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«Apenas pase la pandemia, retorno a Venezuela»

“Lo más duro es estar aquí aguantando frío y hambre. Yo intenté regresar a Venezuela, pero no pude. Entre salir de Venezuela o regresarme, me pegó más tener que volver a Colombia sin nada”. El domingo 5 de julio, Eddys Briceño decidió emprender su retorno desde Bogotá al barrio La Pomona, en el estado Zulia. Se trata de una de las entidades más afectadas no sólo por la pandemia, sino también por las recurrentes fallas en el suministro de agua y de electricidad. La intermitencia de estos servicios ocurre en el estado Zulia desde mucho antes de la emergencia sanitaria decretada a consecuencia del Covid-19. A pesar del panorama que le esperaba al retornar a casa, el joven de veinte años decidió volver a su tierra.

Como no tenía para comprar pasaje en alguno de los autobuses autorizados para hacer traslado hacia los pasos fronterizos, decidió caminar los 550 kilómetros que separan la capital colombiana de Cúcuta, acompañado de otros connacionales que encontró en el camino.

“Me fui por Bucaramanga. Ahí me dieron la cola los muleros (los dueños de transportes de cargas) y me fui caminando. Descansaba y dormía en la calle”, relata.

Desde el 17 de marzo todas las fronteras entre Colombia y Venezuela están cerradas como parte de las medidas tomadas durante la pandemia. Sin embargo, según cifras de Migración Colombia, al menos 95.000 venezolanos han podido regresar a través de los pasos fronterizos autorizados entre marzo y julio, aún cuando desde el 8 de junio el gobierno de Nicolás Maduro restringiera casi en un 80% la recepción y solo permitiera el ingreso de 300 connacionales, los días lunes, miércoles y viernes. 

En Colombia, actualmente, hay alrededor de 42 mil connacionales que han manifestado su deseo de retornar a Venezuela. Eddys es uno de ellos.

Tienditas y el cambio de planes

Eddys Briceño llegó hasta la frontera entre Venezuela y Colombia, pero no se atrevió a cruzarla. Se sintió expuesto y temió contagiarse de Covid-19. “Cuando llegué al puente de Tienditas, me pidieron mis datos personales para que me crearan una ficha. Esa era la manera como controlaban a quienes permanecían ahí. Me explicaron que debía estar en cuarentena en el refugio temporal de Acnur entre 15 días y un mes; y luego en Venezuela debía hacer lo mismo en un albergue”.

Eddys no duró ni un día allí. Tan solo imaginarse la situación, le producía una sensación de encierro. Pensar en la cantidad de gente que había, le hacía sentir más expuesto al virus. “Lo que lamento es haber salido de Venezuela hace un año y medio. Eso y saber que me tengo que quedar obligado en un país ajeno. Aquí todo lo tienes que pagar. Hasta para bañarte tienes que pagar dos mil pesos”.

Con un bolso y un par de zapatos, Eddys emprendió el camino de vuelta a Bogotá. Tras pasar alrededor de 10 días caminando y acortar algunos tramos de la ruta, gracias a las colas que tomaba, la capital colombiana lo esperaba. “No fui el único que decidió irse, varios no quisimos quedarnos en el refugio, así que nos juntamos para volver. Y en el camino de regreso nos salieron con machete y cuchillo para robarnos. A mí me quitaron el teléfono, los pocos pesos que cargaba y la ropa. Hasta la cédula me la robaron. Yo regresé sin nada. En el camino, gente con quien nos cruzamos, nos dio ropa y cobijas”.

Eddys llegó a la frontera pero se regresó por el hacinamiento

Caminar para pagar una promesa

Eddys es el menor de su familia. En su natal Maracaibo están su madre, su hermana, su esposa y su hija de un año de edad, a quien aún no conoce. Todos le dicen que regrese.

“¿Pero cómo hago si no puedo pasar? Yo no voy a arriesgarme a esa aventura otra vez. Hasta que no abran la frontera, yo no me voy. Apenas pase la pandemia, retorno a Venezuela”.

Cuando Eddys decidió migrar a Colombia, lo hizo por tierra, y también caminando. Esa fue la promesa que hizo al enterarse de que una tía en Cartagena lo esperaba con un trabajo en un autolavado. Estaba agradecido porque se iría entonces con cierta estabilidad y que podría tener mejores ingresos.

Pero no fue así. “Estando allá, me salió con que ya no había trabajo. Me engañó. Lo que me dio fue rabia y me fui a Bogotá”.

Desde que llegó a la capital colombiana, en 2019, se dedicó a vender bolsas de basura. Con ello costeaba su comida, mandaba dinero a los suyos en Maracaibo y cancelaba los 10 mil pesos (3 dólares, aproximadamente) que le cobraban por la habitación que pagaba diariamente. 

La cuarentena y el desalojo

El 12 de julio de 2020 Eddys llegó por segunda vez a Bogotá, luego de intento por cruzar la frontera. Su intención era seguir vendiendo bolsas de basura, con las que alcanzaba a reunir entre 20.000 o 30.000 pesos (unos 7 dólares). Con este monto podría comer y pagar la habitación. Sin embargo, no lo pudo hacer

Su regreso coincidió con la medida que había adoptado, dos días antes, la alcaldesa de la ciudad, Claudia López, de retomar la cuarentena estricta de 14 días por localidades. Santa Fe, donde él vivía antes de intentar su retorno a Venezuela, fue de las primeras zonas en volver al aislamiento preventivo obligatorio. Entre las medidas que esto implicaba estaba la posibilidad de salir a la calle según un cronograma establecido por el terminal del número de cédula, y solo para comprar medicinas o alimentos.

“Por lo general vendía unas 20 o 30 bolsas, cada una a mil pesos. Con eso podía pagar los diez mil pesos de la habitación y me quedaba para comer. Ahora como no puedo salir a vender más bolsas, me ha tocado pedir y dormir en la calle. Y como me retrasé en el pago por cuatro días, me desalojaron. La encargada me dice que no me puede tener aquí si no le pago, y yo no voy a salir a robar para pagarle”. 

La historia la cuenta Eddys a través del celular que le presta otro migrante venezolano. Se trata de Carlos Álvarez, quien pese a haber perdido su empleo decidió apoyar a sus coterráneos en situación de vulnerabilidad, mientras se las ingenia para vender alguna chuchería en las zonas donde aún no se ha retomado la cuarentena estricta.

No es el único desalojo

Cuenta Álvarez que al menos en Santa Fe viven unos 600 venezolanos y advierte que desde que inició la pandemia se han registrado varios desalojos, aunque no precisó cifras. Álvarez, inclusive, recuerda a un grupo de venezolanos que, tras ser desalojados, tuvieron que dormir por varios días en el container de un camión accidentado que les facilitó un vecino de la zona. “Es muy duro todo. A mí como venezolano me duele. Lo más fuerte es ver mujeres en estado, niños en edad de lactantes y personas de edad avanzada dormir en las calles. Sé de varios que les ha tocado dormir en la calle. La Alcaldía de Bogotá está dando unos mercados y a los venezolanos no los toman en cuenta”, cuenta Álvarez.

Según el abogado y consultor jurídico de la embajada de Venezuela en Colombia, Zair Mundaray, al menos 43 amenazas de desalojo se han reportado en la zona donde vivía Eddys, en el centro de Bogotá. Explica, además, que los meses de mayo y junio han sido, hasta los momentos, los más críticos.

En julio, la situación fue distinta. Para esa fecha había expirado el Decreto 579 que establecía que hasta el 30 de junio se suspendía la orden o ejecución de cualquier acción de desalojo dispuesta por autoridad judicial o administrativa que tenga como fin la restitución de inmuebles ocupados por arrendatarios. “Estamos trabajando para que se renueve el decreto, pero es casi imposible. Por ahora ha habido desalojos, pero no han sido masivos. Han sido muy puntuales”, explica Mundaray.

“Seguimos apoyándonos en un convenio no vigente para impedir que la gente esté en la calle y haya riesgo a que se enferme de Covid-19 o lo transmita. Decidimos interpretar extensivamente el decreto”, señala.

También advierte que hay a quienes se les ha conseguido refugio y no quieren quedarse en esos sitios. “Muchos creen que estando en la calle ejercen presión para que se les resuelva el problema”.

¿Qué hacer frente a un desalojo?

Mundaray explica que para un desalojo no priva la nacionalidad. Pero en el caso de que algún inmigrante venezolano tenga una amenaza es fundamental que agote al menos uno de los tres procedimientos a seguir:

  1. 1) Llevar la denuncia al CAI, entiéndase el centro policial de la zona.

