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Los caminantes venezolanos llegan a las pantallas de National Geographic

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De la plataforma YouTube a Nat Geo. Parte de la historia de los caminantes venezolanos llega a las pantallas de National Geographic a partir del 5 de octubre. “Caminantes” es un documental realizado por el comediante venezolano José Rafael Guzmán. La historia, publicada en 2019, acompaña a Guzmán y a Silvia Baquero (productora general) desde las afueras de Cúcuta hacia el sur del continente.

La historia inicia con Guzmán y Baquero preparados para iniciar la misma ruta que miles de migrantes venezolanos han recorrido con anterioridad. Tras salir solos, y caminar varios kilómetros al borde de la carretera, Guzmán y Baquero conocen a un grupo de migrantes venezolano que se moviliza a pie. A medida que avanzan en la ruta, los caminantes venezolanos se hacen cada vez más cercanos con José Rafael Guzmán y Silvia Baquero. Al pasar del tiempo, las personas comienzan a relatar las razones de su migración mientras avanzan a pie o en cola por las rutas del norte de Colombia.

“Caminantes” fue publicado en la plataforma YouTube en 2019 y se convirtió en una forma de narrar parte de la migración venezolana, especialmente aquella que tuvo que abandonar el país con pocos recursos y movilizarse a pie hasta llegar a su destino.

“Caminantes” busca contar la historia de la migración venezolana

El documental “Caminantes” fue grabado enteramente con teléfono celular. Cada semana se estrenaba un episodio en YouTube. Rápidamente se volvió un éxito y cada vez más personas esperaban el estreno de un nuevo capítulo del recorrido de Guzmán y Baquero.

Mientras estos dos avanzan (y Guzmán hace algunos chistes), se ve cómo más personas también recorren la ruta que poco a poco se adentra en Los Andes colombianos. Uno de los momentos más importantes del documental es cuando Guzmán y Baquero conocen a quienes serían sus compañeros fieles durante gran parte de la ruta.

En Pamplona, a más de 75 kilómetros de Cúcuta, el comediante y la productora conocen a “Papelón”, uno de los caminantes venezolanos, pero también un personaje que termina tomando prominencia en la historia. A “Papelón” se le suma Geraldine, Igor y la llamada “Virgencita”. Junto a ellos, Guzmán y Baquero viajan por las carreteras colombianas hasta llegar a Bucaramanga y, desde ahí, partir hasta Bogotá.

“Caminantes”, un documental grabado enteramente con teléfono (y en primera persona) está lleno de un humor un tanto incómodo para algunos. Sin embargo, se convirtió en un éxito en internet y, casi dos años después de su concepción, llega a la pantalla de National Geographic, uno de los canales más importantes en documentales y temas de interés general.

Alcaldesa de Bogotá asegura que la migración venezolana es “un desafío difícil de enfrentar”

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Claudia López, alcaldesa de Bogotá, sostuvo que la migración venezolana enfrenta una situación “difícil y precaria” en la capital colombiana. López resaltó que esto también genera dificultades en el mercado laboral y representa, como describió: «un desafío difícil de enfrentar”.

La nota publicada por La Voz de América (VOA), el 3 de octubre, resalta los comentarios de la alcaldesa sobre la migración venezolana en Colombia y, en especial, en Bogotá. Claudia López hizo estas declaraciones en una charla con medios internacionales, también tocó el tema de las protestas que recientemente se han vivido en la capital colombiana.

Hemos “rogado” a los venezolanos no retornar a Venezuela

VOA cita varias declaraciones de la alcaldesa bogotana durante la conversación con los medios internacionales. López afirmó que, en medio de la pandemia, le han “rogado a los venezolanos que no regresen a su país” y aseguró que su administración ha hecho “todos los esfuerzos posibles para que no tengan que hacer una travesía (los venezolanos) en condiciones tan rigurosas”.

La autoridad local de Bogotá también afirmó que el Gobierno Nacional debe tener “prudencia” en la apertura de la frontera. No obstante, López resaltó que ella no tiene a cargo el manejo de la política migratoria del país. La alcaldesa también manifestó que los migrantes venezolanos en Bogotá han recibido ayudas y atención en salud.

“A pesar de no tener seguro, el sistema público de Bogotá ha asumido el costo de nacimiento del tratamiento en primera infancia y de madres gestantes, de cualquier mujer, cualquier nacionalidad, que llega a los hospitales públicos colombianos. ¿Nos cuesta? Sí. Lo hacemos con profundo y profunda humanidad”, recordó López durante su intervención.

Puede leer la nota completa aquí

Foto: Efe

Comunidad Andina de Naciones alberga a 60% de la migración venezolana

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Cerca de 60% de la migración venezolana está en países de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). El organismo regional es conformado por Colombia, Bolivia, Ecuador y Perú.

Migración venezolana en la Comunidad Andina de Naciones

La información fue dada a conocer por el secretario general de la CAN, Jorge Hernando Pedraza, durante su alocución en la sexta Reunión Internacional Sobre Movilidad Humana de Ciudadanos Venezolanos en la Región. El encuentro fue celebrado como parte del Proceso de Quito.

La CAN afirmó que Colombia es el país donde más residen venezolanos migrantes con más de 1.7 millones de personas. Le sigue Perú con 829.000 venezolanos y Ecuador con 362.000. En último lugar está Bolivia que ya suma 10.000 venezolanos en su territorio.

“Esto genera enormes impactos sociales y económicos, así como en la seguridad, salud, educación, empleo en incluso en el ámbito cultura y políticos”, resaltó Pedraza. El secretario general de la CAN también hizo énfasis en la importancia de recibir cooperación internacional para atender al flujo migratorio.

Pedraza también expresó el apoyo y solidaridad desde la CAN hacia los Gobiernos de los países que la componen. El secretario general del ente regional resaltó por «los grandes esfuerzos para atender de la mejor manera las exigencias que provienen de esta inmigración”. Además, recordó que, ante la pandemia, la CAN ha desarrollado una estrategia coordinada y conjunta entre los cuatro países para responder en temas de salubridad y en materia económica y social.

La VI Ronda del Proceso de Quito sobre migración venezolana concluyó el jueves 24 de septiembre tras dos días de debate sobre el fenómeno migratorio venezolano que impacta a todo el continente americano.

Con información de Efe

Personal sanitario venezolano lucha contra la COVID-19 en Argentina

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Cientos de trabajadores sanitarios venezolanos en Argentina luchan en primera linea contra la pandemia. El personal sanitario venezolano se ha puesto a disposición del Gobierno del país sureño para sumar manos en la lucha contra la COVID-19.

De acuerdo a los datos de la Asociación de Médicos Venezolanos en Argentina (Asomevenar),752 profesionales de la salud cuentan con licencias convalidadas para trabajar en el país. Mientras tanto, quedan 418 venezolanos que esperan por la validación de sus títulos y credenciales. En Buenos Aires laboran al menos 351 sanitarios venezolanos.

En total, son 1.600 médicos y 1.000 enfermeros. La información fue publicada por La Voz de América en su página web el viernes 25 de septiembre.

Venezolanos en primera línea contra la COVID-19 en Argentina

La pandemia que aqueja al mundo entero ha tenido un repunte en países del continente europeo, donde parecía que la situación se había estabilizado. No obstante, en América Latina la COVID-19 no ha bajado el ritmo. Países como Argentina, Colombia, Perú, Ecuador, México y Brasil todavía atraviesan momentos complejos relacionados con el nuevo coronavirus.

