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¿Cuál debería ser la actuación del Estado venezolano con los retornados?

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Alexa Vielma / VenPaís

La pandemia está obligando a muchos migrantes venezolanos a emprender un viaje de regreso. Sin trabajo ni dinero resulta insostenible su permanencia en tierras extranjeras. Migración Colombia calcula que más de 90 mil personas han retornado a Venezuela y la Defensoría del Pueblo de Perú contabiliza unas 31 mil. Pese a que los mueve la necesidad, el Estado venezolano les ha dado la espalda.

La llegada de unos 60 mil venezolanos provenientes de Colombia a mediados de junio generó rechazo por parte de Nicolás Maduro, quien los calificó de “irresponsables” por retornar a través de pasos ilegales y los culpabilizó por el repunte del coronavirus en el país.

Por su parte, Nestol Reverol, ministro de Interior de Justicia y Paz, aseguró que “no tolerarían a los trocheros” y que los venezolanos que retornen por “vías no oficiales” serían enviados a la prisión El Dorado. El funcionario aseguró que los retornados pasarían a ser juzgados por la ley de terrorismo y la delincuencia organizada, que establece penas de ocho a doce años.

Esa orden de prohibir la entrada al país supone una violación del artículo 50 de Constitución Nacional, que establece el derecho de los venezolanos al libre tránsito dentro y fuera del territorio. De ahí que la socióloga Claudia Vargas considera que el mensaje que está dando el Gobierno vulnera los derechos del retornado y promueve la violencia.

A su juicio, calificar a los migrantes de “karma, bioterroristas” fractura el tejido social, que funciona de soporte para los migrantes que vienen de regreso al país, y hace que los venezolanos se sientan ajenos a su propia tierra. “Lo que debería existir es una política pública adecuada de retorno. Sobre todo en esta coyuntura del Covid-19, porque ellos también son venezolanos”, enfatiza Vargas.

Los expertos sugieren que el Estado debe abocarse a atender la crisis sanitaria y a diseñar una estrategia de atención para garantizarle el derecho de la salud a los retornados, en vez de criminalizarlos.

Medidas de política exterior

Rommer Ytriago –politólogo y experto en derecho internacional–  afirma que atender la crisis del Covid-19 en Venezuela pasa por llegar a un acuerdo entre ambos partidos, para generar políticas que atiendan la Emergencia Humanitaria Compleja. Además, considera necesario que se cree una ley que regule el retorno del venezolano frente a la emergencia.

  • Concertación: acuerdo de ambos sectores políticos para atender la emergencia sanitaria del Covid 19 en el país.
  • Creación de leyes especiales que regulen la migración en Venezuela y que garanticen la seguridad a la dignidad de la persona en los países receptores, así como su derecho a la vida, a la salud y al libre tránsito.
  • Aplicación de la Declaración Ampliada de Cartagena de 1984, para reconocer a los venezolanos como refugiados.
  • Apertura de las fronteras para evitar la movilización de migrante por los pasos irregulares.
  • Cooperación de los organismos internacionales para crear programas de atención a los migrantes.

Pedro Contreras ­–secretario de la subcomisión de la zona fronteriza de la Asamblea Nacional– añade que debería formularse una política integradora para que instituciones como ACNUR, OIM, entre otros, generen planes sostenibles y programas que atiendan la situación en la frontera, con la finalidad de garantizar los derechos a los venezolanos.

Medidas sanitarias

Claudia Vargas –socióloga especialista en Migración- piensa que el Estado debería conocer el estatus migratorio de quienes retornan y evaluar sus necesidades particulares, a fin de llevar un protocolo organizado que vele por los derechos de las personas

  • Vigilar que los Puestos de Atención Social Integral (PASI) cumplan con su propósito: garantizar el derecho a la salud a los migrantes retornados.
  • Categorizar a la población migrante: saber si es una persona retornada o si estaba en movilidad para responder a sus necesidades.
  • Hacer un seguimiento de la cuarentena de las personas que retornan y acoplar el protocolo según su situación.

Refugiados no reconocidos

Existen cerca de 5 millones de venezolanos que han tenido que salir de manera forzada del país, según cifras de Acnur. Esta población podría ser considerada refugiada, según lo establecido en la Declaración Ampliada de Cartagena (1984), que otorga protección internacional a quienes huyen de sus países porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazados por la violencia generalizada, los conflictos internos u otras circunstancias.

Sin embargo, ninguno de los países receptores –a excepción de Brasil que ha reconocido como refugiados a 46.000 venezolanos– se han apegado a las recomendaciones de este tratado internacional. “América Latina necesita políticas públicas que aborden el tema de la movilidad y migración en el continente”, comenta Vargas. “Los gobiernos de los países receptores están en la obligación de atender a su población migrante, garantizar su acceso a la salud, porque el virus no tiene discriminación”, añade.

El informe “Espejismo del Retorno” –realizado por el Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab)– plantea que en un escenario post Covid-19 se reactivará la salida de las personas de Venezuela, tan pronto se levante el confinamiento en los países receptores. Mientras ello ocurre, el Estado venezolano debe garantizar el derecho a los retornados. Al mismo tiempo, los países receptores tienen que prepararse, porque, hasta que no se resuelva la crisis en el país, la migración de venezolanos seguirá latente en Latinoamérica y el mundo.

Lea la versión completa del artículo en el portal de VenPaís: https://www.venpais.org/matiz/cual-deberia-ser-la-actuacion-del-estado-venezolano-con-los-retornados/

Barquisimetano decidió no completar su retorno a Venezuela y se devolvió al Perú

Volver al país receptor de migración no es exclusivo de Colombia. Algunos venezolanos que abandonaron Perú, producto de los efectos colaterales de la pandemia de Covid-19, decidieron retornar porque no consiguieron estabilidad en otro nuevo destino.

Héctor Rivero, de 38 años y oriundo de Barquisimeto (Lara), emprendió su viaje de regreso a Venezuela el 25 de mayo. Lo hizo por diferentes compromisos, uno de ellos era revisar asuntos legales de una herencia familiar, que su hija se reencontrara con su madre y evaluar la posibilidad de reestablecerse en su tierra natal.

Él, junto a su hija de 15 años y su mascota, salieron caminando desde Chiclayo, al noreste de Perú. Describe que su viaje fue «poco traumático», en comparación con lo vivido por sus connacionales. “Tardamos día y medio en salir del Perú. Allí mismo en Chiclayo nos conseguimos un tráiler, que nos ofreció llevarnos hasta Lima y, al final, nos dejó en Sullana. Allí pasé la noche con mi hija en una estación de servicio y al día siguiente nos unimos a otros dos muchachos. Luego pasó un camión que trasladaba arroz que llegaba hasta Aguas Verdes”, relata. Su hija viajó dentro del camión, y ellos en la parte de atrás; él está agradecido por eso.