2) Elevar la denuncia a las Personerías de la Alcaldía correspondiente, que son las que trabajan con el Ministerio Público de Colombia o inclusive escribir un correo a [email protected].

3) Notificar la amenaza ante la Defensoría del Pueblo.

El abogado además es muy enfático al explicar que sin una orden judicial ningún desalojo procede. No obstante, recomienda que en caso de que sí se ejecute, la persona afectada debe igualmente notificarlo al CAI y también a la Embajada, a través de las redes sociales.

A la fecha, Eddys lleva casi un mes durmiendo en la cancha deportiva del sector, mientras que en las tardes decidió salir a pedir dinero y comida, al norte de la ciudad.

Mientras tanto, Carlos lidera todos los domingos una iniciativa denominada “sancocho solidario” con la que gracias a la colaboración de comerciantes del mercado popular cercano, Paloquemao, a través de la donación de verduras y vísceras de pollo, le ofrece un plato de sopa a los colombianos vulnerables y a los venezolanos que, como Eddys, esperan la posibilidad de retornar a Venezuela.

Vuelta a la cuarentena estricta

Este domingo 16 de agosto, desde las 00:00, la localidad de Santa Fe retomó la cuarentena estricta, junto a otros cinco sectores de Bogotá. La medida, que se implementará hasta el domingo 30 de agosto, a las 11:59 pm., busca reducir los contagios de coronavirus en esas zonas de la capital, un país que supera los 450.000 casos positivos de Covid-19 y más de 14.000 víctimas mortales.

Sinfonía de la diáspora: los maestros musicales que resuenan en Chile

Ana Vanessa Marvez emigró sintiéndose derrotada. En su equipaje se coló la impotencia de sentir que en Venezuela no pudo hacer nada, desde su individualidad, para aminorar los embates de la crisis política, económica y social. Mientras viajaba hasta Santiago de Chile, y lidiaba con la sensación, se estaba convirtiendo en una integrante más de la diáspora venezolana.

Ella es caraqueña, licenciada en música y tiene un magíster en Gestión Cultural de la Universidad Central de Venezuela. Su trabajo en Caracas era como profesora musical en unos de los núcleos de El Sistema de Orquestas de Venezuela que se ubicaba en Fuerte Tiuna, el complejo militar más grande del gobierno venezolano y epicentro de las actividades castrenses del país. 

Aunque sabía que El Sistema es una institución cultural que depende directamente del Estado venezolano, discrepaba de la línea política oficial.

“Trabajaba en Fuerte Tiuna y estaba sometida a la presión política en el país. En lo que esta presión empezó a verse dentro de El Sistema, y antes de asfixiarme o que se me volara algún tapón y dijera algo que me perjudicara, decidí irme. No aguantaba la carga política. Yo quería tener hijos, hacer una familia, pero no en esa Venezuela”, relata.

Ana Vanessa describe su proceso migratorio como normal. Ella confiesa que fue afortunada desde que llegó a Chile en diciembre 2015. En dos semanas, consiguió trabajo en una academia integral de artes como empleada administrativa. 

No obstante, el sentimiento de culpa por haber migrado la acosaba. La frustración de no haber podido ayudar en su país la acompañaba, incluso, en momentos de alegría. “Yo salí de Venezuela con esa sensación de derrota, que no supe qué hacer para mejorar a mi país. Si yo hubiese encontrado la manera para saber cómo ayudar, me hubiera quedado”, reflexiona.

¡Eureka!, una orquesta de migrantes venezolanos

Cuando Ana Vanessa Marvez empezó a trabajar como empleada administrativa en la academia de artes comprendió que la suerte estaba de su lado. En menos de un mes ya gozaba de un empleo estable y estaba tramitando sus papeles para regularizar su estatus legal como venezolana migrante.

Chile es el tercer país con mayor cantidad de migrantes venezolanos en Latinoamérica. Hasta la fecha se contabilizan 472.827 criollos en esa nación, según la plataforma de monitoreo de la ONU

Mientras se adaptaba a su nueva vida en Chile, Ana Vanessa fue recibiendo poco a poco atisbos de las necesidades de otros inmigrantes venezolanos. Al caminar en las calles de Santiago observó que en algunas zonas, o en los pasillos del metro, había músicos profesionales de su país tocando a la gorra.

Esta realidad le dolió. 

Para ella, era insólito que músicos profesionales estuvieran tocando en las calles de Santiago de Chile, pero entendía que en esa nación tenían una oportunidad de mejorar su calidad de vida, lejos de la crisis de Venezuela. 

Con cada escena que se topaba, el pesimismo la pinchaba en su interior. Estaba comenzando una nueva vida arrastrando la impotencia de sentirse inútil para ayudar en Venezuela. 

El sentimiento de derrota tampoco mejoró en su trabajo. Con el pasar del tiempo empezó a recibir currículos de venezolanos buscando trabajo en la academia de arte. 

Y sucedió. Esas hojas de vida se convirtieron en el combustible necesario para que en su interior se iluminara una posible solución para mejorar la realidad de algunos músicos venezolanos en Chile. 

“Me dije en algún punto: tengo tantos curriculums de músicos venezolanos que puedo crear una orquesta. Y se me prendió un bombillo, tuve la primera idea. Me dije: ¡Puedo hacer una orquesta! Tengo los conocimientos con el magister en gestión cultural, puedo hacerlo”.

La idea de crear una agrupación musical de migrantes venezolanos en Chile ya había germinado en la mente de Ana Vanessa. Desde que tuvo su momento epifánico, se aferró a ese plan y comenzó a desarrollarlo. 

Antes de darle forma a su iniciativa, pudo contratar a un joven flautista venezolano para que diera clases en la academia de arte en la que se encontraba. En una conversación que sostuvo con él, afianzó su idea de la orquesta de migrantes.

—¿Qué te pasó? ¿Por qué tienes las manos tan maltratadas?— le preguntó al flautista después de entregarle crema para las manos y notar que las tenía moradas e hinchadas.

—Es que estoy trabajando como lavaplatos, no me dan guantes. El agua es helada y, bueno, tengo que aguantar— respondió el joven músico.

—Tienes que dejar ese trabajo, tú eres flautista, vives de tus manos— le increpó.

—Claro, Ana ¿y de qué vivo mientras tanto?—le refutó.

Ella guardó este episodio como motor para continuar con el proyecto de la orquesta de migrantes venezolanos en Chile. Organizó en su mente todo el conocimiento que había adquirido en la Universidad Central de Venezuela cuando estudió Gestión Cultural y lo plasmó en un papel.

De la idea a la orquesta 

El objetivo, más allá de organizar una orquesta de músicos venezolanos en Chile, era crear un espacio de encuentro para los jóvenes que no querían alejarse de su pasión. Con esa premisa, a mediados de 2016, escribió las bases del Proyecto de Desarrollo Social Multicultural y Educativo para el Rescate de la Comunidad Artística Migrante en Chile.

“Empiezo a agarrar esos CV y los empiezo a llamar para decirles que tenía una idea: crear una orquesta con todos ellos, sin ningún tipo de financiamiento ni pago. Mi meta era lograrlo, lograr la orquesta, la financiación. Automáticamente les pregunté si conocían a otros en la misma situación. Esos 30 CV que tenía se convirtieron en 90 y luego en más. ¡Wow eran bastantes personas interesadas!”, afirma.

El Proyecto de Desarrollo Social Multicultural y Educativo para el Rescate de la Comunidad Artística Migrante en Chile se fundamentó en dos pilares: la educación musical y la ejecución musical. 

Con tan solo seis meses residenciada en Chile empezó a buscar en instituciones públicas y privadas espacios para que los músicos pudieran dar clases y practicar sus habilidades. Su jefe fue el único que accedió a alquilarle un espacio para que comezaran las actividades del proyecto musical.

“Para la primera convocatoria me hice unos pequeños volantes, los hice yo misma, me fui a puertas de iglesias que tienen feligreses venezolanos y los invité a inscribirse a un programa piloto de este proyecto con el nombre Orquesta Infantil de Venezolanos en Chile”, recuerda.

Ana se concentró en “crear la fuente de trabajo” que permitiría que los jóvenes profesionales pudieran tener algún tipo de ingreso con sus conocimientos musicales. 

Las clases que estaban impartiendo no se limitaron solo a los venezolanos. Lo multicultural de su iniciativa se evidenció cuando en la nómina de estudiantes empezaron a registrarse nacionalidades de Perú, Chile, Ecuador y China. 

“Nos dimos cuenta por la cantidad de solicitudes y los bajos costos que cobramos, que el precio era  50% menor a lo que cuesta en las escuelas privadas de Chile, para tratar de darle el enfoque social que tenemos bien aprendido los músicos venezolanos”, comenta.