Ante esto, el personal sanitario se ha vuelto primordial como nunca antes y, los venezolanos que forman parte del fenómeno migratorio del país se han puesto a la orden de los gobiernos de distintos países. En Argentina, hay más de 700 profesionales de la salud que cuentan con sus títulos y credenciales revalidadas para poder trabajar legalmente en el sistema sanitario del país sureño.

De acuerdo al reporte de casos del viernes 25 de septiembre, Argentina llegó a 691.000 pacientes con COVID-19. 547.000 de estos se han recuperado y 15.208 han fallecido.

En el trabajo publicado por La Voz de América entrevistan a cinco venezolanos profesionales de la salud que viven en Buenos Aires. Estos criollos se mantienen trabajando en primera línea para ayudar a las personas que son afectadas por la COVID-19. Además, se menciona la importancia del personal sanitario venezolano, pues en muchas ocasiones ha llegado para suplir vacantes en el sistema de salud argentino. Esto ha representado una ayuda sustancial en la lucha contra la pandemia en suelo sureño.

Para ver el trabajo completo haga click aquí

Foto principal: Efe

“Yo quería lo mejor para mi familia”, con esta consigna Nathali Carballo inició su travesía hasta Perú

La sugerencia de su esposo se convirtió en una decisión familiar. La más difícil que había tomado. «Mira… Y si no, mejor eres tú la que se va a Perú». Nathali Carballo, madre de cuatro hijos, iniciaría tres meses después la travesía por tierra de 4.167 kilómetros para llegar a Lima desde Maracay, con la consigna de buscar una mejor vida para su familia.

Una tarde de octubre de 2017, su esposo le planteó la idea de que ella fuese la que abriera el camino. Él no tenía pasaporte. Ella sí. Así se fue gestando el plan de migrar.

Nathali Carballo, oriunda del estado Sucre y de 34 años, es madre de tres niñas: Valerie, de 13; Isabella, de 8; Renata, de 3; y de un hijo, Alejandro Enrique, de 1. Trabajaba como analista en finanzas en la Fundación de los Abuelos del estado Miranda (Funbisian). 

Durante unas vacaciones que tomó en agosto del año 2014 viajó al estado Sucre a visitar a su mamá que se encontraba enferma. “El viaje era por mi mamá, no esperaba conocer a alguien, menos enamorarme. Yo tenía 6 años sola”, dice. 

En Sucre conoció a  Reneldo, o René como le dice para abreviar. Pero tuvo que volver a Caracas a su trabajo. El hombre fue persistente y la conquistó cuando viajó desde Sucre hasta la capital del país para volver a verla. 

Cuenta Nathali que de Caracas se mudaron al estado Sucre, a Pericantar. Ahí estuvieron un año hasta que se mudaron a Maracay.

Para el 2017, Nathali y su esposo estaban pasando una difícil situación. “Caímos vertiginosamente. El dinero que entraba no alcanzaba. Además tenía a Renata de cinco meses de nacida. No teníamos cómo cubrir las necesidades de nuestros hijos”. Nathali recuerda que comenzó a padecer depresión. “Como madre estaba afectada y mi esposo lo vio, se dio cuenta. Comenzamos a ver a varios youtubers que se habían ido a Perú y contaban cómo era migrar. Eso nos llamó la atención y pensamos que podría ser una opción”.

El inicio de toda una travesía

Su hija Renata, que ahora tiene tres años, nació con una condición médica llamada pie equinovaro congénito, y aunque había sido atendida desde los cinco días de su nacimiento, requería más tratamiento. Allí encontraron una razón más de peso para su viaje.

Pero se enfrentaron a  varios problemas. “No teníamos dinero. Pensamos que lo normal era que saliera él, que encontrara trabajo y enviara el dinero para luego yo irme con los niños, pero él no tenía pasaporte. Y sacarlo, ya para entonces, era bien difícil. Yo era la única que lo tenía. ¿Qué hacíamos? Era difícil decidir”, recuerda  Nathali. Tres años después, con un bebé que nació en Perú y su familia reunida, todavía siente nostalgia por la decisión: dejó a sus hijas y a Reneldo en Venezuela para iniciar la búsqueda de mejores oportunidades.

El primer plan era conseguir el dinero. René tiene unos primos que viven en España y Estados Unidos, a ellos acudieron. “Nos ayudaron con algo más de 150 dólares. Un día nos dijeron que ya estaban depositados en las agencias de Western Union en Cúcuta, por lo que tuvimos que correr”, dice Nathali. 

Ella salió solamente con un bolso, como de mochilero. Metió lo que tenía a la mano. Salió hasta Caña de Azúcar, un sector aledaño a El Limón, en Maracay. Allí buscó un dinero en efectivo, que para ese momento escaseaba en Venezuela, pero que consiguió con el hijo de una amiga, aunque en la frontera lo pudo cambiar por apenas cinco mil pesos colombianos que le sirvieron de pasaje. 

De ahí se fue hasta el Terminal Central de Maracay para luego ir Valencia a tomar el bus que la llevaría hasta San Cristóbal, ciudad fronteriza con Colombia. 

“Debía estar a las 3:00 p.m. en el terminal de Valencia, llegué a las 3:30 p.m. Pensé que el autobús me había dejado. Alquilé un celular, porque me fui sin teléfono. Mi esposo llamó a la persona que me consiguió el pasaje y le dijo que no me preocupara, porque el autobús todavía no había salido. El viaje comenzó a las 5:00 p.m. aproximadamente”, dijo Nathali.

A ella, haber salido de la manera como lo hizo, todavía le ocasiona nostalgia. “Cuando me subí al autobús, no paré de llorar. Había dejado mi vida, a mi esposo, a mis hijas. Pero también me llené de fuerzas. Quería lo mejor para ellos”.

Nathali llegó a San Cristóbal y tomó un taxi que la llevó hasta Cúcuta, ciudad de Colombia. Llegó sin conocer nada sobre lo que se podría encontrar adelante.

Nathali selló su salida de Venezuela el día 22 de diciembre, muy cerca de la Navidad.

Esta experiencia que vivió Nathali, este viaje en solitario y desprotegida, es algo que está reflejado en el Análisis Rápido de Género sobre la Crisis de Refugiados y Migrantes en Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela realizado por CARE con apoyo del Centro de Justicia y Paz (Cepaz). En esta investigación se puede leer un análisis de los riesgos que corren los venezolanos y cómo aumentan significativamente una vez que comienzan su viaje migratorio.

“Yo tenía miedo de preguntar. Hay gente que puede hacer daño”, dice. Pero se atrevió. En un puesto donde se comió una empanada, se encontraban dos muchachos a quienes les preguntó sobre lo que había que hacer. “Ellos me indicaron que tenía que ir al punto fronterizo y sellar el pasaporte para cruzar hacia Colombia. Fueron muy amables”.

Cuando logró sellar su salida de Venezuela lo supo: “Ya no había vuelta atrás”. Desde entonces, Nathali se aferró a sus creencias: “Dios me abría las puertas por donde iba”. 

Relató cómo, al cruzar por el Puente Internacional Simón Bolívar, los funcionarios revisaban las maletas de los migrantes. Sin embargo, ella logró pasar como si fuera invisible.