Rivero y sus compañeros de viaje no tuvieron problemas por el toque de queda, porque iban en un vehículo que trasladaba alimentos y esas unidades no tienen tantas restricciones para transitar. En la frontera tampoco hubo contratiempos. “Dios es muy grande y ese día la frontera, por la parte de Zarumilla (ciudad del departamento fronterizo de Tumbes) no estaban tan copada. No nos vimos en la necesidad de tener que pagar”.

Dos países y una lección

Según el caminante, recorrer dos países como Ecuador y Colombia sirvió para entender que no era momento de tomar el riesgo de empezar de cero. Al llegar a la ciudad ecuatoriana de Huaquillas había comenzado otra fase del periplo. Tras tomar un descanso, consiguieron quien los llevara hasta Quito, en un traslado de seis horas. Los dejaron en la turística zona conocida como «La Mitad del Mundo», al noroccidente de Quito, y de allí subieron a un refugio, al cual casi no ingresa Rivero y su hija porque no permitían el acceso a su mascota. “Fui porque una señora muy generosa. Me dijo que cuidaría de mi perra y así lo hizo. Cuando salí del refugio lo primero que hice fue buscarla”, describió.

Recordó la generosidad de los ecuatorianos en Guayllabamba, en una zona de puestos de comida rápida, donde ofrecieron alimentos y luego, en una camioneta en una Hilux, los ayudaron a llegar Ibarra, en un viaje de ocho horas. En el camino consiguieron a otra persona que ayudó a seguir la ruta. “Salió un señor y nos dio sombreros de fabricación artesanal. Nos dijo que, si nos portábamos bien, nos ayudaría. Y así lo hizo. Nos llevó a la casa de un trochero, que a su vez es un lugar que conecta Rumichaca con Ipiales». Al salir de aquel lugar estaban en un cementerio, y todo en tres días.

En Colombia, Rivero vivió lo que cientos de venezolanos padecen para llegar a Cúcuta. Tardó cuatro días en salir de Ipales, una ciudad colombiana fronteriza con Ecuador. Caminaron hasta la vía Circunvalación/Pasto y apareció un tráiler que accedió a llevarlos Cúcuta, pero se quedó en Bogotá por petición de su hija. “Papi, contigo voy adonde sea, pero no quiero padecer más. Fue muy agotador para mí. Lo único que deseo es volver a Venezuela, no quiero caminar’, fueron las palabras de mi pequeña de 15 y cómo decirle que no”, relata.

La adolescente se quedó con la mascota, en casa de una tía, en Colombia. “El perro es un ser tan noble. No tiene malicia, por eso todos los días le pregunto a mi hija por ella”.

El último intento

El dinero se acababa y la necesidad de generar ingresos apremiaba. En Colombia, Rivero intentó vender frutas con el protocolo sanitario correspondiente para evitar contagios del COVID-19, pero necesitaba un mínimo de legalidad migratoria: “sin papeles no trabajas”. Eso fue lo que aprendió y desde allí entendió que era mejor estar donde tuviera un mínimo de protección estatal.

El 22 de junio comenzó su periplo de regreso. Tardó dos semanas en regresar, entre colas y caminatas. En Perú, con todo y las limitaciones que deja la pandemia, volvió trabajar. Se gana la vida en el rubro de la construcción, pero si abren nuevas oportunidades, las tomará. Anteriormente había trabajado de chofer.

A Venezuela, ¡todavía no!

Rivero considera que las condiciones no están dadas y no solo por el coronavirus. Expresó que las posibilidades de salir adelante en el país son escasas y prefiere apostar por lo seguro. “Ahora mismo no se puede volver por la pandemia porque no hay ni entrada al país por el protocolo que se montaron en la frontera. Te encierran en un refugio y durante mes y medio en el que solo te ponen a pasar trabajo”, dijo.

Además, señaló que, por estos días, trabajar en Venezuela equivale a ganar un promedio de cinco dólares.

«Ya no tenemos recursos»: venezolanos varados en Uruguay dependen de la ayuda de familiares y refugios

Llegaron a Uruguay con una agenda clara: compromisos familiares, laborales académicos o de salud. Quedarse tanto tiempo no era el plan, debían regresar entre marzo y abril. Pero la amenaza del coronavirus los dejó varados, porque las fronteras aéreas y terrestres se cerraron para contener su expansión. Ahora, son 80 venezolanos, entre ellos 10 niños, que aseguran sobrevivir en ese país, gracias a la buena voluntad de los familiares y el apoyo de algunos refugios. “Para todos ha sido triste y desesperante, ya no tenemos recursos. Nos tocó pasar el invierno que es muy cruel sin ropa ni nada; entre la tristeza de que los meses pasan y seguimos aquí”, aseguró Isamar García, vocera de los varados.

Todos están sufriendo por el invierno para el que no estaban preparados, pues solo estarían unos días durante el pasado verano. Pero desde los cierres fronterizos han pasado 6 meses y siguen atrapados, sin posibilidades reales de salir.

Gestiones emprendidas

Estos venezolanos dicen que agotaron varias instancias. Aunque enviaron comunicaciones a autoridades diplomáticas y protestaron, no consiguieron retornar a su país en un vuelo. “De la embajada de Venezuela en Uruguay no hemos tenido ninguna ayuda ni repuesta. Sus espacios se mantienen cerrados y no responden los correos. Una sola vez nos indicaron que Caracas no tienen ninguna resolución y el diálogo con el embajador Julio Chirinos ha sido imposible”, relata García, quien está en Montevideo. Y agregó: “Es triste esta situación porque estamos solos. Ni la embajada, ni la persona a su cargo nos ha prestado el apoyo correspondiente”.

En las redes sociales también crearon cuentas para denunciar su situación: @VaradosUruguay. Sus mensajes están dirigidos a las autoridades gubernamentales de Venezuela, pero ninguna responde a las solicitudes.

Opciones limitadas

El grupo de varados tienen boletos de retorno a Venezuela, la mayoría emitidos por la compañía panameña Copa Airlines. De ahí que piden efectuar las gestiones necesarias para viajar hasta su país, e insisten en que no pueden cubrir los gastos de un “vuelo humanitario”. “Ahora mismo es difícil, ya que no tenemos recursos. Pero si esta opción la hubieran planeado antes, el panorama sería diferente porque todo lo hemos gastado en sobrevivir. A estas alturas no nos deberían cobrar porque ya tenemos boletos pagos y hablamos de un vuelo humanitario. Es inhumano, después de estar seis meses aquí, varados”, explicó la vocera de los venezolanos.

