de CV-19. En la sede en donde les practicaron los análisis, una de las mujeres que hacía parte de aquel equipo le jugó una broma: “Tú saliste positivo”, me dijo. Pero no era más que un muy mal chiste, un susto incómodo, que Mireya reclamó como “de mal gusto”. Con sus pruebas negativas, Mireya y sus compañeros tramitaron sus salvoconductos sin inconvenientes.

Salieron de Santa Elena un último día de agosto en un Toyota Previa conducido por la esposa del dueño de la posada. Cada uno pagó por el traslado hasta Puerto Ordaz, a 604, 5 kilómetros de distancia, un monto de 300$. Durante el recorrido, pasaron aproximadamente 17 alcabalas. La carretera estaba en pésimas condiciones, se cruzaron con una infinidad de gandolas. Al pasar la ciudad de Tumeremo, a 378,4 kilómetros de Santa Elena de Uairén, el carro comenzó a fallar. Finalmente, tuvo que ser remolcado por una gandola y después por una grúa que no logró subir el carro a la plataforma por lo que —carro, conductora y pasajeros— debieron ser arrastrados hasta Puerto Ordaz durante seis horas.

Santa Elena de Uairén - Aún con la frontera cerrada, la importación de alimentos desde el Brasil continúa. Por eso, las gandolas se han convertido en medio de transporte urbano y extra-urbano. El pasaje hasta Maturín en gandola tiene un valor de 150 dólares. Foto por Morelia Morillo
Santa Elena de Uairén – Aun con la frontera cerrada, la importación de alimentos desde el Brasil continúa. Por eso, las gandolas se han convertido en medio de transporte urbano y extra-urbano. El pasaje hasta Maturín en gandola tiene un valor de 150 dólares. Foto por Morelia Morillo

En Puerto Ordaz pasaron la noche en una casa-posada, a donde fueron referidos por la gente del equipo y en donde pagaron 15$ por pernoctar una noche y algo de comida.

Finalmente, el viaje hasta Caracas lo hicieron en un carro ya contratado desde Miami que les cobró 400$ a cada uno. “Ese sí fue un viaje fluido, aunque con cantidad de alcabalas”, dijo Mireya. “Yo sabía que esto iba a ser una aventura y yo dije, esta aventura la voy a vivir y al final de la historia me queda la impresión de que Venezuela es un pobre país de corruptos”, expresó días después de aquella odisea que la llevó desde Norteamérica al sur de Brasil para entrar a Venezuela y volver hacia el norte, Caracas, por tierra.

De destino ansiado a paso de retornados

A mediados de marzo, cuando llegaron los primeros retornados por la frontera Venezuela-Brasil, en Santa Elena, una ciudad localizada a 1.256,7 kilómetros de Caracas, en el sureste venezolano, cundió el pánico. La pandemia apenas comenzaba. Era mucha la incertidumbre.

Santa Elena de Uairén es la capital del municipio Gran Sabana, el territorio ancestral del Pueblo Indígena Pemón y uno de los destinos turísticos de mayor atractivo dentro del país. En enero de 2013, 23 549 personas visitaron la Gran Sabana durante la temporada de inicio del año. Esto según una nota publicada por el diario Nueva Prensa de Guayana, citando como fuente la Gobernación del Estado Bolívar. Precisamente, esa misma nota, alertaba una caída del turismo con respecto a temporadas anteriores. El Lucas era uno de esos muchos hoteles a donde iban los turistas sólo para dormir una noche y seguir, por ejemplo, su ruta hacia El Paují, a 80 kilómetros de recorrido, la mañana siguiente.

En este nuevo contexto, sin turistas, en crisis y pandemia, el Lucas, un alojamiento modesto localizado en Brisas de Uairén, una barriada a 12 kilómetros del límite con Brasil, fue uno de los primeros hoteles de Gran Sabana, en recibir retornados.

Desconociendo aún el protocolo que implementarían los gobiernos nacional, regional y local para atender a quienes regresaban, los vecinos se alarmaron ante la posibilidad de que docenas de contaminados caminaran por las calles del barrio, procurando una panadería o una farmacia y realizaron una colecta para garantizar a los hospedados en el Lucas la comida. Luego, sin embargo, se conoció que el grupo estaba conformado por retornados con resultados negativos para CV-19 y que su alimentación sería garantizada por el equipo a cargo del operativo activado para atender la contingencia.

Ya en abril, un grupo alojado en el Hotel Patrona Dary, ubicado en Kewei I, puso a rodar en las redes sociales un mensaje reclamando por la comida, casi siempre bollitos de harina de maíz con sardinas fritas, una dieta especialmente contraindicada para los adultos mayores con diagnósticos crónicos de hipertensión y diabetes. También dijeron que algunos llevaban ya más del tiempo estimado de aislamiento, incluso siendo negativos para CV-19.

Casi siete meses después, el Lucas está herméticamente cerrado. Un empleado del gremio hotelero, contó que un grupo de retornados se negaba a salir de allí y que algunos habían causado destrozos. El mismo empleado comentó que sólo los alojamientos en extremo deteriorados o aquellos que son viviendas familiares se salvaron de recibir a los retornados y de pasar meses de ocupación y de daños con un mínimo beneficio económico. Una vecina confirmó que el Hotel Lucas había sido destruido, que los huéspedes fueron desalojados y que las instalaciones permanecían cerradas, pues no contaban con las condiciones mínimas para operar ni siquiera en tiempos de emergencia.