El trayecto que duró cinco días

El primer paso era retirar el dinero que le habían enviado los primos de René al Western Union en Cúcuta. Pero para hacerlo debía tener el pasaporte con el sello de entrada a Colombia y un pasaje de salida o la tarjeta fronteriza. Nathali no los tenía. “Me dijeron que un señor de un cyber cercano sacaba la tarjeta fronteriza, porque no podría comprar un pasaje ya que no tenía dinero. Así que marqué la cola con una señora, me fui corriendo al cyber y tuve que dejar mi maleta como aval de que regresaría con el dinero para pagar la impresión de la tarjeta”. A las 6:00 p.m., finalmente, Nathali pudo obtener alrededor de 500 mil pesos (los $150 que le habían enviado), y con eso pagó al señor del cyber los 10 mil de la tarjeta (casi tres dólares) y corrió al terminal para comprar el pasaje hasta Bogotá y luego sellar su pasaporte para seguir su camino.

El viaje fue sencillo en un primer tramo. Nathali llegó a Bogotá, pudo realizar una llamada internacional, comunicarse con René y decirle que todo iba bien. Sintió nostalgia, no solo en su voz, sino en la de su esposo. Pero otra vez se armó de valor. Al colgar el teléfono fue a comprar el otro boleto, pero que en esta ocasión la llevaría al Puente Internacional de Rumichaca, que conecta a Ecuador con Colombia. “En este viaje me encontré con personas que me ayudaron. Unos colombianos con quienes llegué hasta Lima y me daban de lo que compraban: almuerzos o galletas, y también con otro muchacho que se quedó en Pastos, en Colombia, que me prestó el teléfono para comunicarme con mi esposo por el chat de messenger de Facebook”.

En diversos trayectos del viaje, Nathali estuvo en comunicación por Facebook, a través de celulares que le prestaban, con su esposo René, o los primos de él, quienes formaron parte de su círculo de ayuda.

Sin embargo, cuando llegó a Ecuador, no le quisieron sellar el pasaporte porque estaba en el límite de los seis meses previos al vencimiento. Tuvo que optar por la Carta Andina, que le permitió continuar con su viaje.

Para este punto ya Nathali, como cuenta, estaba corta de dinero. Entonces apareció  Gabriela Cos. Se trataba también de una prima de René; ella le envió otros 60 dólares para que pudiera seguir su viaje.

Nathali retiró el dinero que le enviaron y compró el pasaje que la llevaría a Perú. Antes de salir, pudo comprar un plato de comida que le costó aproximadamente tres dólares. “Era arroz, una chuleta frita y ensalada. Después de tanto tiempo, era la primera vez que tenía una comida caliente desde mi salida de Cúcuta”, cuenta. Esta comida completa le permitió seguir con su trayecto. 

Cruzar Ecuador le llevó aproximadamente un día. Cuando llegó a Tumbes, ciudad fronteriza al norte de Perú, resultó que no había transporte. Nathali realizó el viaje en lo que ella llamó “una fecha muy mala, ¡pleno diciembre!”. Como pudo, compró un boleto en una línea de transporte que le cobró 80 soles (aproximadamente 25 dólares). “Para mí era algo costoso, pero lo hice”. Así, finalmente, partió desde Aguas Verdes hasta Piura, en un viaje de cinco horas. Ahí compró el último pasaje que la llevaría hasta Lima.

Después de casi 5 días de haber salido de su ciudad, Maracay, cruzado tres fronteras, comprar pasajes de manera rápida y salir casi de inmediato de un país a otro, ya estaba cerca de su destino. 

“Yo salí con una expectativa… Me vine con la esperanza de que mis hijas estuvieran mejor. Estaban muy delgadas por la falta de proteína y eso me desgastaba. Me dije: mis hijas van a tener sus tres comidas diarias, sus meriendas, las voy a llevar a todos lados. Ese era el propósito que tenía en mente”.

El 26 de diciembre de 2017, a las 2:00 p.m., Nathali Carballo arribó al Terminal Terrestre de Plaza Norte, ubicado en la ciudad de Lima, capital de Perú. Fue recibida por Jhonny González, un amigo que tiene 5 años en el país y con quien compartió en el que fue su último trabajo en Venezuela, la Fundación de los Abuelos del estado Miranda (Funbisian).

Ese día, Nathali se convirtió en una de las 39.549 venezolanas y venezolanos que ingresaron a Perú en diciembre de 2017.

Al pisar la avenida Tomás Valle, Nathali había cumplido una parte de su cometido. Con su bolso en la espalda, unas pocas pertenencias, 20 soles en su bolsillo y el cansancio a cuestas, se preparó para ir al lugar donde descansaría. ¿Lo siguiente? Reunir fuerzas para buscar trabajo, ahorrar pronto el dinero y traer a su familia para estar juntos. Sin embargo, Perú tampoco sería un destino para arraigarse. Tres años después, Reneldo y Nathali tendrían otra conversación decisiva, una que los llevaría replantearse su permanencia en tierras incas para honrar la consigna inicial: darle lo mejor a la familia.

¿Qué sería lo siguiente en el camino de Nathali? Encontrar un trabajo para ahorrar dinero y así poder reunirse otra vez con su familia.

Lee la segunda parte de la historia:

Del sueño a la realidad: Juan Ponce, el piloto venezolano que surca los cielos de Hong Kong

Cuando se le pregunta a Juan Ponce cuándo y por qué decidió emigrar, no hay una respuesta clara. Para él, piloto profesional, su salida de Venezuela ha sido un impulso para su carrera. Eso sí, siempre agradeciendo a todo lo que aprendió y la experiencia adquirida mientras ejercía en el país.

A sus siete años pilotar un avión era un sueño. Desde esa edad jugaba en simuladores de computadoras hasta que, cumplidos los 18 años, pudo ponerse en marcha: viajó a Daytona Beach, en Florida, para hacer un curso como piloto. Fue un proceso largo, difícil, que se extendió por cuatro años debido al alto costo económico del mismo. Pero el esfuerzo dio sus frutos. En 2012 logró finalizar sus estudios y, oficialmente, se graduó como piloto en Estados Unidos.

Durante ese tiempo, en simultáneo con las horas de vuelo, también volvía a su estado natal, Mérida, a desarrollar sus estudios universitarios. En un comienzo estudió Física, pero desistió: «no era lo mío», cuenta. Luego cambió a Diseño Industrial, que intercaló junto a su pasión por los aviones.

Lo primero que hizo fue ejercer en Venezuela. Comenzó volando un avión privado en Mérida, después en San Cristóbal y, finalmente, terminó en el Aeropuerto Oscar Machado Zuloaga de Caracas, en Charallave, donde había más oportunidades laborales. Así estuvo durante un año, hasta que se le abrió una nueva ventana: «uno de mis instructores en Caracas, de uno de los aviones que yo volaba, me recomendó con un señor que se iba a mudar para París».

Juan Ponce
Ponce ha sumado recorridos aéreos en Venezuela, Miami, Europa, Hong Kong y Australia, entre otros.

Esa familia necesitaba a una persona que les piloteara el avión y que estuviera basado con ellos en la capital francesa durante, al menos, seis meses. Tras evaluar sus opciones, Juan aceptó la propuesta. La travesía comenzó en el año 2014 y, si bien el plan inicial era una estadía de medio año, el dueño del avión, que también era piloto, le pidió a Ponce que lo acompañara en los viajes y lo apoyara en las operaciones en Europa.

«Se dio cuenta de que lo mejor, por razones de seguridad, era mantener a un piloto volando con él, no quedarse solo. Estuve allí trabajando por dos años en París: de 2014 a 2016», recuerda Juan. Luego, ya en 2016, la familia decidió mudarse a Miami. «Me propusieron una oferta y hacer un negocio con ellos en vuelos privados. Allí estuve durante dos años más».