A los tres meses de haber iniciado las actividades de la Orquesta Infantil de Venezolanos en Chile, los músicos profesionales le preguntaron a Ana cuándo funcionaría el pilar de la ejecución musical. 

A ellos no les importaba que todavía no existiera el financiamiento, necesitaban un espacio para reencontrarse con su esencia: ser músicos.

En julio de 2017 hizo la primera convocatoria. El primer ensayo agrupó a 13 músicos, el segundo 30 y el tercero casi 90. En menos de una semana, el sueño de la orquesta de músicos venezolanos en Chile ya estaba tomando forma.

“Todo el que llegó, lo hizo con una historia distinta, una realidad diferente, historias diferentes. Se convirtió en un centro de rehabilitación musical, porque el reencontrarse con la música fue como volver a nacer, volver a respirar. Nos dio la fuerza a muchos, para continuar luchando para tratar de insertarnos en el país, porque ahora teníamos este espacio para reencontrarnos”, comparte Ana sonriendo.

Después de la primera semana de ensayo, la orquesta de músicos migrantes venezolanos en Chile ya tenían su primer concierto agendado. Y con esa presentación empezaron a abrirse las puertas de nuevas oportunidades.

Durante 2017, en menos de un año de funcionamiento, la idea de Ana contaba con dos núcleos de educación musical, una Orquesta de Músicos Venezolanos Radicados en Chile y el Coro Polifónico.

Sellos de calidad

Actualmente la idea de Ana Vanessa se transformó en la Fundación Música para la Integración, una organización que sigue basando sus actividades en los pilares de educación y ejecución musical.

En su búsqueda de financiamiento durante el primer año de funcionamiento, el proyecto de Ana contó con el respaldo de la Unesco. Aunque ninguna institución pública o privada los apoyó, lograron que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura les permitiera utilizar su logo como aval de la calidad que ofrecía la propuesta musical.

“Estamos hablando de una institución internacional que nos daba a nosotros la credibilidad de que lo que estábamos haciendo era lo correcto”, afirma. 

Posteriormente, la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile (FOJI) comienza a seguir las actividades de la Fundación Música para la Integración. La organización que fundó Ana Vanessa trascendió y la FOJI los incluyó en su directorio de Orquestas reconocidas en Chile. 

«En 2018 logramos una amistad importante de la FOJI quienes nos ayudan prestándonos espacios. Quizás al principio era muy difícil lograr su apoyo, pero luego de institucionalizarnos y de haber realizado bastantes actividades, allí como que vieron: esta gente va en serio y muy amablemente empezaron a abrirse puertas del gran Sistema de Orquesta de Chile…nos empezaron a invitar”, explica.

Para 2019 el reconocimiento que logró la Fundación Música para la Integración con la Unesco y la FOJI les permitió estrechar vínculos con centros culturales chilenos, y dos grandes empresas: Telefónica y CorpArtes, el Centro Cultural del banco Corpbanca.

A medida que siguieron con sus actividades, el ministerio de cultura chileno también los invitó a participar en sus eventos. Por último, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) de Chile comenzó a apoyar a la Fundación Música para la Integración.

“Acnur Chile nos conoce. Ya en ese momento estaba el proyecto de Latin Vox sonando en Argentina y dijeron que se les parecía. Y con el tiempo nos empezaron a apoyar también como lo hicieron con Latin Vox en Argentina”, recuerda.

Aunque actualmente no todos los integrantes de la Fundación cuentan con un trabajo formal en el área musical, Ana precisa que en estos tres años de funcionamiento la inserción laboral ha mejorado. “De un 0,5% de músicos con empleo en el área musical cuando inició, en este momento puedo decir que hay 5% con trabajo formal”, afirma.

Maestros musicales

La Fundación Música para la Integración no es el único lugar que agrupa al talento profesional venezolano. Hay instituciones públicas y privadas que les han abierto las puertas a otros músicos, como a Desirée Baloa y a Juan Carlos Pineda para que se desarrollen como docentes.

Desirée Baloa llegó a Chile en 2018. Ella es caraqueña y fagotista del Sistema de Orquesta venezolano. Tuvo la oportunidad de participar en 13 giras internacionales. Uno de los motivos por los que escogió Chile fue por la inclusión que se estaba dando con los músicos venezolanos en ese país.

“Cuando estaba pensando en salir del país, estaba nerviosa y triste. Pero conseguí una publicación de la Fundación Música para la Integración y pregunté. Me dijeron que en lo que llegara los buscara, me dio mucha ilusión (…) Me traje mi fagot como equipaje de mano y cuando llegué, una de las primeras cosas que hice fue buscar para ir con ellos, y me recibieron súper bien”, comparte Desirée.

Después de ese primer encuentro con Música para la Integración, la fagotista pudo insertarse en el mercado laboral musical chileno como maestra. Además de sus actividades en la fundación, ella actualmente es docente de dos instituciones culturales públicas: la Orquesta Sinfónica de Santo Domingo, en la Región de Valparaíso y en la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lo Barnechea, de la Región Metropolitana.

“Antes de venir para acá, nunca pensé en dar clases y ahora me da mucha alegría ver cómo los niños van creciendo y mejorando con mucha ilusión y saber que uno es parte de ese proceso”, expresa.

El trujillano Juan Carlos Pineda, conocido como “Tito”, también es otro ejemplo de cómo en Chile aprovechan el talento venezolano para sus mallas curriculares de enseñanza. Aunque él no formó parte de El Sistema de Orquesta Venezolano, se profesionalizó en música tocando el bajo en el estado Lara.

Desde el 5 de marzo de 2018, “Tito” es parte de un proyecto educacional en el colegio Francisco Valera, ubicado en el área metropolitana de Santiago. Allí, comparte sus metodologías en la cátedra Música del mundo, de la que está a cargo.

“Implementé una sala de música, que ya estaba construida, y es una sala en donde los instrumentos están alrededor de los alumnos. Luego, organizo cada curso como una banda de música. Ha sido una revolución este sistema de enseñanza porque ellos aprenden el lenguaje de la música con el instrumento que les gusta. La música es desarrollada desde sus intereses”, explica Pineda.

Transformación educativa y cultural

A juicio de Ana Vanessa Marvez, la migración venezolana ha transformado paulatinamente la concepción que tenía la población chilena sobre los migrantes. Ella intuía que los chilenos esperaban que los músicos venezolanos prosperaran, pese a que reconocían su talento por haberse formado en El Sistema de Orquesta.

“Ha cambiado la percepción del venezolano. Hoy en día los chilenos son los que quieren tocar con nosotros. Hemos logrado nuestro lugar en Chile con nuestro trabajo, con mucha humildad”, asevera.

La fundación ha complementado, de a poco, las políticas públicas chilenas sobre la educación musical. Para Ana, el enfoque de inclusión de El Sistema venezolano ha calado en la sociedad chilena.

“¿Qué ha cambiado últimamente? El sistema chileno se ha dado cuenta. En los niveles de niños se han abierto más, están abriendo muchas otras orquestas, están dando becas también”, asegura.

Música para la Integración es una fundación que ha permitido visibilizar el talento de los venezolanos en Chile. El trabajo que realizan desde 2017, se ha orientado a impulsar la cultura en Chile desde la educación y la ejecución musical.

Además, esa fundación se convirtió en el proyecto de vida de Ana Vanessa Marvez. Tres años después superó su sentimiento de frustración. Entendió que su proyecto ahora es el eje de otros migrantes venezolanos que, como ella, buscaban mejorar su calidad de vida en Chile. 

La Fundación Música para la integración cuenta ahora con 5 núcleos de enseñanza musical, una orquesta profesional, dos orquestas infantiles, un coro polifónico y 4 compañías artísticas que integran la música y la actuación.

Ana Vanessa ya no se siente derrotada, al contrario, siente que ganó una nueva familia.

“Encontré mi lugar en el mundo. Siento que había algo que me trajo hasta Chile. Encontré mi razón de vida, de ser: generar los espacios culturales y ayudar a enseñar música”.

Las trasnochadas colas para pagar la visa en Ecuador

“Parecen las colas en Venezuela”, dijo Mónica Villalobos, una venezolana de 26 años, desde la sede del banco Banecuador en el centro de Guayaquil, Ecuador. Allí esperaba desde las 5:00 am su turno para pagar la visa humanitaria.