El Lucas, un alojamiento modesto localizado en Brisas de Uairén, un barrio a 12 kilómetros del límite con Brasil, fue uno de los primeros hoteles de Gran Sabana, en recibir retornados. Ahora, aparentemente debido a los destrozos, permanece cerrado. Foto por Morelia Morillo

Es frecuente que algunos retornados se nieguen a salir de sus sitios de aislamiento, especialmente cuando sus casas se encuentran en ciudades distantes como San Félix, Maturín y El Tigre, principales lugares de origen de los migrantes venezolanos residenciados en ciudades brasileras como Boa Vista y Manaus, a tres y 11 horas de viaje de la frontera.

Esa negativa puede encontrar explicación en la dificultad para conseguir transporte en un momento en que los terminales de pasajeros del país permanecen cerrados y se necesita de entre 300$ a 400$ para llegar a Maturín o de 150$ si se viaja en gandola.

De Santa Elena apenas está saliendo semanalmente una buseta Encava con capacidad para 32 pasajeros hacia Puerto Ordaz. Una viajera relató que la buseta es privada y que trabaja para un militar que viene a la frontera a “comprar salchichas” y que en contraprestación lleva pasajeros sin costo de pasaje alguno. Sólo tienen que pagar Rs.100 (aproximadamente 20$) aquellos que llevan exceso de equipaje, sacos de comida brasilera u otros. El viaje es coordinado por la Alcaldía de Gran Sabana, precisamente para ayudar a salir del municipio a aquellos que permanecen varados.

Santa Elena de Uairén – Aun con la frontera cerrada, la importación de alimentos desde el Brasil continúa. Por eso, las gandolas se han convertido en medio de transporte urbano y extra-urbano. El pasaje hasta Maturín en gandola tiene un valor de 150 dólares.

Pero otros, como Ana, prefieren permanecer en Santa Elena a la espera de que se dieran las condiciones para volver a Brasil, especialmente la posibilidad de emplearse nuevamente. De hecho, Ana ya regresó a Boa Vista desde donde espera volver al estado de Bahía y conseguir empleo.

Transporte y comida: los imponderables

La alimentación y el tiempo de permanencia son dos de los aspectos más cuestionados por quienes han pasado ya sea días o semanas en algunos de los PASI-Gran Sabana.

Norbelia García, máxima autoridad en materia de Salud del Municipio Gran Sabana, se disculpó por no poder ofrecer un registro de los retornados, al momento de la entrevista a finales de septiembre pasado. Sin embargo, dijo que el equipo integrador (conformado por organismos de seguridad, militares, Gobernación de Bolívar, Alcaldía Gran Sabana, Protección Civil y personal de salud venezolano y cubano) trabaja con 18 alojamientos, entre hoteles y posadas, el más pequeño cuenta con 16 habitaciones y el más grande con 80.

En cuanto a los tiempos de permanencia, explicó que aquellos que arrojan resultados negativos son trasladados a los PASI-Negativos en donde pasan de 7 a 10 días. Dependiendo de la capacidad de transporte para la realización de las pruebas. Explicó que, si bien deberían pasar 14 días, se estima que todos completarán su aislamiento en los lugares de destino.

Quienes arrojan resultados positivos son llevados a los PASI-Positivos en donde se les practicará la prueba de Hisopado en un lapso que depende de la disponibilidad del material y del transporte para llevar la prueba al Instituto de Higiene “Rafael Rangel”, en Caracas.

“Sí, lo hemos hablado, pero escapa de nuestras manos”, dijo la médica en cuanto a la dieta de los retornados.

Retornar a Ecuador

Elizabeth, venezolana, regresó a Ecuador a finales de septiembre de 2020, después de haber pasado seis meses en su ciudad de nacimiento, Caracas, a donde viajó por motivos familiares a comienzos de este año, días antes de que se declara la pandemia.

Su testimonio surge como una referencia, un punto de comparación con respecto a cómo se está manejando el ingreso de personas desde el extranjero en otros países del subcontinente.

Para Elizabeth regresar no fue fácil. Sus esfuerzos por conseguir un vuelo se convirtieron en una seguidilla de frustraciones. Finalmente, viajó en un vuelo coordinado por el Consulado Ecuatoriano, con la exigencia —para los pasajeros— de que reservaran su aislamiento preventivo en Quito. Para ello les dieron una lista de opciones con precios, condiciones y ubicaciones distintas. Ella optó por una habitación doble por la cual pagó poco más de 30$.

Al llegar a Inmigración, en Quito, presentó su pasaporte, su reserva de hotel. Pero no su prueba PRC realizada en el país de origen, puesto que en Venezuela no pudo hacerla. Mas, “con las dificultades que hay para hacerse esa prueba en Venezuela, también te abren la posibilidad de hacerla en el medio del aislamiento”, dijo Elizabeth ya en Ecuador.

En el hotel, ella y sus dos compañeras de viaje eran las únicas huéspedes. No podían salir de las habitaciones. El conserje del hotel se encargaba de recibir y entregarles las tres comidas que solicitaban a domicilio. El domingo, al día siguiente de su llegada, el personal del laboratorio privado, también contratado por ellas, acudió para practicarles la prueba cuyos resultados negativos les fueron entregados el martes en la tarde. La PCR le costó 105$.