Sin embargo, su rápido auge profesional se frenó, al menos por poco tiempo. A finales de 2018 decidieron vender el avión y, como consecuencia, Juan quedó desempleado. Rápidamente buscó opciones y, en cuestión de meses, ya tenía tres ofertas.

Primero, fue a una entrevista en Saint Martin, en el Caribe, para una compañía de aeroambulancias. «Era el mismo avión que volaba en Miami, pero configurado como ambulancia para desplazarse entre islas», detalló. Una segunda entrevista fue con la empresa Cathay Pacific, la aerolínea más grande basada en Hong Kong y la quinta más importante del mundo. Y, finalmente, una tercera opción en Cebu Pacific para volar entre Filipinas y el sureste asiático.

Juan Ponce
Juan Ponce dirige una de las flotas de Airbus a350 en Cathay Pacific

Si bien tomar una decisión no fue fácil para Juan, en la actualidad no se arrepiente de lo elegido. «Cada sitio tenía sus pro y sus contra», reconoce, pero Cathay Pacific era el lugar que «me permitía hacer una carrera a nivel de años», cuestión que no le convencía de las otras opciones. «Tomé la mejor decisión», dice convencido.

Antes, Juan tuvo que pasar por numerosas pruebas. Pedían un cierto número de horas de vuelo de experiencia, le realizaron exámenes de salud y antidrogas, actividades grupales, de liderazgo y los sometieron a prácticas en un simulador de un Boeing 777. Lo aceptaron. En seguida lo enviaron a Australia a hacer un curso más; esta vez un intensivo de seis semanas de introducción a la aerolínea, donde aprendió desde su funcionamiento hasta la manera de operar.

El 12 de julio de 2019, completado todo el esfuerzo de años, finalmente fue el día de inducción de Juan en Hong Kong. «Allí comenzó mi curso inicial de Airbus a350, que fue la flota a la que fui elegido, y comencé a operar oficialmente como piloto de línea», recuerda. Actualmente, Juan se desempeña como segundo oficial y dirige una flota de los aviones más clásicos del mercado.

La vida para un venezolano en Hong Kong

«La comunidad venezolana en Hong Kong es bastante grande», asegura Juan. Lo dice con buen sustento, pues conoce a varios colegas venezolanos. Estima, en una aproximación básica, que hay al menos 20 pilotos criollos laborando en la ciudad. «Han tenido una trayectoria excelente», sostiene.

Con los pilotos venezolanos, explica Juan, ocurre algo particular: la enseñanza de la carrera en Venezuela es un poco a la inversa de lo que suele ser en el mundo. «En la mayoría de los países, cuando te haces piloto comienzas a volar aviones pequeños, de hélices y vas haciendo tu carrera poco a poco», afirma. Pero en Venezuela, por el contrario, los pilotos salen del curso para ser contratados en aerolíneas como Aeropostal, Laser, Avior, y comienzan a pilotear aviones jet, de línea, con poca experiencia.

Esto, sostiene, pudiera verse de una forma negativa, pero Juan no lo cree así. «Es otra escuela, una forma rápida de crecer, y eso ha hecho que los pilotos venezolanos tengan muy buena experiencia y mucho conocimiento en aviones que no son tan modernos ni automatizados», alega.

Juan cree que ese estilo ha ayudado a sus connacionales a hacerse espacio en las mejores aerolíneas del mundo. Ahora, impulsados por la migración masiva de los últimos años, muchos de sus colegas trabajan en Copa, en Panamá; en aerolíneas europeas; en Asia y, en el caso de Hong Kong, también son numerosos. «Hay quienes vuelan todo el sureste asiático, entre Nueva Zelanda, China, Tailandia», sostiene.

Pero la migración también se ha expandido por el resto de criollos. Tanto así que uno de los productos más tradicionales de la gastronomía venezolana, la Harina PAN, se puede encontrar fácilmente en Hong Kong. Puede comprarse por internet desde China y, en apenas tres días, llega al domicilio. En general se importa desde Italia, en Milano, donde se encuentra la fábrica. También existe un almacén en China que distribuye el producto por toda la región.

La otra cara de la moneda son los quesos. Juan cuenta que son difíciles de conseguir, pero existen alternativas. Por ejemplo, el queso halloumi, elaborado en Chipre, que tiene un parecido con el guayanés; o el queso paneer, originario de la India, que puede usarse para la elaboración de tequeños.

«Si yo tuviera que pagar todos mis gastos, no podría estar en Perú sola»

«Sería solo por unos días». Eso era lo que pensaba Isabel Ovalles cuando llegó a Perú el 4 de marzo de 2017. Aprovechó que debía tomarse 72 días hábiles de descanso en su empleo como trabajadora social de la alcaldía de Naguanagua (Carabobo). Ese periodo fuera del país y lejos de su empleo se convirtió en una migración obligada por la situación de Venezuela.

Para ese fecha, como Isabel recuerda, lo habitual eran las protestas en las calles y la represión para quienes salían manifestar. Tras hacer una ruta aérea que la llevó de Maiquetía a Panamá, luego de a Ecuador a Perú, llegó a casa de uno de sus hijos.

Actualmente tiene 65 años y no lo esconde. Agradece a Dios las oportunidades y, a pesar de que, como cuenta, no le ha ido mal como migrante, sí esperaba poder jubilarse después de tantos años de trabajo en Venezuela.

“Como funcionario público de carrera administrativa, esperaba un retiro tranquilo y familiar, que pudiera disfrutar de la pensión de vejez y que bajo ninguna circunstancia fuera conflictivo. Solo aspiraba a disfrutar lo que a uno le queda de tiempo a esta edad, pero no fue así”.

Perú y la tercera edad

Isabel vive en Lima y describe ese país como hermoso, pero con una gran deuda con los adultos mayores, pues su percepción del sistema es que está diseñado para dejarlos fuera del mercado laboral después de los 40 años. “Llegar a esa edad significa no tener oportunidades laborales formales, se considera que eres demasiado adulto para colaborar. Ahora, imagínate a los 60 años, te consideran que debes estar retirado y no toman en cuenta todo lo que tengas para enseñar”, dice la trabajadora social.

Señala que la única opción para las personas de la tercera edad es independizarse, algo que no todos pueden hacer por falta de recursos.

En Perú, según el Instituto de Democracia y Derechos Humanos, se ha dado un incremento en la longevidad de las personas. Según las proyecciones demográficas de esa nación, 3.345.552 de los habitantes del país son personas adultas mayores. Lo que equivale al 10,4% de la población total. Se estima que para 2020 la cifra ascienda a 3.593.054 y para 2050, a 8,7 millones.

De acuerdo a la investigación La situación de la población adulta mayor en el Perú: Camino a una nueva política, desarrollada por el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP), se han identificado varias situaciones problemáticas que vive este grupo en el Perú, entre ellas: «falta de acceso a los servicios de salud, a la educación y a los servicios de pensión, así como los bajos niveles de participación social y la violencia y la discriminación por motivos de edad».

Vivir para servir

Como filosofía de vida ella practica y pregona un histórico pensamiento de la madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Ese mensaje se lo recuerda no solo a sus dos hijos, sino a sus nietos.

“Eso es una ley de vida; hay que ser solidarios, tener vocación de servicio, que el trato con la gente no sea con barreras, siempre hay que integrarse», dice Isabel, quien además se siente favorecida por los “excelentes peruanos y venezolanos” que la migración ha puesto en su camino.