Entre Uruguay y Venezuela solo se realizó un vuelo de repatriación, el 20 de abril. “Salió uno gestionado por gobierno de Uruguay porque fue a buscar a sus ciudadanos varados en nuestro país y solo permitieron que abordaran 52 venezolanos en un avión tipo Hércules”, señaló.

Contrario a su experiencia, los varados consideran que sufren un trato desigual. “Todos tenemos derecho de volver, y no veo justo que teniendo boletos de regreso no den un permiso a la compañía Copa Airlines. La prioridad mostrada con los ciudadanos de Estados Unidos parece que es más política que humanitaria, pero somos nosotros los que necesitamos soluciones”, indicó García en referencia a la oferta de Maduro de facilitar aviones para repatriar a estadounidenses hace unos días.

Piden no colocar más trabas para su retorno, porque no desean estar más tiempo fuera de su país en una situación tan compleja como una pandemia. “Si dan los permisos a las aerolíneas para que viajemos con nuestros boletos de regreso estaríamos súper felices y, si está la posibilidad de que nos ayuden con el Plan Vuelta a la Patria sería excelente, ya que lo que único deseamos es estar en nuestro país con nuestra familia que nos necesita”, agregó. Sienten temor por el futuro: “La navidad no está tan lejos y hay niños. No deseamos estar aún aquí para esa fecha. Queremos un acto humanitario para nosotros que estamos sanos, dispuestos a cumplir con los protocolos y respetaremos la cuarentena como la llevamos aquí donde nos hemos cuidando para proteger nuestros familiares al llegar al país”.

«Estamos desesperados»

El padre de Karina decidió, por primera vez en 35 años, regresar a Uruguay. Conocer a su nieta fue lo que más lo motivó a regresar de vacaciones a su país natal. Con ayuda de su hija, quien con esfuerzo pudo comprarle pasajes de ida y vuelta, el señor Carlos*, de 76 años, logró su cometido.

Llegó a Uruguay el 23 de febrero, en un vuelo de la aerolínea Avianca. Debió regresar el 7 de mayo, pero su pasaje ha sido cancelado y pospuesto en numerosas ocasiones. La necesidad de regresar a su casa, en Venezuela, país del cual es residente desde hace 42 años, ha aumentado ahora con el invierno en el país sudamericano, y aún más considerando que no había viajado para ello.

«Estamos desesperados. Me he movido por todos lados. He entregado cartas al Ministerio de Relaciones Exteriores, al Presidente, al Ministerio de Defensa y a la embajada venezolana. Pero todos dicen que es un problema de Venezuela y que es la embajada la que tendría que hacer el trámite», explica Karina en conversación telefónica con Venezuela Migrante.

Pero las diligencias no han rendido los frutos deseados. Karina denuncia que la embajada de Venezuela no los recibe y pide que se establezca comunicación por correo electrónico, vía por la cual, según Karina, tampoco reciben ninguna respuesta.

Su padre vive en San Cristóbal, estado Táchira. Por esa razón, tomó las rutas aéreas desde Cúcuta hasta Bogotá, en Colombia, y de allí hasta Montevideo, la capital uruguaya y donde vive su hija.

Cuando iniciaron los efectos de la pandemia de la COVID-19 en la región, Karina no lo pensó dos veces para contactar a los operadores de  Avianca. Ellos le recomendaron que cambiara las fechas del pasaje de retorno para aprovechar el bono, «pues el vuelo estaba cancelado». Intentó otras alternativas, como conseguir un reembolso para comprar un nuevo boleto con otra aerolínea, pero la respuesta tampoco fue positiva: «me informaron de que el pasaje era intransferible y que para solicitar el reembolso no debí haber hecho el cambio por el bono».

«Mi papá está súper angustiado, deprimido, desesperado por volver a su casa, donde tiene a su señora, hijas, nietas, su trabajo. Toda su vida está allá (en Venezuela)», lamenta Karina.

*Nombre reservado a petición de la fuente

Sinfonía de la diáspora: La resiliencia de los músicos venezolanos

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A sus 65 años de edad, Edgar Leonardo Aponte Maldonado no siente la necesidad de emigrar. Las veces que salió de Venezuela lo hizo con la convicción de compartir su experiencia profesional musical en otros países. Aunque no es parte de la diáspora, en los últimos tres años transitó por el mismo camino de los migrantes venezolanos.

La experiencia más amarga de sus travesías ocurrió en Perú. Aponte, junto con unos 30 músicos venezolanos, viajó a ese país con el objetivo de crear la Orquesta Filarmónica del Pacífico, en 2018. “Nos contactan a través de un cantante peruano que estudió en el conservatorio de la Universidad Simón Bolívar. Él se va  a Perú, regresa a su país, y nos contacta el maestro peruano José Quezada, quien dirigía el Coro Nacional de Perú. Él quería formar una orquesta”, relató.

Edgar Aponte tocando con su violín

Él, como miembro fundador del Sistema de Orquesta de Venezuela, consideró que era una oportunidad para extender el proyecto musical y educativo a otras fronteras. El viaje no era una novedad, porque estaba acostumbrado a visitar países para enseñar música. De hecho, estaba familiarizado con las dinámicas de establecerse temporadas en el extranjero. Entre el 2000 y el 2015, el violinista se radicó temporalmente en países, entre ellos Estados Unidos, para dar clases.

El sueño derrumbado

El viaje a Perú se transformó en un reto: construir, desde cero, una orquesta, y dictar clases universitarias en el exterior. Así decidió prepararse como si fuera un migrante más, aunque solo iba a trabajar. Fue invitado como concertino, esa sería su función. “Eso fue un proyecto interesante que me hizo planificarme, porque yo no estaba pensando en ese momento en emigrar. Lo vi como un trabajo, como la oportunidad de hacer un trabajo musical en otra parte. Teníamos una oferta de trabajo bien remunerada que incluía la Orquesta Filarmónica del Pacífico y clases de instrumentos en algunas escuelas importantes de Lima”, comparte.

Impulsados por la emoción, Aponte y otros músicos llegaron a Lima. Los anfitriones cubrieron sus gastos de hospedaje y de alimentación. Tras cuatro meses en esa ciudad, la situación empeoró y, antes de instalarse, la Orquesta Filarmónica del Pacífico se derrumbó. “Al principio nos dicen (los organizadores): ‘bueno, todavía el presupuesto no ha llegado porque hubo el cambio de Presidente (de Perú) y entonces la situación económica no estaba muy bien, que ellos estaban esperando a los espónsor».