Hasta las 5 de la tarde tenía para depositar. Ya lo había intentado durante los dos días previos a este jueves 13 de agosto, sin que lo hubiera logrado. Su objetivo fue impedido por la larga cola que cubría dos cuadras. Al igual que ella, miles de venezolanos debían depositar $50 a la cuenta de la Cancillería antes de las 5:00 pm. De no hacerlo, la multa sería de $800 por no regularizarse en el país a tiempo.

Por medio del Decreto presidencial 826, los venezolanos que entraron a  Ecuador antes del 25 de julio de 2019 pueden obtener la visa de excepción por razones humanitarias. Instrumento que les permite vivir y trabajar en el país durante dos años.

En el Decreto se estableció como fecha límite para tramitar el permiso migratorio el 30 de marzo. Sin embargo, debido al estado de excepción decretado para enfrentar la pandemia Covid-19, el plazo fue extendido hasta el jueves 13 de agosto.

Fila de venezolanos a las afuera de la sede del banco Banecuador de la avenida Luis Plaza Duñin (Norte de Guayaquil).

Para tramitar la visa el Ministerio de Relaciones Exteriores exige la presentación de un pasaporte, con máximo 5 años de vencimiento. También pide antecedentes penales venezolanos apostillados y el comprobante de depósito en alguna entidad de Banecuador. Este es el único banco autorizado para recibir el dinero relacionado al permiso especial de estadía.

Dormir en la calle para depositar

 Freddy Briceño, un venezolano proveniente de Valera, estado Trujillo, asumió el rol de “coordinador de la fila”, en las afuera de la sede del Banco en la avenida Luis Plaza Dañin, al norte de la ciudad. El hombre contó que desde el pasado lunes 10 de agosto cientos de sus coterráneos han llegado día a día  para depositar.

“Hicimos una lista para llevar una orden y evitar confrontaciones”, explicó Briceño. Dijo que se dividieron en grupos para pernoctar en los alrededores del banco y así cuidar el “puesto” de quienes se organizaron. “Algunos hacían guardia para evitar las acciones de los delincuentes y para avisar si venía la policía. Hay que recordar que hay toque de queda”, detalló el trujillano.

El 16 de marzo, el presidente de Ecuador decretó el estado de excepción para controlar la pandemia Covid-19. Se ordenó un toque de queda, con una duración determinada por el Comité de Operaciones de Emergencia (COE), para cada ciudad. En el caso de Guayaquil es de 11:00 pm hasta 5:00 am.

Irregularidades en el proceso

No todos en las colas pensaron en la visa humanitaria como primera opción. Algunos ya poseían la visa Unasur, permiso de residencia para suramericanos. Esta visa tiene un precio de $250. Para su obtención se requiere de un pasaporte vigente, a diferencia de la humanitaria.

David Silva, proveniente Valencia, pagó y adjuntó en el sistema todos los requisitos exigidos para recibir la visa Unasur. Sin embargo, cuando se presentó a su cita le dijeron que no había depositado el dinero, a pesar de que llevó el recibo del banco. “Tuve que pagar a un abogado, quien ingresó un recurso administrativo en Cancillería, para exigir que me resolvieran el problema que ellos me causaron”, contó. «Perdí ese dinero».

El ente migratorio, para evitar que la  irregularidad trascendiera hacia el sistema judicial, le ofreció la visa humanitaria; a pesar de que, de acuerdo al Decreto 826, los venezolanos que entraron al país después del 25 de julio de 2019, no pueden optar por esa visa, como es el caso de Silva.

Algunos venezolanos pernoctaron a las afueras de las sedes de Banecuador en Guayaquil, para poder tomar un turno y depositar el dinero necesario para la visa humanitaria.

“No fue hasta ayer a las 8 de la noche que me enviaron la autorización para tramitar la visa”, relató con indignación y explicó que tuvo que madrugar para hacer el deposito. Esto con el temor de no poder hacerlo a tiempo, debido a las largas colas en las tres sedes de Banecuador en Guayaquil.

Otros venezolanos afirmaron a Venezuela Migrante que, a pesar de ingresar los documentos exigidos y pagar, hasta la fecha no han recibido la visa por los medios electrónicos correspondientes.

  También se han registrado problemas para adjuntar al sistema los documentos y el depósito, lo que preocupa a quienes optaron por el visado humanitario. Temen no poder regularizarse a tiempo, porque las autoridades ecuatorianas enfatizaron que, hasta este jueves hay oportunidad.

Sin opciones

 “El proceso de regularización culmina hoy, la prórroga ya se dio, la prórroga se ha cumplido”, declaró la ministra de Relaciones Interiores de Ecuador, María Paula Romo,  al  diario El Comercio de Quito.

Esa declaración se une a lo dicho por el Viceministro de Movilidad Humana, Carlos Velástegui en una entrevista al diario El Comercio. El alto funcionario señaló que los venezolanos que quisieran regularizar su situación debían optar por alguna de las 20 visas que ofrece el Estado ecuatoriano, a pesar de que todas ellas cuestan más de $250 y exigen pasaporte vigente.

De acuerdo al viceministro, entre agosto del año pasado y el de este año, 90.000 venezolanos solicitaron la visa humanitaria. De esa cifra 37.000 la recibieron, es decir, cuatro de cada 10. Los demás quedan en situación irregular por tiempo indefinido.

Leer también: Sin visa y sin pasaporte en Ecuador: venezolanos en un limbo jurídico

Depender de las ayudas internacionales en Ecuador

Para el 6 de agosto de 2020 hay 362 mil 887 venezolanos en Ecuador, según la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Antes del Estado de Excepción, declarado el 16 de marzo por el gobierno ecuatoriano, a raíz de la pandemia por el Covid-19, 89% de esta población trabajaba en el comercio informal

Los estragos de la emergencia sanitaria ocasionaron que muchos venezolanos perdieran sus medios de vida, que fueran desalojados de sus arriendos y que se apegaran, más que en los últimos tres años, a las ayudas que otorgan los organismos internacionales como el Programa Mundial de Alimentos, Acnur, OIM, HIAS y el Servicio Jesuita de Refugiados. 

En esta búsqueda por obtener algún piso que les permita sobrevivir hasta que consigan un trabajo estable está *Beatriz con su hija de seis años. Oriundas del estado Yaracuy, llegaron a Ecuador hace dos años. Beatriz es manicurista y desde que llegó a Quito no ha podido ahorrar lo suficiente para comprar los implementos que le permitan ejercer su oficio. Hace tres meses Beatriz fue víctima de violencia de género y tuvo que ir a un refugio. 

“La persona con la que vivía, me golpeó y amenazó a mi hija. Tuve que llamar a la policía que me sacó hacia una casa de acogida para mujeres maltratadas. Me alivió salir de las manos de ese hombre, pero los meses que viví en el refugio fueron una pesadilla”, relata Beatriz. 

Un refugio diseñado para este tipo de casos que, según ella, no cuenta con la empatía necesaria para tratar con refugiadas venezolanas o colombianas. “Un día le dije a la encargada de la cocina que cocináramos unas caraotas, y ella me dijo que eso para los ecuatorianos era comida de perro. También, amenazó a mi niña de que no corriera porque la agarraría de los pelos para que se comportara”. 

Beatriz llegó a tal grado de desesperación, que amenazó con huir si no la sacaban de ahí. Luego de muchas llamadas, e insistencia, Acnur Ecuador le consiguió un pequeño departamento para que se mudara. Prometieron pagarle por cuatro meses los 90 dólares de arriendo, y darle comida. “Muchos de estos organismos no entienden lo que uno pasa. Y se tardan en dar respuesta”. 

Según su boletín informativo de junio 2020, Acnur Ecuador trabajó con cuatro asociaciones civiles de venezolanos durante esta cuarentena para entregar kits de alimentos. Acnur entregó 476 bolsas de comida, 119 por cada asociación, y según Alfredo López, de la Asociación de Ciudadanos Venezolanos en Ecuador (ACVE) cada una estaba valorada en más de 20 dólares. “Acnur nos contactó para hacer las entregas y, a través de nuestros registros, beneficiamos a las familias más necesitadas”, dice López. 

Para realizar este reportaje, Venezuela Migrante le solicitó tres veces al departamento de prensa de Acnur Ecuador el detalle de lo que contenía cada uno de los kits, pero no hubo respuesta. Además, se le solicitó que especificaran cuál es el promedio, en dinero, que 8.500 familias recibieron a través de transferencias, entrega que reseñan en su boletín informativo. 

No hay una dinámica específica sobre cómo los venezolanos pueden obtener los beneficios que ofrece Acnur Ecuador. Si hacemos un barrido a través de la página WEB oficial de esa agencia internacional y sus redes sociales, encontramos que sólo dejan números de teléfono y dirección de correo electrónico de contacto para que los que necesiten ayuda llamen y sean atendidos. 