Esto, según ella misma cuenta, lo ha logrado en su trabajo como voluntaria. Una actividad que le permitió reencontrarse con su profesión de trabajadora social y abrirse camino cuando le cerraron las puertas por su edad.

Además, le brinda un sustento para tener una independencia económica. “Aunque el pago es poco, me ha permitido estar tranquila y me permite pasar el tiempo disfrutando de lo que sé hacer. El voluntariado es algo que me apasiona”.

Agrega que vive con uno de sus hijos y su familia: ”Si yo tuviera que pagar todos mis gastos, no podría estar en Perú sola. Trabajo para generar mis propios recursos”.

Voluntariado para apoyar en el Aniego de San Juan de Lurigancho, apoyando la Municipalidad de Lima

El placer de ayudar

En el 2019 hizo su primer trabajo como voluntaria. Fue en el distrito de San Juan de Lurigancho. Su misión: apoyar en la que fue una peligrosa inundación de 800 casas afectadas, 138 heridos y un fallecido.

Ha participado en un sinfín de actividades con distintas ONG, como la Unión de Venezolanos en Perú, Paz y Esperanza, Acción contra el Hambre y Acnur. También  formó parte de actividades de la Municipalidad de Lima en el marco de apoyo a los migrantes venezolanos.

“En este momento, a mi edad, hacer trabajo voluntariado es hacer lo que me gusta. Dar la mano, compartir instrucciones de cómo salir adelante, ser solidario con nuestros paisanos es una experiencia que me llena como persona”, describe.

De todas las organizaciones a las que ha servido, uno de los trabajos más satisfactorios fue el que realizó durante los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos 2019. “Fue lo más significativo que hecho en este país porque apoyé al Perú en una representación mundial. Eso fue una experiencia muy bonita. Tengo bellísimos recuerdos».

Recuerdo de su participación en los juegos Parapanamericanos Lima 2019

Además de voluntaria, forma parte del coro de voces de la diáspora del Perú y cuando es convocada, también asiste a actividades de protesta para el rescate de la democracia de Venezuela.

Sobre un eventual regreso, afirma que todo dependerá de los resultados de una transición política que garantice el retorno del Estado de derecho. “Sé que habrá mucho trabajo por hacer y yo estaré ahí como voluntaria”.

Cuatro barreras para los escolares venezolanos en Ecuador

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Los venezolanos en edad escolar no tienen la vía libre para acceder al sistema educativo ecuatoriano. La precariedad económica, la falta de documentos de identidad, la xenofobia y el acoso cerca de los centros educativos son las barreras que mantienen fuera del sistema educativo a 4 de cada 10 niños, niñas y adolescentes migrantes. 

Primera barrera: escasez económica 

Según el ministerio de Educación, de los 88.320 venezolanos menores de 18 años que están en Ecuador, 49.967 están dentro del sistema educativo. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) calculó que para diciembre del 2019, alrededor de 43.000 no estaban escolarizados, de este número, la mayoría no había podido acceder al sistema por la escasez de ingresos en sus hogares. 

Así es el caso de Ernesto Olivares de 12 años. Junto a su mamá y su hermana mayor vende dulces, galletas y snacks en los alrededores del Parque Centenario en el centro de Guayaquil, actividad que realiza, como muchos venezolanos, desde que llegó a Ecuador en julio de 2019. De acuerdo al Estado ecuatoriano, 89% de los migrantes en el país trabajan informalmente.

“Todos tenemos que trabajar, porque si no, no nos dan las cuentas para pagar el arriendo, la comida y los servicios”, declaró la madre, Paola Fernandez de 36 años, quien llegó al país en 2017. “Tuve que elegir entre que coma o estudie”, agregó con pesar. 

Fernández tiene una tercera hija de 7 años que sí está escolarizada. “Cuando la niña iba a clases podía dejarla en la escuela mientras yo trabajaba, algo que cambió con la cuarentena. Ahora se queda en casa de una amiga a quien le pago $10 para que me la cuide”, explicó. 

La experiencia de Fernández no es un caso aislado. En el Informe Retos y oportunidades de la migración venezolana en Ecuador, realizado por investigadores del Banco Mundial, se señala que la incapacidad para pagar útiles, uniformes y manutención diaria es la principal barrera para el acceso a la educación de niños, niñas y adolescentes venezolanos. 

La investigación precisa que para finales de 2019, 42% de los hogares venezolanos con menores de 18 años estaban en situación de pobreza por necesidades básicas insatisfechas, es decir: “viven con al menos una privación en relación con la calidad de la vivienda, el acceso a servicios básicos, la dependencia económica, los niños y niñas fuera del sistema educativo o el hacinamiento crítico”, explica el informe. 

De acuerdo al Banco Mundial, un 11% de los hogares migrantes venezolanos padecen de dos o más privaciones de las ya mencionadas.

Segunda barrera: el mito del “sin papeles no hay estudio

Ecuador es un país que garantiza la educación para quienes están en situación de movilidad humana. Al menos así lo establece la Constitución y sus leyes en esta materia. Sin embargo, muchos padres venezolanos desconocen esta protección legal y asumen que, como su estatus migratorio es irregular, sus hijos no pueden disfrutar de este derecho. 

Zonia Martinez tenía ese temor. Llegó a Ecuador el 27 de junio de 2019, cuando para ingresar al país no era necesario tener visa, como fue obligatorio después del 25 de agosto de ese año. “Aquí en Quito estaba mi esposo desde hacía nueve meses. Él nos pagó los pasajes por bus a mí y a nuestro hijo de 8 años”, declaró la oriunda de Maracay (centro de Venezuela). 

Como ya estaban cerradas las inscripciones en Quito (en Ecuador hay dos regímenes educativos con calendarios distintos, Costa y Sierra) decidió esperar a que el año escolar terminara para inscribir a su hijo en 2020. De esa manera le daba tiempo de regularizar su situación migratoria y realizar el trámite “con todas las de la ley”, afirmó. 

Para acceder a la Visa por  Excepción por Razones Humanitarias (VERHU), los venezolanos debían censarse por medio de un proceso habilitado por el Ministerio de Relaciones Exteriores y de Movilidad Humana. “Mi esposo entró a la plataforma por internet para solicitar cita para el censo. Lo hizo, nos colocó a todos como un núcleo familiar y le notificaron que debía presentarse el 27 de febrero”, relató Martinez. 

Para su sorpresa, cuando fueron a la cita en Migración les informaron que el censo era individual. “Nos dijeron que solo mi esposo podría censarse ese día, mientras que el niño y yo debíamos solicitar otra cita”. Inmediatamente ingresó a la plataforma digital para pedir otra lo antes posible, pero ya no había cupo para Pichincha, sino en provincias donde la presencia de venezolanos es menor. 

“Tuve que pedir cita en Sucumbio”, indicó Martinez. Esa provincia está hacia el oriente del país, a 7 horas de viaje desde Quito. No solo la distancia era lejana, también la fecha que le asignaron; debía presentarse con su hijo el 19 de marzo. No pudo llegar. Tres días antes de su cita, el presidente Moreno decretó el estado de excepción, como respuesta al avance del coronavirus. 

Su cita fue suspendida hasta que el Gobierno ecuatoriano consideró oportuno retomar el proceso. “Ya luego no fui. Mi esposo se quedó sin trabajo y decidimos enfocar todos los recursos para pagar arriendo y comida”, explicó. 