Pero la situación nunca mejoró. Él recuerda claramente las palabras de sus patrocinadores: «No pudimos conseguir nada, esto se acabó». Del grupo de venezolanos, uno se quedó en la calle. «Imagínate, a una persona de mi edad en otro país, y sin trabajo». La desesperación asaltó a Aponte, quien se preguntó: «¿Ahora qué hago? ”.

El panorama era complejo, y acceder a ayuda legal no era sencillo, y así lo comprobaría. “La estafa se consumó. Fuimos a hablar con abogados. El sistema de justicia es como en Venezuela: nos dijeron que iba a tardar dos años, que podíamos ganar la demanda, pero después el juez va a determinar cuánto puede pagar mensualmente la persona, dependiendo de sus ingresos. Yo dije: ‘Vamos a dejar eso así porque no vamos a llegar a ningún sitio”, dijo.

Durante dos décadas como maestro y violinista nunca enfrentó una situación similar. Se adaptó lo más rápido posible para asegurar su estabilidad, así empezó a tocar en eventos sociales privados en Lima, como en bodas, y obtuvo algunos ingresos. Después de 11 meses logró regresar a Venezuela. “Cuando aterrizamos en (el aeropuerto de) Maiquetía tuve una sensación de paz, que tenía tiempo que no tenía, a pesar de todos los problemas del país, yo sentía felicidad de volver, porque yo hice toda mi vida acá”, reflexiona.

Tras el retorno, el violinista comenzó a dar clases en su casa y también en un colegio privado en Caracas. También el destino le ofreció un pequeño resarcimiento por la amarga experiencia sufrida en Perú. “Un amigo que está en Estados Unidos me recomendó para que tomara su lugar y fuera por dos meses a Dinamarca, a dar clases de violín. En dos meses me pagaron más de lo que me habían prometido por 12 meses en Perú”, comparte.

Edgar Aponte durante su estadía en Dinamarca

Un ingeniero dedicado al violín

Aponte participó en el primer ensayo de El Sistema de Orquesta que fundó el maestro José Antonio Abreu en la década del 70. Él es ingeniero electricista, pero su vida profesional la ha dedicado a la enseñanza musical y al violín. Es su norte

Su vocación educativa abrió las puertas hacia nuevas oportunidades laborales. Pero su motor principal es la formación de las nuevas generaciones de la música, como Lina Yamin, una violinista venezolana que se formó bajo su tutela, y que actualmente demuestra su talento en el mundo.

Para el violinista, la resiliencia de los músicos venezolanos no es diferente de cualquier otro profesional. Lo que sí destaca es que la adaptación en cualquier entorno está estrechamente relacionada con los objetivos y metas que se anhelan cumplir.

Contar la migración venezolana con plastilina

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En Venezuela, la expresión “te lo explico con plastilina (o con dibujitos)” está asociada a enseñar de la manera más ilustrativa o sencilla posible. Esto es, justamente, lo que hace Édgar Álvarez, un artista colombiano que decidió contar hechos importantes de su país a través del uso de la plastilina.

Hoy, Álvarez, de 45 años de edad, recuerda que comenzó a usar la plastilina como casi todos: de niño. Pero con el avance del tiempo descubrió que podía contar historias con este material, y así se convirtió en un oficio.

La migración venezolana no escapó de ser moldeada por Álvarez, quien decidió contar algunos relatos que, según aseguró en una entrevista a El Nacional el 5 de septiembre, se enfocan en el drama vivido por la diáspora: “Aquí hay muchos desplazados, pero nosotros no los veíamos jamás. Esto fue algo nuevo y nos impresionó a los colombianos”.

Se convirtió en un experto en conversar con migrantes, conociendo esta realidad de una perspectiva diferente que fusiona arte y trabajo de campo.

Una forma de mostrar la migración venezolana

Hay varias creaciones del artista referente a la migración venezolana, pero una de las más populares es su primera figura de plastilina sobre los caminantes. Álvarez comenta que gracias a esa imagen, de un padre y su hijo caminando al borde de la carretera, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) lo contactó para emprender un proyecto sobre la migración centroamericana.

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Llegando a la ciudad.

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Gracias a esa obra, Álvarez también ha trabajado con Naciones Unidas y Amnistía Internacional. “Algo que me parece clave, y que aprendí con el tema de las migraciones, es la importancia de la solidaridad sin pensar en si la gente es de un partido político o si es rojo, azul, de izquierda o derecha. Es curioso, porque tuve la oportunidad de trabajar en campañas políticas, y prometí solemnemente no volver a hacerlo, y vi muchos problemas tanto de izquierdas como de derechas, por los que muchas veces la gente salía de sus países, y me parecía muy triste”, agregó a El Nacional.

Puede ver el trabajo completo haciendo click aquí

Perú iniciará vuelos internacionales en octubre y varados en Venezuela piden que les permitan regresar

Las fronteras aéreas del Perú se terminarán de abrir el primero de octubre y esto permitirá que regresen las líneas aéreas que conectan a esa nación con el resto del mundo, así lo confirmó el Ministerio de Transportes y Comunicaciones el fin de semana.

El titular del MTC, Carlos Estremadoyro, detalló que en lo que resta del mes de septiembre, las aerolíneas deberán adecuar sus protocolos de bioseguridad para evitar nuevos contagios de Covid-19. Para ello mantendrán comunicación directa con la Cancillería, el ministerio de Economía y Finanzas, Comercio Exterior y Turismo.

El funcionario recordó que en la primera fase, las frecuencias serán coordinadas entre la Cancillería y los países con los que el Perú mantiene buenas relaciones diplomáticas.

Entre los países que el MTC ya tiene confirmado que se podrá volar figuran: Estados Unidos, México, España, Chile, Argentina y Brasil.

Varados en Venezuela quieren regresar al Perú

Ante la imposibilidad que tuvieron muchos venezolanos de poder pagar para regresar en un vuelo humanitario a Perú, que es ahora su país de residencia, piden que se autorice a las aerolíneas para que les habiliten espacios en sus próximos vuelos y así volver al lugar que ahora es su hogar.

Eliana Cecilia Terán, comentó a Venezuela Migrante que el 5 de septiembre cumple meses en su natal Miranda, lejos de su esposo y sus hijos. Llegó al país para visitar a su mamá debido a que estaba enferma y terminó atrapada por la pandemia.

“En lo particular estoy muy deprimida y estresada por la situación de nuestro país. En mi caso, tomo medicinas de por vida ya que en Lima empecé a sufrir de una arritmia cardíaca por la que debo llevar un estricto tratamiento, pero en Venezuela las medicinas son muy costosas”, expresó.

Terán tiene un boleto de regreso con fecha de 5 de Abril con Aerolínea Estelar y le preocupa que su PTP venció el 14 de mayo y teme que eso le impida salir de Venezuela.