“Sólo esa noche se nos autorizó a salir, el conserje nos dejó salir a pasear, pero igual pasamos esa noche ahí, ya un poco más libres”, dijo, pues las tres residen en ciudades distantes en el interior ecuatoriano.

Por lo demás, el aislamiento depende de formas de control poco represivas: “Por ejemplo, a nosotros no nos dieron nunca llave de la habitación. Pero entiendo que se tomaban medidas así porque, al principio de la cuarentena, mucha gente se escapaba del aislamiento. De hecho, una familia salió del aislamiento y los multaron por eso. Ya después los hoteles tomaron más precauciones y no te daban la llave, para que no te fueras. Lo que sí es que es costoso el poder regresar porque pagas el pasaje, pagas el hotel y la comida. Si llegas del país en donde estabas con tu PCR y es negativo, no tienes que cumplir el aislamiento, bueno te sugieren guardar cierta cuarentena en tu casa. Las personas que viajan con menores de edad, población vulnerable, con un largo listado de enfermedades no tienen que hacer tampoco el aislamiento, sólo en su casa”.

“Yo lo que veo es que lo que hacen es confiar en el criterio y la conciencia de cada persona porque nosotros fuimos por nuestra cuenta al hotel, bueno quizás nos reportaban, de no llegar nos reportaban como que no habíamos llegado, digamos que no era una cosa así militarista ni mucho menos: Te reciben en inmigración, confían en que vas al hotel, en el hotel bueno te quedas hasta que entregues tu PCR negativo, pero eso no una cosa punitiva, por lo menos en un principio te dan la confianza de que cumplas con lo establecido”, dijo Elizabeth con respecto a los términos del aislamiento al cual fue sometida en Ecuador.

Ese aspecto consciente —ni militar, ni punitivo— del tiempo de apartamiento por razones preventivas contrasta con las imágenes que saltan a la vista en los hoteles y posadas de Santa Elena desde finales de marzo de 2020 hasta la fecha, en la Patrona Dary, en el Cristina, en el Amazonas, en el Cabañas Roraima, en el Samancito, incluso en el Anaconda, en todos hay sin falta uniformados militares (milicianos u oficiales) apostados en las puertas vigilando a aquellos que retornan en tiempo de pandemia, como a quienes, después de cometer algún delito, son sometidos a una cierta condena. Puertas adentro, los que regresan por Brasil a Venezuela permanecen ciertamente aislados. Tchau (adiós) Brasil, bienvenidos a Venezuela.

Acuerdo entre las partes:

Por decisión de ellos, los nombres de las personas que dieron sus testimonios, para la construcción de este relato, fueron cambiados. Igualmente, por proteger su identidad, omitimos datos que podrían resultar extraordinariamente personales. Sin embargo, procuramos no desfigurar el rostro de cada uno de ellos.

Perú entregará nuevos PTP a extranjeros sin regularización migratoria

El Estado peruano emitió un decreto que permitirá la regularización a los extranjeros que no habían podido acceder a ningún documento desde que se impuso la restricción de entrada al país solo con pasaporte y la Visa Humanitaria que debía tramitarse desde Venezuela.

Este medida dirigida a “los extranjeros que han ingresado al territorio nacional de manera irregular al no haber realizado el debido control migratorio”, según se lee en la Normal Legal Publicada en el diario oficial El Peruano.

El plazo para presentar la solicitud de regularización migratoria es de ciento ochenta días calendario, contados a partir de la entrada en vigencia de la presente norma.

Dicha norma firmada por el presidente Martín Vizcarra, bajo el decreto N° 010-2020-IN,  explica que “resulta de imperiosa la necesidad de garantizar el ejercicio de los derechos y deberes de las personas, así como fortalecer la seguridad nacional y el orden interno para que puedan desarrollar actividades laborales y lucrativas; y, por otra, permita que el Estado acceder a la información delas personas extranjeras”.

Venezolanos podrán acceder al PTP.

Venezolanos estarán protegidos por las leyes peruanas. Foto America.tv

Documentos que se exigirán

Para la obtención de este documento temporal, los solicitantes deben presentar una declaración jurada que indique lo siguiente:

No poseer antecedentes penales, policiales y judiciales a nivel nacional e internacional o referencias internacionales de la Organización Internacional de Policía Criminal-INTERPOL.

No estar comprendido en los supuestos de impedimento de ingreso al territorio nacional.

El Formato de Declaración Jurada se genera, registra y suscribe en presencia de Migraciones.

Copia simple del recibo de servicio público en el que conste el domicilio declarado en la solicitud de regularización migratoria.

Aunado a ello, deben cumplir con otros requisitos que serán publicados posteriormente; así como el procedimiento para la cita, que por la pandemia podría ser virtual.

Adicionalmente, las personas extranjeras beneficiarias con el Carné de Permiso Temporal de Permanencia , deberán cumplir con el pago por concepto de multas y tasas migratorias pendientes a la fecha de aprobación de su solicitud de regularización migratoria.