El 20 de julio comenzó el proceso de inscripción para los escolares de la Región Sierra por internet. Martínez decidió dejar a su hijo sin educación formal un año más. “El niño no tiene pasaporte, yo no tengo visa y mi esposo. Creímos que debido a eso no podíamos inscribir al niño así que, bueno… tendremos que esperar e intentar darle clases en casa para que no quede rezagado”, dijo resignada. 

La creencia de Martinez obedece al temor de muchos venezolanos sin visa. En los últimos dos años se han registrado acciones discriminatorias contra migrantes, por parte de algunos ecuatorianos y funcionarios públicos. De acuerdo a lo señalado en el informe del Banco Mundial sobre la migración venezolana en Ecuador, hay casos en los que no se realizó la inscripción porque el personal de los centros educativos les pusieron trabas debido a su situación migratoria.

La asambleísta Jeannine Cruz, vicepresidenta de la Comisión de Educación de la Asamblea Nacional, explicó a Venezuela Migrante que la visa no es un requisito indispensable para acceder al sistema educativo, puesto que el derecho a educarse no debe negarse a las personas migrantes, de acuerdo a la legislatura ecuatoriana. 

“Se debe precautelar el derecho de la educación y mirar las leyes con una perspectiva de movilidad humana en estos casos, y más sí es una población vulnerable”, resaltó la legisladora, quien hizo hincapié en que el único documento indispensable debe ser la partida de nacimiento del niño o niña. 

Tercera barrera: la xenofobia dentro de las aulas 

Juan David Flores, de 10 años, llegó a casa con un morado alrededor de uno de sus ojos. Ese día, en agosto de 2019, unos estudiantes, del colegio al que asistía en Jipijapa (Provincia de Manabí), lo rodearon para agredirlo. El motivo principal, según relatan sus padres: ser venezolano. 

“Esa fue la gota que derramó el vaso”, afirmó Jorge Flores, su padre, un periodista de Valencia (centro de Venezuela), cuando supo del ataque. No era la primera vez. Durante un año su hijo fue víctima de acoso escolar dentro del salón, en el patio de la escuela y en las afueras de la institución sin que las autoridades realizaran acciones efectivas en favor de la integridad de Juan David. 

“Cuando comenzó el acoso, mi esposa y yo fuimos al colegio a quejarnos. Allí nos dijeron que ellos lo resolverían, que no era necesario llevar el asunto más allá de la institución. Pensé que sería así”, confesó. Sin embargo, las estrategia de la directiva y de los profesores fue aislar al niño de sus otros compañeros, lo que profundizó la discriminación. 

Los amigos de Juan David dejaron de hablarle por las amenazas de los abusadores. “Si algún niño, se le acercaba, este también resultaba amenazado. Así fue como quedó más aislado”, relató el padre del niño. Como medida, el profesor del curso formaba a los alumnos en un círculo durante sus clases y a la víctima la dejaba afuera, con la finalidad de evitar choques con los otros estudiantes.

Como consecuencia, su hijo dejó de ser una persona extrovertida, para convertirse en una callada sin muchas ganas de relacionarse con otros. “Por eso, cuando el acoso escaló a golpes no hubo más nada que decir. Mi esposa y yo fuimos al distrito escolar a denunciar la situación”, contó Flores.

“Iniciaron una investigación, hablaron con las autoridades del colegio y no dijeron que le asignarían un tutor, para que Juan David recibiera clases en casa. Con eso no lográbamos nada”, resaltó. Un mes después, él y su familia regresaron a Venezuela.

El Banco Mundial en su informe sobre migración venezolana señala que entre las causas para ausentismo escolar está la discriminación que sufren en centros educativos por su nacionalidad. De acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), para finales de 2019, el 59% de los venezolanos se siente discriminados, a pesar que, tanto Unicef como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), han realizado campañas en las escuelas contra la xenofobia. 

De los venezolanos que perciben discriminación contra ellos el 98,7% considera que es por su nacionalidad; el 4,3% por su situación económica; 3,3% por su sexo; 1,8% por su preferencia sexual; 1,1% por su edad; 0,7% por su identidad de género y 0,5% por otros motivos.

Cuarta barrera: peligro alrededor de los centro educativos

Pedro González llegó a Ecuador  en septiembre de 2018 con su esposa e hija de 11 años. Inmediatamente, junto a su cónyuge, empezó las gestiones para que la niña retomara sus estudios en quinto grado de primaria, un proceso que duró hasta comienzos del proceso de inscripción del año escolar Región Costa, en enero de 2019.

Les notificaron que a su hija se le asignó cupo en un colegio fiscal al suroeste de Guayaquil, en el Distrito Portete. González vive en pleno centro, a una hora de camino a pie y a 20 minutos en carro, de acuerdo a la medición de Google Maps. 

“Para que fuera tenía que usar un transporte que no puedo pagar”, confesó  González, quien trabaja como vendedor de cigarrillos en el centro de Guayaquil.

 No solo la distancia con el centro educativo es un problema para Aldana. “Ese sector es demasiado inseguro como para dejarla ir sola”, señaló. “Allí he visto cosas horribles. Venden drogas, hay malandros y gente de mal vivir. Temo que a mi hija le pase algo”, señaló el comerciante. De acuerdo a reseñas de medios de comunicación ecuatorianos y a la Policía Nacional, el Distrito Portete es una de las jurisdicciones más conflictivas de Guayaquil. Hasta agosto de 2020 se registraron 21 homicidios este año. 

“Por esas cosas mi hija no va a clases. Mi esposa y yo preferimos buscar maneras de enseñarle por nuestra cuenta”, explicó  González. Como padre sabe lo importante de la educación formal, sin embargo, “es preferible eso a que me la maten o me la violen”, agregó. 

Mariana Felicio, especialista senior en desarrollo social del Banco Mundial, dijo en la presentación del Informe Retos y oportunidades de la migración venezolana en Ecuador, que las niñas y adolescentes “enfrentan a barreras efectivas para quedarse en el sistema educativo”

La especialista explicó que entre las barreras se encuentra el temor a ser agredidas. Según la investigación de Felicio, las venezolanas se sienten inseguras durante el trayecto hacia los centros educativos, una sensación que comparten con las ecuatorianas y que está fundamentada en la realidad. 

De acuerdo a la Encuesta de Violencia Contra las Mujeres 2019, elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas de Ecuador (INEC), 65 de cada 100 mujeres en el país han sido víctima de algún acto de violencia en diferentes ámbitos. En esa investigación se halló  que el 32% de las ecuatorianas fueron violentadas en espacios públicos, mientras que, el 19% dentro de institutos educativos.

La nueva barrera: la falta de internet después de la cuarentena 

Una quinta barrera se levantó a raíz de la pandemia COVID-19. Por orden del Gobierno ecuatoriano los estudiantes tienen que ver clases por medio de plataformas digitales, a pesar que no todos los alumnos tienen los equipos necesarios ni cuentan con internet para ver sus clases. De acuerdo a Unicef, solo el 38% de los hogares en Ecuador tienen acceso a internet

Egleth Noda, presidenta de la Fundación Chamos Venezolanos en Ecuador, conoce de cerca esta nueva limitante. La organización que dirige tiene una base de datos de hogares con niños, niñas y adolescentes venezolanos a los que apoyan. De los 3.000 que conforman su lista el 85% no tienen acceso a internet. 

“Los niños migrantes son invisibles”, afirmó la dirigente. Considera indispensable la creación de políticas públicas que garanticen el acceso a medios digitales a los venezolanos en edad escolar, excluidos por el sistema educativo debido a su incapacidad para conectarse a la web.