“A mi me hicieron una entrevista y me dijeron que esperara. Pero no podía esperar mucho porque la situación en el refugio era insostenible. Conozco a otras personas que han llamado y les dicen que ya no tienen dinero para ayudar, y que también deben esperar”, explica Beatriz, quien ahora está tratando de sobrevivir como recicladora. Todas las mañanas, una vez que se acaba el toque de queda en Quito, sale a recoger botellas de plástico para venderlas a unos 75 centavos de dólar la libra. No cuenta con la tarjeta de alimentación que da el Programa Mundial de Alimentos (PMA) a través de HIAS porque se le venció y no se la renovaron. 

Tarjeta de alimentos para la población vulnerable

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) en Ecuador entrega una tarjeta de alimentación a poblaciones vulnerables, entre esas los refugiados venezolanos, para que mensualmente puedan comprar comida en ciertos supermercados del país. La tarjeta se entrega a través de su socio implementador: HIAS Ecuador. 

Para obtener la tarjeta se deben cumplir ciertos requisitos; entre esos, no tener más de un año de haber llegado al país e ir a una cita presencial (esto antes de la cuarentena, ahora se hace por teléfono) para responder varias preguntas socioeconómicas. 

Además, el beneficio se activa primero por seis meses, luego se hace una reevaluación; y de ser necesario, se activa por seis meses más. En total, los beneficiados no duran con la tarjeta más de un año. Se les otorga 25 dólares por miembro de familia. Lo que quiere decir que si es una familia de cinco personas, por ejemplo, recibirán mensualmente 125 dólares. 

Durante la cuarentena, el PMA decidió reactivar tarjetas de alimentación que se vencieron (cumplieron el máximo de un año de vigencia) para ayudar a los venezolanos. Según el boletín informativo del PMA de mayo de 2020, hay 112.212 beneficiarios. El 91.4% son venezolanos.

“Yo estoy esperando que me atiendan en el HIAS. Me dieron cita para el 4 de septiembre, para ver en qué me pueden ayudar”, relata Mariana Silva quien tiene en  Ecuador más de tres años con su hija y su esposo. Cuando llegaron, lograron obtener un trabajo que les permitía cumplir con todos los servicios básicos del apartamento y comprar comida. Pero, por la cuarentena, quedaron desempleados. 

“He llamado a varios organismos internacionales y me dicen que no tienen recursos. Que ya no pueden ayudar. Donde me ayudaron fue en Fudela (socio de Acnur y OIM Ecuador), que me llamaron un día para que fuera a retirar una bolsa de comida en un supermercado cerca de mi casa. Me duró como una semana y media”. 

HIAS Ecuador no sólo implementa la tarjeta de alimentación en coordinación con el PMA, también realizan evaluaciones a casos en específico, dependiendo de la situación de vulnerabilidad, para entregar dinero en efectivo que los beneficiados usan para pagar arriendos o servicios básicos. 

La dinámica para contactar con ellos es parecida a las que aplica Acnur, en sus redes sociales se encuentran números de contacto para que los que necesiten de su apoyo puedan llamar. Pero, ante la cantidad de personas que llaman, muchas veces el servicio está colapsado. No se tiene una cifra exacta de cuántos venezolanos reciben el apoyo.

Ayudas para sobrevivir

En su boletín informativo número 3, la OIM Ecuador, indicó que durante mayo y junio de 2020 ayudaron a 343 personas con alojamiento de emergencia y 1.532 recibieron asistencia en arriendos para evitar desalojos. No especifican cuántas de esas personas son venezolanos. La OIM tiene un departamentos que evalúa todos los casos de personas en vulnerabilidad para ofrecerles ayuda que van desde transferencias en dinero en efectivo hasta kits de alimentos. 

Los tiempos de atención y respuesta son varios debido a la cantidad de casos que se evalúan, y esto hace que los venezolanos busquen otros mecanismos para recibir ayuda humanitaria. Uno de esos mecanismos es la ayuda que ofrece el Servicio Jesuita de Refugiados. 

“A través de sus redes sociales les escribí para que me ayudaran con algo de alimentos. Durante esta cuarentena mi esposo y yo nos quedamos sin trabajo, y es duro tratar de sobrevivir. Además, a mi no me renovaron la tarjeta de alimentación de HIAS”, dice Ana Botello, caraqueña, y que llegó a Ecuador hace dos años. 

Ana tiene dos hijos: una niña de dos años y un niño de seis. Además, con ella vive su hermano, cuñada, esposo y mamá. “Se me pone la situación color de hormiga porque no hay empleo, y cuando llamas a los organismos internacionales, te dicen que no tienen recursos. Yo tengo cita con HIAS para octubre. Para que revalúen mi caso. Pero de aquí allá tengo que comer”.  

No hay cifras exactas de cuántos venezolanos han regresado desde los países de acogida durante la pandemia por el Covid-19. Un informe del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello recoge que 71 mil personas hasta el 19 de julio de 2020, según el gobierno de Venezuela. Aunque también indican que según el gobierno de Colombia, hasta el 21 de julio de 2020, 90 mil personas habían regresado desde ese país.

Desde la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela mantienen una campaña en la que piden que las personas que no regresen durante esta cuarentena por pasos fronterizos irregulares; porque se exponen a peligros como caer en redes de tráfico de personas y violencia generalizada. 

Para el 6 de agosto, Ecuador reporta 42.106 casos confirmados de Covid-19 y 3592 fallecidos. Y Quito, la capital, se ha convertido en el nuevo foco de contagio. Mientras estas condiciones adversas estén presentes, los venezolanos seguirán yendo a los organismos internacionales por ayuda y oportunidades de conseguir medios de vida. 

31 mil venezolanos han retornado desde Perú según estimaciones de la Defensoría del Pueblo

La Defensoría del Pueblo de Perú describió el panorama sobre la situación de la población venezolana que hace vida en el país y reveló cifras que ilustran el impacto de la pandemia en una población que ya era vulnerable antes de que llegara el Covid-19.

Según el informe Personas venezolanas en el Perú antes y durante la pandemia, que presentó la Defensoría del Pueblo del Perú, durante un Facebook Live, Percy Castillo, adjunto para los Derechos Humanos y las Personas con Discapacidad de la mencionada institución, señaló que 31 mil venezolanos abandonaron Perú debido a la crisis económica que se ha originado por la pandemia.

Detalló que las medidas restrictivas para frenar el avance de la infección dejaron como saldo que 89% de los extranjeros fueran despedidos y 39% desalojados de los hogares que habían rentado.

“Durante la pandemia ese conjunto de carencias que ya se encontraban y padecían los venezolanos, se agudizaron. Sin embargo, esta coyuntura agrega un elemento adicional que lleva al extremo el ejercicio de sus derechos, aunado a la inexistencia de redes de apoyo proveniente del Estado peruano”, dijo el tras presentar las cifras.

Castillo destacó que estos desplazamientos se han dado a través de caminos irregulares debido al cierre de fronteras en los países de tránsito por los que se ven obligados a pasar los migrantes.

“Esto los expone a ser potenciales víctimas de trata de personas, tráfico ilícito de migrantes, accidentes en rutas con víctimas fatales, entre otras situaciones”, precisó.

El informe Personas venezolanas en el Perú antes y durante la pandemia fue presentado por la Defensoría del Pueblo de Perú durante un Facebook Live

Lo que ocurría antes del Covid-19

Castillo resaltó algunos de los aspectos que hacían vulnerables a los venezolanos ante de la expansión del virus:

Límites para acceder al territorio peruano.

Dificultades para lograr a un status migratorio legal.

Dificultades para acceder a servicios de salud, vivienda digna, proliferación de discursos migratorios e irregularidades en el debido proceso durante la expulsión de venezolanos.

“Mediante este estudio detectamos que en 56% de los hogares venezolanos residen de 4 a más personas y genera hacinamiento”, detalló.

Además, dijo que, entre mayo y marzo del presente año, 88.48% de las intervenciones de la Defensoría tuvieron relación con la mediación para evitar desalojos.

Retos post Covid-19

El documento presentado durante la actividad virtual cierra con algunas sugerencias al Estado que deben ser consideradas con carácter prioritario:

“Revisar los limites documentarios para el acceso al territorio peruano, frenar el discurso discriminatorio. Nuestros legisladores deben entender que se debe frenar la criminalización de la migración. Por último, y no menos importantes, las garantías de un buen acceso a la educación y la salud”.

Por esta situación, el funcionario demandó la articulación de las organizaciones internacionales con las nacionales: “las propias organizaciones de apoyo a las personas venezolanas en el país como Acnur y la OIM han sido insuficientes ante la magnitud de la crisis”, dijo.