«Para tales efectos, pueden acogerse al fraccionamiento de la deuda por dichos conceptos; debiendo cumplir con la obligación pendiente de pago dentro del periodo de doce meses calendario posteriores a la fecha de aprobación, conforme a lo previsto en la normativa aplicable».

A principios de año, la cifra de venezolanos en Perú 860.000, según Migraciones, pero a raíz de la pandemia, hasta agosto, la Defensoría del Pueblo, había calculado que 31 mil venezolanos habían retornado.

Con este proceso de regularización se podrá conocer cuánto es la cifra real de los inmigrantes venezolanos que hicieron del Perú su país de destino.

Los peligros físicos detrás de la caminata desde Perú hacia Venezuela

El arrollamiento de 13 ciudadanos venezolanos en la provincia limeña de Barranca, que dejó tres víctimas fatales el 1 de mayo de 2020, puso en evidencia parte de los peligros a los que se exponen los caminantes cuando deciden retornar a Venezuela. Debido a las restricciones de movilidad humana, deben recurrir a caminos poco transitados y a largas caminatas por los costados de las carreteras para poder pedir aventón.

Kenny Buyón se reconoce como un caminante con experiencia. Se tomó el tiempo para estudiar la ruta, calcular kilómetro por kilómetro, prever dificultades y organizarse para llegar a Venezuela de manera segura. A pesar de su minuciosa planificación, no pudo evitar ser víctima de una lesión que lo obligó a detener su periplo el pasado 17 de mayo. Había logrado atravesar todo Perú en tres días de recorrido (aproximadamente 987.8 km) junto a tres compañeros, entre los que se encontraban Uriel Molina.

Kenny Buyón salió de Lima junto a Uriel Molina

En el trayecto pudo esquivar a los policías y militares. Según su testimonio, los funcionarios pueden cobrar hasta 15 dólares para pasar por las trochas. «Lo que no pude esquivar fue un matorral que tuve que cruzar para poder salir de Tumbes (Perú), y fue allí donde me doblé el pie». Esta lesión se convirtió en esguince, según cuenta y le generó una fuerte hinchazón en el tobillo que le impidió caminar. Se automedicó con diclofenaco, gracias a que unas personas en el camino le donaron un blíster de pastillas.

“Estábamos caminando por la trocha, que es muy fuerte, porque se deben atravesar matorrales y cultivos. Nos topamos con uno de plátano y, al pisar de manera indebida, se me dobló el pie y tuve un esguince en el tobillo”.

Siente agradecimiento con Dios porque ninguna autoridad les impidió el paso, pero igual pasaron un susto en medio del camino: “Afortunadamente el ejército peruano no nos detuvo, pero tampoco nos ayudó. En nuestra travesía nos conseguimos un criadero de camarones y el dueño de la camaronera avisó a un grupo de gente que nos obligó a salir del lugar donde ya teníamos caminando cuatro horas”.

El dolor aún no se manifestaba cuando llegaron a Ecuador. “Salimos en el puerto de Huaquillas y caminamos hasta la plaza central donde pasamos la noche con más de 100 venezolanos que estaban ya ahí descansando para seguir sus rutas”.

Horas más tarde, vino lo que se temía. El pie comenzó a crecer y el dolor a aparecer: “En la Plaza de Huaquillas recibí ayuda de otro compañero mochilero que se quedaba en Ecuador con su familia. Desde abril es él quien me está apoyado para que sane mi pie y continuar mi viaje”.

No quiso ser una carga

Quería continuar, pero no podía. “No tengo los medios económicos para pagar un vehículo que me pueda llevar hasta la frontera de Ecuador con Colombia y menos para dar dinero para que me pasen por la trocha para Colombia”, relató durante los primeros días de abril cuando Venezuela Migrante estableció el contacto.

Buyón quedó varado en Iberia, un poblado de Ecuador. Desde allí debió decirle a sus compañeros que continuaran sin él. “No pierdan el tiempo esperando por mí, si yo no puedo ayudarlos, tampoco seré una carga más”.

Buyón reconoce que tenía pocas alternativas. Prefirió no frustrarse. Puso en práctica la resiliencia para recuperarse más rápido.

“Es difícil explicar cómo me siento. No es fácil estar lejos de las personas que amamos: de nuestra madre, hijos y hermanos. Pero lo peor es estar imposibilitado de continuar y de poder ayudarlos. Aunque es rudo emocionalmente, hay que ser resiliente para reponerse cada segundo”, dice en todo más reflexivo.

Para agosto de 2020, Kenny Buyón se encontraba todavía en Ecuador. Mantenía contacto con compañeros que le relataban su travesía de retorno a Venezuela. «Tengo un amigo que me dice que estuvo más de 15 días en un paso fronterizo hasta que pudo pasar y después permaneció más de un mes en un refugio. La cosa está muy ruda». Tiempo después, Kenny cambió de número telefónico. Su relato, incluyendo los riesgos físicos, y la cantidad de kilómetros recorridos se repite en la voz de algunos caminantes que participan en grupos de WhatsApp. En esos espacios de discusión e intercambio aparece la ayuda voluntaria.

Los riesgos del camino y la respuesta voluntaria

Más de 30 días puede durar el viaje para los caminantes que deciden partir desde Perú con rumbo a Venezuela. Tal y como los han manifestado algunos ciudadanos que contado su historia a Venezuela Migrante de cómo fue el retorno a su tierra natal durante la pandemia.