Venezolanos varados en Colombia: optar por los caminos verdes

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Mercedes apenas lleva un par de días en su casa, en Caracas. Estuvo separada de su familia poco más de seis meses, debido a la pandemia del coronavirus. El 9 de marzo de este año, ella salió de Maiquetía rumbo a Bogotá para tramitar la renovación de su visa americana, en la sede de la embajada de EE.UU. en la capital colombiana. Tomó esa decisión porque desde el 11 de marzo de 2019, el Departamento de Estado americano anunció la suspensión temporal de las operaciones de la Embajada de EE.UU. en Caracas y el retiro de su personal diplomático.

Su viaje sería corto. O al menos, así lo pensaba. Mercedes estaba urgida: debía tramitar su documento para poder acompañar a su esposo, quien sería operado en mayo de ese año de tres hernias gastroencefálicas. La operación debía realizarse en Washington porque en Venezuela no había personal experto, según le explicaron.

“El 12 de marzo fue el día más alegre y el más infeliz de mi vida. Fue una dicotomía de emociones. Ese día fue mi cita en la embajada estadounidense y yo salí de ahí feliz porque me habían aprobado la visa. Decidí ir a un centro comercial para tomar un café. Estando ahí me llegó un mensaje con lo del cierre de los vuelos. Yo lo que hice fue sentarme a llorar”, recuerda.

Tenía fecha de retorno para el 21 de marzo, pero su boleto había quedado sin efecto. Por fortuna, como cuenta, un sobrino en Bogotá decidió hacerse cargo de ella. No solo le dio techo y comida, sino también ropa y compañía.

Tras seis meses de espera para la aprobación de un vuelo de carácter humanitario que no se concretó, Mercedes optó por retornar por sus propios medios. Decisión que, a sus casi 60 años, reconoce riesgosa. Además, las fronteras permanecen cerradas, en principio hasta el 30 de septiembre. Los vuelos aéreos internacionales comerciales aunque fueron retomados de forma gradual desde principios del mes, aún no precisan la incorporación de Venezuela a las rutas.

Desde el 20 de septiembre, cuando retornó a casa, Mercedes forma parte de un subregistro de al menos 110.000 venezolanos retornados desde Colombia.

La necesidad de unos, el lucro de otros

Mercedes, como varios, se vio obligada a reunir más de 1.000 dólares para garantizar un regreso inmediato. El viaje implicaría un tramo aéreo y otro vía terrestre, desde Bogotá hasta Cúcuta. Explica que, pese a la complejidad del momento, hay quienes en medio de la emergencia sanitaria se lucran de la necesidad de los venezolanos.

Actualmente existen quienes se dedican a organizar el retorno de varios venezolanos por los caminos irregulares: al menos 150.000 pesos, que equivalen a unos 40 dólares, aproximadamente, cuesta el retorno por tierra de Bogotá hasta La Parada. Hay quienes, incluso, le consultan al cliente si el viaje lo desea realizar en un carro particular o si prefiere optar por un cupo de uno de los buses autorizados de Migración Colombia. Si opta por el segundo, el chofer deberá dejarlo antes de la parada oficial pues, de lo contrario, sería remitido a al albergue donde debe esperar al menos 15 días y poder cruzar la frontera antes de llegar a algún albergue en Venezuela.

También depende de si lleva consigo pasaporte o no. “El viaje en bus dura unas 18 horas. El costo del pasaje son 200 mil pesos. Si no tienes documentos, son 100 mil pesos más. Porque el chofer debe darle algo a los policías en las alcabalas por llevar a alguien indocumentado”, advierte uno de los que se dedican al negocio.

Como otros compañeros de Mercedes habían referido este servicio, ella decidió adentrarse en la travesía, pero el temor era latente.

“Claro que da miedo. Pero yo me encomendé a Dios, así como los que pasan por las trochas y por los albergues”.

 “Nosotros pasamos el Puente Simón Bolívar a las cinco de la madrugada. No le hablábamos a nadie. Esa fue la instrucción que nos dieron”, relata Mercedes quien viajó junto a otros dos venezolanos varados en Colombia que decidieron huir.

 “Una de las cosas que más me llamó la atención fue que te ofrecen pasarte en sillas de ruedas a Colombia, aún no sé por qué. Yo decía ¿por qué tantos minusválidos? Pero sí hay mucha gente que se está regresando de Venezuela. Yo vi gente, incluso, atravesando el río, debajo del puente, para ingresar a Colombia”, recuerda.

Ella asegura que no hay menos de diez alcabalas en el trayecto. Al menos 150 dólares cuesta el cruce del Puente Simón Bolívar y otros 200 dólares en promedio el carro que hace el traslado desde San Antonio de Táchira hasta la ciudad capital.

“Cuando llegué a Caracas mi esposo me buscó y me vine en el maletero. No quería ni que mis vecinos se enteraran que había regresado. Ellos sabían que estaba en Colombia, y aún no hay paso a través de las fronteras”.

“Lo primero que hice fue bañarme con manguera en el estacionamiento de mi casa para entrar totalmente limpia. Llegué directo a mi cuarto. Mis hijos no sabían que regresaba. No les quise decir para en principio darles la sorpresa, pero también por confidencialidad y para que no se hicieran expectativas, por si pasaba algo en el viaje”, explica.

Retornar y vivir el choque emocional

Aunque ya se encuentra en su hogar, permanece aislada de su esposo y sus dos hijos. “Es una cosa rara. Emocionalmente fue muy fuerte. Aún no proceso que me fui seis meses”, dice mientras confiesa su indignación con el país que ahora la recibe junto a kilométricas colas de vehículos para surtir de gasolina, las mismas que ella divisó en Táchira en su camino de regreso.

“Mis hijos no lo creían. A los segundos de verme fue que reaccionaron y dijeron: ¡No puede ser! Por supuesto, sin tocarnos, y con dos metros de distanciamiento. Yo decidí hacer una cuarentena espontánea. Mi esposo ahora duerme en otro cuarto con uno de mis hijos. Nos vemos poco en el día. Me dejan la comida en la puerta de mi cuarto”.

Mercedes asegura que, tras casi tres décadas dedicada al reiki, fue el trabajo que hizo con sus herramientas espirituales las que la hicieron continuar de pie y esperanzada.

Este 2020 lo recordará como el año en el que no pudo estar en el cumpleaños de sus dos hijos. Sin embargo, ambos decidieron congelar un pedazo de sus tortas; esa misma porción que ella espera compartir junto a ellos en los próximos días.

“¿Qué me enseñó lo que viví? A reafirmar mi fe. A orar. A meditar. A entender que todo tiene su tiempo. Al final, he entendido que, en la medida de lo posible, uno tiene que aprender a adaptarse”.

Mercedes describe lo que fue un gran aprendizaje: “La vida siempre anda con o sin uno”. Su esposo sigue pendiente de una operación, pero está estable, y sus hijos lograron adaptarse a estos meses y salir adelante. Por su parte, como dice, solo le queda agradecer que están otra vez juntos.

Venezolanos en Perú reinventan sus oficios para sortear el desempleo

Se cumplen cinco meses del confinamiento en Perú que dejó al 89% de los venezolanos sin una fuente de ingresos, según las estimaciones de la Defensoría del Pueblo.