En este sentido, agrega: «La exclusión de acceso a beneficios claves exige y reclama de una repuesta conjunta pues la afectación ha sido severa. La repuesta al ciudadano migrante no ha sido articulada y no es nueva viene, de un tiempo atrás”, señala el funcionario.

Recordó que, desde el inicio de la propagación del virus, se emplazó al Gobierno a incluir a los venezolanos en los planes sociales, sin que hasta ahora esto haya ocurrido.

Bolivia registrará a menores de edad venezolanos sin identificación

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Los venezolanos menores de edad que están en Bolivia podrán regularizar gratis su situación. La medida ocurre debido a que muchos venezolanos carecen de cualquier documento que los identifique. La decisión busca evitar situaciones de vulnerabilidad, según fuentes oficiales.

El director interino de Migración de Bolivia, Marcel Rivas, explicó que, a partir este martes, 11 de agosto, los padres podrán solicitar el reconocimiento de la identidad de sus hijos. Este trámite se hará en una ventanilla habilitada para ello en esta entidad.

Una medida que busca ayudar a los venezolanos

Buena parte de los menores de edad venezolanos que se encuentran en Bolivia carecen de documentos de indentificación. Especialmente por la dificultad para gestionarlos en su país de origen. Además, por las carencias en delegaciones diplomáticas venezolanas en distintos países de Sudamérica.

El objetivo de esta medida es facilitar a estos menores de edad que permanezcan con sus familias y eviten situaciones de calle. Y que no se expongan a la trata y tráfico de personas, señaló Rivas.

Unos 3.000 venezolanos están en situación de calle en Bolivia. Hay menores de edad que, incluso sin constancia formal de sus nombres y apellidos, carentes de documentos, que están vencidos o son solo fotocopias, advirtió.

Una resolución de la entidad migratoria boliviana aplicó en el país una serie de convenios de Naciones Unidas sobre infancia y migrantes, para facilitar este paso con los venezolanos menores de edad, dijo el director interino.

Al menos 10.000 venezolanos, entre refugiados y migrantes, residen en Bolivia. Este país se ha convertido en un nuevo destino para quienes escapan de la crisis en Venezuela y abandonan otras naciones como Colombia, Ecuador y Perú, según un informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) difundido en mayo pasado.

Bolivia anteriormente ya adoptó otras resoluciones en favor de los venezolanos. En enero de este año se estableció una medida para facilitar el ingreso de niños y adolescentes venezolanos indocumentados, para preservar la unidad de las familias y evitar que estén expuestos a situaciones de riesgo.

Con información de Efe

Foto principal: Iván Ernesto Reyes/Efecto Cocuyo

Venezolanos varados en España: «El dinero se acaba y aquí no podemos producir»

Un nuevo intento. Grupos de venezolanos varados en España exigieron, nuevamente, a las autoridades venezolanas que les permitan regresar a su país en un vuelo humanitario. Son al menos 700 los criollos que se encuentran bajo esa condición en el país ibérico desde hace cinco meses, cuando los efectos de la pandemia de la COVID-19 obligó a cerrar el espacio aéreo venezolano.

Tres grupos, conformado cada uno por al menos 10 personas, hicieron presencia en la T4 del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas, y en los Consulados de Venezuela en Barcelona, en Cataluña, y en la isla de Tenerife, en Canarias, la mañana del lunes 10 de agosto. Desde allí solicitaron al Gobierno venezolano la habilitación de un vuelo que les permita retornar a sus hogares, pues la «situación es crítica» y algunos están en «situación de calle».

«El dinero se acaba y nosotros acá no podemos producir ni un centavo. Y amén de que uno se cuide mucho de la enfermedad (el coronavirus). Solicitamos al Gobierno que apure, porque es urgente, que necesitamos regresar», dijo Fernando Portela, odontólogo, que cumplió cinco meses como varado en Europa.

Portela, que viajó con su pareja a Francia en lo que sería unas vacaciones por 15 días, se quedó atrapado en París por unos cuatro meses. Como la capital francesa es una ciudad muy costosa, tanto en alimentos como en alojamiento, decidió movilizarse hacia España.

Estableció contacto con el Consulado y la Embajada venezolana, primero en Francia y luego en España, pero en ninguno de los casos ha recibido respuestas alentadoras. De hecho, al trasladarse a las sedes diplomáticas en territorio francés en busca de ayuda, vio que estaban cerradas con carteles que daban indicaciones de que los contactaran vía correo electrónico o por llamada. Pero, cuando llamó, la línea telefónica estaba caída y el único correo electrónico que envió se lo respondieron con meses de retraso, ya estando en suelo español.

En un mensaje enviado por la Embajada venezolana en Madrid a los venezolanos varados, se les notificó que «se está perfeccionando el operativo de recepción para control sanitario de los próximos viajeros» y que, hasta tanto no esté completamente listo, no habrá nuevos vuelos de repatriación.

Venezolanos convergen en Madrid

Ismar Correa llegó con su madre, de 66 años, a la capital española el 10 de febrero. La idea del viaje era visitar a sus sobrinas y a su hermano, que ya tienen dos años viviendo en España. Sin embargo, como al resto de los varados, el escenario se les complicó con la llegada de la pandemia.

«Estoy durmiendo en un sofá-cama desde hace casi seis meses. Tengo mi trabajo en Venezuela, mi casa, y a mi papá, que está muy enfermo», relató. Su padre está completamente ciego desde hace cuatro años y tiene una demencia vascular. Ismar, junto a su hermana, se han hecho cargo de él. Pero ahora solo quedó su hermana para esa labor. «No se da abasto».

Su madre también ha presentado problemas de salud. Tuvo que ser operada de emergencia en un hospital de Madrid por una complicación en la vista. Meses después, en medio de la actual situación, comenzó a sufrir de ataques de ansiedad. Toma distintos medicamentos, entre ellos propanolol, para tratar la tensión. Pero estos fármacos solo pueden venderse en el país con recetas médicas y, además, tienden a ser mucho más costosos.

Desesperada, Ismar se trasladó a la terminal aérea de Madrid para presionar a las autoridades venezolanas a dar una pronta solución. El estrés que ha tenido en los últimos meses le ha causado insomnio y problemas de salud.

Al aeropuerto también fue Javier Marcano, otro venezolano que llegó de turismo, específicamente para las fiestas de carnavales en Tenerife, y está varado. Aterrizó el 16 de febrero y debió regresar el 15 de marzo. Días antes de su fecha de partida se presentó la emergencia sanitaria, y se imposibilitó la salida.

Desde esa fecha ha vivido travesía en la decidió moverse a Madrid, porque pensó que desde allí sería más fácil su regreso a Venezuela. «Me encuentro en una situación difícil, donde no he podido trabajar ni generar ningún tipo de ingreso. Estoy en una situación de calle. He estado en iglesias y en casas de abrigo», afirma. En ese período, ya le han suspendido seis veces el vuelo como consecuencia del estado de alarma en su país.

Varados también en Tenerife y Barcelona

Más grupos de venezolanos varados, ya fuera de Madrid, también manifestaron para exigir lo mismo: el retorno a Venezuela. Frente al Consulado de Tenerife, alrededor de 20 personas, entre niños y personas mayores, le pidieron al Gobierno venezolano habilitar nuevos vuelos de repatriación.

Venezolanos varados en Tenerife exigieron ante el Consulado una respuesta a sus solicitudes

El 21 de julio despegó desde Madrid a Caracas un vuelo de la aerolínea Plus Ultra con 375 venezolanos registrados como varados ante las autoridades diplomáticas. Ha sido, por ahora, el único vuelo de ese estilo para atender las solicitudes de un grupo de personas que alcanza los 700 varados.

Del mismo modo, en Barcelona también acudieron a la sede diplomática venezolana con el mismo objetivo. Un funcionario los atendió y les comentó que no tienen información sobre próximos vuelos. Ante ello, el grupo de varados acordó manifestar ante el Consulado todos los lunes, hasta que puedan retornar.

Venezolanos varados en Italia: «Solo comemos pasta con salsa»

Desde cinco hasta ocho meses varados. La escasez de recursos económicos, las dificultades para movilizarse, los riesgos de salud y la desesperación por regresar a su hogar, en Venezuela, se convirtió en el cúmulo de preocupaciones que al menos 300 venezolanos sufren día a día en Italia, donde se encuentran en espera de un vuelo humanitario.

Lo que inició como un viaje para resolver trámites de documentación, o una simple visita turística, ha terminado siendo un calvario que aún sigue sin dar muestras de finalizar. De los varados, algunos pasan los días en casas de familiares y otros, incluso, hacinados en una habitación, pues es lo único que pueden pagar.