El camino, como también han relatado varios, implica riesgos: rutas inhóspitas y vías alternativas para sortear controles y fronteras cerradas por las medidas sanitarias. Es por que eso que en algunos casos —como le ocurrió a Buyón— deben atenderse ellos mismos.

Katherin Padilla, médico venezolana con dos años en Perú, es voluntaria en un grupo de WhatsApp que realiza un monitoreo de los migrantes que salen a pie del país. En esta red participan personas que brindan orientación de la ruta bien porque ya la han hecho o porque conocen la ubicación de refugios temporales.

Explica que no se trata solo del COVID-19, pues también están expuestos a resfriados, lesiones en los pies, dolores lumbares, abscesos y otras dolencias imprevistas que pueden retrasar el viaje.

«Podría decir que los pies son una de las partes del cuerpo más sensibles, de las más afectadas por los largos recorridos». Entre las afecciones más comunes destaca las torceduras de tobillo, esguinces, ampollas y hongos.

El monitoreo que realizan a través del grupo ha servido para conocer que entre los problemas más comunes está la dificultad de asearse en el camino. En ese sentido, una de las afecciones más comunes suele ser la aparición de abscesos en diferentes partes del cuerpo, especialmente en los glúteos y entrepiernas. Esto puede ocurrir por el roce constante de la piel con la ropa, algún vello infectado, la humedad y el sudor.

En el grupo que participa Padilla se ha identificado, según relata, que es frecuente el retorno de mujeres embarazadas. «A veces desconocen el estado del bebé, debido a los pocos controles médicos que recibieron. En el caso de ellas, que no pueden tomar ningún medicamento, a través del grupo les recordamos la importancia del consumo frutas que contengan vitamina C: naranjas y mandarinas».

Padilla también explica que a través de ese canal digital se ha brindado orientación a familias que viajan con niños menores de 4 años. “Les decimos que si pueden ayudarlos con un coche, lo hagan. Que les den alimentos ligeros como arepas o sándwich para evitar los gases. Hemos orientado para que se les explique lo que está pasando porque solo así se puede lograr la colaboración de un niño».

Reiterar las precauciones ante el COVID-19

Los especialistas de la salud destacan que la clave es el distanciamiento social y el lavado frecuente de manos. Y en ese sentido, en los grupos de Whatsapp esto es algo que se menciona frecuentemente: cada vez que haya contacto con un objeto o una persona, aplicarse gel antibacterial o alcohol. Y, sobre todo, no llevarse las manos a la cara.

Crónica.uno retrata la persecución oficial hacia los venezolanos retornados

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El portal de noticias venezolano Crónica.uno publicó un trabajo especial que explica cómo la administración de Nicolás Maduro se ha encargado de perseguir a los venezolanos retornados en medio de la pandemia por COVID-19.

El trabajo, que consta de tres capítulos, fue publicado el domingo 18 de octubre. La pieza registra la travesía de los venezolanos que deciden volver a casa y son maltratados en la frontera del país, pero también lejos de las zonas limítrofes. También se abordan la estigmatización hacia los retornados y cómo el aparato oficial instaló un acoso hacia los venezolanos que se vieron forzados a regresar.

Tres capítulos para explicar la persecución a venezolanos retornados

El portal Crónica.uno inicia este trabajo especial con un capítulo que retrata la travesía de venezolanos que se ven obligados a entrar al país a través de vías ilegales. También muestra cómo es la vida de las personas que se someten a las cuarentenas forzosas en estados fronterizos en los llamados Puestos de Atención Social Integral (Pasi).

Uno de los hallazgos presentados en el primer capítulo del trabajo especial es cuánto cuesta ingresar por vías ilegales a Venezuela. De Paraguachón La Raya (Zulia) son 58 dólares por persona. Mientras que un vehículo de Maracaibo a La Raya puede cobrar hasta 500 dólares. El paso más económico es a través del río Arauca hacia Apure, que tiene un costo de 16 dólares por persona.

Mientras que para ingresar a Venezuela por la frontera con Brasil y el estado Bolívar, la tarifa puede llegar hasta los 30 dólares.

Otro de los momentos narrados en el primer capítulo es la experiencia de una persona en uno de los Pasi del estado Apure. La persona entrevistada por el portal venezolano comentó que dio gracias a dios cuando no llegó la comida al refugio, pues, a pesar de tener hambre, los alimentos siempre estaban podridos.

“Fue un sistemático maltrato y venganza hacia quienes, por distintas razones, nos vimos obligados a retornar a Venezuela, como si salir del país sea por paseo o huyendo de esta tragedia, fuera un delito”, aseguró la persona al medio venezolano.

En el capítulo dos del trabajo se habla sobre un acoso y estigmatización hacia los venezolanos retornados.

«La estigmatización busca cubrir una realidad no imputable que no es otra cosa que la incapacidad del régimen para manejar la situación. No es casual que el Gobierno culpe a los migrantes en mayo cuando la pandemia se sale de control y optan por buscar un chivo expiatorio», puntualizó Ligia Bolívar en la presentación del “El Espejismo del Retorno”.