Es por ello que los ciudadanos venezolanos, que no han sido incluidos en los planes de apoyo del Estado peruano, cambiaron de oficio y, a pesar de la pandemia, encontraron un nuevo nicho para subsistir, pero todo dentro de la profunda informalidad propia del Perú.

Algunos se dedican a la venta de guantes fuera de los mercados y demás equipos de protección personal o descontaminación de lugares públicos. Los residentes consultados señalaron que en épocas como ésta: «algunas personas se quedan llorando y otras van vendiendo pañuelos».

Empezar de cero

Maigualida Pacheco es una varguense que llegó hace dos años a Perú. No se deja intimidar por nadie, es de pocas palabras, pero tiene bastante carisma.»Buenos días, buenas tardes, buenas noches, qué le ofrezco: tengo mascarillas, alcohol y protectores faciales a dos soles, dos soles 50 el frasco pequeño y 10 soles, respectivamente», dice Pacheco desde el Paradero 11 de la avenida Santa Rosa del distrito de San Martín de Porres, un lugar donde comparte espacios con otros dos venezolanos.

Una vende cachapas y el otro queso en sus diferentes presentaciones, al estilo de su país de origen. «Desde que llegué aquí todo ha sido guerrear y guerrear, antes trabajaba de empleada doméstica limpiando casas y ahora estoy vendiendo lo que vez. Ofrezco mascarillas estampas con la bandera de Venezuela y otros motivos para que la gente se sienta cómoda y protegida a la vez en medio de esta panademia», describe Pacheco.

Dice que su nuevo oficio no es el más rentable, pero le alcanza para pagar el alquiler y enviar «aunque sea un poquito de riales pa’ Venezuela. Algo es mejor que nada», expresa con un acento muy marcado. Está desde mayo en ese punto y cuando no tiene para ofrecer equipos de protección contra el Covid-19, vende golosinas.

Mientras tanto, Juan Briceño, empezó hace dos meses a subirse a los buses a descontaminar desde los asientos hasta los tubos que usan los pasajeros para sostenerse en el viaje. Dice no sentirse cómodo con su oficio pero es lo que está a su alcance y le da algunos soles para llevar el alimento a sus casas.

«Señores pasajeros, para mí no es fácil estar aquí pero las circunstancias me obligaron. Perdí mi empleo por la pandemia y tengo hijos que mantener, así que ahora me gano la vida limpiando los buses y espero que me puedan ayudar con lo que salga de sus corazones. Sé que deben estar cansados de tantos venezolanos, pero tampoco tenemos muchas opciones», dice antes de pasar por cada asiento a recibir las monedas.

Al terminar, agradece solidaridad y desea que ninguna otra persona atraviese una situación como la suya. Sin embargo, un nuevo trabajador informal aborda la unidad y con una situación no muy diferente a la del venezolano, también apela a la buena voluntad de los pasajeros.

Grinder, WhatsApp y las redes sociales

Por tradición, la red social Grinder ha sido un espacio para la búsqueda de citas, pero en estos días de emergencia sanitaria y confinamiento por el coronavirus, se ha convertido en una plataforma para ofrecer servicios que poco tienen que ver con encuentros afectivos.

Esta App ha servido para mostrar otras opciones, como por ejemplo, pago de servicios (recargas de teléfono, pago de rentas, luz, agua y otros, venta de lencería para damas y caballeros, cortes de cabello a domicilio, preparación de comida típica e internacional como arepas y demás alimentos típicos de Venezuela.

En este último rubro, Javier Parra vio la oportunidad de iniciar un negocio propio y decidió compartirlo a través de esta red social, con el fin de llegar a la mayor cantidad de personas, teniendo una receptividad bastante positiva, según contó.

«No vendo mi cuerpo», apuntó el joven de 25 años oriundo del estado Bolívar, quien se encuentra en Lima desde hace dos años. Esta no es la primera vez que Parra inicia un negocio propio. Antes de la pandemia tenía una mini-empresa, ofrecía piezas de celulares, pero el negocio se detuvo con el confinamiento y después de mes sin producir dinero, notó su ansiedad por la situación y que había una necesidad no cubierta: buscó los medios para poder hacer algo productivo con ella.

Fue así como decidió asociarse con su prima para preparar dulces criollos como bombas, ponqués, alfajores, crema volteada (quesillo) y chicha venezolana. Dice que alguno de estos exquisitos manjares los aprendió a preparar en Venezuela y el resto en Perú.

Una vez con la idea concretada, se fue a la búsqueda de clientes e incursionó en las redes sociales, siendo Grinder una de las que decidió utilizar, pues conocía cómo funcionaba y logró captar algunos clientes potenciales. «Solo queremos tener presencia en todas las redes y como no tenemos para pagar publicidad, exhibimos lo que hacemos en todos lados».

Por esta razón, y para aclarar dudas, en la plataforma de encuentros sexuales, colocó una bomba de foto principal y luego una galería de los dulces que ofrece. También utiliza una descripción breve en donde deja su número de teléfono sólo para pedidos a domicilio.

De momento y dado lo reducido que está la movilidad urbana por el estado de Emergencia, este emprendedor solo tiene una tiene una bicicleta con la que realiza las entregas de los pedidos en el cono norte de Lima, que está conformado por los distritos de Independencia, Los Olivos, San Martín de Porres, Comas y Puente Piedra.

Parra recalcó que en toda crisis hay oportunidad de ganarse la vida honradamente y por eso aprovecha todas las alternativas que están a su alcance.

Con el dinero que recaude con este emprendimiento cubrirá sus gastos de alquiler, comida y servicios sin la necesidad de recurrir a ayudas de terceros. También quiere mantener el apoyo económico que brinda a su mamá en Venezuela.
Parra garantiza total higiene y seguridad para evitar contagiarse y propagar el Covid-19.

Parra sostiene que si el negocio funciona, no descarta la posibilidad tener una tienda física en el futuro para que los comensales tengan un espacio exclusivo para disfrutar de sus dulces.

Por su parte, Maria Cevallos, periodista y profesora universitaria, retomó su antiguo negocio de suministros médicos. Lo había instalado hace nueve meses, pero la pandemia impulsó las ventas.

Promueve la mercancía de manera personal a través de los contactos que tiene en su teléfono. Ella ofrece a los múltiples grupos de WhatsApp a los que pertenece sus servicios como proveedor de confianza de suministros como gel, alcohol o guantes y cualquier otro equipo de protección personal que lo ayude a evitar el contagio del nuevo coronavirus.

“Vimos esta situación como una oportunidad de negocios y tenemos la intención de hacer las cosas bien. Nos esmeramos por brindar un buen servicio”, cuenta Cevallos.

Su estrategia, en WhatsApp, consiste en enviar ´flayers´ a través de sus contactos, que a su vez lo reproducen. Otra es actualizar sus estados y mostrar las características de cada producto. “Es una manera súper comercial, cada vez que comparto la información, siempre hay alguien que pregunta, pide presupuesto o compra. La receptividad es inmediata y siempre se concretan hasta tres pedidos”.

Por el estado de emergencia, la movilidad urbana está restringida, es por ello que María y sus socios disponen de un vehículo rotulado que lleva “el encargo” de lunes a sábado, previa coordinación. El cliente debe enviar sus datos por esa misma plataforma: nombre y apellido, la forma de pago y punto de ubicación. Por la compra, también recibe un obsequio para generar empatía con el cliente.

Junto a sus socios, también maneja un FanPage en Facebook que es otro canal de información. Cevallos ya tiene como clientes fijos a médicos venezolanos que también la recomiendan y así crece la cadena de comercialización.