Es el caso de Paulina*, madre de dos niños de 16 y 17 años que, junto con su esposo, llegaron a Italia el pasado 24 de febrero. «Vinimos a arreglar unos documentos de mi esposo. Pero, a la semana siguiente de haber llegado, cerraron y empezó la cuarentena», dijo en conversación telefónica con Venezuela Migrante.

Solo días después de su arribo, el Gobierno de Giuseppe Conte ya había anunciado restricciones a la movilidad ciudadana en el norte del país. Y, ya para el 10 de marzo, las medidas habían sido extendidas por todo el territorio. Entre ellas, se prohibieron los viajes y las reuniones públicas, con ciertas excepciones.

A su esposo, comenta Paulina, le dieron dos meses de permiso en el trabajo, en Venezuela. Lo mismo con sus hijos. Pero hoy, confinados en medio de cuatro paredes, transcurren los días sin ni siquiera poder salir. Lo hacen para estirar el presupuesto lo más que se pueda. Para ella, y su familia, ya son seis meses en Italia sin poder trabajar, ni conocer el país, ni resolver el trámite por el que originalmente habían viajado.

«No salimos a ningún lado a causa de la pandemia. Desde que llegamos aquí, hemos permanecido encerrados en un cuarto que nos facilitó una persona que conocimos. Durante este tiempo, el único gasto que tenemos es el de la comida. Sólo comemos pasta con salsa, que es lo que podemos comprar y comer», explicó.

No tienen familiares en el país, así que les ha tocado lidiar por su propia cuenta. Ni la Embajada de Venezuela en Roma, a quien Paulina ha enviado numerosos correos, les ha dado respuestas satisfactorias. Tampoco el Consulado. «Cada vez que les mando un correo y llamo, su respuesta es la misma: que nos pongamos en contacto con la aerolínea, que por los momentos no hay información de vuelos humanitarios», lamenta.

El Consulado de Roma ha respondido a algunos de los venezolanos que piden retornar a su país que rellenen un archivo excel con sus datos personales.

Así, en medio de la incertidumbre, les ha tocado intentar seguir con las que eran sus rutinas cotidianas en Venezuela. Sus hijos, por ejemplo, continuaron sus estudios de forma online a pesar de la diferencia horaria entre ambos países. Mientras tanto, con respecto al trabajo de su esposo, aún lo conserva y esperan por su pronta incorporación.

«Sólo estamos a la espera de que el Gobierno venezolano nos ayude a todos los que estamos varados, en situaciones difíciles y económicas, a regresar pronto a nuestro país», es su única petición.

«Vine por la operación de mi madre»

Oscar llegó a Italia el 2 de febrero. En su viaje, previsto para un mes y medio, venía a visitar a su madre. No la veía desde hace dos años, cuando ella emigró al país europeo. Justo en febrero, días antes del inicio de las medidas de cuarentena, a su madre la operaron de la cadera; le pusieron una prótesis. Ello fue una de sus principales motivaciones para que fuera este año, 2020, el de estar con ella. Sin embargo, en ese lapso también llegó la pandemia de la COVID-19.

A Oscar, comerciante durante al menos 22 años en Venezuela, le ha tocado buscar la manera de sobrevivir a la situación. En sus meses como varado se ha desempeñado como pintor y jardinero. También ha recibido ayudas de organizaciones como Cáritas, que le ha proporcionado alimentos.

Un mes le llevó pintar una casa de tres pisos, cuenta. Por esa labor, que la consiguió en el «mercado negro», logó que le pagaran 500 euros. También obtuvo otros 100 euros por limpiar un jardín. Con el dinero, que suma 600 euros, le alcanzó para comer y pagar el arriendo del sitio donde habita.

«Acá (en Italia) es súper complicado percibir algún ingreso sin el permiso de trabajo, código fiscal, ni carta de residencia. Aparte de que quien me pague para hacer algún trabajo, está expuesto a ser multado», detalla Oscar.

Su regreso estaba pautado a Venezuela en un vuelo con la aerolínea española Iberia. Pero ésta, tras la crisis generada por la pandemia y al igual que las autoridades diplomáticas venezolanas, tampoco le da soluciones. Se limitan a comentarle que, como la compra de su boleto fue a través de una agencia de viajes, debe comunicarse directamente con ellos. Sin embargo, no puede hacerlo; está cerrada.

«Ya no dispongo de ningún dinero para movilizarme a algún aeropuerto; mucho menos a España. Tengo seis meses acá», asegura. Por esa razón descarta un traslado a España, desde donde salió un vuelo humanitario el 21 de julio y otros cientos de venezolanos varados esperan por su turno.

Varados y «en situación de calle»

Los hermanos Annese, Gerardo y Luis Antonio, tienen ya ocho meses varados en Italia. Gerardo define la situación como «bastante crítica económicamente». Ambos tienen a sus familiares esperándolos en Venezuela, incluyendo a sus hijos. «Tenemos que retornar a nuestras casas porque ya no podemos más», insiste mientras conversa con Venezuela Migrante.

En noviembre de 2019 fue el inicio de su travesía. «Vinimos por turismo», dicen. Aunque su fecha de retorno era a finales de febrero, el vuelo se ha pospuesto en infinidad de ocasiones por los efectos de la pandemia. Actualmente viven en casa de un tío, su único conocido en Italia, con quien están «sobreviviendo». Si no fuera por él, estarían completamente en «situación de calle», alega.

«Hemos llamado a la Embajada y al Consulado, y nos dijeron que hay 300 personas varadas. Siempre nos dicen que hasta que el Gobierno no autorice un vuelo humanitario, no se puede hacer nada», cuenta impotente.

Tulio Rodríguez, oriundo de Maturín, estado Monagas, también está en un escenario similar. Llegó en enero y debió regresar el 28 de abril. Tiene seis meses varado. En ese período no ha podido trabajar y ya el poco ahorro que tenía se vino abajo. Pasa los días en un apartamento que comparte con los suegros de su cuñada, lo cual, asegura, es un «poco incómodo». Allí duerme en un colchón en plena sala.

«Yo lo que quiero es devolverme a mi país. Allá están mi esposa y mis hijos. Mi familia está es en Venezuela. Estoy en la urgencia de regresar. Yo vine para acá como turista, pero también con miras a tocar puertas, a ver si uno consigue una oportunidad por otro lado, pero todo se cayó», afirmó.

*Identidad reservada a petición del entrevistado

Periodismo de datos para contar más y mejores historias

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Una nueva tertulia se celebró en la noche del viernes 7 de agosto. La conversación fue moderada por la experimentada periodista Ginna Morelo. El panel lo conformaron Emilia Díaz-Struck, Fabiola Torres y Lilia Saúl. Juntas, conversaron sobre la importancia del análisis de datos para contar más y mejores historias.

La del viernes es la tercera tertulia del curso virtual de cobertura periodística enfocada en las migraciones desde Venezuela hacia cinco países de la región, una iniciativa del proyecto Puentes de Comunicación, alianza entre la DW Akademie y Efecto Cocuyo. En esta ocasión, las periodistas pudieron contar sus experiencias personales con trabajos que implican millones de datos y cómo hacer un tratamiento adecuado de estos a la hora de establecer un proyecto periodístico.

Perder el miedo cuando dicen “bases de datos”

Emilia Díaz-Struck es una periodista venezolana residenciada en Washington. Es especialista en investigación y datos, y forma parte del Consorcio de Periodistas de Investigación (Icij, por sus silgas en inglés). Durante su participación en la tertulia, Díaz-Struck recordó que el trabajo en recolección de datos para una investigación periodística requiere de “mucha paciencia”. Destacó que los datos son sumamente importantes para construir historias completas.

“Una muy buena reportería, acompañada de un muy buen análisis de datos, puede darnos historias súper poderosas”, explicó Díaz-Struck en la tertulia. La también ganadora del premio Pulitzer por su trabajo en Panama Papers, recordó sus inicios en el periodismo de datos.

Díaz-Struck formó parte del equipo que recibió el premio Pulitzer por el trabajo Panama Papers.

“Yo empecé cuando no era una tendencia, sino que era una necesidad responder a cómo consolidar las investigaciones y cómo fortalecer el trabajo que hacíamos. Y así fue como me enamoré del tema de los datos”, recordó Díaz-Struck sobre sus inicios en esta materia.

La venezolana también indicó la importancia de recordar que los datos “no están solos” y que estos están acompañados por humanos e historias que pueden generar impacto. Díaz-Struck también invitó a los periodistas a perder el miedo cuando se habla de “bases de datos” y recomendó rodearse de un buen equipo.