Uno de los datos presentados en este capítulo es que 2.1000 personas han sido detenidas solo en Táchira “por cruzar los caminos verdes”. Mientras que 13 permanecen presas en la cárcel de El Dorado, ubicada en el estado Bolívar.

En este capítulo también se muestran varios mensajes de intolerancia hacia los venezolanos retornados presentados por figuras del chavismo.

El tercer y último capítulo del reportaje especial inicia con la narración de una familia que es víctima del acoso de un grupo de vecinos en el estado Monagas. Aunque la familia no ha cometido ningún delito, los vecinos la hostigan debido a que uno de sus integrantes regresó desde Brasil tras caminar 230 kilómetros.

«Se corrió el rumor de que mi hijo había vuelto y nos denunciaron por las redes y por correo. Vino la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y un contingente de Polimonagas. Nos hicieron las pruebas, salimos contagiados asintomáticos y nos pidieron que no saliéramos de la casa. Pero en la zona quieren echarnos como unos perros, como si no tuviéramos derecho», contó una de las personas entrevistadas por Crónica.uno.

El eje de este capítulo es cómo el discurso oficial impuesto por Nicolás Maduro ha calado en las personas que ya normalizan palabras como “trocheros” y “bioterroristas” para referirse a sus compatriotas retornados.

“Este discurso ha calado en varios eslabones de la población, tanto en instituciones públicas y gobernaciones, con campañas en contra de quienes regresan, como también entre los ciudadanos que, con protestas o denuncias, localizan a los migrantes. A esto también se suman las constantes amenazas de las autoridades, como Freddy Bernal, protector del estado Táchira y el ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, Néstor Reverol, quien declaró que enviaría a la cárcel de El Dorado, en Bolívar, a quienes regresaran por vías irregulares”, afirma el portal venezolano en el tercer capítulo del reportaje.

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Human Rights Watch denuncia abusos contra venezolanos retornados

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Human Rights Watch(HRW) señaló que las autoridades venezolanas someten a un trato abusivo a más de 130.000 venezolanos retornados. Un estudio realizado por HRW junto con el Centro de Salud Pública y Derechos Humanos, y el Centro de Salud Humanitaria de la Universidad Johns Hopkins explicó que los venezolanos retornados no reciben un trato humanitario por la administración de Nicolás Maduro.

El trabajo será abordado en profundidad cuando los ministros de Relaciones Exteriores de los países latinoamericanos se reúnan en una nueva sesión del Proceso de Quito. HRW explica que las condiciones en la que se encuentran los venezolanos retornados “probablemente incrementará la transmisión de COVID-19” en el país.

El reporte en conjunto entre HRW y los Centros de la Universidad Johns Hopkins encontró “condiciones insalubres y de hacinamiento en los centros donde se obliga a los retornados a cumplir cuarentena”. Además, las personas tendrían “escaso acceso a alimentos, agua o atención médica”.

Trato abusivo hacia los venezolanos retornados

En el trabajo realizado por HRW junto a la prestigiosa universidad estadounidense también se da a conocer que los retornados que son obligados a permanecer en los centros de cuarentena tienen que estar más tiempo del reglamentario debido al retraso en las pruebas diagnósticas de COVID-19 “y un protocolo de testeo innecesariamente complejo”.

“Enviar a los retornados a centros de cuarentena insalubres y sobrepoblados, donde es imposible cumplir con las medidas de distanciamiento social, es una fórmula perfecta para propagar el COVID-19”, explicó la Dra. Kathleen Page, médica y académica de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Exigirles quedarse allí por más del plazo establecido de 14 días no hace más que agravar el riesgo de que se contagien y no contribuye a ningún propósito razonable de salud pública”, agregó la experta.

Debido a la pandemia por COVID-19 y sus efectos en las economías de los países latinoamericanos, miles de venezolanos se han visto forzados a regresar al país del que huyeron en su momento. La migración venezolana se cuenta en más de cinco millones de personas; quienes han salido del país debido a una variedad de razones, pero donde resaltan la calidad de vida, las constantes fallas de servicios básicos, el prácticamente nulo acceso a la salud y la falta de capacidad adquisitiva.

La pandemia y el retorno de venezolanos

Desde el inicio de la pandemia, cerca de 130.000 venezolanos han regresado a su país de origen. La respuesta de la administración de Nicolás Maduro es llevarlos a centros de cuarentena donde deben pasar más de dos semanas incluso sin tener síntomas de COVID-19.

Entre los meses de junio y septiembre, HRW entrevistó a 76 personas, incluyendo 23 retornados (10 mujeres, 13 hombres) procedentes de Colombia, Brasil, Perú, Ecuador y Estados Unidos. Además, se entrevistó a periodistas, actores humanitarios y representantes de organizaciones no gubernamentales y residentes de zonas a las que llegan los retornados. HRW analizó la información proporcionada por organizaciones internacionales y venezolanas, así como videos de declaraciones realizadas por funcionarios gubernamentales y protocolos emitidos por el Ministerio de Salud venezolano.

Las personas que regresan a Venezuela deben permanecer en centros de cuarentena conocidos como Puntos de Atención Social Integral (Pasi). Según las entrevistas realizadas por HRW, las personas se alojaron en 26 centros. 19 de estos eran de recepción de estados fronterizos de Táchira, Apure y Bolívar. El resto estaba en Caracas, Aragua, Falcón, Guárico, Vargas y Zulia.