Por su parte, Génesis Pérez, quien debía regresar el 27 de marzo con Copa Airlines, señaló que se ha visto en la necesidad de resolver su estadía prolongada Valencia. “Me ha tocado trabajar en lo que sea; arriesgándome para poder comer. Vine por motivo personal por un periodo de 2 semanas, pero la pandemia no me permitió hacer nada y quedé varada en Venezuela”.

Perú, sí; Venezuela, no

Otro obstáculo que presentan los varados en su país es que el régimen de Nicolás Maduro no tiene un plan para abrir el espacio aéreo, como circuló recientemente en las redes sociales. El presidente del Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC), Juan Teixeira Díaz, negó que se vayan a divulgar las fechas de reactivación de los vuelos.

«Como autoridad aeronáutica venezolana, rechazamos y desmentimos los ´fake news´ y documentos forjados, sobre las supuestas fases de reactivación de operaciones aéreas en el país. Recordamos que el reinicio de los vuelos será anunciado exclusivamente por medios oficiales», señaló el funcionario en Twitter.

Ante esta situación, los residentes varados en Venezuela piden al país que los acogió a llevar a cabo las gestiones que correspondan para que puedan volver a sus hogares.

Médicos venezolanos en Colombia aliados invisibilizados en pandemia

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A mediados de 2019, cuando aún lucía lejana y remota la amenaza de una posible pandemia en América Latina y el mundo, que requeriría del apoyo de miles de trabajadores de la salud, en Colombia existían alrededor de 3.000 médicos venezolanos en proceso de convalidación de título ante el Ministerio de Educación. Pero, debido a la reglamentación para la autorización del ejercicio profesional, no les había sido posible presentar, por distintas razones, los documentos apostillados que certifican la prestación de su servicio social obligatorio, según lo señaló el embajador de ese momento Humberto Calderón Berti.

Para finales de 2017, según la Federación de Médicos Venezolanos, habían emigrado cerca de 22.000 médicos de Venezuela por falta de condiciones para ejercer su profesión. Colombia, además de Brasil, es el país con mayor receptividad de médicos venezolanos.

Aunque actualmente no existe un reporte oficial actualizado de cuántos médicos criollos están en el país vecino, algunas fundaciones y organizaciones no gubernamentales se han dado la tarea de levantar la data y dimensionar la situación.

Hernando Rubiano, Coordinador Nacional de Salud de Coalición por Venezuela explica que actualmente en Colombia, según cifras que maneja la ONG,  existen al menos 948 expertos en el sector de la salud, en diferentes áreas, de los cuales el 50% están legales en el país y el otro 50% está en trámites de legalizar su estatus migratorio. La mayoría estaría en Bogotá, Medellín y Barranquilla.

En esta última ciudad vive desde hace casi dos años la médico venezolana Maybeth López, quien junto a su hijo de seis años viajó por carretera desde Maracaibo hasta Maicao y de ahí se trasladó hasta Barranquilla para reencontrarse con sus padres y su hermana, quienes emigraron con anterioridad. Su esposo llegó después.

“Antes de llegar acá yo comencé mi convalidación. Aún estando en Venezuela yo ingresé los documentos en la página del Ministerio de Educación de Colombia y pude venir con eso en trámite, pensando que eso podía salir rápido”, dice.

“Metí mis papeles en enero de 2019 y me respondieron en junio que me faltaban documentos y que uno de los programas de estudio no se leía bien. Pero en octubre cambiaron la Resolución y como mi caso aún no estaba aprobado, y como en el sistema salía como si no hubiesen revisado mis documentos, en diciembre del mismo año me notificaron que mi caso había sido cerrado”.

La Dra. López emigró en enero de 2019 a Barranquilla

Por tal razón, López tuvo que ingresar este año de nuevo su título, sus notas certificadas y la modalidad de estudio, todos ya apostillados en Venezuela. 

“Comencé a realizar los trámites en Marzo. Pude meter los papeles pero lo paré por el pago. Son 645 mil pesos, que no los tengo. Y este gasto es sin garantía de que los vas a tener”, advierte López. El costo representa en la actualidad casi 200 dólares, o poco menos del sueldo mínimo en Colombia que se ubica en 800.000 pesos, aproximadamente.

El presidente de la Unión de Trabajadores Venezolanos y Colombo-Venezolanos, Simón Gamboa explica que, a diferencia de López, al menos 600 médicos venezolanos aunque tienen sus documentos no los han podido legalizar, ni apostillar y por tal razón no pueden optar a la convalidación de títulos. 

“Una vez que le entregan la convalidación al médico, que en promedio demora más o menos unos 10 meses, éste debe introducir sus papeles en el Colegio de Médicos para que le expidan su tarjeta profesional. Con eso puede participar por las ofertas de empleo en el sector salud”, explica Gamboa.

“Extraño mi sala de emergencias”

Como López no podía ejercer su profesión en Colombia, comenzó a buscar opciones. “Yo empecé a buscar trabajo en lo que fuera, ya que no podía ser como médico. Para Venezuela no me iba a regresar. Toda mi familia está aquí. Yo era la que más se había demorado y eso por apostillar”, recuerda.

Un día escuchó sobre la apertura de un call center y, por mera curiosidad, decidió acompañar a su sobrino quien también fue a probar suerte.

 “Yo no sabía lo que era un call center. ¡Ni sabía que existían! Pero igual fui a la entrevista. Yo cambié mi currículum. Pero cuando comenzamos a hablar, y conocieron mi historia, creo se apiadaron de mí”, asegura. “Yo fui de metida, a probar suerte, y terminaron contratándome a mí y no a mi sobrino. Yo fui de metida y de metida quedé”, recuerda con tono jocoso.

En su primer año trabajó en un call center

“Me emplearon con el pasaporte. Allí me dieron una carta y gracias a ese empleo pude abrir una cuenta bancaria. Atendí la llamada de latinos interesados en comprar productos estéticos naturales”.

“Ahí había muchos venezolanos. Al final todos se enteraron que soy médico y terminé recetando a muchos de mis compañeros en la oficina”, recuerda.

 

Asegura que su etapa en el call center le dejó amistades y enseñanzas

López se graduó de la Universidad del Zulia en 2007 como médico y cinco años después, en el mismo recinto, se graduó como pediatra. Durante más de una década trabajó en el Hospital Adolfo Pons, en Maracaibo. Su más reciente cargo, antes de partir, fue Médico pediatra adjunto en la emergencia.

“Extraño a mis pacientes, los de la Unidad de Cuidados Intensivos. Extraño mi casa, mi sala de emergencia, pero sobre todo como trabajábamos antes, cuando había de todo”, dice con nostalgia.