Mientras tanto, Fabiola Torres, directora de Salud con lupa, una plataforma de periodismo de investigación de América Latina, explicó la importancia de la motivación para emprender cualquier trabajo periodístico por muy difícil que parezca, especialmente cuando se trabaja con datos.

“Todo tiene que ver con la motivación y con saber exactamente qué estamos buscando”, afirmó Torres, quien se desempeña como periodista de investigación y datos. La directora de Salud con lupa también recordó que, durante la pandemia de COVID-19, ha entendido “el valor de los epidemiólogos” y resaltó que estos son los más indicados para analizar y hacer estimaciones de datos relacionados con el avance de la enfermedad.

Fabiola destacó la importancia de ser pacientes a la hora de trabajar con periodismo de datos y recomendó a los periodistas “voltear a ver todas las bases de datos que están disponibles para desarrollar historias.

Fabiola Torres dirige la plataforma de investigación Salud con lupa.

Sin embargo, Torres expresó que las bases de datos no son perfectas, pues estas también están hechas por personas y por ello se hace necesaria una corroboración exhaustiva de cada dato que se encuentra en un registro.

Por su parte, Lilia Saúl, periodista que forma parte del Proyecto de denuncia de la corrupción y el crimen organizado (Occrp, por sus siglas en inglés), comentó sus experiencias en relación al acceso de datos en México. Saúl destacó que muchos de los datos que se encuentran sobre su país no se ubican en su territorio sino en el extranjero.

“En México hay que esforzarnos lo doble o lo triple para encontrar las bases de datos”, afirmó Saúl.  

Saúl resaltó la complejidad de conseguir datos en México.

Lilia Saúl también destacó que es necesario mirar con atención a las bases de datos para evitar valores engañosos. “Siempre hay que pensar que no será como una bola de cristal”, explicó Saúl sobre las bases de datos.

La periodista mexicana también reflexionó sobre el acceso a los datos pues “hay datos que están disponibles, hay datos que hay que verificar” y, especialmente, hay datos que dependen de los gobiernos de distintos países.

La importancia del trabajo en equipo

Las cuatro periodistas presentes en la tertulia celebrada en la noche del viernes coincidieron en la importancia de rodearse de un buen equipo y, especialmente, de confiar en los demás.

“No dejemos que la soledad nos alcance en el periodismo”, aseveró Ginna Morelo. La periodista colombiana afirmó que “tenemos que juntarnos para alcanzar resultados más significativos para la comunidad”.

Ginna Morelo recordó lo importante que es trabajar en equipo

Por su parte, Emilia Díaz-Struck recordó algunas de sus experiencias relacionadas con el análisis de las bases de datos. “Cuando hay claridad de qué es lo que se busca es más fácil empezar a buscar. A mí me gusta preguntar a otros. A veces uno tiene una mirada sobre esa data y una segunda persona la mira y te trae otra visión”.

Lilia Saúl afirmó que es necesario rodearse de gente experta y mencionó la importancia de apoyarse en científicos, diseñadores, ilustradores y programadores, entre otros.

Mientras tanto, Fabiola Torres sugirió que se puede trabajar con información oficial y con información no oficial a la hora de recolectar datos. “Este es un gran momento para la recolección de información que en un futuro nos va a servir”, resaltó Torres.

Puedes ver la tertulia completa en el siguiente enlace: https://puentesdecomunicacion.org/tertulia/tertulia-3-periodismo-de-investigacion-y-datos/

Los secretos de una trocha: “Si le dicen que lo van a llevar por lo que tenga, seguro lo van a robar”

Cruzar por los “caminos verdes” no es reciente. El oficio es de vieja data y actualmente tiene como protagonistas a cientos de ciudadanos que les tocó regresar a su país de origen. Este retorno ocurre en medio de la crisis generada por la actual pandemia del COVID-19. Un ciudadano que lleva a venezolanos desde Ecuador a Colombia, a través de Rumichaca e Ipiales, habló bajo el anonimato con Venezuela Migrante sobre lo que ocurre en esa zona que separa a ambas naciones.

La primera advertencia que hace: “Si le dicen que lo van a llevar por lo que tenga, seguro lo van a robar”. Sobre esto explica que es preferible precisar cuál será el monto por el acompañamiento durante el recorrido.

El hombre, dedicado a esta actividad, contó que el paso de los venezolanos por estas zonas lleva algunos años y ha sido la opción de quienes no alcanzaron a gestionar el pasaporte o los que perdieron sus documentos en el camino. Agrega que desde la pandemia, el flujo migratorio aumentó por el aislamiento social y cierre de las fronteras para contener el coronavirus.

Otra alerta, también hay estafadores

Aunque reconoce que no es el más formal de los trabajos, describe su oficio como una forma de apoyar a quien más lo necesita en su camino para lograr volver a su hogar o salir de Venezuela. “El trochero es la persona que vela por la seguridad y la integridad de las personas. Está pendiente de que no les suceda nada por el camino y llevarlas por los puntos autorizados”, describe.

Explica que el trato comienza a través de un contacto vía celular, que viene dado por una recomendación o simplemente una conversación en la que se acuerdan ciertas condiciones. Entre ellas, un pago de 10 dólares por persona. “Ya después depende de quien nos contacta, si le da la confianza a uno o no”.

Una de las precisiones que hace es que en el camino siempre hay que pagar “un peaje” para poder avanzar, y eso no debe tomar a nadie por sorpresa. “Como recomendación, les explico que no se confíen de las personas que les dicen cualquier cosa, los que dicen que no hay que pagar en la ruta. Dentro de la frontera hay tarifas que pagar. Eso es así”.

Frontera viva

Sobre las experiencias que ha tenido cuenta que ha visto a muchos colapsar, que sus cuerpos no resisten. Explica que esto puede ser el resultado del largo trayecto que traen, ya sea desde Chile, Perú o desde Ecuador. “He visto gente desmayada, embarazadas que rompen fuente. Pero lo que más me pega es ver el sufrimiento de los niños. La desesperación de sus padres por querer hacer rápido el trayecto, querer salir de ahí y no pueden”.

Recordó que en una ocasión le tocó presenciar cuando los bomberos sacaban el cuerpo de una mujer que se había perdido en el camino: la encontraron ahogada en el río. “Por eso les digo que no se puede confiar en cualquier cosa que les digan, siempre hay riesgos en la ruta”, insistió.

De Rumichaca a Ipiales: paso a paso

El término “caminos verdes” hace honor a su nombre. Y es que la frontera que conecta a Ecuador con Colombia es eso: un recorrido muy tupido y de un verde intenso.

Parte del paisaje durante el trayecto por los «caminos verdes».

El recorrido, según explica, se puede completar en una hora o dos, dependiendo de la fortaleza física de la persona.

Las colinas que hay que descender demandan la atención de los caminantes.

Comienza con una bajada bastante empinada por la cual, le precisa a Venezuela Migrante, se requiere de mucho equilibrio.

Después: un camino de subidas, algunas más pronunciadas que otras, y bajadas.

Debido a las dificultades del trayecto, en los grupos de WhatsApp de caminantes se recomienda viajar con poco equipaje.

Luego, como cuenta, viene el «temeroso río». Este tiene una profundidad de aproximadamente dos metros cuando no está crecido o revuelto. Lo peligroso de este tramo es que el agua es extremadamente fría y obliga a las personas a embarcarse en una improvisada balsa que es halada por unos mecates. Este cruce lo tiene cronometrado: dura solo 30 segundos.

A pesar de lo corto del tramo, cruzar el río amerita tomar precauciones.

Finalmente, viene el último tramo de esta etapa por los caminos verdes. En ese momento los caminantes ya sienten que han logrado una gran parte: “Cuando uno llega a la antena, ya está en Colombia”.

La antena es una señal para los caminantes, pues determina el fin de una parte del trayecto para retornar a casa.

Para este ciudadano, la actividad que realiza se sostiene en una realidad que resume como: «Mientras haya una frontera, habrá quienes se dediquen a cruzar a otras personas».

Los caminos verdes y los grupos armados

Sobre los grupos armados que han sido denunciados por los caminantes y las ONG, señaló que para cruzar por esos espacios se necesita autorización y quienes no lo estén, serán ahuyentados a tiros. “Hay que tener permiso para pasar por ahí. Si no lo tienen, los sacarán a disparos, pero afortunadamente no han ocurridos homicidios hasta el momento”.

Para cerrar su relato, entrega una cifra aproximada: «Diariamente, entre 200 y 400 personas, en otras ocasiones hasta entre 300 y 500, cruzan por estos caminos».