En el trabajo, HRW afirma que “aunque las condiciones en los centros de atención varían considerablemente, la mayoría de los retornados entrevisatados indicaron que la capacidad de estos centros estaba seriamente desborada y había multiples personas en cada habitación”. Además, varios de los entrevistados relataron “condiciones insalubres, como falta de agua y electricidad para hacer funcionar las bombas de agua”. También comentaron sobre la falta de jabón y otros artículos de higiene.

Aulas Móviles: proyecto venezolano para escolares migrantes en Ecuador

Dar cupos no parece suficiente. El Estado ecuatoriano garantiza el acceso a la escolaridad de niños, niñas y adolescentes (NNA) venezolanos, por medio de la red de colegios fiscales del país. Sin embargo, existen condiciones en esta población que obstaculizan su integración y el disfrute óptimo del derecho a la educación. Entre ellas, el acceso a un Internet y la dificultad para nivelarse tras largos periodos —debido al proceso migratorio que deben cumplir— fuera de las aulas.

Estas condiciones superan las políticas en materia educativa del país. Los cupos están allí, pero las capacidades para garantizar la educación más allá del ambiente escolar; es decir, en el hogar, son inexistentes para muchas familias venezolanas. Al terminar 2019, el 42% de los hogares de esta población estaban en pobreza por necesidades básicas insatisfechas, de acuerdo al Banco Mundial. 

Una iniciativa antes las dificultades: Aulas Móviles

Para solventar esta falencia, un equipo multidisciplinario de profesionales venezolanos emprendió la iniciativa llamada: Aulas Móviles. Este proyecto consiste en acercar ambientes escolares a los NNA migrantes, con la finalidad de fortalecer su nivel educativo y permitir su mayor integración en la sociedad ecuatoriana.

El programa lo lleva adelante la Fundación Chamos Venezolanos en Ecuador, liderado por la médica venezolana Egleth Noda. La activista contó a Venezuela Migrante que ver a NNA venezolanos recorrer las calles y avenidas de Quito (capital de Ecuador), entre las filas de carros con productos en las manos en vez de estar en clase, despertó en ella la necesidad de hacer algo.

Fundación Chamos Venezolanos en Ecuador. Foto cortesía de la fundación.

“Decidimos empezar este proyecto para proveer oportunidades a los niños migrantes”, dijo Noda. El compromiso de su equipo de voluntarios y profesores los llevó a habilitar una casa al norte de Quito, para atender a los NNA. Allí les proveían de almuerzo y cena, reforzaban sus conocimientos educativos y les hacían seguimiento psicológico.

Adaptándose a la nueva realidad

María Zambrano inscribió a su hijo mayor de 14 años en el sistema educativo ecuatoriano, para que comenzara clases en abril de 2019. Estaba en Guayaquil (Costa) junto a su esposo y su otro hijo, cuando la llamaron para un entrevista de trabajo en Quito (Sierra).

La diseñadora gráfica venezolana no había conseguido trabajo hasta ese momento, por eso, junto a su familia decidió mudarse a la capital ecuatoriana en la sierra; es decir, en otra región del país con un régimen educativo distintos. En Ecuador hay dos periodos escolares, con dos fechas de inicio y de final diferentes. En Quito las clases inician en septiembre, mientras que en Guayaquil comienzan en abril.

Debido a este cambio, el mayor de su hijo debía esperar unos meses para comenzar a estudiar, algo que incomodaba a María. «Empecé a averiguar para que mis hijos tuvieran algo que hacer, hasta que descubrí a la fundación», narró Zambrano. Los inscribió en el plan vacacional que ofrecían de ese año y desde entonces se ha mantenido conectada con Chamos Venezolanos de Ecuador.

«Ellos apoyan a mis hijos con sus tareas, les refuerzan buenos valores y se preocupan por preservar su identidad como venezolanos», contó María. El apoyo lo realizan de manera gratuita para los NNA migrantes, gracias a las donaciones que reciben de organismos multilaterales y privados, así como al esfuerzos de 50 voluntarios que incluyen, estadísticos, médicos, psicólogos y profesores.

Eduardo Moreno, director de la Dirección de Regulación de la Educación del Ministerio de Educación

Esta labor fue interrumpida debido a la cuarentena impuesta por el Gobierno de Ecuador el 16 marzo. Pese a ello, el equipo de la fundación encontró una modalidad adaptada a la nueva normalidad creada a raíz de el COVID-19. Con el programa Aulas Móviles va a casa, los docentes se acercan a hogares de NNA para instalar un microambiente educativo y hacer seguimiento de sus estudiantes.

“Los profesores están divididos por zonas. Ellos periódicamente visitarán a los estudiantes para continuar con el apoyo académico a pesar del encierro”, detalló Noda. De esta manera esperan mantener a sus estudiantes nivelados ante el nuevo régimen educativo implementado por Ecuador como respuesta a la pandemia.

Aulas Móviles atiende a 285 NNA y cuenta con 20 profesores voluntarios.

Actualmente las instituciones educativas imparten clases por medio de plataformas digitales, a pesar de que solo 6 de cada 10 de hogares en el país no tienen internet en sus casas, de acuerdo Instituto Nacional de Estadísticas de Ecuador (Inec).