La Dra. López tiene trece años de experiencia médica

“Es duro. Es difícil, tanto emocional como psicológicamente. Es un cambio de 180°. Imagínate, de uno ser médico especialista y trabajar en un hospital tipo IV a trabajar en un call center. Toca aceptar y abrazar la adaptación. Tener una gran madurez para dejar de hacer lo que por toda una vida hice. Pero “Dios es grande y sabe dónde uno puede servir, aunque no esté en un hospital”.

Por dos años dio clases en la Universidaad del Zulia, ad honores

Como López, a finales de 2019, logró tramitar su Permiso Especial de Permanencia (PEP), siguió buscando alguna oportunidad laboral. A través de la amiga de una vecina logró hablar con un el director de un liceo de casi 900 alumnos. Estaban buscando a una nutricionista. Ella le explicó que aunque era médico pediatra, sí tenía cursos y diplomados en nutrición infantil. El director accedió a su propuesta y la primera semana de marzo de este año, justo una semana antes de decretarse la pandemia en Colombia, López alcanzó a firmar su contrato.

“Trabajo tres horas, tres veces a la semana. Por la pandemia me tocó hacer videos para redes sociales, cápsulas de bienestar. Actualmente doy apoyo nutricional y comparto hábitos saludables. También doy charlas y talleres virtuales. Es mi manera de seguir conectada a mi esencia. Esto está en mí. Es lo que yo sé. Y no me lo pueden arrebatar así”, dice mientras confiesa que le ha tocado estudiar un poco de marketing y redes sociales para adaptarse a los tiempos modernos.

La Dra. López ahora se las ingenia a través de las redes

La deuda

La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que los países con ingresos medios/bajos deben tener mínimo 23 médicos por cada 10 mil habitantes. Pese a que el índice de Colombia está por debajo de las recomendaciones de la OMS, con una proporción de 18, de acuerdo con cifras del Banco Mundial, la posibilidad de aumentar el capital humano con talento extranjero ha sido reducida y también efímera.

El pasado 24 de marzo, el presidente de Colombia Iván Duque Márquez anunció la expedición de un decreto que buscaría acelerar la convalidación de títulos educativos en el sector salud, de modo que médicos y otros especialistas que se han formado en el exterior pudieran aportar su conocimiento al país. “Creo que esta es una articulación muy importante entre el Ministerio de Educación y el Ministerio de Salud”, declaró.

Sin embargo, al día siguiente, el gremio médico le envió una carta al mandatario donde veían «con gran preocupación la posibilidad que desde el gobierno nacional sea planteada cualquier flexibilización de los tiempos y procedimientos requeridos para la convalidación de títulos de médico general y de primeras o segundas especialidades médicas que procedan del exterior; indistintamente».

“Se podría dar a médicos generales y a algunas otras especialidades la posibilidad de ejercer en esta coyuntura mediante licencias o permisos transitorios, los cuales terminarían al finalizar la crisis y entonces, estos profesionales graduados en el extranjero, así temporalmente convalidados, iniciarían sus trámites normativos correspondientes”, reza el texto.

Cuatro días después, el Estado colombiano reculó pese a la emergencia sanitaria que se avisoraba y que hoy día ha cobrado la vida de más de 22.000 ciudadanos en el país.

“Nosotros lo que proponemos es que apliquen las iniciativas de otros países para la certificación de conocimientos y saberes. Pensar en programas de rurales para médicos venezolanos y que eso sea suficiente para poner a prueba sus conocimientos y cubran los gastos de la convalidación”, señala Gamboa y refiere a casos como España, uno de los países más afectados por el virus en Europa y en el mundo, que dispuso que se puedan incorporar a los servicios de salud profesionales con títulos extranjeros obtenidos por fuera de la Unión Europea. O el caso de Chile, que expidió un permiso temporal que ha permitido trabajar a algunos médicos en hospitales públicos de alta necesidad mientras otorgan los permisos oficiales. 

Para muchos la pandemia colocó sobre el tapete un tema que se ha dilatado por años. Mientras tanto, son muchos los médicos venezolanos que, como López, confiesan estar dispuestos a compartir conocimiento y así, de alguna manera, retribuir a Colombia la hospitalidad.

Venezolanos en el Medio Oriente narran sus dificultades tras quedar varados y sin empleo

Lo que comenzó como una oportunidad especial ha terminado en un calvario. Venezolanos que viajaron al Medio Oriente desde finales del año pasado para cumplir compromisos contractuales, están varados y alejados de sus familias. Algunos trabajaron en el sector de servicios de la industria petrolera y otros para la atención de animales. Sin embargo, la pandemia de la COVID-19 les complicó los planes.

Víctor Guevara llegó a Arabia Saudita el 14 de noviembre de 2019. Es médico veterinario y había sido contratado para el manejo y cuidado de un establo dedicado a la reproducción de equinos. No obstante, para su sorpresa, la organización para la que se desempeñaba prescindió de su contrato con la llegada de la pandemia. Desde ese momento, ya sin poder regresar a Venezuela, quedó varado y su situación económica se deterioró.

«Un médico veterinario siempre tiene trabajo, pero la mayoría se valía de la ocasión para pagar lo que ellos creían», cuenta Guevara. Tuvo un salario de 1.500 dólares desde diciembre hasta febrero, mes en el que le comenzaron a rebajar los montos. «Me descontaron hasta unas pastillas para el dolor de cabeza y bajaron mi salario a 1.000 dólares», ello, sumado a otras deducciones, terminó ubicando sus ingresos en apenas $280. Si bien su contrato culminó en junio, no le pagaron ese mes ni mayo.

Ante esa situación, y en medio de la desesperación, consiguió ayuda de un ciudadano saudí que le ofreció alojamiento, pero con una condición: atender su granja sin salario alguno. Sin más opciones, Víctor tuvo que aceptar. El poco dinero que pudo ahorrar ya se le terminó, pues envió una parte a sus familiares en Venezuela.

Víctor se dedica a cuidar equinos, especialmente su reproducción

El idioma ha sido otra de las tantas dificultades para Víctor. Para comunicarse aprendió lo que considera algunas «palabras claves» que, junto al apoyo del traductor de Google, ha podido desempeñarse todo este tiempo. «Lo que más me ha afectado es apegarme a sus costumbres. Estoy como un preso porque muy poco salgo», lamenta.

Su estadía en el país saudí, que ya se ha extendido por casi 10 meses, ha afectado su salud mental. Tiene tres hijos en Venezuela y a su madre, una señora mayor de edad jubilada de educación. Él es el soporte económico de su familia.

«Lo más difícil es mantenerse fuerte mentalmente»

Los trabajadores del sector petrolero y gasífero también se vieron afectados. Entre ellos se encuentra Alberto Cedeño, quien trabajó con la empresa española Técnicas Reunidas como encargado del departamento de Planificación y control del proyecto Haradh, en Arabia Saudita. «Tenia rotación cada tres meses a Venezuela; con dos semanas de vacaciones y me encuentro varado desde el mes de marzo», explicó.

En ese mismo mes debió tomar su rotación por vacaciones, pero por la pandemia ya acumula seis meses sin poder viajar. Desde el 13 de julio, además, está sin trabajo, fecha en la que la empresa terminó con el contrato.

Alberto durante una de sus jornadas laborales

Ahora pasa los días encerrado en una habitación que la misma empresa le provee, ubicada en el campo de trabajo. En ese tiempo ha visto, incluso, tormentas de arena; la más reciente el 31 de agosto. A causa de éstas pasó tres meses enfermo, principalmente sufriendo alergias.

«En esos meses me dio depresión, un poco de nervios y ansiedad», recuerda. Los efectos le duraron hasta finales de junio, cuando se pudo recuperar, exceptuando irritaciones en la garganta durante algunos períodos.

En todo este tiempo ha sido atendido por tres médicos diferentes, quienes terminaron por diagnosticar lo mismo: «tengo problemas con los cornetes y me tengo que operar», cuenta Alberto. «Por eso tengo que salir de aquí», sostiene.

«Aquí lo más difícil es mantenerse fuerte mentalmente», dice Cedeño. Intenta ocupar el tiempo estudiando por Internet, conversando con su esposa por videollamadas, haciendo deporte y leyendo.

Ahora, cansado de esperar por una solución por parte del Gobierno venezolano, intenta encontrar una ruta para regresar a Venezuela a través de la frontera con Brasil, tal como hizo a finales de agosto un grupo de turistas venezolanos varados en España.

Venezolanos varados sin respuesta de las autoridades

Wilson Fuentes también forma parte del grupo de venezolanos varados. Ingeniero eléctrico, laboró como consultor para Weatherford OilTools en Omán, desde el año pasado. «Trabajaba con un régimen de rotación de seis semanas en Omán y tres semanas de descanso en Venezuela», afirma.

Regresó a Omán en febrero, pero debido a la pandemia no pudo retornar. La compañía terminó su contrato en mayo y desde entonces no recibe salario, por lo que ha tenido que cubrir gastos con sus ahorros.

Su caso es similar al de César Zurita. También fue despedido, pero a finales de junio. «Desde entonces la empresa me brinda techo y un seguro médico, mas no salario», sostiene. Ha llamado a la embajada en numerosas ocasiones, «pero lo que me han dicho es que hay que esperar por las autoridades en Venezuela».

El 20 de agosto un funcionario de la embajada venezolana en Líbano comunicó a través de un grupo de Facebook que se dispondrían próximos vuelos de repatriación con un precio de 750 dólares con la ruta Beirut-Caracas. Para muchos de los venezolanos varados era una opción, pero hasta la fecha tampoco han recibido respuesta alguna.

Ante ello, y el aumento de la incertidumbre, se coordinan para viajar a Venezuela desde su país vecino, Brasil.

Dos venezolanas ayudan a sus compatriotas en Colombia

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Elvia Peñaranda y Mari Caldera son dos venezolanas refugiadas en Colombia que apoyan a sus compatriotas en el país y en las comunidades de acogida. La historia de esas dos criollas fue contada por el diario La Opinión de Cúcuta en una publicación realizada el domingo 6 de septiembre.

Dos venezolanas ayudan a la integración en Colombia

Elvia Peñaranda trabaja con Acnur en Colombia, mientras que Mari Caldera es parte de la Corporación de Profesionales para el Desarrollo Integral Comunitario (Corprodinco).

Elvia tiene 38 años de edad, es de Caracas, pero tiene tres años viviendo en Colombia. Forma parte del equipo de Acnur como gestora de integración local. A su llegada a Colombia, Elvia empezó a trabajar vendiendo cafés y laborando en restaurantes.

“Establecerme aquí no fue fácil, pero nunca desmayé en mis ganas de seguir para adelante. Llegué trabajando en peluquerías, restaurantes, vendiendo cafés, vendía dos termos en la mañana y dos en la tarde para sostener servicios y la alimentación de mi familia”, contó la venezolana al diario la Opinión de Cúcuta.

Peñaranda también contó que su primer acercamiento hacia las comunidades fue debido a la iglesia Jesús Cautivo ubicada en el departamento Norte de Santander. “Luego de ser tan consecutiva en las actividades de la Corporación de Servicio Pastoral Social (Cospas), de la Diócesis de Cúcuta, me llamó para preguntarme si quería participar como gestora de integración de comunidades”, comentó la venezolana al diario colombiano.

Mientras tanto, Mari del Carmen Caldera tiene casi cuatro años en Colombia. Caldera es docente y nació en el estado Yaracuy. Mari obtuvo su condición de refugiada para ellas y sus hijas a finales de 2019.

“Cuando me vi el pasaporte colombiano en mis manos lloré tanto y era felicidad”, comentó Caldera al medio colombiano.

En sus inicios, Mari también estuvo acompañada por Acnur.

“Fui a La Parada a comprar comida y de allí me dijeron que en el Palacio de Justicia estaban dando ayuda. Cuando llegué hasta allá no había nada, me paré en la esquina y veo la bandera de Acnur y no sabía qué era, pero cuando me meto en internet y busco de qué se trata veo que aplicaba para la condición actual en la que yo había salido de mi país”, dijo Caldera.

La docente venezolana salió del país tras tener problemas relacionados al cambio en su ideología política. “Ese cambio provocó que me retuvieran mi título universitario, porque me gradué en la universidad del gobierno y me dijeron que ellos habían invertido mucho en mi formación para que yo me fuera a trabajar con la oposición. No me vendían bolsas de alimento tampoco”, recordó Caldera en la entrevista con el diario colombiano.

Este año, Corprodinco le ofreció trabajo a Mari Caldera. El oficio sería en la sede donde atiende a sus compatriotas en un proceso de atención integral, donde se desempeña como gestora de mujer y niñez.

“Trabajo en un espacio protector para que los niños adolescentes, hijos de los migrantes, que vienen a recibir atención acá, para que estén en nuestros espacios recibiendo atención pedagógica. Busco mitigar el duelo migratorio de estos pequeños”, cuenta Mari.