 En el caso de la población migrante, el acceso a recursos web puede ser más complicado. Noda informó que el 85% de los 3.073 venezolanos dentro del registro de la fundación no tienen acceso a Internet.

Se garantiza el cupo en escuelas, no la educación

El director de la Dirección de Regulación de la Educación del Ministerio de Educación, Eduardo Moreno, informó a Venezuela Migrante que profesores del sistema visitan a sus alumnos en sus hogares para apoyar su proceso educativo. Esos acercamientos no tienen una periodicidad, sino que ocurren de acuerdo al contexto de cada estudiante, según explicó el funcionario.

“En la zona rural es más fácil visitar a un estudiante que mantenerse conectados por Internet”, detalló Moreno. Fuera de las áreas urbanas de Ecuador solo 2 de cada 100 estudiantes tienen acceso a Internet, según el Inec.

Moreno indicó que el ministerio no sabe específicamente cuál es el acceso a Internet de los hogares venezolanos. Lo que sí conoce es la cantidad de NNA migrantes que se benefician del sistema. El directivo comunicó que más del 90% de los 49.967 estudiantes venezolanos matriculados están inscritos en instituciones públicas.

El funcionario recalcó que el Estado ecuatoriano garantiza el acceso a la educación de NNA migrantes, sin importar su estatus migratorio y los documentos de identidad que posean. “Al momento de inscribirse se genera un código, con el que podrán identificarse durante sus estudios”, explicó.

Leer también: Cuatro barreras para los escolares venezolanos en Ecuador

A pesar de estar garantizado el cupo, el Estado Ecuatoriano no tiene programas especiales para apoyar a los estudiantes venezolanos en sus hogares. Moreno explicó que el Ministerio de Educación no puede asegurar la permanencia de los alumnos en el sistema educativo. «Los estudiantes están muchas veces atados a la condición laboral de sus familias», reconoció el directivo.

Respuesta a las condiciones adversas

Después de 33 años como pedagoga en Venezuela, la profesora Xiomara Pinto dejó su país para migrar a Ecuador, llevándose con ella toda su experiencia como pedagoga. Por eso, cuando supo de la existencia del proyecto Aulas Móviles no dudo para hacerse parte.

«Nos enfocamos en reforzar materias como lengua y matemáticas, así como fortalecer sus habilidades sociales», explicó la docente a Venezuela Migrante. La profesora Pinto indicó que muchos estudiantes venezolanos necesitan apoyo en estas áreas, porque llevaban tiempo sin estudiar debido al proceso migratorio de sus familias. «Después de uno o dos años sin ir a clases, un estudiante necesita readaptarse», agregó.

Las Aulas Móviles funcionan gracias al trabajo de profesores voluntarios y donativos

La pedagoga considera que los NNA migrantes pueden tener falencias educativas que por sí solos no van a solventar. Esta realidad puede hacerlos fracasar en el sistema educativo, causándoles sentimientos de frustración y agobio. Desde el punto de vista de la especialista, sin apoyo muchos alejarían permanentemente de la educación formal.

La ausencia de los padres también influye en el rendimiento de los estudiantes migrantes. Estos salen a la calle a trabajar sin horas definidas, lo que los imposibilita para apoyar los procesos educativos de sus hijos. Pinto contó que la fundación hace seguimiento del núcleo familiar de los NNA, además, hasta antes de pandemia les daban almuerzo y muchas veces cena, gracias a los donativos de organismos multilaterales como el Programa Mundial de Alimentos.

«Tenían una atención integral», afirmó la pedagoga. Ahora con Aulas Móviles va a casa esperan cumplir con las metas propuestas, a pesar de las limitantes propias de la nueva realidad de Ecuador. Para septiembre de este año 285 NNA estaban inscritos en el programa que cuenta con 20 profesores voluntarios.

Con este proyecto, la Fundación Chamos Venezolanos en Ecuador estima alcanzar a más escolares migrantes sin importar la nacionalidad. «Atendemos niños de Colombia también», informó Pinto, quien indicó que dos ecuatorianos hicieron parte de las Aulas Móviles. «Una madre venezolana le contó a su amiga ecuatoriana sobre lo que hacemos. Trajo a sus hijos y nosotros los empezamos a atender. Uno de ellos, un adolescente de 15 años, tenía dificultades en clase, salía mal y estaba desmotivado. Aquí logramos canalizarlo, para que mejorara su rendimiento», narró la docente.

La pedagoga, al igual que la directora de la fundación, considera que la integración comienza por medio de la educación. «Nosotros celebramos las fechas patrias venezolanas y ecuatorianas, cantamos dos himnos, celebramos dos nacionalidades», comentó Pinto. La profesora explicó que este enfoque tiene como finalidad que los estudiantes no olviden su identidad y al mismo tiempo, asuman como parte de su vida a la nación que los acogió.

«Los NNA venezolanos que se queden en Ecuador serán parte del futuro de este país, por eso el Estado debería hacer un gran esfuerzo por integrarlos como si fueran ecuatorianos», declaró la docente. De acuerdo a la proyección del informe: Retos y Oportunidades de la Migración Venezolana 2019, si a esta población se le facilitara la posibilidad de regularizar su situación y se validara sus estudios, aportarían al país el 2% de su PIB.