Para la oriunda de Yaracuy su labor es sumamente valiosa en Colombia. “Pasé de ser beneficiaria de un proceso a ser personal activo de ese proceso, donde puedo ayudar ahora yo a otros venezolanos como en su momento me ayudaron a mí”, afirmó la venezolana.

Foto principal: La Opinión

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Investigar desde el confinamiento, periodismo en remoto

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La última tertulia del curso virtual de cobertura periodística enfocada en las migraciones desde Venezuela hacia cinco países de la región, tuvo como eje principal el periodismo en remoto y cómo investigar en tiempos de confinamiento.

Ginna Morelo, Eileen Truax y Jorge Daniel Morelo se unieron en una conversación para dar recomendaciones y contar sus experiencias relacionadas con cómo hacer periodismo en un tiempo en el que es complicado salir de casa y reportear desde la calle.

La conversación de este viernes 4 de septiembre estuvo moderada por los periodistas Fabiana Ortega y Jorge Flores Riofrio. Los periodistas venezolanos también compartieron sus vivencias en torno a esta forma de abordar el periodismo debido a la pandemia de COVID-19.

Retos y aprendizajes del periodismo en remoto durante la pandemia

La reconocida periodista mexicana Eileen Truax aseguró que los últimos tiempos han hecho creer que “el ritmo del periodismo se aceleraba”. Sin embargo, Truax explica que “no puedes cambiar la velocidad con la que consigues información. Eso tiene un ritmo propio y hay que respetarlo”. Truax manifestó que “el gran problema de la pandemia es que no podemos estar en los lugares” y ofreció recomendaciones sobre cómo realizar una óptima cobertura y reporteo sin salir de casa y exponerse al virus que afecta al mundo entero.

“Me ha costado más trabajo hacer el reporteo físico que por Zoom”, comentó Truax, quien agregó que es realmente complicado emplear todas las medidas de bioseguridad y estar cómodamente en la calle. No obstante, Truax recomendó realizar entrevistas a través de videollamadas, pues de esta manera los interlocutores se pueden sentir más seguros. Además, se pueden observar las reacciones y gestos que hace la persona a la hora de conversar, algo que se dificulta percibir con el uso del tapabocas.

Por su parte, Ginna Morelo sugirió que hay que tener paciencia en estos momentos y que los meses de pandemia deben ser invertidos en aprender nuevas técnicas y nuevas tecnologías.

Creo que se duplicó el esfuerzo para verificar. Hay que darle más horas, más espacio e incluso más ojos. No podemos ver a la gente y eso es algo que nos enferma a los periodistas. Tenemos que valernos de las redes. Aprender, preguntar mucho y estudiar”, manifestó la periodista colombiana.

Morelo resaltó la importancia de “aprender nuevas habilidades”. Además, citó al maestro Jean Francois Fogel quien dijo que “el peor tiempo perdido es el que se ha perdido en la pandemia”.

A la hora de hacer entrevistas en remoto, Morelo destacó la importancia de la paciencia y la empatía, pues de esa manera el entrevistado se siente tomado en cuenta. Ginna Morelo también enfatizó que el entrevistado necesita tiempo y espacio, especialmente en las dinámicas de periodismo remoto pues estas pueden ser realmente agotadoras.

“Hay que darles tiempos para descansar. Esto agota. La gente necesita sus espacios y a veces te lo piden y tú tienes un afán, pero estos temas no podemos someterlos a estos afanes”, explicó Morelo, quien agregó que hay que hacer periodismo con cariño.

El periodista Jorge Daniel Morelo también expresó sus opiniones sobre los retos y las oportunidades de hacer periodismo en remoto durante los tiempos de la pandemia. Morelo explicó que es necesario “hacer una buena inversión de tiempo en las herramientas que pueden posibilitar una gran gama de opciones para completar los trabajos”. También recomendó a las personas a no acostumbrarse por mucho tiempo a una herramienta, pues seguramente en poco tiempo llega otra a reemplazarla. “Hay que tener iniciativa para ser autodidactas en el este mundo tecnológico”, resaltó el periodista.

Recomendaciones para reportear y contar historias en remoto

La mayoría de las dudas y preguntas de los participantes del foro se referían a cómo hacer un buen periodismo en remoto. Así cómo a garantizar la fiabilidad de los testimonios, especialmente cuando no se puede estar en los lugares donde ocurren los hechos.

Jorge Daniel Morelo recomendó el uso de las videollamadas para poder hacer entrevistas óptimas, pero también para sesiones de trabajo. Morelo explicó que es necesario demostrarle a la fuente que no es complicado usar estas nuevas herramientas y dejar ver que la entrevista puede transcurrir con facilidad a través de estos canales.

Eileen Truax recomendó “hablar mucho con la persona por mucho tiempo”, a la hora de emprender historias de vida. “No es para reportear, es para conocer a la persona. Tienes que saber quién es”, explicó la destacada periodista enfocada en temas migratorios.

Truax también compartió algunas de sus reglas a la hora de hacer historias de vida. “Mi regla es siempre preguntar si quieren dar el nombre. Luego pregunto si quieren que ponga el apellido”, explicó Truax. “Dejo que ellos elijan el nombre que voy a usar en el texto y en la nota aclaro que el nombre está cambiado” comentó Eileen Truax quien también recomendó no usar “fotos específicas” y que es mejor valerse de técnicas como el contraluz o el uso de detalles como las manos, los pies o algún objeto. Todo esto con el objetivo de respetar la privacidad de la persona.

“Si te piden anonimato, la persona tiene que sentir que lo vas a respetar”, sentenció Truax.

Mientras tanto, Ginna Morelo explicó que hay actividades relacionadas con la investigación periodística que se pueden hacer perfectamente desde casa. Como enviar correos con solicitudes a entes gubernamentales para pedir datos oficiales o bases de datos del tema que se investiga.

Morelo también recomendó a las personas a planificar bien los trabajos. “Yo no puedo pretender hacer un trabajo de largo aliento en un día”, explicó Ginna Morelo.

Los tres periodistas estuvieron de acuerdo con la importancia del trabajo en equipo. Ginna Morelo afirmó que “este no es tiempo de exclusivas” y recomendó a los periodistas trabajar en redes para poder hacer más y mejor periodismo.

Eileen Truax manifestó que “una sola persona no puede ver ni siquiera una pequeña fracción de las realidades». Por ello, insistió en la importancia de conectar con otros periodistas y poder contrastar la visión de lo que se tiene.

La tertulia de este viernes 4 de septiembre es la quinta y última del curso virtual de cobertura periodística enfocada en las migraciones desde Venezuela hacia cinco países de la región, una iniciativa del proyecto Puentes de Comunicación, alianza entre la DW Akademie y Efecto Cocuyo.

Para disfrutar la tertulia completa haga click aquí.